Internacional
La lucha para que el agua potable llegue a una comunidad indígena de Ecuador
La comunidad indígena ecuatoriana Caliata trabaja para disfrutar de agua potable en todos sus hogares. La Universidad de Sevilla y la Universidad Nacional de Chimborazo unen sinergias para la realización del proyecto.
Joaquín Caranqui señala un punto concreto. Por ahora parece solo un concepto, un ambicioso proyecto, pero su dedo apunta al lugar donde se construirá el pozo de agua potable que cambiará la calidad de vida de toda su comunidad. La ilusión, y un especial sentimiento de pertenencia a Caliata, la comunidad indígena Kichwa-Puruhá a la que pertenece, empujan desde hace años a Joaquín, y a gran parte de su familia, a trabajar voluntariamente por su comuna. Los años de experiencia le han regalado nervios de hierro y paciencia infinita, cualidades más que necesarias para afrontar todos los inconvenientes que va encontrándose por el camino.
Actualmente Joaquín Caranqui es el secretario de la Junta del Agua de Caliata, una comunidad indígena de aproximadamente 140 familias en el sector Flores del cantón Riobamba, Ecuador. Antiguo presidente de la Junta, lleva años movilizándose para conseguir que todo el vecindario tenga acceso a agua potable en sus viviendas. Para elegir a los representantes de dicho consejo, cada dos años, aproximadamente, los vecinos y vecinas de Caliata proponen un nombre para cada puesto. Los elegidos deben aceptar y ponerse al servicio de la comunidad, o buscar otra forma de compensarlo si les es imposible tomar la vacante.
Caliata y el agua
Caranqui vive de la agricultura, y tiene clara su función para con su comuna. “Llevo toda mi vida aquí, a mi me interesa la diligencia del Consejo, hacemos el bien a la comunidad, pero no nos llevamos absolutamente nada, es voluntario”. Sentado frente a la puerta de su vivienda, Joaquín explica: “Una familia representa una casa. En Caliata tan solo 50 familias tienen acceso a agua en sus viviendas”. Antes de llegar a Caliata, el agua provee a otra comunidad cercana, lo que provoca que la cantidad que llega a los caliatenses sea insuficiente, y la calidad, a causa del estado de las tuberías que la transportan, en muchas ocasiones, pésima. “Dos horas al día funciona el agua en casa”, comparte. Los pueblos indígenas en el Ecuador encuentran especiales dificultades para acceder a agua potable debido a diversos motivos, entre ellos, la indiferencia gubernamental y los conflictos reiterados por el control de sus tierras y recursos naturales.
El acceso al agua dentro de esta comunidad es dispar. Existen familias que deben buscarla en un reservorio que comparten con la comunidad vecina Pompeya. Otras, las más privilegiadas, pueden disfrutar de dos escasas horas en las que el agua llega directamente a un grifo en sus viviendas. De la consciencia de esta situación y la necesidad de crear otra más equitativa, surge la idea interna de llevar a cabo un proyecto tan ambicioso en la región: un nuevo pozo exclusivo para la comunidad de Caliata que provea de agua potable a las 140 familias que viven en la zona. La Junta del Agua de Caliata, formada por el secretario, Joaquín Caranqui, el presidente, Ángel Bolívar, dos vocales de agua y un tesorero, es la encargada de gestionar este nuevo plan y de buscar una solución que resulte eficiente.
En 2019 se realizó un proyecto de identificación y estudio de las dificultades de acceso al agua en diferentes comunidades indígenas de la región, incluida Caliata. La Universidad Nacional del Chimborazo, la UNACH, con antecedentes en proyectos sociales y humanitarios en las comunidades indígenas del Ecuador, unió sinergias con la Universidad de Sevilla (US) para llevar a cabo un proyecto de ayuda humanitaria. Las primeras relaciones entre ambas instituciones se llevaron a cabo a través de Paolo Catelan, profesor de Física residente en Riobamba, y Bernabé Alonso Fariñas, profesor ingeniero de la US. En el acercamiento inicial con el terreno y la tomografía participó también Benito Mendoza, ingeniero ambiental y profesor de la UNACH. Catelan ya era conocido entre las comunidades de la provincia del Chimborazo por participar y dirigir numerosos proyectos de este calibre, no era un extraño para los caliatenses. Esto facilitó la puesta en práctica del proyecto conjunto en el que han participado este verano varios estudiantes de la universidad andaluza.
Cuatro años más tarde, se vuelven a analizar las necesidades en Caliata y, tras realizar exhaustivos estudios del subsuelo del terreno, se encuentran resultados alentadores. Caliata se encuentra en una zona de pendientes que forman terrazas. Es rica en afloramientos de agua subterránea a poca profundidad, alimentada por las precipitaciones y el páramo que rodea las partes altas del sector. No obstante, aunque la tomografía realizada detecta mucha humedad en el terreno, algunas características obligan a cambiar el plan de acción. “El flujo apreciable de agua subterránea se encuentra a una profundidad de 35 metros, sale más abajo en la quebrada y se presenta en superficie por efecto de la falla geológica, pero esto también supone la posibilidad de desprendimiento del terreno”, concluye el informe realizado por Mendoza sobre el proyecto en Caliata. Por peligro de perjudicar acuíferos cercanos y su potabilidad, la decisión de realizar un pozo se anula y se fija un nuevo objetivo, construir un sistema de drenaje semi-enterrado que provea de agua a todas las familias de Caliata.
Se comienza a perfeccionar el nuevo plan de acción. La perforación se realizará en un terreno concreto de la comunidad. Para ello, se reúne un equipo de profesionales pertenecientes tanto a la UNACH como a la Universidad de Sevilla. En Ecuador, la ley de aguas es firme y clara, el agua es un bien común preciado, con fuerza para imponer su propia ley por encima de propiedades privadas, recelos o conflictos internos. En Caliata, este principio se conoce, pero ceder no siempre es fácil. Los estudios del terreno realizados por los técnicos de la UNACH mostraron una gran fuente subterránea de agua potable en un solar al borde de la frontera, intangible, de Caliata con la comunidad vecina de Pompeya.
El terreno elegido es de la familia Vinlasaca, una familia numerosa con una amplia propiedad en Caliata. El terreno está dividido a gran escala en dos partes. Una, sin cultivar, pertenece a Nicodemos, el cabeza de familia; la otra parte la regenta su prima, Rosa Esther, con ayuda de dos de sus hijas, Delia y Carmen. Nicodemos Vinlasaca vive en Riobamba, ciudad cercana (a media hora en coche aproximadamente), donde trabaja como taxista. Allí tiene su residencia habitual su hermano Aníbal, quien también participa en la toma de decisiones sobre el destino del terreno deseado. Tras un primer acercamiento, la respuesta que se le da a la comunidad es clara, la familia no quiere ceder la parcela.
Tierra de yaku
La casa de la familia Vinlasaca, donde viven la abuela de Nicodemos, doña Dolores, su prima Rosa Esther, las nietas y nietos, y varios parientes más, es una de las viviendas que no posee agua potable en Caliata. Todos los días Delia y Carmen, hijas de Rosa Esther, bajan al reservorio fronterizo con Pompeya para recoger el agua que les servirá para beber, cocinar, asearse y limpiar. La existencia de un tanque en su terreno aseguraría el acceso directo desde el domicilio, pero aun así la familia de Nicodemos no lo ve claro. Tras algunas reuniones entre la Junta del Agua, la presidenta de la comunidad, Edith Caranqui, y otros vecinos, aceptan.
Ceden un metro cuadrado de terreno para la construcción del drenaje que, si los cálculos planteados son correctos, permita proveer de agua de calidad a toda la comunidad. Los primeros estudios exahustivos en el terreno por parte de los ingenieros del proyecto indican que esas dimensiones son insuficientes, se necesita un mínimo de diez metros cuadrados. La noticia no se acepta de buen grado, la familia necesita la tierra.
“Para las vaquitas, para cultivar. Nosotras vivimos de lo que trabajemos aquí”, comenta Delia. Rosa Esther, viuda y prima de Nicodemos, es quien trabaja la tierra cultivada de la parcela, ayudada por Delia y Carmen. Ellas son también las encargadas de avisar a Nicodemos si algún intruso entra en el terreno u ocurre algún altercado. “Mi primo vive en Riobamba, allí vende algunas de las cosas que cosechamos, los cereales, la leche”, explica.
“Nicodemos espera que desde la Secretaría del Agua venga un técnico y diga qué tamaño se necesita (para el pozo). Eso es lo que espera”, explica Joaquín. La comunidad sufre la decisión de Nicodemos, a priori egoísta. Delia intenta aclarar un poco la situación, creando puentes entre la visión de su familia y las exigencias de los caliatenses. “La Junta no ha comunicado bien a mi primo Nico. Piden y piden, pero nosotros tenemos las vaquitas y los borregos que tienen que beber en esa tierra”, comenta.
Sus hermanos mayores viven en Riobamba, donde estudian o trabajan mientras Delia permanece en Caliata. Tampoco sale de la ciudad para vender el cereal que cultivan, esa tarea la gestionan sus primos mayores. “No me gusta mucho el campo, pero toca vivir”, señala mientras pasea por el terreno de su mamá, limitado al de Nicodemos por contornos invisibles que solo pueden reconocer aquellos que los trabajan como rutina. “Este terreno tiene mucha agua. Aquí le dicen yaku”, comenta Delia caminando por delante de las vacas. «Está preñada”, señala. Su tía abuela, doña Dolores habla apenas unas palabras en castellano, Delia le hace las veces de traductora. “Cuando era pequeña me hablaban mezclado, entre español y kichwua, pero no soy tan buena con el kichwua”.
“Pero cuando morimos, todo queda, nosotros nos vamos”
El 17 de agosto la comunidad se reúne. Nicodemos ha sido convocado y llega junto con su hermano Aníbal desde Riobamba. La Junta del Agua confía en que, con la presencia de los vecinos, ambos se muestren más flexibles en cuanto a las dimensiones que cederán del terreno familiar. En esta ocasión, está presente el presidente de la Junta, Ángel Bolivar, quien reside en Guayaquil pero que visita con frecuencia Caliata, su comunidad natal. “Yo he venido a escuchar su posición, Bolívar”, comienza Nicodemos, “vayamos allá a la sombra”. La reunión, que se extendía de manera informal por el camino principal de Caliata, se traslada de esta manera hacia el comienzo del terreno de Nicodemos. Los vecinos toman sitio y aguardan el comienzo de tan esperado encuentro.
El ambiente es distendido, Ángel se enzarza en un diálogo directo con Nicodemos mientras los caliatenses presentes comentan la situación. El presidente de la Junta comienza resumiendo los hechos. Joaquín Caranqui recibió una llamada que confirmaba que debían seguir esperando. El técnico del SENAGUA, quien debe analizar el terreno, hacer de mediador entre las partes y decidir las dimensiones necesarias para el reservorio, está de vacaciones. “Yo no voy a decidir cuántos metros, pero lamentablemente no ha venido hoy el SENAGUA como prometió que haría”, comenta Ángel. Incide en la idea de que los beneficiarios del pozo no serán unas cuantas familias, sino toda la comunidad de Caliata.
El presidente de la Junta mantiene la conversación con Nicodemos, consciente de que toda la comunidad está pendiente de sus palabras. Las expresiones kichwas de los presentes se mezclan con la charla en español entre los dos protagonistas. “Nosotros somos pasajeros, somos turistas no más. Cuanto vivimos, necesitamos, agua y terreno. Pero cuando morimos, todo queda, nosotros nos vamos”, medita Ángel Bolívar. Se explaya en comentar la situación actual de Caliata: «Esta agua que ahorita nos llega no es segura, hay problemas de tuberías, y además no abastece. Las nuevas parejas no tienen agua en casa, para eso, hermano, es todo lo que se va a hacer, para las nuevas generaciones también”. Reconoce entre risas que pasa más tiempo en Guayaquil, pero es caliatense. “El agua no irá a otras comunidades, queda para nosotros mismos, Nicodemos”. El interpelado resuelve: “Yo jamás dije que no llevaran agua. Ahí está, llévenla. Pero vamos a respetar el precio”.
Ambos dicen fiarse del técnico del SENAGUA, parte imparcial en el conflicto y cuyo informe, sumado al de los técnicos de la UNACH, Benito Mendoza y Paolo Catelan, sentenciará cuántos metros de la vertiente son necesarios para satisfacer los objetivos de la comunidad. Ángel dice que si la decisión del técnico no convence a la familia, puede decidir qué metros va a ceder y a cuáles les pondrá un precio, que la comunidad se encargará de financiar. La conclusión final parece convencer a todas las partes, se esperará a que el técnico vuelva de vacaciones, se esperará al veredicto del SENAGUA.
Una minga por la yaku
Resulta cuanto menos curiosa la forma en la que la comunidad se organiza para proyectos como este. La palabra “minga” es protagonista en las conversaciones internas sobre el posible pozo o reservorio. Una minga es una reunión de vecinos con el objetivo de realizar un trabajo común, que, en este caso, les beneficia a todos. Joaquin Caranqui explica: “El proyecto está financiado por la UNACH, pero solo hasta un punto, luego haremos la minga. Si no puedes estar, tienes que colaborar de otra manera, normalmente pagando diez dólares por día de trabajo”. Con el dinero recaudado se financian los materiales para la obra y la comida de aquellos que sí trabajan. María y Carmen, ambas vocales de agua de la Junta, son las encargadas de comunicar a Caliata los días fijados para las mingas. “Yo comunico cuándo son las sesiones. Voy de casa en casa y en una hora me recorro la mitad de Caliata”, cuenta María.
María nació y se crió en Pompeya, pero vive en Caliata desde que se casó con Rubén, caliatense. Tiene formación como veterinaria y le apasionan los animales, sentimiento que intenta que hereden sus hijos, Sisary y Josué. Sobre su función como vocal del agua, María ríe y explica: “A veces digo ‘¿ay Dios, por qué?’. La gente es complicada, pero de todo se aprende”.
“El ingeniero Catelan dijo que hay bastante agua, chuta, yo no sé si la tierra resistirá porque la tierra está floja, pero no vamos a dejar que el agua empozone sino que va a succionar para arriba. No ha de estar ahí concentrada”, comparte María. El conflicto entre la comunidad y la familia ha ralentizado el proceso del proyecto y, como parte de la Junta, es una de las vecinas que más ha sufrido día a día ese peso. “Por ejemplo, a Rosa Esther no le va a afectar, no es su tierra, pero a veces la humanidad se endurece en sí misma. Estamos tratando de hacerla entender también, porque ella piensa que nosotros vamos a lucrarnos de eso, y no es así”, comenta mientras vigila que Sisariy no se lleve a la boca nada que encuentre por el suelo. “Yo diría: que me den una llavecita de agua, y que hagan, no más”, aunque reconoce, que quizás cambiase de opinión si la situación afectara directamente al terreno de su familia.
El principal objetivo del nuevo reservorio es que Caliata tenga a su disposición agua de calidad para su consumo, pero la Junta del Agua ya plantea otras posibilidades para conseguir el máximo beneficio del proyecto. Casi todas las familias poseen terrenos en Caliata, y curiosamente el paso de los años no ha dividido las propiedades entre las nuevas generaciones. Muchos hijos deciden o se ven obligados a emigrar a ciudades como Riobamba o Quito, por lo que los terrenos vuelven a reunificarse. “Está aumentando la tierra. Si emigra un hijo, el resto de hermanos se queda el terreno”, explica Joaquín Caranqui. Por ello, resulta verdaderamente acertada una de las ideas del consejo de Caliata: usar el excedente de agua que no se utilice diariamente para consumo doméstico en el cultivo de pequeños huertos familiares. Esto daría más independencia económica a las familias, y se fomentaría una agricultura local.
En septiembre, el SENAGUA decidió finalmente que las dimensiones necesarias eran seis metros cuadrados, a la par que la Universidad de Sevilla daba el visto bueno de proseguir con el proyecto pese al imprevisto retraso en el tiempo. Con esas medidas, podrá hacerse el sistema de drenaje semi-enterrado, dejando además una distancia prudente con el resto del terreno que asegure la protección del agua potable de posibles contaminaciones, por ejemplo, por la presencia cercana de animales. Tras la sentencia, la comunidad llegó a un acuerdo interno con la familia de Nicodemos, quien cedió el terreno para realizar el ansiado proyecto. Tierra rica en yaku, Caliata aguarda el momento de disfrutar de la fuente de vida que esconde desde hace décadas bajo sus pies.
Gracias por este reportaje que nos transporta directamente al lugar y a la situación.
Tantos mundos que necesitan de vuestra mirada…