Apuntes de clase | Opinión
La conciencia de clase no es de otro siglo
«En el momento actual hay demasiados trabajadores pobres que padecen grandes dificultades para desarrollar una vida digna en cuanto a vivienda, alimentación, educación, salud y cuidados».
En otro texto intenté analizar qué es y para qué sirve la conciencia de clase. En estos momentos, a principios de 2023, no solamente creo que sigue siendo necesaria, sino que puede ser clave para entender y abordar algunos problemas sociales de urgente actualidad.
Hay cierto debate en torno al uso de los términos ‘clase obrera’ y ‘clase trabajadora’. En inglés, solo tenemos una forma de nombrarla, que es working class –así somos los angloparlantes de lacónicos– pero lo considero un debate estéril. Si antigua y tradicionalmente el obrero tenía escasa formación escolar y realizaba un trabajo físico y manual, el trabajador actual goza por fortuna de formación y desarrolla cualquier tipo de trabajo. Mientras sea una persona asalariada y no posea los medios de producción, seguirá siendo clase obrera. Que tenga una situación económica acomodada tampoco debe confundirse con pertenecer a otra clase; si pierde su trabajo, solo le quedarían sus ahorros y los ladrillos no se comen. En el momento actual hay demasiados trabajadores pobres que padecen grandes dificultades para desarrollar una vida digna en cuanto a vivienda, alimentación, educación, salud y cuidados, igual que sus antecesores de la Revolución Industrial. Por esta razón me gusta utilizar el término ‘clase obrera’. No obstante, en aras de abarcar a todas las personas asalariadas, optaré por la más inclusiva ‘clase trabajadora’.
El capitalismo como único sistema posible
Zygmunt Bauman afirmó que «el capitalismo gana la batalla porque ganó la batalla cultural e ideológica». La batalla cultural e ideológica se libra desde hace mucho tiempo en los medios de comunicación dominantes, pero también en institutos y universidades, es decir en todos los sectores formativos de la enseñanza reglada. Es evidente que ningún programa educativo propugna las bases del capitalismo. Sin embargo, si no se debate sobre otros sistemas económicos y políticos –pasados o futuros posibles– no solo se asienta el existente sino que se hurta conocimiento. Cuando solo se habla de las vidas de la clase privilegiada o la aristocracia y lo bien que lo hacen, se hurta conocimiento. Cuando no se habla de la clase trabajadora, se hurta conocimiento. Cuando las necesidades del mercado penetran en el sector educativo mediante la enseñanza concertada –es decir privada pero sufragada con fondos públicos procedentes de las personas que pagamos impuestos– no podemos esperar diversidad de vidas, diversidad de ideologías ni diversidad de culturas.
La cultura dominante nos enseña a ser competitivos sin conocer los valores de la colaboración; nos conmina a estudiar y trabajar duro para conseguir nuestros sueños, asegurando que se nos remunerará de acuerdo con nuestros méritos, ¡qué gran mentira!; nos invita a romper los muros y los llamados techos de cristal, pero no con el fin de ser todas iguales sino para salir de una clase supuestamente inferior: la trabajadora.
La gran mayoría de nuestros hijos e hijas no solo no conoce qué es la conciencia de clase sino que cree que es un concepto de otro siglo que no sirve en el mundo de hoy. No es del todo responsabilidad suya; el expresidente de la CEOE entre 2007 y 2010, Gerardo Díaz Ferrán, acusado de alzamiento de bienes y blanqueo de dinero y condenado por fraude a Hacienda y vaciamiento patrimonial del Grupo Marsans, dijo que había que trabajar más y cobrar menos, y el régimen económico vigente lo impone donde y cuando puede.
Hay esperanza cuando colectivos jóvenes como Abrir Brecha tienen claro que el responsable de su situación precaria es el sistema capitalista. Saben que abordar las luchas de manera interseccional derriba con más eficacia las barreras de la precariedad laboral, del acceso a la vivienda, de la desigualdad de género y de la crisis climática. Son clase trabajadora y sus acciones son consecuencia de tener conciencia de serlo.
La conciencia de clase y la cultura
Leí con mucho interés El coaching de la conciencia de clase de Ángela Martínez Fernández en ‘El Periscopio’ de La Marea, de enero 2023 (en papel) y me viene al pelo para este texto. Si he entendido bien la intención de Ángela, el coaching al que alude trata sobre todo de cambiar al individuo en beneficio del sistema, pero nunca de cambiar el sistema. Cuando se retrata a la clase trabajadora, se hace a menudo con estereotipos y estigmatizando a las personas trabajadoras hasta el punto de caricaturizar su existencia.
Desde hace tiempo se ha generado la idea de que las personas educadas son solo las que tienen formación superior. La verdad es que se enseña más bien a desempeñar un trabajo en un mercado despiadado y contribuir a la plusvalía. Se da la circunstancia de que saben desenvolverse en ese mercado pero no cómo se llama la calle en la que se ubica su empresa. Alguien los nombró analfabetos funcionales y me parece un término tristemente acertado. Las personas que no han recibido una educación formal no son incultas; pueden saber cultivar una huerta, tocar un instrumento musical o apreciar la belleza de una puesta de sol. Éstas pueden ser igual de precarias pero quizá bastante más felices.
Los creadores culturales de clase trabajadora son a menudo precarios, lo que les dificulta representar a las vidas obreras en el caso de que quisieran hacerlo. Si queremos una sociedad tolerante, hay que hablar de todas las vidas: LGTBI, migrantes, de diversidad funcional, pero no de la gente con más recursos, sino de las personas que no se ven representadas por ser menos privilegiadas.
La conciencia de clase y la precariedad del mundo laboral
La ausencia de la conciencia de clase tiene como consecuencia que nuestras hijas no saben cómo combatir los efectos de la precariedad laboral. Si supieran para qué vale, no se empeñarían en buscar la solución individual a sus problemas. Saber por qué existe la precariedad y que la solución colectiva impedirá que perdure en el tiempo o que reaparezca no solo es estimulante sino esencial. La cultura social dominante de la que hablaba Bauman ha conseguido que gran parte de la juventud –y los no tan jóvenes– confíe su futuro en la bondad de sus patronos, el trabajo de los sindicatos en el mejor de los casos o un golpe de suerte, sin investigar lo que puede hacer por sí misma.
El teletrabajo –que se implantó de manera generalizada durante la pandemia– es una reivindicación anhelada desde hace mucho tiempo por la patronal. No debemos permitir que condiciones de trabajo no discutidas ni reivindicadas por la clase trabajadora formen parte del imaginario colectivo, con o sin pandemias. El aislamiento socava la solidaridad y unión de las personas trabajadoras, por no hablar de las ingentes cantidades de dinero que se ahorran los empresarios en mobiliario, luz y conexión telemática, por poner solo algunos productos y servicios cuyo coste se sufraga en los domicilios particulares. Las personas afectadas por esta modalidad y la conectividad permanente harían bien en analizar cómo incide trabajar desde casa en su vida laboral y personal: ¿Se respetan los horarios y descansos debidos? ¿Se solicitan las bajas por enfermedad cuando procede? ¿Cómo se concilian trabajo y familia si llora un bebé en el cuarto contiguo?
La conciencia de clase y la salud mental
Por fortuna nos hemos dado cuenta –aunque no a tiempo para todas las personas afectadas– de que la salud mental es un gran problema en nuestra sociedad. La pandemia nos obligó a hablar de este tema, sobre todo en referencia a los jóvenes y cómo les afectaba primero el confinamiento y luego no poder acercarse, besarse, abrazarse. Llevamos tiempo defendiendo la sanidad pública y universal. Ésta debe extenderse sin más demora a los cuidados integrales, especialmente de las personas mayores y la salud mental. Pero como estamos hablando de la conciencia de clase, yo me pregunto ¿cuántos problemas de salud mental podríamos evitar si abordáramos la precariedad desde la óptica laboral? Las largas jornadas, la discriminación por género y el color de la piel, el abuso de poder, el estrés, las cargas de trabajo, tantas cosas que deberían abordarse y combatir en el ámbito laboral, no llegarían a causar problemas de salud mental si se entendiese por qué suceden. Las empresas del sistema económico único y excluyente buscan el máximo rendimiento de su capital a costa de los trabajadores con el mínimo de recursos en personas, tiempo y dinero.
La conciencia de clase de la masa trabajadora no es de otro siglo; debe recuperarse para conseguir un modelo laboral que respete la dignidad de las personas trabajadoras.
¡Que falta nos hace! Ya no se habla de clase obrera.
Ya no se habla de conciencia de clase.
El capitalismo se ha instalado en el psique del pueblo, en lugar de aquello tan necesario para saber el lugar que ocupamos en la sociedad, para saber organizarse en la defensa de los derechos de clase.
Cuando una ciudadanía consciente y comprometida sale a la calle para hacerse oir.
#ElBuñuelNoSeRinde.
«Teníamos claro que solas no íbamos a estar, es un proyecto que forma parte del corazón de Zaragoza y del corazón de un montón de personas. Está claro que la ciudad está hablando, otra cosa es que el Ayuntamiento (PP) no quiera escuchar», afirmaban este lunes a las puertas del Buñuel algunas de las personas que han acudido a concentrarse.
Una contundente y masiva respuesta de la Zaragoza comunitaria para reivindicar que el Buñuel «no se rinde», uno de los lemas más coreados en estos días, tanto en las calles como en las redes, para un espacio que ha recibido cientos de apoyos y muestras de solidaridad, desde los movimientos sociales y políticos, la cultura y el tejido vecinal. Un espacio que ha acogido a más de 400.000 personas en estos años, con más de 500 actividades desarrolladas en su interior, y que sigue amenazado por un inminente desalojo que podría llegar en cualquier momento.
https://arainfo.org/el-bunuel-resiste-un-dia-mas-al-desalojo-mantiene-abiertas-sus-puertas-y-todas-las-convocatorias/
Solo están intentando y consiguiendo que los obreros dejemos de serlo y nos convirtamos en esclavos. La globalizacion sólo trajo beneficio a los empresarios, al resto se nos enseña que para vivir , tenemos que aceptar ser esclavos como en las económicas emergentes, véase China, India, etc
Hacía tiempo que no veíamos a un dirigente obrero desquiciar a un periodista de extrema derecha (vídeo). Perú.
https://insurgente.org/hacia-tiempo-que-no-veiamos-a-un-dirigente-obrero-desquiciar-a-un-periodista-de-extrema-derecha/
¡Acertado, chapeau!
Curioso: El obrero de las últimas generaciones era menos letrado pero más despierto y sabía luchar. El trabajador actual es más culto innegablemente; pero menos sabio y no sabe luchar por sus derechos.
A los directores, que no propietarios, de multinacionales, bancos, ect., los «perros del hortelano» ¿se les puede llamar clase trabajadora?
Gente hay y no poca que confía su futuro en la lotería con la ilusión de niños la víspera de reyes.
Las máquinas se están haciendo las dueñas del mundo, las personas sobramos a los amos del mundo. Creo que s volvieran los obreros de las últimas generaciones lo primero que harían sería inutilizarlas todas, vamos lo que se llama romperlas.
«Es peor sentirse inútil que estar explotado. En el siglo XX, un obrero podía ir a la huelga. Ahora, con la automatización, los obreros son prescindibles. Ir a la huelga, ¿para qué? Si nadie te necesita…» Yuval Noah Harari, historiador y filósofo.