Opinión
Protege lo que más quieres
En política «la deshonestidad no se castiga», escribe Jorge Dioni. Lo demuestra la carrera de Lee Atwater, el hombre que cambió el rumbo de unas elecciones en EEUU con propaganda alarmista sobre excarcelaciones.
En El justiciero de la ciudad, Charles Bronson interpreta a Paul Kersey, un arquitecto que lleva una vida tranquila y feliz. Un día, su mujer y su hija son acosadas en un centro comercial por unos tipos que, tras descubrir su dirección, asaltan su casa, golpean a la chica hasta dejarla inconsciente y violan y agreden a la madre, que muere en el hospital. Kersey, objetor de conciencia en la guerra de Corea, busca la respuesta en la administración pública. La policía le explica que intentarán identificar y detener a los delincuentes, pero que será complicado. Tienen poco medios y hay muchos delitos. El sistema no funciona y hay que buscar la respuesta fuera, algo que el guion ofrece oportunamente. Kersey, con su hija en coma, se va a un viaje de trabajo donde un amante de las armas le regala una pistola. A partir de ahí, la parte más conocida. Kersey sale por las noches a hacer el trabajo que espera de la policía: proteger a los tipos normales como él.
En 1974, el mismo año del estreno de El justiciero de la ciudad, William Horton y dos personas más robaron en una gasolinera en el estado de Massachusetts. Después, apuñalaron al empleado, de 17 años, al que metieron en un cubo de basura, donde se desangró. Horton fue detenido y condenado a cadena perpetua. En 1986, Horton salió de la cárcel dentro de un programa de permisos para facilitar la reinserción. No volvió. En 1987, asaltó a una pareja y, tras agredir e inmovilizar al varón, violó varias veces a la mujer. Fue detenido y sentenciado a dos cadenas perpetuas.
El caso de Horton, junto con otros 174, fue recogido en un reportaje de un medio local de Massachusetts y fue uno de los elementos clave de la derogación de los permisos de fin de semana. El otro fue la candidatura presidencial del gobernador del estado, Michael Dukakis. En realidad, el programa había sido un éxito. Según un informe del departamento de prisiones del estado de 1987, las personas que habían participado habían tenido un índice de reincidencia menor que las que no lo habían hecho, algo que no recogía el reportaje de los 175. Dato nunca mata relato. Sobre todo, si el relato tiene sangre.
La campaña de Dukakis comenzó imparable. Era un tipo con prestigio por la recuperación económica del estado, la gestión del transporte, e incluso había sido elegido como el mejor gobernador del país. Era atractivo, simpático y famoso. Había salido en series de televisión, como Hospital, y su prima Olympia acababa de ganar el Oscar por Hechizo de luna. Dukakis llegó a tener 20 puntos de ventaja sobre George Bush, el gris vicepresidente de Reagan, que había centrado su discurso en su mejor preparación en temas internacionales. El candidato demócrata siguió en cabeza hasta que la campaña se enmerdó con Willie Horton.
Excarcelaciones: ‘muchos’ siguen sueltos
Lee Atwater pertenecía a una escuela de asesores políticos basada en el juego sucio: encuestas falsas, rumores, bulos, mentiras, sensacionalismo, espías, etc. Los más famosos son Roger Stone, Karl Rove o Dominic Cummings, el hombre que se inventó las cifras del Brexit. Todo vale: John Kerry nunca combatió en Vietnam, John McCain tiene un hijo ilegítimo, Obama no es estadounidense o su mujer era un hombre. Así, hasta llegar a «las elecciones están amañadas» o «los demócratas violan niños en una pizzería». Todo lo que hoy es paisaje tiene unas sólidas raíces porque se plantó hace años.
En una elección anterior, Atwater había contratado a un falso periodista para que le preguntara por los problemas psiquiátricos del candidato rival. También lo hizo con Dukakis, además de difundir que su mujer tenía varias adicciones.
Pero su obra maestra fue «Willie Horton». De toda la gente que salía en el reportaje sobre los permisos, escogió a William Horton. Era negro, grande, con barba y sus delitos tenían características especialmente crueles y amenazadoras. Para vender seguridad, hay que crear inseguridad. Atwater incluso le cambió el nombre. William sonaba demasiado serio. Willie se recordaba mejor. El nombre comenzó a aparecer en los actos de Bush, pasó a los medios y, en septiembre, se hicieron dos anuncios para televisión, que contaron con la participación de Roger Ailes, futuro director de Fox News. Cuando acabemos, dijo Atwater, la gente pensará que Horton es el vicepresidente de Dukakis.
En el primero de los anuncios se decía que Dukakis había permitido que «asesinos condenados tuvieran pases de fin de semana» y que «muchos habían vuelto a delinquir». Por ejemplo, Willie Horton, del que se enumeraban todos los delitos mientras su foto policial aparecía en la pantalla. El segundo comenzaba con una cárcel. Sobre una música inquietante, una voz en off: «El gobernador Michael Dukakis vetó condenas para los traficantes de droga y vetó la pena de muerte. Su política de puertas giratorias proporcionó permisos de fin de semana a asesinos en primer grado. 268 escaparon y muchos cometieron otros delitos como secuestro o violación. Muchos siguen sueltos». La imagen que acompañaba estas palabras era un grupo de gente con uniformes carcelarios utilizando una puerta giratoria metálica. La idea es potente y hace décadas que se instaló en España: si es que no se puede hacer nada, entran por una puerta y salen por otra. El anuncio terminaba de forma contundente: «Ahora, Michael Dukakis dice que quiere hacer por América lo que ha hecho por Massachusetts. América no puede correr ese riesgo». Para ser redondo, faltaba una frase: protege lo que más quieres.
La seguridad comenzó a ser un tema clave de la campaña. Dukakis comenzó a perder su ventaja. Acusó de juego sucio a Bush. No funcionó. Seguía perdiendo. Trataron de explicar que era una iniciativa de otro gobernador y que él sólo había aprobado una ampliación después de una sentencia judicial. Mucho texto. Horton pasó a ser prácticamente el tema de la campaña. Hubo dos anuncios más. En ellos aparecían la hermana del joven asesinado en 1974 y la pareja de la mujer violada en 1987. Dukakis contraatacó con un caso de reincidencia de un recluso de una prisión federal, pero la campaña ya había acabado. Había sido derrotado. Lee Atwater murió tres años después. Tenía 40 años.
Mano dura
Charles Bronson interpretó a Paul Kersey en cuatro ocasiones más: Yo soy la justicia, El justiciero de la noche, Yo soy la justicia II y El rostro de la muerte. En la primera, perseguía y mataba a los asesinos de su mujer. Kersey fue una de las encarnaciones de un personaje casi arquetípico esos años: el justiciero solitario. El sistema no funciona. El principal enemigo de los policías es la burocracia. Los gobernantes no confían en ellos y siempre están del lado de los delincuentes. La respuesta es mano dura. Limpiar la ciudad, como pedía el protagonista de Taxi Driver. Bronson, Norris y Eastwood daban solución en el cine a los programas amarillistas sobre sucesos. Señalar que el aumento de la criminalidad tenía que ver con la desigualdad, la reducción de los programas de asistencia, el racismo o la segregación urbana era no tomar parte o, aún peor, estar del lado de los delincuentes porque se les ofrecía una justificación. Mano dura. No había más.
Las evidencias basadas en datos pueden demostrar que el aumento de las penas no reduce los índices de criminalidad, pero se diluyen como lágrimas en la lluvia ante la imagen desnuda de una tragedia que reclama una imposible compensación y una explicación clara. Una madre rota, un padre envuelto en lágrimas, un guardia lleno de polvo con el cadáver de una niña. Que paguen lo que han hecho, mano dura. La palabra justicia sólo abandona la ira cuando los hechos entran en la odiada burocracia. Pero ese camino requiere un consenso generalizado. Es muy fácil romperlo y tratar de aprovecharse. Es más complicado rehacerlo.
Las políticas de mano dura hace décadas que llegaron a España. No funcionan, pero es irrelevante. Primero, fue el terrorismo: endurecimiento de las penas y cumplimiento íntegro de las condenas. Se repetían tras cada atentado y, sobre todo, en los procesos electorales. La legislación se fue haciendo severa a medida que la violencia desaparecía. Después, delitos sexuales y asesinatos, donde es fácil tener, como el personaje de Bronson, la sensación de que no se hace nada y que ojalá ser la justicia. El punto de partida fueron los dos platós televisivos que se montaron en Alcàsser en 1992 y la narración del hallazgo de los tres cadáveres siguiendo los códigos de la información deportiva. Después, se normalizó el formato retransmisión para las tragedias. En 2019, varios partidos llevaban en sus listas a familiares de víctimas, un mercado de fichajes que no salió bien.
En 2022, después de decenas de películas de justicieros, cientos de debates parlamentarios sobre la impunidad de los delincuentes y millones de horas de programas de sucesos es casi imposible tener un debate sosegado sobre el enfoque punitivista de las leyes. Ojalá. No elegimos el tiempo que nos toca vivir. Lo más probable es que funcione como las explicaciones de Michael Dukakis. En una estructura política donde el único objetivo es ganar, lo más probable es que cualquier suceso sea usado de forma alarmista y se proceda a señalar culpables: esta tragedia no habría sucedido si no se hubiera promulgado esta ley. Lee Atwater, Roger Stone y Karl Rove se estudian en España.
La sobrerrepresentación de profesores universitarios en la política ha provocado una enorme confusión entre ambas esferas. Un debate teórico no es un programa electoral y la actuación política necesita un terreno más seguro porque siempre habrá un Lee Atwater. La deshonestidad no se castiga. La gente que se tomó como un ataque personal las advertencias sobre lo que podía pasar o que cree que las informaciones periodísticas sobre las últimas excarcelaciones son una conspiración deberían pensar en la enorme suerte que han tenido al contar con un sistema de alerta temprana. Afortunadamente, seguimos en una negociación legislativa y no estamos con la imagen de nuestro Willie Horton todo el día en los medios.
Primero te dicen que no va a haber un solo caso de rebaja de condenas.
Luego te vienen con que los jueces son machistas y llevan años esperando a que Podemos llegue al poder para empezar a liberar violadores.
Y terminan con la historia de que no hay problema en rebajar las condenas porque el castigo no acaba con la delincuencia.
Al final, además de los podemitas, las víctimas van a ser los violadores.