Cultura | Opinión

#UnAñoFeliz (3) | Gracias, Just stop oil

"Para mí, un Van Gogh no vale una vida humana [...] Pero sí deberíamos analizar las razones de nuestra beligerancia contra acciones que tan poco daño producen mientras asistimos pasivamente a quienes destruyen el futuro de generaciones", escribe José Ovejero.

Momento de la protesta en el Museo del Prado. Cedida por Futuro Vegetal

Este artículo pertenece a la serie de José Ovejero #UnAñoFeliz, cada dos semanas en La Marea.

Estoy convencido de que habrá mucha gente que, al leer el título del artículo, negará con la cabeza y murmurará: «Vaya, otro imbécil». Los más benévolos (espero que haya alguno) quizá digan con pesar: «Qué pena, y eso que parecía listo».

Tengo que confesar, pero no con ánimo de congraciarme, que entiendo en parte muchas de las críticas que se han hecho a esa forma de protesta y que quizá podrían resumirse en cuatro ejes:

–Las protestas deben hacerse frente a los causantes, no ante terceros que no tienen nada que ver con el asunto; ejemplares serían, entonces, las acciones de Greenpeace interponiéndose entre ballenas y balleneros o colgando un cartel contra el cambio climático en una torre de Iberdrola.

–Las grandes obras de arte son insustituibles y atentar contra ellas es atentar contra la civilización. El patrimonio está por encima de la ideología.

–La destrucción nunca puede ser constructiva; o, como escribía una crítica de arte en Twitter: «Existen otras vías, las de las manifestaciones pacíficas y que conciencien…».

-Por último, (quizá el argumento más hipócrita): pobre personal de la limpieza, obligado a limpiar los daños de esos niñatos interesados solo en el postureo.

Sí, claro, seguro que hay formas más eficaces de protesta; por supuesto, el arte es un patrimonio de la sociedad (no solo el que está en los museos); claro que la violencia debe ser el último recurso de la protesta (aunque no me parece  violento, sino simbólico, tirar pintura a un cristal aunque pueda estropear un poco el marco); claro, claro, el sufrido personal de la limpieza tiene que limpiar detrás de los y las activistas, argumento que valdría también para cualquier manifestación, pintada, celebración de hinchas de fútbol, y para el Día de las Fuerzas Armadas. Pero no voy a entrar en detalle en la crítica a estos argumentos (ya lo han hecho otras y otros), que a menudo son racionalizaciones del rechazo a toda forma de activismo.

Lo que quiero contar es por qué me alegro de que hayan tenido lugar, aún lo estén teniendo, esas acciones. Aunque no todos me gusten, siempre me parece útil cualquier acontecimiento que revele lo que somos como sociedad, eso que ocultamos incluso ante nosotros mismos: las reacciones al derribo de estatuas de héroes del colonialismo; el ascenso de Trump o Bolsonaro con el apoyo de personas que hasta ese momento nos parecían sensatas; nuestra forma de soportar los homicidios en la valla de Melilla. Cómo respondemos a la ruptura de cualquier consenso, aunque solo fuese aparente, es una oportunidad para hacer autoexamen. Por ejemplo, para preguntarnos por qué buscamos los puntos débiles de esa acción, cuando a menudo nuestra pasividad o nuestras formas de intervención en la vida pública –por ejemplo, la mía, escribiendo cómodamente desde casa– son aún menos efectivas.

Así, me parece fascinante el escándalo provocado por estos hombres y mujeres que se pegan a un cuadro o a una pared del Museo del Prado y que al hacerlo parecen atentar contra los símbolos intocables de nuestra convivencia. No nos escandaliza lo mismo que entre los patrocinadores del Prado se encuentren empresas acusadas, y a menudo convictas, de acciones que atentan contra el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas, y que van desde la manipulación de precios a delitos medioambientales. No me parece más grave este levísimo atentado contra el patrimonio, que la destrucción, eso sí, acordada por nuestros representantes electos, de edificios de valor artístico, a veces reduciendo su nivel de protección por ley, que para eso sirven las mayorías.

Una sociedad no solo se define por sus valores proclamados, sino, sobre todo, por sus indiferencias: hubo en su momento quien se alegró de la invención de la bomba de neutrones, porque así las guerras no destruirían las obras maestras albergadas en museos e iglesias, edificios icónicos. Para mí, un Van Gogh no vale una vida humana; y no es que los contraponga, porque por suerte no tenemos que elegir. Pero sí estaría bien que analizásemos las razones de nuestra beligerancia contra acciones que tan poco daño producen mientras asistimos pasivamente a quienes destruyen el futuro de generaciones… no, no para el bienestar de la nuestra o las siguientes; ni siquiera esa justificación se tiene en pie; sino para acumular aún más millones en paraísos fiscales, para repartir dividendos entre accionistas y conceder salarios astronómicos a sus directivos. Por ejemplo, vaciar un pantano en tiempos de carestía de la electricidad no busca el progreso de nadie, sino el enriquecimiento de unos pocos aunque dañe de manera grave a muchos. 

Así que sí, me han alegrado las acciones recientes de Just stop oil. Quien ataca al consenso –y tendréis que reconocer que con daños mínimos– nos hace un gran favor: nos da la posibilidad de examinar nuestros juicios morales, nuestras indiferencias, nuestras irritaciones. Y desde dónde los enunciamos.

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Comentarios
  1. Hay crisis alimentaria: dejen de usar alimentos como combustible de una vez.
    A pesar del aumento del hambre, de problemas de abastecimiento y de la subida de los precios de los alimentos, algunos países siguen utilizando cereales y aceites comestibles para producir biocombustibles. La ONU advierte de hambrunas y levantamientos por ese motivo en algunos lugares del mundo.
    “Respeten el derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria, dejen de usar los alimentos para producir combustibles.”
    Según el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas ONU, más de 800 millones de personas en todo el mundo padecen hambre aguda y desnutrición. Este número amenaza con aumentar considerablemente como consecuencia de la guerra en Ucrania.
    A pesar de que la ONU advierte de los grandes problemas de abastecimiento y de la subida de precios de alimentos básicos como los cereales y los aceites de cocina, en algunos países se siguen utilizando millones de toneladas de alimentos para producir biocombustibles para coches y camiones.
    Cada año, se producen unos 110.000 millones de litros de etanol y 52.000 millones de litros de biodiésel que debido a normativas legales se mezclan con gasolina y gasóleo que se venden en las gasolineras.
    El cultivo de plantas para producir energía ocupa mucho terreno. Además, para este fin utilizan enormes cantidades de fertilizantes, pesticidas y agua.
    Los biocombustibles no son en absoluto neutros desde el punto de vista climático y los monocultivos son una de las principales causas de la extinción de especies. En los trópicos, de donde provienen muchas de las materias primas, el cultivo de palma de aceite, soja y caña de azúcar para obtener biocombustibles impulsa la deforestación de los selvas tropicales.
    En vez de servir de combustible en los depósitos de los vehículos, los cereales y oleaginosas deben utilizarse para alimentar a millones de personas y reducir los precios de los alimentos. El derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria deben ser una realidad para todas las personas.
    Estados Unidos, países de la Unión Europea -especialmente Alemania, Francia y España-, junto con Brasil, Indonesia, China, Canadá, Malasia y Argentina utilizan alrededor de una décima parte de la cosecha mundial de cereales y un tercio de los cultivos de azúcar para la producción de etanol y una quinta parte de los aceites vegetales para biodiésel.
    https://www.salvalaselva.org/peticion/1260/hay-crisis-alimentaria-dejen-de-usar-alimentos-como-combustible-de-una-vez

  2. Sí, existen otras vías para manifestar y hacer visible el desastre medioambiental que coloca el planeta al borde del colapso que el horrible acto, casi criminal, de pegarse al marco marco de un cuadro en un museo: un día vamos a tener una desgracia y se puede dañar uno… cual disparo de un misil de una justificada guerra, inundación de los sótanos de otro por una gota fría. Que es lo que sugiere el malestar de algún periodista explicando desde el dar noticias el como las noticias deberían de ser. También podemos siguiendo el modelo manifestar nuestro descontento sobre la necesidades sociales, las injusticias, los abusos, los atropellos y saqueo económico de nuestro trabajo, manifestándonos todos en circuitos cerrados que no molesten y ni generen descontento ni malestar a quienes se aprovechan y sus fieles seguidores para que todo encaje dentro del orden establecido que sostiene el proceso y que precisamente nos se quiere cambiar. Seguro que es la mejor manera de conseguir que las cosas, el orden de las cosas, que se altera en el momento que una pintada en una pared o un activista pegado a un marco, rompe la homeostasis del sistema, que es lo que da lugar al “nivelazo” intelectual que critica por exagerada y arriesgada lo se lleva más de medio siglo intentando sin evitar que estos tengan que seguir denunciando.

  3. Es bueno que haya gente que defienda públicamente estas acciones. Así, la próxima vez, en vez de ensuciar cuadros, pueden ensuciar las casas de esas personas que lo defienden y nadie se sentirá ofendido.

  4. Lo que ocurre es que yo no sé inglés y cuando veo noticias que me imagino que por eso de la modernidad incluyen frases en inglés, paso de leerlas.

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