Opinión
Italia: Giorgia Meloni entra al campo
"Lo que se presenta como una primera llegada de la ultraderecha al gobierno en Italia debería ser dimensionado como una continuidad en una progresiva derechización de la política italiana"
La victoria de Giorgia Meloni del postfascista partido Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), como ya vaticinaban las encuestas, parece suponer un punto y aparte en la política italiana. Ex militante del abiertamente pro-mussoliniano Movimiento Social Italiano (MSI), posteriormente Alianza Nacional (AN), Meloni es la primera mujer que llegará a la presidencia del Consejo de Ministros de Italia de la mano de un partido que, en Europa, todo el mundo ubica en la ultraderecha, la extrema derecha o la derecha radical. Curiosamente, en su país no sucede lo mismo y las alarmas que se activan fuera no son compartidas por buena parte del electorado italiano.
Muchos de los análisis previos se han limitado a anticipar un escenario apocalíptico por la posibilidad de un gobierno que escorará, todavía más, el panorama político europeo hacia la derecha más extrema. Pero, quizás, habría que empezar preguntándose qué ha sucedido en Italia durante los últimos años para que una sociedad cuya democracia nació con una gran impronta antifascista, donde el Partido Comunista de Italia (PCI) llegó a tener en la década de los sesenta el mayor número de afiliados de todos los partidos occidentales, haya optado por dar su confianza mayoritaria a la derecha postfascista representada por Meloni, aliada de Vox en España.
Declaraciones como las de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Layen, insinuando que una victoria de Meloni podría llevar a la Unión Europea a activar “instrumentos” para responder a los países que se aparten de la “buena dirección” de los valores europeos, sorprenden. El futuro gobierno de coalición de la derecha italiana estará conformado por integrantes de tres fuerzas políticas que ya han gobernado en Italia. Tanto la Liga de Matteo Salvini, como Silvio Berlusconi de Forza Italia, o la propia Meloni, ex ministra de la juventud con Berlusconi, han estado al mando del país en distintos momentos, sin que su presencia haya activado ningún instrumento. Que ahora Fratelli d’Italia sea el partido más votado, muy por delante de sus socios de la coalición de derechas, implica sin duda una nueva correlación de fuerzas que tendrá impacto en las políticas nacionales y en la geopolítica internacional, pero no estamos ante una absoluta novedad.
Por tanto, lo que se presenta como una primera llegada de la ultraderecha al gobierno en Italia debería ser dimensionado como una continuidad en una progresiva derechización de la política italiana, donde la ultraderecha lleva años ganando posiciones institucionales mientras la izquierda alternativa es hoy prácticamente inexistente. Este proceso implica el sorpasso de la derecha radical filofascista a la respetable derecha liberal tradicional, un fenómeno que se está produciendo en otras partes de Europa como Francia o Suecia. Este rechazo de los electores a los partidos tradicionales ya se dio en Italia, con sus propias características, cuando el magnate de la comunicación Silvio Berlusconi “entró al campo” creando Forza Italia en 1994 y presentándose como una alternativa ante un sistema que se desmoronó con el escándalo Tangentopoli, una operación judicial que en 1992 destapó la corrupción de buena parte de las élites políticas.
La inestabilidad política y el derrumbamiento del tradicional sistema de partidos, donde la Democracia Cristiana y el PCI habían sido hegemónicos, llevó a que Italia concatenara una serie de gobiernos técnicos, independientes de la voluntad de los electores en las urnas. El último de ellos, conformado como un gobierno de unidad nacional, estaba presidido por el tecnócrata Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), institución emblema de las políticas de austeridad en Europa. El caído gobierno Draghi tuvo el respaldo de todo el espectro político de los partidos italianos, incluida la también ultraderechista Liga de Salvini, pero no del partido de Meloni. Este papel de práctica oposición única a la gestión tecnocrática de un político no electo está detrás del éxito de Fratelli d’Italia, que ha pasado de un 4% en 2018 a más del 26% ahora, en unas elecciones donde la abstención ha subido un 10%.
En estos días se ha recordado el papel “antisistema” del Movimiento 5 Estrellas, un partido supuestamente rupturista, de surgimiento fulgurante en 2009, que acabó aliándose con la Liga y gobernando con el tecnócrata Draghi. Parece difícil creer que este tipo de posiciones políticas puedan suponer una amenaza para el sistema si no plantean la construcción de otro modelo económico alternativo. Lo mismo podría pensarse de una derecha radical postfascista que se presenta como antisistema y outsider pero que, como ha sucedido en el caso de Trump en EEUU, no deja de jugar un papel de sostén del sistema económico capitalista, aunque esgrima discursos incendiarios. Lo mismo se puede esperar de un gobierno Meloni.
Por supuesto, la defensa del capitalismo se hace en clave nacional, opuesta discursivamente a una “globalización” etérea que identifican como parte de los problemas, junto a la migración. Su espíritu reaccionario, contrario a la igualdad de las mujeres o combativo de las políticas de identidad, está también en el fondo de algunas preocupaciones, lógicas y legítimas, de quienes se niegan a perder derechos humanos básicos conquistados. Pero el problema que plantea la irrupción generalizada de esta derecha postfascista es mucho más profundo que las guerras culturales en las que gustan moverse y va más allá de un cuestionamiento superficial a la democracia liberal. De hecho, la experiencia de Italia, como la de otros países de Europa, muestra que la democracia liberal puede generar monstruos.
Si en un contexto de ausencia de alternativa de otro modelo económico la izquierda antes socialdemócrata se pliega a las políticas de austeridad que perjudican las condiciones de vida de la clase trabajadora; si no defiende, sin ambages, un discurso a favor de los trabajadores migrantes, es decir, una política de clase; y si, en definitiva, se convierte en agente ejecutor de las políticas de la tecnocracia neoliberal de Bruselas, el descontento social será aprovechado, cada vez más, por quienes se llenan la boca denunciando a unas élites lejanas mientras sostienen a las propias élites nacionales.
Los valores europeos del capital, a los que sirve la muy conservadora Ursula.
El fascismo no empezó con Meloni.
Defender el capitalismo es defender una moneda que en su cara B están los melonis.
Ha habido algunas terminales mediáticas que han querido vendernos su pesar por el triunfo de Meloni en Italia. Otras, no. Otras han acudido con urgencia a apoya al fascismo inventando nombres artísticos: «centro-derecha», «derecha populista» o «derecha». Ese pesar de los primeros es una engañifa, los suyos son también los buenos resultados de los meloni en Francia, en Suecia, en Polonia, en Hungría… y, si los sondeos no fallan, en la propia España. Su falsa preocupación no lo es por un cambio que pueda producirse en las políticas económicas ni mucho menos atlantistas, ya que la lealtad al capitalismo está asegurada con la extrema derecha. La OTAN y EE.UU resultan intocable para el fascio. La cara B de esta misma moneda trae quita de derechos (y eso nunca les viene mal en épocas de crisis), por eso, no hay que tirarla, puede pulirse o dar la vuelta para que luzca el llamado estado del bienestar cuando interese pero es intocable. Es desagradable confirmar que los mismos que penan por la llegada de Meloni avalan, desinforman y alientan a los batallones fascistas en Ucrania, apoyan sin dudarlo las políticas expansivas de la OTAN situando armamento sofisticado en los países con frontera con Rusia, y festejan los supuestos avances de las tropas mercenarias (las empresas privadas hacen y hacen caja) de Zelenski. Estos días es imposible ver en la prensa patria (ni siquiera en la ni-ni) información de los bombardeos sobre zonas que no quieren pertenecer a Ucrania, ni reportajes-recuerdos sobre los años que desde Kiev se enviaba al ejército para matar independentistas (miles, según la propia ONU). Son estos los que editorializan con falsos reparos sobre la fascista Meloni, pero su mensaje es evidente. Algunos ya empiezan incluso a obviar el teatro, y han comenzado a practicar el blanqueo del futuro gobierno italiano con documentales y noticias sobre la infancia dolorosa de Meloni, su padre comunista que la abandonó, fotos familiarmente tiernas y la manida frase de una mujer hecha así misma. Meloni, como el Comando Azov les pertenece.
(Insurgente.org)