Cultura
Remedios Zafra: “Cuando pienso en los bucles de las vidas-trabajo, y en cómo romperlos, encuentro un camino en el feminismo”
Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) es una voz imprescindible en las letras españolas. Investigadora para el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), e intelectual polifacética donde las haya, ha escrito novela, poesía, aunque ha sido el ensayo el género donde ha cosechado más éxitos, abarcando temas tan amplios como el arte, la digitalización y la progresiva pérdida de derechos laborales, partiendo habitualmente de un enfoque feminista. Alcanzó reconocimiento internacional con El Entusiasmo, una reflexión sobre las precariedad en los trabajos creativos que le valió el Premio Anagrama de Ensayo en 2017. Charló con La Marea a raíz de la publicación de Frágiles (2021), y ahora vuelve a conversar con nosotras a propósito de su nuevo libro. Me refiero a El bucle invisible, por el que recibió el XXVIII Premio Internacional de Ensayo Jovellanos hace unos meses.
El bucle invisible es ése que “silenciosa y reiteradamente tiende a presuponer que el hijo del pobre seguirá siendo pobre, que el ladrón volverá a delinquir”… Es el algoritmo, pero también el ciclo repetitivo de las vidas-trabajo… ¿Qué quería transmitir con ese sintagma? ¿Por qué significa tantas cosas y, al mismo tiempo, es un fenómeno muy concreto?
Me interesan las formas de poder que se invisibilizan en nuestra vida y que tienden a normalizar formas de desigualdad. Creo que el “bucle invisible” permite abordar este asunto desde distintas lentes de época, desde la más concreta de la programación tecnológica a otras más difusas en las maneras de trabajar y relacionarnos. Sobre esta primera, me parece que hay una rutina hipnótica en el mundo contemporáneo que está relacionada con las máquinas que usamos y con su cadencia. Las máquinas favorecen que los límites entre vidas y trabajos se difuminen y que el tiempo nos pase sin darnos cuenta frente a la pantalla; su poder inmersivo es un poder casi respiratorio de bucle o inercia.
A esa normalización de la máquina como rutina y casi cuerpo se une la presuposición de que la máquina está subordinada a nosotros, que favorece nuestra voluntad, pero a poco que se escarba en la programación que sostiene una aplicación o sistema operativo vemos que existe una ideología que “condiciona” y orienta hacia determinados caminos y no otros. En esas capas algorítmicas que pasamos por alto se concentra un gran poder beneficiado por la “escala” a la que puede operar y por su “opacidad”, pues se ha normalizado que esa capa “condicionante” no sea vista. Es aquí donde entra en juego ese posible bucle dañino en los modelos algorítmicos que, en tanto se apoyan en los datos masivos y estadísticos, es decir, en lo que “ya ha pasado”, tienden a presuponer gustos y elecciones que reiteran modelos. La lógica de la repetición presupuesta como parte de la construcción simbólica y social es algo básico en las culturas humanas, pero el poder de escala y de hegemonía económica que ahora tiene la industria tecnológica es clamoroso.
Asocia el bucle a repetición, ayudándose de la obra de Simone Weil, y enfatiza la necesidad de romperlo: el bucle del trabajo tedioso e inútil, de la creación de estereotipos que favorecen los formularios y el algoritmo, pero ¿cómo lo rompemos? Un ejemplo que cita es La gran dimisión. ¿Hay otros?
Romper el bucle requiere algo tan concreto como difícil: enfrentarse a la inercia o desviarse. Hay veces que ese desvío surge del agotamiento y otras que viene de la conciencia, pero en ambos casos es difícil que el desvío se haga motor de cambio si no genera contagio social. Cuando pienso en los bucles de las vidas-trabajo y en cómo romperlos encuentro que un camino reflexivo e inspirador interesante viene del feminismo.
En este ensayo, pero también en mi obra anterior, establezco analogías entre capitalismo y patriarcado que me parecen reveladoras. La más elemental es cómo el patriarcado ha proyectado en las mujeres la responsabilidad de hacerlas sentir agentes mantenedoras de su propia subordinación, así como el capitalismo hace sentir hoy a los trabajadores que son responsables de su propia explotación. Las maneras en que el feminismo ha roto esta proyección desde la sororidad y la publicación de la intimidad opresiva me parecen ejemplos necesarios.
En el libro hay una crítica feroz a la academia como lugar burocratizado que no permite el pensamiento libre. Dice que ahí se produce una “cultura asustada”. Me acuerdo de Susan Sontag, que terminó su doctorado y se fue, precisamente porque le parecía que un puesto universitario le coartaría la libertad para pensar. Pero la universidad cumple otra función: la de educar. ¿Cree que los alumnos, las alumnas son los principales perjudicados con este sistema?
No solamente, aunque el modelo neoliberal que critico perjudicará más a estudiantes de universidades públicas. Sin embargo, en este conflicto los investigadores y profesores me parecen grandes damnificados en la precariedad y neutralización que muchos sienten cuando ven dificultada (que no impedida) su libertad. Sin embargo, veo que muchos de ellos ponen por delante a los estudiantes y se sobrecargan con lo que se exigen para su trabajo docente, más lo que esperan de ellos en los cada vez más largos procesos de estabilización inscritos en evaluación y burocracias crecientes.
Pero pienso que crece también una conciencia crítica sobre la insostenibilidad de un sistema que mercantiliza el conocimiento y burocratiza a sus trabajadores. Es lo que cabe esperar (y muchos lo esperamos con ansia), que en tanto la universidad es corazón de conocimiento sea también motor de crítica y subversión frente a lo que amenaza con apagar su potencia. Así como está pasando en la cultura, en la academia en España proliferan las iniciativas que denuncian estos riesgos. De hecho, mi crítica a la universidad nace justamente de un profundo amor a la universidad pública, nace como grito que reclama protegerla.
Explíquenos cómo podemos librarnos del sesgo de género que construye y perpetúa la tecnología. Por ejemplo, cuando dice que Instagram es un espacio de «representación» en fotos, más femenino, y los canales de Youtube, dominados por hombres, serían espacios de “presentación» y discurso.
Me parece un ejemplo ilustrativo de cómo los estereotipos que han vinculado lo femenino con el cuerpo (y la imagen del cuerpo) de-subjetivando a las mujeres, mientras lo masculino se ha subjetivado y relacionado con “lo humano”, vinculándolo con las ideas y el discurso, no solo se mantiene en estos espacios, sino que se amplifica. De hecho, allí donde redes como Instagram se centran en la imagen y en la estetización es donde encontramos un mayor protagonismo de mujeres jóvenes, a diferencia de espacios como Twitch o Youtube, donde los agentes que más están influenciando (desde espacios que comienzan orientados al videojuego y la tecnología pero que operan como altavoz de discurso) son hombres jóvenes.
Esta diferenciación entre la presentación de lo real y la representación del modelo es una idea que trabajamos en la Antropología Simbólica y que me sirve de base para reflexionar sobre una diferenciación de la que se desprenden (y desprenderán) desigualdades.
Este libro introduce otra variable en su pensamiento que podría definirse como “ecologista”. Acusa a los ritmos frenéticos del trabajo de perjudicar al planeta. Se agradece esta reflexión, porque a veces se teorizan como problemas separados. ¿Cómo llega a la ecología y qué lugar cree que debería ocupar en relación con los debates públicos y su propia obra?
Entiendo el pensamiento como algo que debe integrar, proyectar preguntas y mundo de manera más holística que sumatoria, de ahí que me incomoden mucho los “compartimentos cerrados” y las clásicas áreas de conocimiento. Quienes buscamos “pensar el presente” no podemos desvincular los males que perjudican nuestras vidas de los que perjudican biodiversidad y planeta, que son también “nuestra vida”, quiero decir, “nosotros”. Así los entiendo al menos.
En mi caso, este abordaje integrador implica además una coherencia que siento de manera íntima. Quienes sufrimos una enfermedad rara descrita como síndrome y entendida como conjunto de afecciones lo vemos quizá con una claridad que duele, pues sentimos cómo nuestro cuerpo es fragmentado y tratado por especialistas de órganos o partes, sin que nos atiendan como integridad donde todo está relacionado.
Creo que esta analogía puede ayudar a comprender que los problemas humanos lo son también del planeta-cuerpo que habitamos y viceversa. A poco que observemos lo que nos daña y ampliemos el foco para vernos como humanos, como seres vivos y como planeta, es fácil identificar las amenazas, son tan obvias que duele el inmovilismo ante los frenéticos ritmos productivos que sobreponen el poder del capital a todo lo demás, afectando igualmente a la vida en su pluralidad.
Dice que “cuando el futuro se maltrata, el tecnocapitalismo refuerza la celebración hedonista de la vida”. Me ha recordado a Mark Fisher, quien afirmaba que los jóvenes viven en una suerte de “hedonia depresiva”: la búsqueda infinita de placer se hace desde un poso de melancolía, sabiendo que no hay otra cosa. Dados los datos que tenemos (de desigualdad, de calentamiento global) me parece difícil salir de ahí…
Creo que perder la esperanza y maltratar la idea de futuro hace el juego a ese tecnocapitalismo del que hablamos. Y lo hace ofreciendo respuestas tan rápidas como hedonistas, “disfruta aquí y ahora, sumérgete en la virtualidad, o en la ficción, o en este ‘no pensar’, vive el momento…”. Pero quizá la consecuencia más perturbadora sea la menos visible, el debilitamiento de los lazos políticos capaces de crear colectividad y alternativa, cambio real. Asentar la idea de que todo está perdido es un grandísimo regalo para los poderes más conservadores que se reiteran sin resistencia. Dar a cambio placer inmediato, apología del presente, habla de una claudicación disfrazada de disfrute efímero y habitualmente dopado.
Habla de intentar comprender, de “favorecer un diálogo ordenado y empático”. Sin embargo, precisamente el bucle algorítmico dificulta muchas veces la comunicación, promueve las noticias falsas, viraliza el odio… ¿Se puede establecer ese diálogo con la tecnología actual o debemos renunciar a ella completamente?
Nadie puede pensar que las soluciones son caminos fáciles, pues los problemas de los que hablamos son complejos y muchos estructurales, generan resentimiento y posiciones enfrentadas. Romper esas posiciones requiere empatía y diálogo reales (esas bases del cuidado), diría más, perseverantes, que no desfallezcan en la necesidad de convencer y crear complicidades con lo común. Cierto que el diálogo es el camino más complicado cuando partimos de posiciones tan asimétricas, pero este camino es una alteridad al conflicto bélico, al poder de siempre, patriarcal y capitalista. Me refiero a probar de una vez por todas la tentativa de los cuidados como política.
Posiblemente las ideas que propongamos sean solo puntos de partida de intentos que hemos de experimentar. Habitar las contradicciones que ese diálogo empático requiere es necesario para “pensarnos de otras maneras”, es decir, para avanzar desde certezas que no se construyen como voluntades afirmativas (“esto es lo que quiero”), sino desde la claridad de saber “lo que no queremos”. En ese trance me parece esencial que esté la tecnología, por supuesto, pero una tecnología sobre la que como humanos podamos intervenir, que podamos desconectar y que usemos en favor del bien social y no del beneficio de unos pocos. La tecnología nunca fue el problema, sino el poder que la controla.
SI LUCHAS PUEDES PERDER, SI NO LUCHAS ESTAS PERDIDO.
C.A.M.P.A. #ElBuñuelNoSeRinde.
Defender el Buñuel es defender esta concepción de lo público. Es defendernos de la captura de nuestras vidas y su instrumentalización. Defender nuestro hogar.
Y de ello depende nuestra libertad y la posibilidad de materializar que siempre hay algo que resiste y que exige el derecho inalienable a tener la mejor de las vidas posibles.
Porque lo que están intentando cerrar (PP,Cs,Vox) no es meramente un centro social/cultural, sino que pretenden arrebatarnos nuestro hogar. Ya que el hogar no es otro que aquel que nos permite ser comunidad, conformar vínculos, ser flujo de afectos y practicar políticas de lo común.
Precisamente todo aquello que pone en evidencia y confronta esta otra mal entendida «política» que violenta los lugares de decisión y de gestión de nuestras vidas. Que socaba nuestro derecho a habitar lo que siempre ha sido y debe ser nuestro: el espacio público.
Lo público es precisamente nuestro lugar de pertenencia, en la medida en que no pertenece a un qué ni a un quién y es, por tanto, de todas y cada una.
https://arainfo.org/el-bunuel-es-hogar/