Internacional
Protestas en Francia: la vida más allá del trabajo
Hace varios días que en Francia se respira lucha. Desde que el gobierno de Emmanuel Macron anunciara su reforma del sistema de pensiones, los franceses no han parado de salir a la calle. Hasta dos días de huelga general, el 23 y el 31 de enero, han sido convocados por los sindicatos de manera unitaria. El seguimiento de ambos parones está teniendo un éxito considerable, al igual que las manifestaciones que los han acompañado. El pasado 31, el Ministerio de Interior cifró en 1,272 millones el número de personas que desfilaron en Francia, cifra récord desde las movilizaciones del Plan Juppé sobre las jubilaciones de 1995.
Es de sobra conocido: los franceses tienen reputación de combativos, de huelguistas. Los números los respaldan: entre 2010-2019, Francia es el país de la Unión Europea con mayor número de días de huelga registrados. La acción obrera y sindical suele estar acompañada del apoyo de la opinión popular. Las últimas movilizaciones del invierno de 2019-2020, igualmente anunciadas contra otra reforma del sistema de pensiones, contaron también con un importante apoyo de los franceses. A día de hoy, el 68% de Francia está en contra de la reforma, según la última cifra del Instituto Francés de Opinión Pública. Se puede decir que en Francia hay una relativa cohesión en torno a la contestación social.
Sin embargo, los repertorios de lucha sindical llevan varios años puestos en tela de juicio. La externalización de los servicios públicos y la industria al sector privado -desprovisto de fuerza sindical-, la internacionalización de las cadenas de producción o las medidas del macronismo para frenar la actividad de los sindicatos, han mermado estos últimos años su poder de convocatoria. Parecía también que el movimiento de los chalecos amarillos, que ningún partido político u organización sindical consiguió capitalizar, daba el golpe de gracia a las estrategias clásicas de contestación social.
¿De dónde sale entonces esta movilización masiva, precedida de altas cifras de abstención en las elecciones de los últimos años y de aparente decadencia de la lucha sindical? A fin de cuentas, parece que los sindicatos no estaban en vías de extinción. Su convocatoria unitaria, punta de lanza de la huelga general, lo demuestra. Con todo, al alzar la vista, algunos análisis ya apuntan a la construcción de un frente plural más allá de las reivindicaciones laborales. En realidad, las movilizaciones de 2019-2020 ya iban en esta línea, pues no solo se estructuraron en torno a la lucha sindical, sino que también plantearon cuestiones políticas e ideológicas. La izquierda francesa ya se atrevió durante Mayo del 68 a reivindicar el “ne travaillez jamais” (“no trabajéis más”) y a elegir “plûtot la vie” (“mejor, la vida”). ¿Harían eco estas consignas a día de hoy?
¿Por qué tanto trabajo?
Todo apunta a que la relación de los franceses con el trabajo ha cambiado en los últimos años. La filosofía de la “cultura del esfuerzo” está en crisis en el Hexágono. Un reciente informe de la Fundación Jean Jaurès muestra que, entre 1990-2021, los franceses que pensaban que el trabajo era una parte “Muy importante” de sus vidas, ha pasado del 60% al 24%. Si en 2008 un 62% de franceses prefería ganar más dinero frente a tener más tiempo libre, la opción inversa siendo elegida por un 38% de los encuestados, a día de hoy, solo el 29% se decanta por la primera, mientras que el 61% elige el tiempo libre. Del mismo modo, a los trabajadores franceses les importa cada vez menos pertenecer a una empresa y piensan cada vez más en dimitir de su puesto.
Esto genera una situación paradójica en Francia. La primera ministra, Élisabeth Borne, la principal responsable en el Gobierno a cargo de la reforma, afirma sin descanso que esta viene a reforzar su política de pleno empleo. De obligar a las empresas a subir los salarios, o aumentando las cotizaciones de la patronal, afirma Borne, estas se verían limitadas a la hora de contratar y de “generar empleo”. No obstante, el informe de la Fundación Jean Jaurès muestra una realidad bien distinta. Actualmente, la tasa de paro está en mínimos e incluso hay una alta demanda de mano de obra por parte del empresariado. Parece que la pandemia actuó como catalizador de esta tendencia.
Una de las teorías que acompañan esta nueva actitud ante la vida es que los franceses son cada vez más individualistas y que están más centrados en su bienestar. Pero estas movilizaciones parecen contradecirlo. No es raro escuchar estos días en medios de comunicación testimonios de manifestantes que declaran no haber salido nunca a la calle, o no haberlo hecho en los últimos años, muchos de avanzada edad. Es más, no faltan a las manifestaciones trabajadores ya jubilados que no se verán afectados por la nueva reforma. Estos mismos, son los voluntarios que además dan vida al rico tejido asociativo tan característico de Francia.
Al mismo tiempo, muestra de solidaridad intergeneracional, la juventud francesa se ha sumado a la movilización. Dos días después de la huelga general del 23, numerosas asociaciones juveniles convocaban una manifestación nacional de rechazo a la reforma. Muchos jóvenes también dan sus primeros pasos en la movilización social, como Manès, de 15 años, que declaraba al micro de BFMTV: “esta reforma va a repercutir sobre nosotros, porque alargando la edad de jubilación el gobierno aumentará el paro”. Igualmente, son los mismos que durante años llevan siendo tratados por editorialistas varios de “malcriados”, “ofendiditos” o “narcisistas”.
“Si vivimos más, tenemos que trabajar más”. Con esta consigna, el macronismo intenta convencer de la necesidad de la reforma. En la actualidad, los franceses varones viven de media 79 años, 6 años menos que las mujeres. Pero si es cierto que la esperanza de vida en Francia ha aumentado en los últimos años, no ocurre lo mismo con la esperanza de vida “en capacidad plena”, es decir, sin tener problemas de salud, que se sitúa en los 63 años para los hombres y 64 para las mujeres. Estas cifras son todavía más preocupantes, si se añade a la ecuación que la esperanza de vida disminuye a medida que lo hace el nivel de vida de los franceses. En las manifestaciones, al popular dicho “métro, boulot, dodo” (“metro, curro, cama”), que evocan los franceses con resignación, lo están reformulando, con rabia, por “métro, boulot, caveau” (“metro, curro, tumba”).
Si tantos se manifiestan estos días en Francia, es porque ven que el tiempo se les escapa entre los dedos, en empleos alienantes que les generan malestares físicos y mentales. La ansiada jubilación con la que sueñan para poder finalmente disfrutar de la vejez, es retrasada por el gobierno de manera insoportable. Una movilización que se ha articulado en torno a reivindicaciones económicas, ha pasado a poner sobre la mesa cuestiones relacionadas con el sentido mismo de la vida más allá del trabajo. Por su futuro y por el de los demás, una amplia mayoría de franceses está yendo a la huelga general -con nuevos paros convocados el 7 y el 11 de enero-, en un ciclo de movilizaciones que difícilmente olvidarán, y al que el mundo debería prestar atención.
Versión actualizada publicada a las 21.45h.
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Macron ha demostrado, repetidamente, qué lo único qué sabe hacer es repetir las trayectorias de los otros «ambidiestros» franceses cómo Petain, Mitterrand, Sarkozy, De Gaulle y otros. Digo qué Macron tambien es ambidiestro porqué, cómo aquellos, hace grandes k…gadas con las
manos derecha e izquierda al mismo tiempo. En efecto, con su proyecto de pasar la edad jubilación de 62 a 64 años, jode a los jovenes desempleados, qué verían mermadas sus posibilidades laborales por 2 años más y tambien joderia a aquellos qué ya han trabajado 2 o mas decenios y quisieran disfrutar de sus vidas sin más, lo cuál no es pecado.
Pero, estando a meses, o menos, de una posible guerra nuclear en Europa – qué se dará si Macron y su compinche Scholtz siguen enviando armas a Zelenski – vemos qué contra semejante barbaridad nadie hace huelga. En vista de todo esto, lo de la huelga por trabajar menos, suena a esquizofrenia pura y dura.