Opinión
¿A ti qué te importa si le grito a mis hijos?
"La familia no son siempre esas personas que te quieren, te apoyan y te aceptan. A veces son esas personas que te hieren de gravedad en el alma y te dejan cicatrices vitales", reflexiona Ana Veiga.
Y a ti, ¿qué te importa? Es una de las frases que podemos escuchar en el último anuncio del Ministerio de Derechos Sociales. Esta campaña presenta a diferentes padres y madres pronunciando frases tantas veces dichas y oídas cuando alguien les increpa por gritar o agredir a sus hijos e hijas. ¿A ti qué te importa si le cruzo la cara? Si le digo que no vale para nada. Si le grito hasta hacerle llorar. Son palabras muy interiorizadas que suelen ir precedidas de insultos hacia los menores o pequeños gestos violentos que no son para tanto según esos progenitores.
Lo cierto es que más de una vez caminando por la calle he visto gestos de este tipo con niños y niñas que parecen pertenecer a sus padres como puede pertenecer un coche o una casa. Más de una vez me he cruzado con ellos. Más de una vez he pensado en decirles algo. Más de una vez he intentado hacerlo pero me ha podido el pensar –porque sí, lo tenemos interiorizado– que son sus hijos y que quizá me metía donde no me llamaban. Más de una vez he clavado la mirada en esos padres y madres hasta que, al notarlo, se avergonzaban y sutilmente empezaban a moderar su tono al sentirse observados. Me gustaría decir que más de una vez me he metido en medio pero fue tan solo una; y me dijeron ¿a ti qué te importa?
No creo que muchos de esos adultos fueran siquiera conscientes del agravio. Es una violencia normalizada y aprendida hacia los más pequeños porque es la que las generaciones que ahora son padres y madres han sufrido cuando era menores. Yo, a punto de unirme a ese barco de ser madre, me planteo cómo reacciono ante la frustración, cómo gestiono los conflictos y cómo lo han hecho conmigo. Y por qué nos salen de forma automática con los niños y niñas pero no con nuestras amigas o compañeras de trabajo. Me preocupa pensar que hay una relación de poder donde nos creemos con derecho a chillarles porque son nuestros.
No es fácil sacarse esos vicios con los que hemos crecido y que nos han modelado como adultos, por mucho que sepamos que son malos, mejorables, injustos; que no se grita aunque tengas razón, que no se pega aunque te desobedezcan, que no se le llama tonta porque no ha hecho lo que crees que debía.
La campaña da en la diana porque señala precisamente uno de esos vicios de nuestra sociedad, de los más normalizados, que puede ser el inicio de un bucle de repetición cuando esos menores se conviertan en el futuro en padres y madres. Y que, en algunos casos, puede desembocar en verdaderos casos de maltrato físico y psicológico. Desde luego, la campaña nos toca o nos ha tocado a todas y todos.
No puedo decir que me sorprenda pero sí que me sigue anonadando la reacción de la ultraderecha ante este anuncio. Nos atacan, han dicho veladamente a sus seguidores. Van a por nosotros. Sin darse cuenta de que incluirse en ese nosotros es autoseñalarse. “La familia es el último reducto de civilización frente a la barbarie que está en el Gobierno”, ha dicho Jorge Buxadé con solemnidad impostada.
Pero la familia, señor Buxadé, no es siempre lo que debiera. Y desde luego no es un arma arrojadiza para subir en las encuestas. La familia no son siempre esas personas que te quieren, te apoyan y te aceptan. A veces son esas personas que te hieren de gravedad en el alma y te dejan cicatrices vitales. La familia real es, muchas veces, la que una elige, la que te sostiene en los peores momentos, la que te levanta del fondo cuando lo tocas y te enseña a mirar hacia arriba, fuera del hoyo, para que veas que sigue habiendo luz. Decir que hay UNA familia es como decir que hay un solo tipo de persona, un solo tipo de mujer o de hombre, un solo tipo de matrimonio, de amistad, de amor. Un solo tipo de vida. No lo hay. Y negar la evidencia solo nos devuelve al ostracismo a esas personas que no han tenido una familia digna de una serie de comedia de tarde, que han sufrido golpes y dolor, que han buscado fuera el amor que no sentíamos dentro, que han entendido que a veces no hace falta salir para encontrar monstruos. Y esa realidad está ahí. Existe.
La familia no siempre es una “comunidad de vida y amor”. Decir eso es negar la memoria de las 40 mujeres asesinadas por violencia machista en 2022.
La familia no siempre es un espacio donde un ser es “respetado por lo que es”. Afirmarlo solo niega la versión de los 100 jóvenes acogidos por la Fundación Eddy-G y muchos otros que han tenido que irse de casa por decir que son gays, lesbianas, transexuales…
El concepto de familia es lo que cada persona haya vivido. Y negarlo es no solo necio sino miope y busca seguir simplificando en blanco o negro una realidad llena de matices.
Ojalá alguien hubiera parado a mi familia. Ojalá hubiera sido responsabilidad de una sociedad formada, adulta y sana.
Qué importante es inmiscuirnos en la educación de nuestros menores!
La frase con la que comienza el artículo me llegó. Como alguien que creció en la pobreza sufriendo maltrato físico y psicológico de parte de sus padres y hasta sexual de parte de tías que dejaban «cuidándome», les puedo garantizar que la familia para mí ha sido un infierno como para muchísimas otras personas a lo largo y ancho del mundo.
da risa como tanta gente se llena la boca diciendo que «la familia es la base de la sociedad. Y pues… la sociedad es una basura y si una cadena de relaciones impuestas a la fuerza con gente que no escogemos por la excusa de «los lazos de sangre» como si de animalitos intentando preservar una manada se tratara es en lo que se basa pues, ¿a quién sorprende?