Opinión

¿Cuánto importa la vida?

"Los aires de Guerra Fría y la amenaza nuclear se han instalado en nuestro imaginario desde que Putin invadiera Ucrania", escribe Azahara Palomeque

Un hombre sostiene una pancarta contra la guerra. ROMY ARROYO FERNÁNDEZ / NURPHOTO

¿Cuánto importa la vida? No la propia en su vertiente más inmediata, ni siquiera la de nuestros amigos y familiares; me estoy refiriendo a la vida en general, la perpetuación de la especie humana más allá de las lindes caseras o nacionales, cierta visión de futuro que nos permita morirnos en paz sabiendo que alguien retomará nuestras creaciones para mejorarlas, que la memoria de los pueblos seguirá latente, al menos como pensaban nuestros abuelos. Y lo pregunto porque, hace unos días, el presidente de Estados Unidos Joe Biden afirmó que, si Putin se atreviese a usar armas nucleares tácticas en Ucrania, el mundo podría enfrentarse a un Armagedón; es decir, sería el fin de los tiempos, el aniquilamiento de todo, una situación que el mandatario norteamericano cree que sobrevuela nuestras cabezas aterrorizadas como no lo hacía desde la crisis de los misiles en 1962. 

Los aires de Guerra Fría y la amenaza nuclear se han instalado en nuestro imaginario desde que Putin invadiera Ucrania el pasado febrero, avivados por la agresividad del Kremlin, pero también por el clima belicoso que Occidente y, específicamente, Biden –quien primero mencionó la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial –, han promovido desde sus atriles. A ellos se les ha sumado un Zelensky que, procurando la defensa de su territorio, no ha dudado en afirmar que el mundo “nunca olvidará” un ataque nuclear ruso y esto podría acabar incluso con su líder, Putin. Abajo, la ciudadanía tiembla, aunque en Europa parte de ese temblor se deba a las facturas de gas y luz, a no poder satisfacer necesidades básicas. Entretanto, suena otra alarma que no conduce a los refugios antiaéreos sino, por el contrario, incita a mirar arriba, a la atmósfera recalentada y los glaciares derretidos, la insoportable realidad de la crisis climática, que no se combate con la voladura de gasoductos ni quemando nuestros bosques en busca de calefacción ‘verde’. 

El futuro, podría pensarse, es una mala pesadilla de la que es difícil despertar, un juguete roto en manos irresponsables y, si consideramos que a un 97% de los jóvenes españoles les preocupa la emergencia climática, que muchos sufren ecoansiedad, que esa cifra quizá sea replicable en otros países mientras las referencias a los arsenales nucleares de unos y de otros se multiplican en los medios, ¿cuánto importa la vida? Realicemos un viaje retrospectivo a la Cuba de los misiles, transportémonos a 1962, Caribe, sol –y humedad– de justicia en la patria de Fidel Castro.

El mundo hervía todavía en unos destellos revolucionarios que esta isla ejemplificaba e irradiaba hacia el exterior. Antes de que se transformara en un régimen abiertamente autoritario, Cuba no solo aglutinaba una esperanza nacional que su pueblo interiorizó como independencia, sino que fue enclave de unión y anhelos para buena parte de la izquierda latinoamericana, e incluso la española, incluyendo a aquellos que, habiendo vivido y perdido la Guerra Civil, encontraron en la antigua colonia un síntoma de redención. África se descolonizaba, no sin conflagraciones sangrientas. En Estados Unidos, Martin Luther King Jr. todavía respiraba, al igual que JF Kennedy y su hermano Bobby. Como afirmase el pensador Fredric Jameson, los sesenta fueron la época en que los desposeídos alcanzaron el estatus de personas, reconociéndoseles en distintas partes del globo no solo la existencia, sino también derechos. Corría un ideario de justicia social imparable –recuérdese también el mayo francés del 68–, el feminismo brillaba, el movimiento ecologista ganaba fuerza y, aunque se sabía que la Unión Soviética era un proyecto agotado, el socialismo no había besado aún su tumba

Cuando Biden se refiere al momento actual como “lo más parecido” a la crisis de los misiles, se olvida de que, anterior a la consolidación de la fractura posmoderna y el llamado “fin de la historia” que argumentó Fukuyama, en 1962 se barajaban nociones muy diferentes de futuro de las que ahora manejamos. De hecho, el presente, repetido en bucle porque la línea temporal ya no avanza, nos devuelve parajes inhóspitos inundados de basura, suelos agrietados por la sequía o invisibles, al estar sepultados bajo trombas de agua y lodo, junto a guerras sucias que ya no responden a ideales nobles según se concebían antaño. Si, como afirmara Fisher, en pleno despojo neoliberal de nuestras sociedades, la ciudanía oscila entre la depresión más flagrante o su contrapunto, lo que él denomina “hedonia depresiva”, a saber, una ubicua búsqueda de placer constante a sabiendas de que es lo único que queda, ¿cuánto importa la vida? ¿Qué respondería el trabajador explotado, o quienes conforman las descarnadas estadísticas de suicidio? 

Porque de esa respuesta, enmarcada en su momento histórico, al calor de los rasgos epocales, de la fragmentación de los grandes relatos emancipatorios, de los grados que suba la temperatura mundial, depende también el resultado de esta guerra. Así, la amenaza nuclear de ahora no podrá nunca ser equiparada a la de hace más de medio siglo, porque somos seres completamente otros, disímiles, producto de unos tiempos cuyo final ha sido ya pronosticado y azuzado desde tantos flancos que cuesta la vida contestar a cuánto nos importa. Y eso, creo yo, es lo más peligroso.

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Comentarios
  1. A propósito de la guerra de Ucrania y de la «gran democracia» de la dictadura capitalista.
    Encuestas Gallup muestran como los USA son percibidos como la mayor amenaza a la paz mundial. Somos muy escrupulosos en desenterrar detalles de los crímenes de los otros. Ucrania está ganando la guerra de la información en Occidente, no así en el sur global, India, China, Asia global, América latina, dónde la invasión se repudia pero se es crítico con la intervención de la OTAN y de las causas.
    Noam Chomsky: La invasión rusa de Ucrania fué provocada. Aunque sea necesario añadir que una provocación no justifica la invasión. No atender a las preocupaciones de seguridad de Rusia era insensato y provocador según los propios analistas políticos de EEUU. Ni Georgia ni Ucrania, ubicadas en el corazón ruso, deberían ser miembros de la OTAN (Esta si que es terrorismo de estado). El compromiso americano de integrar a Ucrania dentro de la OTAN se incrementó en otoño 2021 aumentando el apoyo, todo esto oculto por la denominada «prensa libre».
    Carlos Tundidor: «Aproximación a una guerra falseada». Cuadernos para debate.

  2. OCDE: ELIMINAR A LOS POBRES, NO A LA POBREZA.
    Dan Patrick (72 años, vice-Gobernador del Estado de Texas declaró que:
    “los abuelos deberían sacrificarse para salvar la economía y no paralizar al país norteamericano. Deben morir”.
    Christine Lagarde (66 años) presidenta del Banco Central Europeo y ex gobernadora del Fondo Monetario Internacional (FMI) suscribía un documento dónde se podía leer:
    “los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global.
    El señor Taro Aso, (81 años), ex Ministro de Finanzas japonés, afirmaba:
    “Pido a los ancianos que se den prisa en morir para que el Estado no tenga que pagar su atención”.
    https://canarias-semanal.org/art/33233/ocde-eliminar-a-los-pobres-no-a-la-pobrezaSeg

  3. Mientras las grandes fortunas del petróleo y el capitalismo internacional diseñan las ciudades del futuro en las que les gustaría vivir, los fondos de inversión capitaneados por estos mismos capitales siguen engordando sus beneficios con los negocios de los fondos de pensiones privadas, que avanzan a costa de mermar los sistemas públicos de pensiones, con el negocio inmobiliario y con la industria alimentaria. Los mismos fondos de inversión que ya están pensando en la ciudad ideal para refugiarse cuando todo se desmorone son los que se han adueñado del futuro de buena parte de la población mundial. Mientras, aquellas personas que nunca vamos a vivir en The Line – Neom no nos cansaremos de repetir: el futuro será para todas o para nadie.
    La imagen de las excavadoras en medio del desierto de Arabia Saudí que daban inicio a los trabajos de la mayor obra de ingeniería de la historia humana parecen venir de otro tiempo. Se trata del proyecto The Line – Neom, una ciudad de 200 metros de ancho, 500 de alto y 170 km de largo, robotizada, teóricamente ecológica y “sin clases sociales”, una urbe preparada para un mundo futuro sin combustibles fósiles, una especie de arca de Noé del privilegio cuya construcción, antes de poner el primer ladrillo, ya ha costado el desalojo de decenas de miles de personas de tribus nómadas y la persecución política —condenas de muerte incluidas— de los opositores al megaproyecto.
    Martín Cúneo (El Salto)

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