Opinión

La precariedad y el interés legítimo

Este texto está dedicado a las trabajadoras de 'La Marea'. "Tomemos nota de su resistencia para recuperar la dignidad del periodismo", escribe la autora.

Manifestación por las pensiones en Bilbao el 17 de marzo de 2018. VINCENT WEST / REUTERS

La sangre se me rebela / Cuando me pongo a pensar

Que aquí unos tienen de tó / Y otros no tienen de ná

El grupo de música Ojos de brujo tenía un tema en el que una mujer mayor muy salada decía que hay que sacudir los colchones todos los días. Me acuerdo muchas veces de esta canción cuando tengo ganas de rebelarme.

El preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos considera “esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. También me acuerdo de este preámbulo cuando parece que el único recurso que queda en algunas circunstancias sea el de la rebelión. Si no existe un régimen de Derecho o solo existe para algunos sectores, ¿cómo no se van a rebelar los nadie?

La precariedad de las personas más vulnerables, que se manifiesta en el trabajo, la vivienda, la alimentación, tiene su origen en la desigualdad y la impunidad de la que gozan personas y empresas por delitos cometidos u omisiones imperdonables. Pero solo hay una manera de combatir las injusticias y es con la movilización –uniéndose las personas en un objetivo común– o, llegado el caso, desobedeciendo. La desobediencia requiere un compromiso consciente con el objetivo entre manos, pero si la rebelión es un recurso reconocido contra la tiranía y la opresión, ¿cómo no va a serlo la desobediencia, el primer estrato de la rebelión?

Hemos oído demasiadas veces a nuestros hijos resignarse y decir del trabajo precario “es lo que hay”. Ahí tienen la historia para enseñarles que la resignación no resuelve los problemas y que los autoproclamados salvadores siempre son fascistas. Que se movilicen como les parezca: en las empresas, en los sindicatos, con el apoyo de los movimientos sociales. Ningún gobierno progre les va a solucionar el día a día. Tampoco podemos retirarnos a los cuarteles de invierno los pensionistas. Solo faltan dos telediarios para que algún iluminado haga asomar la cabecita de la prevista aunque suspendida privatización de las pensiones.

Me parece que hay motivos de sobra para movilizarse y rebelarse. Junto con la precariedad en la España de hoy, los gastos en defensa y el dinero que recibe la Iglesia católica mientras la Cañada Real Galiana sigue sin luz son obscenos, por no hablar de los beneficios indecentes de bancos y eléctricas. Desde hace demasiado tiempo, los políticos institucionales –salvo algunas excepciones dignas– se atreven a decir menos que cantantes, directores de cine u otros representantes de la cultura. Mientras obispos ultraconservadores se reúnen para afirmar que el cambio climático o la política migratoria no van con ellos, los raperos Hasél, Valtònyc e integrantes de La Insurgencia están exiliados o encarcelados, y el activista Mohamed Said Badaoui está a punto de ser expulsado a Marruecos sin delito conocido ni juicio.

¿Dónde entra el interés legítimo en todo esto?

El capitalismo –y su penúltima etapa neoliberal– nunca ha sido empático. No le podemos pedir ética a la banca, por ejemplo; solo existe para ganar cuanto más dinero mejor. Por lo tanto, no debería sorprendernos ninguna de sus prácticas. En cambio, podemos denunciar procedimientos cuasi mafiosos. 

El caso es que el otro día recibí una carta del banco referente al envío de comunicaciones comerciales en la que se leía: “Hemos realizado una ponderación entre tus derechos y nuestro interés legítimo en la cual hemos concluido que el último prevalece”. No es que me sorprenda, solo me rebelo. Me rebelo cuando me dicen que “tengo que hacer tal o cual cosa”, una frase habitual del ‘ordeno y mando’ del tirano. Me rebelo cuando empresas de servicios te obligan a pagar recibos mediante la domiciliación. Me rebelo cuando las suministradoras de gas ponen todas las trabas posibles para que los usuarios no se acojan a la tarifa regulada.

Y me rebelo cuando la banca no solo no informa a las familias vulnerables sobre las cuentas de pago básicas, sino que normalicemos que sus comisiones ‘estén limitadas’. ¿Cómo se permite siquiera que se cobren comisiones a estas familias? De la misma manera me pregunto cómo permitimos la dación en pago después de haber pagado dinero por una casa cuando a la banca le sobra. Entiendo el razonamiento del procedimiento, pero me duele que se plantee la dación en pago como alternativa. Me pregunto qué hace el Ministerio de Consumo y el ‘Regulador’ cuando ocurren estas cosas o ¿solo regula que no se moleste a ‘los hombres de negro’ de la Unión Europea o las empresas del IBEX?  

Solo una Banca Pública –ya ni siquiera en el debate público– puede garantizar un funcionamiento bancario democrático y participativo, nacionalizando el crédito y controlando de forma transparente el ahorro y los recursos colectivos.

La tiranía y la opresión existen y deben combatirse. Ojos de brujo tenían razón cuando decían “Si te resignas, consuelo de tontos. Si ellos estiran de la sábana, sacude el colchón, sacúdelo”. 

Christine Lewis Carroll es socia de ‘La Marea‘.

Este texto está dedicado a las trabajadoras de ‘La Marea’. Tomemos nota de su resistencia para recuperar la dignidad del periodismo.

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Comentarios
  1. Los pensionistas son los únicos que luchan.
    A la mayoría de la juventud sólo le mueve la juerga dónde no falta el exceso de alcohol.
    Encuentro que se dejan llevar dócilmente por los dictados del sistema, que ha desaparecido el pensamiento crítico y también la voluntad, el espíritu de sacrificio y los ideales que había en gran parte de la juventud de mi época.
    El capitalismo se ha adueñado de las mentes y de las almas del ser humano.
    Sólo nos faltaba el franquismo sociológico que sigue tan vivo cmo siempre en este país pues la Transición fué una pantomima. Posiblemente no se pudiera hacer otra cosa entonces, pero que se reconociera ahora y se haga Verdad Justicia y Reparación sería tan saludable como necesario.
    Algún joven me ha dicho: ¿en tiempos de Franco se vivía mejor, verdad? Muy preocupante.
    Decía Julio Anguita que se habían criado en cajas de algodón y que con la mayoría de la juventud española no se podía contar.

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