Apuntes de clase | Economía

El nuevo proletariado digital

El trabajo en plataformas digitales ha supuesto una regresión de derechos laborales, pero también ha hecho resurgir la organización sindical.

Ilustración: Elisa Biete Josa

ESTHER PANIAGUA // «Trabajadores y trabajadoras, uníos». El lema sindical recobra fuerza después de años de penumbra para las asociaciones de asalariados y de trabajadores por cuenta propia. Se decía que, en la era digital, los sindicatos estaban muertos. Para sorpresa de muchos, es precisamente en el contexto en línea donde están resurgiendo con fuerza.

En países poco sindicalizados, como Estados Unidos, las cifras de adhesión a asociaciones de trabajadores se están multiplicando. Según la Junta Nacional para las Relaciones Laborales, en los primeros seis meses de 2022 ya se ha superado el total de solicitudes sindicales para el año fiscal anterior. Esto supone casi un 60% de incremento respecto a 2021.

Además, han emergido nuevas formas de organización laboral colectiva, a menudo de manera informal y con fines de protesta o huelga. De hecho, a nivel global solo alrededor del 40% de las protestas de trabajadores de plataforma está organizado por sindicatos establecidos, como señala un informe del Instituto Sindical Europeo (ETUI, por sus siglas en inglés). 

España sigue esta misma tendencia, con nuevas uniones de trabajadores en forma de cooperativas y asociaciones mancomunadas que funcionan de manera similar a los sindicatos, pero están centradas en defender los intereses de los autónomos, el tipo de trabajador más común en el ámbito de las plataformas.

Destaca, por su activismo, el sector del reparto a domicilio, con ejemplos como RidersxDerechos, Free riders, la Asociación Profesional de Riders Autónomos (APRA) o Asorideres, entre otras. Algunas tienen objetivos enfrentados (unos quieren ser asalariados y otros no) y han estado acusadas de nacer al amparo de las empresas con las que colaboran, por acciones como ahora personarse en defensa de estas en varios juicios.

Tanto los repartidores como los conductores que trabajan para las plataformas de VTC se han hecho escuchar con más fuerza que otros, pero no son los únicos colectivos afectados por la precariedad digital que se están organizando. En el ámbito cultural hace falta resaltar iniciativas como la cooperativa Smart, una red asociativa creada para minimizar los riesgos y las dificultades que comporta el emprendimiento individual en este sector. 

Organizaciones más longevas dedicadas a la defensa de los trabajadores autónomos, como ATA, UATAE o UPTA, también están atrayendo a los proletarios digitales. En los grandes, si bien se procura adaptar sus servicios al perfil autónomo, se recorre más en otros casos de abuso laboral digital que afectan a personas asalariadas.

Los trabajadores de cuello blanco no se libran. Abogados, diseñadores o periodistas – a los que, de igual manera, se tiende a tratar como falsos autónomos – también acuden a estas plataformas o marketplaces. Como pasa con los youtubers, en estos casos hay una minoría que lo rentabiliza bien, ante una mayoría que se ve obligada a aceptar trabajos a precios por hora muy por debajo del salario mínimo o con condiciones abusivas. Además, estos modelos a menudo socavan los códigos deontológicos de las mencionadas profesiones y dificultan que su trabajo se lleve a cabo con la diligencia debida. 

Sindicatos contra las grandes tecnológicas

Hoy en día prácticamente todo en el entorno digital es una plataforma, incluidos los servicios de música y entretenimiento en directo, las redes sociales y las grandes tecnológicas, que reducen márgenes a costa de los derechos laborales. Los trabajadores de estas corporaciones digitales también están organizándose colectivamente y creando nuevas estructures internas para sus finalidades específicas, cuestionando los negocios y apoyos, los procedimientos y los modelos de contratación y subcontratación, así como el trato hacia los empleados y contratistas.

Un ejemplo es Alphabet Workers Union, que ya reúne más de 1000 trabajadores de Google (solo en EE.UU.) y quiere incluir trabajadores subcontratados y proveedores temporales. No solo eso: tiene una rama global llamada Alpha Global, creada en 2021 en colaboración con la federación UNI Global Union, para defender los derechos de todas las personas que trabajen para Google, sea cual sea el tipo de contrato o vínculo laboral. 

Luchan contra la precariedad digital y también la analógica, ya que la regresión de derechos traspasa las fronteras de lo que es online a lo que es offline. En Amazon, las protestas y las huelgas se suceden a escala internacional. En abril, sus trabajadores aprobaron -por primera vez en la historia de la empresa- la creación de un sindicato en uno de sus almacenes en Nueva York. A nivel global, incluida España, se han ido sucediendo las huelgas, también en los almacenes.

¿Qué denuncian los trabajadores? Sobrecarga de trabajo (asignado algorítmicamente por una app), con jornadas de más de 10 horas y ausencia de descansos; control algorítmico de los trabajadores, también a través del micrófono y la cámara de una app; represión sindical; problemas de salud mental; incumplimiento de convenios, y un empeoramiento progresivo de las condiciones laborales.

Vuelta al siglo XVIII

La eclosión sindical es una reacción contra la regresión de derechos laborales asociada al trabajo en plataformas en línea y a las grandes tecnológicas, que se han aprovechado del vacío legal del «salvaje Oeste digital» para evadir ciertas obligaciones. La base sobre la que se sustenta esta economía es la desintermediación. Aun así, esta llevó a la práctica nuevos intermediarios que fueron innovadores no solo en sus servicios, sino también en la forma de ahorrar costes y controlar a sus trabajadores.

La conectividad permanente, junto a la generalización de los smartphones y el mercado de aplicaciones móviles, unido a una serie de avances tecnológicos que facilitaban estas prácticas, lo hizo posible. Así llegó la época dorada de la economía bajo demanda, que impulsó un nuevo modelo de consumo basado en la inmediatez: «Lo quiero ahora, lo pido ahora y lo tengo ahora, directo en la puerta de mi casa y tirado de precio».

Este modelo dio paso a la economía de plataformas, cuyas condiciones laborales se caracterizan por salarios bajos o nulos, falta o exceso de trabajo, horarios irregulares, presión constante de las calificaciones de los clientes, riesgo de «desactivación» repentina por parte del algoritmo de la plataforma, falta de transparencia y de rendición de cuentas con la toma de decisiones de la plataforma, y reducción de protecciones sociales y laborales. Así lo indican tanto el informe del ETUI como el 2021 World Employment and Social Outlook de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), centrado en el trabajo en plataformas. 

Como puntualiza el ETUI, muchas de las características no son nuevas en absoluto. El pago por trabajo hecho o la obligación de los trabajadores de proporcionar su propio equipo, por ejemplo, se remontan a la era más primeriza de la revolución industrial. Esto es especialmente preocupante, ya que, como señala la OIT, las plataformas laborales digitales son la principal fuente de ingresos para muchos trabajadores. Son el nuevo proletariado digital

Ante unas condiciones que en determinados aspectos devuelven a estas personas al siglo XVIII, las plataformas también brindan oportunidades. Sobre todo -dice la OIT- para los migrantes en algunos países o para personas sin otras opciones laborales. Los trabajadores -eminentemente hombres menores de 35 años- destacan la flexibilidad laboral o la posibilidad de teletrabajar

Estas ventajas no justifican la precariedad y el retroceso de derechos laborales, si bien las plataformas no lo interpretan así. En el ámbito de las microtareas -ya sea reparto, transporte u otra-, reclaman una legislación laboral adaptada a su naturaleza, que les permita proporcionar a sus colaboradores los medios de producción, formación y beneficios sociales sin tener que incorporar a estos trabajadores como asalariados. Los desacuerdos han llevado a los trabajadores y las plataformas a los tribunales en varias ocasiones. En 2020, el Tribunal Supremo español marcó un antes y un después, en considerar -en el caso de Glovo- que los que trabajan en este tipo de plataformas son tratados como falsos autónomos.

El jefe algoritmo

La consideración como empleados -y no como contratistas autónomos- es una de las reivindicaciones de buena parte del proletariado digital. Otra de sus demandas está relacionada con la ausencia de transparencia de los sistemas informáticos que gobiernan las plataformas digitales (los algoritmos) y que determinan el salario, los precios, la asignación de trabajo y las formas de control a las que se someten, entre otras cosas.

El seguimiento y la vigilancia de los trabajadores son constantes. La plataforma o aplicación les asigna el trabajo, establece cuánto tiempo tardarán en realizarlo y los castiga cuando se desconectan o cuando obtienen valoraciones bajas de la clientela. Estos jefes algorítmicos no tienen intenciones ni toman decisiones: ejecutan las órdenes que sus desarrolladores han programado. Tienen como finalidad maximizar la eficiencia y las ganancias de la empresa, no el bienestar de los trabajadores.

Entre estos y la plataforma hay una asimetría de poder y también de información. A menudo los algoritmos trabajan como cajas negras y no se sabe con exactitud cómo funcionan. Esto provoca que para los trabajadores sea dificilísimo impugnar decisiones o cambiar su comportamiento para poder mejorar. También se invisibilizan los posibles sesgos. Se amplifica la inseguridad y la inestabilidad de un trabajo que ya es precario por sí mismo. Además, las personas que se ganan la vida trabajando para las plataformas bajo demanda pocas veces interactúan con otros individuos por encima de ellas, cosa que impide su ascenso laboral.

A eso se le añaden tácticas para hacer que los trabajadores dependan de la plataforma para ganarse la vida. Se los atrae con promesas de un salario digno y condiciones laborales flexibles para recortar después la remuneración de forma drástica, una vez estas personas ya han estructurado sus vidas alrededor del trabajo para la plataforma, como explica el informe Al Now 2019 Report de la organización Al Now.

La situación de estos trabajadores evidencia cómo se ha utilizado y cómo todavía se utiliza la tecnología de maneras que contribuyen a la precariedad y a la polarización del trabajo. Ha ayudado a profesionales con altas calificaciones y ha reducido las oportunidades para muchos otros. Crece la desigualdad, la brecha entre los que están mejor preparados para las demandas de trabajo y los que han estado desplazados y se ven obligados a aceptar trabajos precarios para sobrevivir, cuya capacidad de negociación a su vez disminuye.

Estas tendencias, lejos de extinguirse, corren el riesgo de exacerbarse a medida que se implantan y que avanzan las nuevas tecnologías, mientras Europa continúa hablando de un contrato social que no llega.

Este artículo ha sido publicado originalmente en La Fàbrica Digital.

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Comentarios
  1. ¡¡¡Es la digitalizacion, incautos!!!
    «Es peor sentirse inútil que estar explotado. En el siglo XX, un obrero podía ir a la huelga. Ahora, con la automatización, los obreros son prescindibles. Ir a la huelga, ¿para qué? Si nadie te necesita…»
    Lo que estamos viendo con la nueva economía del siglo XXI es que la automatización destruye un montón de empleos y crea otros nuevos, pero esos nuevos empleos demandan altos niveles de destreza y mucha gente no va a poder hacer esa transición. No le puedes pedir a un conductor que se recicle en diseñador de videojuegos. No estará explotado, pero será prescindible. Y esto es mucho más peligroso. No te sirve de nada ir a la huelga, ¿para qué? Si nadie te necesita…
    «Las grandes corporaciones quieren ‘hackear’ a la humanidad».
    Estamos viendo como surgen nuevas maneras de organizar el mundo a través de la tecnología de vigilancia.
    «Tenemos al espía en la mano: el móvil… Ni tu madre te conoce mejor que el algoritmo.
    La tecnología devalúa al ser humano. Lo domestica»
    Un ejemplo: Cuando pensamos en las posibilidades actuales de la ingeniería genética, deberíamos recordar que hemos estado criando vacas y cerdos durante miles de años. Los hemos domesticado buscando las cualidades que nos interesaban: que den más leche, que sean más obedientes… Y el resultado es que los animales domésticos no son una mejora de sus ancestros salvajes, sino un pálido reflejo de lo que eran. Y lo mismo puede sucederles a los humanos.
    Necesitamos a los filósofos más que nunca porque muchas de las preguntas filosóficas, que antes eran puramente teóricas, ahora se han convertido en cuestiones de ingeniería práctica.
    Los ingenieros, a veces, pueden ser muy ingenuos o estar desinformados sobre las consecuencias de lo que hacen. Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo.
    (YUVAL NOAH HARARI, historiador y filósofo).

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