Política
“La disidencia ortodoxa era un campo entre el PCE y la izquierda revolucionaria por el que nadie se interesaba”
El historiador Eduardo Abad García estudia la historia de la disidencia ortodoxa –que no «prosoviética»– en el comunismo español.
El historiador gijonés Eduardo Abad García viene a llenar un hueco historiográfico con su A contracorriente: las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989), el libro que resulta de su tesis doctoral. En él divide el proceso en tres olas: una primera protagonizada por el PCOE y el PCE (VII-IX); una segunda por la OPI y el PCT; y una tercera que desemboca en la fundación del PCPE. Conversamos con él sobre las claves del libro.
En su libro utiliza la metáfora de las olas para periodizar la disidencia comunista ortodoxa de la que en él se ocupa.
Me parecía adecuada para un fenómeno tan complejo, con una diversidad interna tan rica pese a la visión que normalmente se ha tenido de él como algo cerrado, dogmático, monolítico. Tiene un propósito heurístico: transmitir una idea de proceso. Cada ola forma parte de un fenómeno global en el que unas se solapan con otras. Conjugo diacronía y sincronía en lugar de organizar compartimentos estancos; trato de contar cómo las personas que forman la primera ola se relacionan con las de la segunda y la tercera, con las que acaban de alguna manera convergiendo. Una ola se nutre del mismo mar y también de las olas anteriores.
Su estudio se inicia en 1968. Con la invasión de Checoslovaquia, condenada por el PCE, la ortodoxia se vuelve disidencia.
Lo decía Gregorio Morán. Checoslovaquia removió muchas conciencias y se convirtió en una especie de rebelión primitiva. Durante los dos primeros meses, la dirección del PCE está francamente preocupada, porque, frente al relato oficial de que aquí estábamos tan avanzados en la retórica pluralista que la condena era unánime, las bases en gran parte estaban a favor, pensando que, si la Unión Soviética, que era casi como un padre, había invadido un país, sería por algo.
La cuestión se asume por disciplina de partido, pero se retira de muchos órdenes del día. Hay que decir que el tono de la condena del PCE, visto desde hoy en día, es extremadamente leve. No condena, sino que utiliza eufemismos, y, en todo caso, rápidamente se busca un, digamos, reencuentro con la Unión Soviética. En la Transición, esto ya se convierte en otra cosa, pero en 1969, 1970, 1971, el tono es de total amistad; de que la Unión Soviética sigue siendo un faro para la humanidad. Yo considero que el mito fundacional es ese, pero que en realidad sirve de detonante de cuestiones que ya estaban latentes y que tienen que ver con dos cosmovisiones distintas de lo que significaba ser comunista.
¿Qué caracteriza a cada una de las olas?
La principal característica de la primera es una ideología más clásica y la omnipresencia de la memoria vinculada a la militancia de posguerra y a la clandestinidad. Una cultura política de valores rígidos, tradicionales, poco flexibles. Un mimetismo simbólico total con el PCE. Y la paradoja de que es la ola que más importancia da al movimiento comunista internacional y a la fidelidad a la Unión Soviética como piedra de toque del internacionalismo proletario, pero, a la vez, es la que menos reconocimiento tiene y más marginación sufre, fundamentalmente porque no eran numéricamente muy representativos.
La segunda ola tiene características muy distintas. La protagoniza gente que venía de participar en estructuras horizontales tales como asambleas vecinales, estudiantiles, profesionales… Gente, abogados por ejemplo, que tiene una formación cultural mayor y está acostumbrada a hablar las cosas y a que se les escuche, pero que ve el debate ahogado por la clandestinidad y por la cultura del ordeno y mando del centralismo democrático. Su identidad es mucho más plural, su cultura mucho más dinámica. Busca la democratización del partido, no tiene una visión rígida de las cosas y la simbología clásica no tiene tanta importancia. Su memoria está más actualizada e incorpora hechos más recientes, como la victoria del Vietcong en Vietnam, las luchas de liberación anticolonial, Mayo del 68, la Revolución de los claveles… No tanto ya la Revolución rusa y los países del Este.
La tercera ola, ya a finales de los setenta y principios de los ochenta, tiene que ver con la estigmatización del eurocomunismo y es mucho más plural y masiva, y desemboca en 1982 en la formación del PCC después de la crisis del PSUC en 1981 y, a partir del ochenta y cuatro, en el PC y luego PCPE. La identidad va a continuar siendo un leitmotiv de esta corriente, pero esta va a tener una cultura política con menor hermetismo ideológico, una simbología y una ritualidad mucho más coral y una memoria histórica más inclusiva, que por ejemplo recoge la figura de Dolores, tachada hasta entonces como una especie de traidora. Tiene un modelo de militante híbrido que conserva buena parte de esa estructura mental basada en la resistencia, pero participa en movimientos sociales como el feminista, el pacifista, el ecologista… Y sí hay esa integración en el movimiento comunista internacional que olas anteriores habían reivindicado pero apenas conseguido. El PCPE va a ser reconocido en algún momento como un partido igual o incluso superior al PCE.
¿Qué papel juegan los liderazgos carismáticos en estas escisiones?
Son clave. Se articulan a varios niveles. Por una parte, nos encontramos con figuras vinculadas a la historia del Partido, y sobre todo a su narrativa en clave de memoria. Estoy pensando en Enrique Líster, una figura vinculada a la guerra civil, que posibilita una vinculación casi material con esa memoria, con ese hilo rojo de historia de la organización: a Líster lo puedes tocar.
Estos liderazgos, luego, son muy complejos de gestionar. La figura de Líster tenía mucho tirón, pero, al mismo tiempo, su personalidad tosca, bruta, caprichosa en ocasiones, hacía que posibles alianzas o fusiones, o las cuestiones tácticas, ante las cuales se debería ser flexible, no llegaran a buen puerto. En otras olas, nos encontramos a figuras como Eduardo García, un personaje más gris, pero que no dejaba de ser el secretario de Organización del PCE; una persona con la que los militantes habían tenido mucho contacto, porque era la persona encargada de venir a España en la época de la clandestinidad. Carrillo lo había situado allí por su fidelidad, aunque luego se vería que tenía más fidelidad a lo que él pensaba que era el campo socialista que a la dirección del partido.
Una situación similar se da en la tercera ola con Ignacio Gallego, una figura algo polémica, que dividía tanto como sumaba. Había sido responsable de Organización durante el eurocomunismo y, por lo tanto, el responsable de que muchos fueran expulsados del PCE precisamente por oponerse a los cambios políticos e ideológicos. Pero, por ello mismo, no dejaba de ser un elemento legitimista de esa continuidad y ese mimetismo con el PCE que se buscaba. En cuanto a la segunda ola, ellos te dicen que no tenían grandes líderes, al menos la OPI, pero, en realidad, Carlos Delgado ofrecía un liderazgo si queremos intelectual; el de un tipo viajado, leído, que escribe libros que se convierten automáticamente en las tesis de una organización que, paradóicamente, no desarrolla ningún congreso durante toda su historia, igual que el PCT.
La cuestión es hasta qué punto estas figuras son decisivsas para que se produzca la ruptura con la disciplina de partido. Esta, en muchos casos, tiene más que ver con liderazgos a nivel de base; con el responsable de tu célula, que al final es la máxima autoridad con la que tú te reúnes y que es un camarada en el que tú confías, cuya capacidad de análisis valoras. Cuando organizaciones enteras se pasan a la disidencia, suele tener que ver con esto más que con el liderazgo grande, aunque también contribuya.
El de la disidencia comunista ortodoxa en España ha sido un tema poco tratado por la historiografía, para la que era un ángulo ciego entre el PCE y la izquierda radical, que sí han sido muy estudiados.
La bibliografía, cuando en la década del diez comencé a interesarme por esta cuestión, era bastante desastrosa. La había cada vez más potente sobre el PCE, pero, en ella, este mundo aparecía retratado como un conjunto de personajes marginales y un poco siniestros; no se ahondaba en él. Se trataban, como mucho, como elementos díscolos a nivel interno. Después, con el nacimiento del 15-M y el cuestionamiento de lo que se llamó el régimen del setenta y ocho, hubo un interés por las fuerzas de la izquierda revolucionaria, que tenían una estética atractiva para los nuevos movimientos sociales, que bebían un poco de Mayo del 68, tales como el ecologismo, el feminismo… Esto otro era un campo entre medias por el que nadie se interesaba.
En el libro maneja mucha fuente oral.
Yo, en mi época de militancia, tenía mucho contacto con estas personas más veteranas e iba con ellas a pegar carteles. Era gente a la que no le importaba pegarlos en un banco cuando estaba abierto y cosas así. Tenían mi admiración. Y en aquellos trayectos de domingo por la tarde, me transmitían historias y batallas que siempre me interesaron muchísimo. Me da mucha pena que algunos de ellos fallecieran y no les pudiese entrevistar. Mi investigación, después, tenía un hándicap, y es que no había un archivo para consultar cosas concretas, un archivo del PCPE, por ejemplo. Eso dificultó mi trabajo y me llevó también a tirar mucho de esas fuentes orales para establecer los rostros de este sujeto que yo estaba estudiando.
Disidencia ortodoxa, que no prosoviética, argumenta de manera convincente.
Una de las primeras experiencias del trabajo de campo, sobre todo con fuentes orales, fue toparme con que algo que para mí era relativamente inmutable, la nomenclatura del sujeto de estudio que yo analizaba, en realidad era un constructo que no gustaba a todos. Recuerdo una experiencia concreta de llamar a una persona para entrevistarla, preguntarme cuál era el motivo de mi llamada, contestarle que estaba estudiando la disidencia de los partidos prosoviéticos, decirme que él nunca había sido prosoviético y colgarme el teléfono.
Aprendí que prosoviético era un epíteto muy conflictivo. Se utilizó hasta la saciedad, construido en parte por sus enemigos políticos y por la prensa del PCE de la época y, en parte, reapropiado como un cierto remarcamiento identitario, igual que ocurre con colectivos marginados: los afroamericanos con nigger, el colectivo LGTBIQ con marica o queer… Esta cosa de convertir un estigma en un motivo de orgullo ocurre también aquí, en algunos momentos y contextos, con prosoviético, que a todo el mundo, mal que bien, lo retrotrae a seres mayores y grises que no se enteran de qué va la vaina. Pero pensemos en otra palabra con la que sucede algo parecido: rojos. Gente puede decir con orgullo que es roja, o reivindicarlo en algunos contextos, pero a nadie se le ocurriría plantear un estudio sobre los rojos, porque la carga negativa, construida por muchos años de propaganda del régimen franquista, existe más allá de que en un momento dado el colectivo afectado la pueda utilizar de esa manera.
El período de estudio abarca hasta la caída de la URSS. ¿Qué significa esa caída para este mundo del que, de cualquier modo, la Unión Soviética era un referente importantísimo, aunque fuera en los términos señalados por Montalbán: si no como la vanguardia del proletariado, al menos como su retaguardia?
Llega muy tocado a los años finales del socialismo real. De forma más o menos general, vieron con muy buenos ojos el proceso de reformas de la Unión Soviética: la glásnost, la perestroika… Incluso los procesos de reforma de las democracias populares eran vistos en un inicio como una renovación del leninismo y explicados con la jerga tradicional de la cultura política comunista.
Después, cuando se produce la destrucción de los sistemas con partidos comunistas en el poder, eso significa un mazazo tremendo, tras el cual el relato de lo sucedido sí se vuelve muy crítico. Los testimonios orales te transmiten casi la desolación de una pérdida personal; como si se perdiese un familiar, aunque suene un poco exagerado. Aunque fuera en la retaguardia, como decía Montalbán, no dejaba de ser algo que formaba parte de tu identidad como un ideal que no tenía por qué ser lo que sucedía literalmente en la Unión Soviética, pero sí lo que había querido ser o lo que vendía que era: una sociedad con justicia social, con solidaridad internacionalista, con valores humanistas… Después de 1991, si ya la hegemonía neoliberal vuelve las cosas muy difíciles para los partidos comunistas grandes, este mundo se vuelve francamente contracultural.
PERO… ¿ALGUIEN SABE QUÉ DEMONIOS ES LA «IZQUIERDA HOY? (VÍDEO)
Vivimos en la actualidad una crisis capitalista que posiblemente carezca de precedentes y que se manifiesta ya, de manera abierta, en forma de guerra y de un crecimiento espectacular de las desigualdades y la pobreza. Pero, en medio de esta vorágine económico-social, ¿existen proyectos políticos de izquierda que estén creciendo en respuesta a esta crisis y como alternativa de cambio a esta situación? Para debatir sobre este tema, contamos con la doctora y militante comunista Nines Maestro, y con Manuel Medina, profesor de Historia y colaborador habitual de Canarias-semanal
https://canarias-semanal.org/art/33709/debate-a-contracorriente-pero-alguien-sabe-que-demonios-es-la-izquierda-video
¿Hubo realmente transición?. ¿No la cocinaron los que tenían desde el golpe del 36 la sartén por el mango?. ¿No siguen mandando en la economía y en todos los poderes del estado esos mismos?. Es preciso desenmascarar y partir de la realidad sin autoengañarnos si queremos intentar, que no digo que lo consigamos, cambiar las cosas.
Sería ideal que lxs comunistas fueran un poco menos rígidos, más espontáneos y lxs anarquistas un poco más disciplinadxs, sería conveniente y magnífico.
Ser rojos ha sido un orgullo hasta hace poco, sobre todo en algunas Comunidades más despiertas que las de interior que por lo general somos gente más dormida, ha pasado a ser algo peyorativo en los últimos años en que la derecha está avanzando en toda Europa y éso les envalentona, pero llamarme roja para mí es un piropo. Es cultura, es progreso, es estar despierta.
Yo misma padecí una depresión cuando tumbaron, había muchas ganas de hacerlo, a la Unión Soviética. Sin ser profeta me vi venir todo lo que ha venido y lo que está por venir y ver.
Desde aquellos grandes lacayos del capital Thatcher/Reagan son muchos años de martillearnos con «there is no alternative» y mucha gente que se decía de izquierdas cuyas convicciones tal vez no eran muy profundas se dejó convencer.
BANGLADESH. Monumento con hoz y martillo en homenaje a los 1.115 trabajadores muertos.
Se cumplen 10 años del derrumbe del edificio Rana Plaza en Daca (Bangladesh) con 1.115 muertes y 2.500 heridos. Hacían ropa para Inditex, Primark, El Corte Inglés o Mango. Las trabajadoras textiles han hecho allí un monumento en honor a las víctimas con una hoz y un martillo.
https://insurgente.org/bangladesh-monumento-con-hoz-y-martillo-en-homenaje-a-los-1-115-trabajadores-muertos/
Es tan raro oír en televisión una voz comunista… Villarroya lo vuelve a hacer.
Bravo, Villarroya, bravo, bravo y bravo. Cuantas verdades; pero ya ves que predicas a fanáticos manipulados. Desesperante.
https://insurgente.org/es-tan-raro-oir-y-ver-en-television-una-voz-comunista-villarroya-lo-vuelve-a-hacer/