Análisis

El asco de escuchar a periodistas alabar a Qatar

Para que Eva Kaili se permitiese elogiar las políticas laborales de Qatar ante el Parlamento Europeo han sido necesarios años de lavado de imagen de regímenes antidemocráticos por parte de periodistas y empresas como el Barça.

Imagen de una investigación de Human Rights Watch

Cuando los talibanes volvieron al Gobierno en Afganistán, pocos fueron los políticos y comunicadores que no agitaron ante las cámaras su insoportable dolor por el futuro que les esperaba a sus mujeres y niñas. Ni una palabra merecían las decenas de miles de familias afganas que sobreviven encerradas en los infiernos que son los campos de refugiados de las islas griegas. Qué importaba que miles de niños y niñas crezcan sin colegio, asediados por las ratas y queriendo matarse, como ha documentado Médicos Sin Fronteras.

Cuando las mujeres iraníes salieron a la calle tras el asesinato de Mahsa Amini por no llevar totalmente cubierto el cabello, pocos fueron quienes no vocearon su asco por el régimen islámico y menos quienes no ensalzaron la valentía de las iraníes para enfrentarse a los reaccionarios. 

Apenas unas semanas después, llegaba el Mundial de Fútbol y los derechos de las mujeres qataríes despertaron la empatía de muchos menos. La posibilidad de boicotear el evento como medida de presión ni se barajó y, según pasaban los días, cada vez más periodistas y políticos se olvidaban de las prácticas criminales del petroestado a la vez que le felicitaban por sus dotes organizativas porque… ¿a quién le importa siquiera parecer coherente o digno? Ahora que la selección española ha perdido y está de vuelta en casa, les resulta menos problemático mostrarse sorprendidos porque, presuntamente, altos cargos del Parlamento Europeo hayan cobrado comisiones por presentar Qatar como un Estado respetable y favorecer así sus relaciones con Bruselas (no me quiero imaginar sus golpes de pecho cuando descubran que el rey emérito Juan Carlos I no ha podido ser juzgado por las cuantías millonarias regaladas por la una, grande y libre Arabia Saudí o el sultán de Baréin).

«Qatar marca el rumbo en derechos laborales, la abolición de la kafala y la introducción del salario mínimo», declaró unos días antes de ser detenida Eva Kaili, vicepresidenta de la Eurocámara. Si lo dijo sin temor a ser reprobada, y  con la altivez con la que Díaz Ayuso sostiene que ha reforzado la sanidad pública, es porque en el Parlamento Europeo llevamos décadas escuchando cerradas defensas a adalides de las libertades y los derechos fundamentales como Gadafi, Putin, Netanyahu, Bush Jr, Jinping o Mohamed VI, entre otros. Y habrá quien haya decidido creer que las motivaciones de los eurodiputados era el pleno convencimiento de que Libia, Rusia, Israel, Estados Unidos, China o Marruecos eran y son ejemplos a seguir.

Para cuando la ultraderecha llegó a dilapidar los Parlamentos de la Unión Europea, el cinismo de socialdemócratas y conservadores ya había carcomido su credibilidad entre los demócratas. Por mucho que algunos exageren su preocupación por el impacto que esta trama de corrupción puede alcanzar entre la ciudadanía, la verdad es que, desgraciadamente, pocos esperan nada de Bruselas desde, al menos, la gestión del crack de 2008.

Y aun así, cuando estamos a punto de creer que ninguna nueva muestra de desvergüenza nos puede volver a sonrojar, siempre aparece algún espontáneo que, con un desparpajo disfrazado de bisoñería, suelta la gota que desborda tanta tolerancia ante la ignominia. Por ejemplo, una directiva de un medio deportivo que se acerca a un micrófono para decir, rodeada de colegas de medios de comunicación, que les habían vendido que Qatar era un país donde, sobre todo, las mujeres tendrían muchos problemas, pero que Qatar les está tratando de manera espectacular, que probablemente este sea el Mundial mejor para trabajar.  

Petrodólares y fútbol para mirar a otro lado

Qatar, el gran aliado del vilipendiado régimen iraní y la dictadura que acoge la mayor base militar en la región de Estados Unidos. Qatar, el mismo régimen que es acusado por Washington de apoyar a grupos a los que considera terroristas como Hamás o los Hermanos Musulmanes. Qatar, el país a sus enemigos en la región, como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudi, señalan como financiadores de los Talibán, de Al Qaeda y de Estado Islámico. Qatar, que según The New York Times, apoya a los grupos islamistas de todo el mundo con «un suelo seguro, mediación diplomática, ayuda financiera y, a veces, armas». 

Y entonces te dices que ojalá fuesen solo, y presuntamente, la vicepresidenta de la Cámara Europea, y unos cuantos eurodiputados, y un padre, y varios asesores. Que ojalá fuese solo el Barça, que durante años se financió lavando el nombre de Qatar llevándolo en su equipación. Que ojalá fuesen solo algunos líderes políticos, que no tienen ningún problema en defender regímenes criminales mientras les hagan el trabajo sucio o les resulten económicamente beneficiosos. Que ojalá fuesen solo algunos opinadores que, obnubilados por el extraordinario trabajo de la cadena qatarí Al Jazeera, confunden la parte con el todo, su financiador con la valía de sus profesionales.

Pero la verdad es que no. La verdad es que los más de 6.500 migrantes que The Guardian reveló que han muerto construyendo las instalaciones para el Mundial en Qatar tienen el mismo poco valor que los miles que murieron levantando las pistas para el Mundial de Atletismo de 2019, o los miles que morían antes levantando las ciudades faraonicas de la monarquía. La verdad es que a quienes no les importa que las mujeres en Qatar tengan que tener el permiso de un hombre para casarse, trabajar, viajar o para recibir tratamientos de salud, no les importan los derechos de las mujeres afganas o iraníes ni los sacrificios que asumen para defenderlos. Que quienes se vanaglorian de que Qatar les recibe de manera espectacular están despreciando, desde su poltrona de privilegios, a todas las personas del colectivo LGTBIQ+ que son encarceladas allí por su orientación sexual o por su identidad de género. Y que quienes agradecen las facilidades que sus autoridades les han puesto para trabajar se están riendo de todas las personas represaliadas, sencillamente, por criticar el régimen. Muchas de ellas sí que podrían llamarse a sí mismas, y con la cabeza muy alta, periodistas… Y por supuesto que hay dictaduras mucho más crueles. Pero dejemos de templar gaitas cuando hablamos de los responsables de tanto dolor.

De verdad, el derroche de tanta hipocresía y cinismo, además de asqueroso, es muy peligroso. Están consiguiendo su objetivo: que cada vez una mayor parte de la ciudadanía crea que todo vale y que todos son iguales. No es verdad, pero lo parece. Y en democracia la forma también es fondo. Y no hay tragaderas suficientemente grandes para lavar tanta indignidad.

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