Economía

“El antídoto contra la desesperación no es la esperanza, sino la acción”

Entrevista aTim Jackson, profesor británico especializado en economía medioambiental y autor de 'Post Growth: Life after Capitalism'

El escritor británico Tim Jackson en una foto cedida por el entrevistado.

Tim Jackson me observa en la pantalla de Zoom desde un cuarto lleno de libros. Sonríe. Tiene un aspecto apacible que corroboro durante nuestra conversación, sosegada y sin prisas. Este profesor británico, especializado en economía medioambiental, es también el director del Centro para la Comprensión de la Prosperidad Sostenible (CUSP, en sus siglas en inglés), y lleva más treinta años trabajando en la espinosa intersección entre el cambio climático y el crecimiento económico para organismos como las Naciones Unidas, la Comisión Europea o el gobierno de Reino Unido.

Además de ser un excelente escritor de teatro, ha publicado obras tan importantes como Prosperidad sin crecimiento (2009), traducida a 17 idiomas. Aquí hablamos sobre su nuevo libro, Post Growth: Life after Capitalism (2021), una reflexión ampliada de sus estudios científicos en torno a la crisis medioambiental a la que ha sumado su amor por la filosofía.

¿Por qué publicar un libro como éste precisamente ahora? 

Era algo en lo que llevaba pensando mucho tiempo. Cuando era miembro de la Comisión de Desarrollo Sostenible para el gobierno de Reino Unido, una de las primeras cosas que debatimos fue el viejo problema medioambiental que es vivir en un planeta finito donde nuestras economías no paran de expandirse. Eso fue lo que motivó mi libro anterior, Prosperidad sin crecimiento, que originalmente fue un informe para el gobierno.

En los años siguientes profundicé en mi análisis y me di cuenta de que la cosa no era tan fácil como escribir un informe y esperar a que el gobierno hiciese algo. Había preguntas más profundas, filosóficas, por responder, y al mismo tiempo Prosperidad, de repente, estaba llegando a un público inmenso, más allá de la política y de los ecologistas. Así que era una conversación que mucha gente quería tener, pero les faltaba el lenguaje. Ahí fue cuando decidí escribir Post Growth, que es bastante más accesible, tiene un registro más narrativo, explora estas preguntas filosóficas, y ha salido en un momento muy oportuno, que es la conmemoración de los 50 años de Los límites del crecimiento (1972), el informe del Club de Roma.

El nuevo libro explora este problema del crecimiento eterno en un planeta finito desde el entendimiento de nosotros mismos, de la condición humana, y lo hace sin depender de las respuestas que normalmente aportan los marcos convencionales del capitalismo.

En el libro analizas un discurso que dio Bobby Kennedy en 1968 donde él cuestiona el crecimiento y, específicamente, el PIB como indicador de bienestar. Estos temas a veces se consideran nuevos, pero en realidad no lo son; existe un legado del que podríamos aprender. ¿Por qué hemos olvidado ese legado? ¿Es posible rescatarlo?

Es lo que yo quería hacer, explicar que estas cuestiones no las inventaron los decrecentistas hace 10 años, que ese legado existe. Pensamos que el mundo ha cambiado mucho con el tiempo, pero en ciertos aspectos se ha mantenido constante. Siempre ha habido una indagación en la naturaleza de la condición humana, disquisiciones sobre cómo llevar una vida buena, qué tipo de sociedad queremos y cómo la organizamos.

Tendemos a pensar que la historia es muy corta, pero eso es un error. ¿Sabes? Cuando empecé a escribir Post Growth el presidente era Donald Trump, y el contraste de valores entre éste y la época en la que Bobby Kennedy se había postulado para presidente me sorprendió profundamente. Ese discurso es bastante conocido entre una minoría de ecologistas que han seguido los debates sobre el PIB, y ha sido citado incluso por primeros ministros británicos conservadores. Se ha convertido en un buque insignia, pero lo que más me llamó la atención fue el contexto en que se produjo, que nos hacen pensar… ¿qué es lo que hacemos cuando medimos las cosas?

Y, sin embargo, estamos tardando mucho en cuestionar el PIB masivamente. O en atajar de manera efectiva la crisis climática en general, ¿no crees?

Sí, esa pregunta es legítima. Pero a mí lo que me sigue chocando son los valores de ese discurso, cómo pensar la sociedad humana y el progreso, y ese argumento de Kennedy se ha perdido con el tiempo, porque creímos que teníamos perfectamente organizado el progreso. Ya había problemas medioambientales en los años 60 y 70, y nos las arreglamos para solucionarlos; había problemas también con el precio de la energía en los 70, pero los resolvimos a base de política fiscal.

A finales del siglo XX existía la creencia de que habíamos solucionado todo eso, hasta el punto de que Francis Fukuyama habló del “fin de la historia”. Incluso los lobbies ecologistas intentaron ponerse del lado de los gobiernos, así que a las partes más incómodas del mensaje de los límites del crecimiento se las comió una visión mainstream que afirma que podemos arreglar nuestros males siempre que el crecimiento económico continúe. Eso lo vi cuando se publicó Prosperidad; curiosamente, a quienes les resultaba más difícil cuestionar el crecimiento era a los grupos ecologistas, que no querían estropear su relación con el gobierno, donde habían comenzado a ganar influencia.

Post Growth

Por ejemplo, las leyes sobre cambio climático de 2007 y 2008 en Reino Unido las impulsaron los lobbies ecologistas. Como no querían renunciar a esta relación tan favorable con el gobierno, compraron el mito del crecimiento por completo hasta comienzos del siglo XXI, y el mensaje más radical pasó a un segundo plano. He de decir que yo había sido muy escéptico con este enfoque durante bastante tiempo, por lo que para mí [escribir Prosperidad] fue una forma de revitalizar el diálogo sobre los límites del crecimiento.

Y, luego, claro… la crisis financiera, justo en mitad del proceso. Esa crisis lo alteró todo; diría que alteró nuestro sentido de la economía y nuestros avances en materia de cambio climático, nuestro tejido social, porque las respuestas crearon desigualdad. La crisis produjo casi una década de austeridad, que menoscabó aún más las condiciones sociales, y después, al final de la década, nos arrojaron a una pandemia global. Así que, volviendo a tu pregunta… por eso hemos tardado tanto. Supongo que se nos puede perdonar que no hayamos pensado las cosas del modo que deberíamos haberlas pensado desde que Bobby Kennedy pronunció aquel discurso.

Quiero que hablemos de lenguaje. En Post Growth cuestionas términos como “productividad”, “competencia” y “progreso”. Sin embargo, luego hablas de “progreso social”, de otra manera, igual que tampoco rechazabas la palabra “prosperidad”, simplemente decías que no iba acompañada de crecimiento. Noto un intento, no de abandonar cierta terminología, sino de resignificarla. ¿Por qué?

El lenguaje siempre evoluciona, y esa evolución debemos tomárnosla muy en serio. Porque casi por casualidad cogemos una palabra como “crecimiento”, que asumimos como algo positivo –por ejemplo: nuestros hijos crecen, o las cosechas–, y esas connotaciones, que provienen de una metáfora sobre la naturaleza, las inyectamos en la economía. Ahí es cuando el lenguaje se vuelve peligroso. Hasta cierto punto, hemos sido secuestrados por el lenguaje, lo utilizamos para comunicar nuestros mitos culturales y establecer disciplinas intelectuales, así que no es ninguna sorpresa que, a veces, una idea pueda convertirse en mantra, que hagamos uso de ella de una manera casi religiosa.

Esto no es nada obvio. No notamos el proceso mediante el cual el lenguaje se vuelve una parte tan integral de nosotros que no somos capaces de criticarlo fácilmente, que es precisamente lo que ha ocurrido con la palabra “crecimiento”. ¿Sabes? Durante la crisis financiera fue muy interesante ver a los políticos peleándose con el término, cómo el “crecimiento” lo tenían que meter en cada análisis, en cada solución. Ahora está ocurriendo otra vez con la pandemia, y esto no responde a una comprensión racional de la situación, sino que más bien se da un uso reverencial de las palabras, con el fin de otorgar significado y propósito a la idea de progreso, y eso es peligroso. Esas palabras, como mínimo, son ambivalentes, puesto que el crecimiento también tiene connotaciones negativas, como en el caso de un cáncer o una expansión urbanística exagerada, que significa destrucción de hábitats, bosques y tierras cultivables.

Además, si miramos a la naturaleza, nos daremos cuenta de que la decadencia, la putrefacción, es tan importante como el crecimiento; de hecho, el declive, la circularidad y la regeneración son lo que aporta consistencia al mundo natural, pero lo que hemos hecho ha sido centralizar uno de esos conceptos y casi venerarlo. Lo que podemos hacer ahora para evitar estos peligros es, en primer lugar, ser conscientes de ello. Al principio yo no me daba cuenta pero, una vez que empecé a cuestionar este lenguaje, comencé a ver de qué forma tan irracional se utilizaba en la política.

Un segundo paso sería desmenuzarlo, encontrar otras palabras que puedan reemplazar al crecimiento, como “prosperidad”, que es un concepto más amplio.

Pero puede no funcionar; no se ganan elecciones hablando de declive y decadencia.

¡Claro que no! [Risas]. Mira, el discurso de Bobby Kennedy es tan fascinante porque marca un cambio en la modernidad hacia el uso del lenguaje positivo pero, si regresamos a sus palabras, notaremos que está hablando del lado oscuro, de la destrucción, del impacto en los más pobres de la sociedad; está hablando de la dignidad y de encontrarle sentido a nuestra vida más allá de las satisfacciones materiales. Otra de las historias que cuento en el libro transcurre la noche que mataron a Martin Luther King. Cuando Kennedy se puso delante de la gente, el alcalde de la ciudad le dijo: “creo que no es el momento para que un señor blanco como usted se ponga a hablarle a un grupo de negros”. Y Kennedy respondió algo así como “no, yo puedo estar ahí delante de esa gente porque sé lo que es perder a alguien, sé lo que significa el sufrimiento y el dolor”. Así que, ¿ves? No se trata de celebrar la decadencia o la muerte, sino de aceptar que la pérdida y la tragedia son parte de la condición humana.

Otro elemento que tratas en tu libro es la desobediencia civil. Incluso en ese discurso, Kennedy anima a la gente a participar en protestas. Ahora estamos en un momento en que la desobediencia civil está criminalizada –en España tenemos la Ley Mordaza, pero ocurre en otros países también– y, al mismo tiempo, para grupos como Extinction Rebellion parece ser la única salida. ¿Qué rol crees que debe tener en nuestras sociedades?

Es muy importante. En el libro hablo de las raíces del pensamiento político sobre la democracia y, en el centro de ese pensamiento se encuentra la idea de que el recurso que la ciudadanía tiene ante los fallos de la democracia es la desobediencia civil. La legitimidad de un gobierno termina en el momento en que ese gobierno deja de reconocer los intereses de la gente. Eso ha sido conscientemente teorizado por Extinction Rebellion, que es un movimiento con una historia intelectual muy interesante porque ellos reflexionan a partir de las ciencias políticas.

Menos pensado está en Fridays for future, aunque comenzó con un acto de desobediencia civil: una adolescente sueca de 15 o 16 años [Greta Thunberg] negándose a ir al colegio. De todas formas, en ambos casos se ha creado una energía en torno al debate del cambio climático que sorprende a la gente que, como yo, ha estado 30 años trabajando en estas cuestiones por la vía formal, publicando artículos académicos, colaborando con los gobiernos… No digo que nuestro trabajo fuera inútil, sirvió para nutrir el lugar del que la desobediencia civil obtiene su autoridad, pero es emocionante descubrir que un puñado de críos tiene mucho más impacto en las políticas climáticas que yo, que llevo tres décadas en esto.

Tim Jackson, autor de ‘Post Growth: Life after Capitalism’. GRAHAM FLACK

Otra de las sugerencias de Post Growth parte de una idea que popularizó Thoreau en el siglo XIX: que la democracia electoral ha paralizado nuestro progreso hacia una democracia genuina que represente los intereses de todos. Incluso los más vulnerables parecen estar atolondrados. Debemos volver al proceso de pensar la legitimidad de la democracia electoral, porque el hecho de que haya desobediencia civil ya es un síntoma de sus fallos. Este no es un mensaje agradable para nadie, pero precisamos tomarnos en serio el desafiar nuestro sistema político.

Hay un tono esperanzador que recorre el libro, incluso desde el subtítulo: vida después del capitalismo. Sin embargo, una lee sobre cambio climático y no puede evitar pensar que tenemos muchas posibilidades de que nuestras sociedades colapsen. ¿Tienes esperanza en un futuro mejor?

Es una pregunta delicada. Hay una cita muy famosa de Antonio Gramsci que dice algo así como que existe el pesimismo del intelecto, pero hay que mantener el optimismo de la voluntad. Esa fe en el futuro es un recurso importante, así que sigues adelante, a pesar de entender la complejidad de la situación, a pesar de la historia que la precede y los factores en tu contra.

Cuando estaba escribiendo Post Growth leí un poema de Emily Dickinson que reza: “la esperanza es la cosa con plumas/ que se posa en el alma; /y entona su canción sin palabras/ y nunca se detiene”. Eso es consustancial a la condición humana, a lo que no renunciamos. Pero hay otro aspecto del concepto “esperanza” que también tomé prestado de ella, y es que el antídoto contra la desesperación no es la esperanza sino la acción, por lo que nuestro trabajo no es descubrir dónde está la esperanza, sino identificar la acción, lo cual no es una tarea exclusiva del cambio climático, sino que es rutinaria: levantarse por la mañana es un acto de esperanza.

Yo escribí este libro, porque estaba buscando formas de llegar a la gente, darle recursos, argumentos… y, con suerte, esperanza también, pero no es lo único que puede hacerse. Se puede trabajar a nivel político e instigar cambios en las leyes, manifestarse en las calles, fomentar la eficiencia energética mediante la tecnología, reformar el sector bancario, educar a los alumnos en las escuelas, etc. Así encontraremos la única receta para protegernos de la desesperación, que no es ningún optimismo ingenuo, sino la habilidad continua de actuar en el mundo.

Ya para terminar… Sé que estás escribiendo un libro sobre la economía de los cuidados. Cuéntame cómo está siendo el proceso.

¡Sí! Y está resultando mucho más difícil de lo que esperaba. Lo que yo quería era desarrollar temas que ya estaban en Prosperidad, lo que llamé “la economía de Cenicienta”, donde hay cuidados, creatividad, arte, dedicación y el amor que la gente expresa por los demás, una economía que el capitalismo ha dejado atrás, y luego hablar de la prosperidad como salud y no como riqueza material. Pero esta tarea se me está complicando por culpa de la guerra en Ucrania, porque los cuidados son una reevaluación de cómo debemos comportarnos con otros seres humanos y, claro, la guerra es justo lo contrario.

Centrar los cuidados ahora es un objetivo muy difícil, creo que es importante, pero me está costando argumentarlo en un contexto en que nos estamos desplazando trágica, dramáticamente, hacia otro momento en el que no son los cuidados lo que caracteriza nuestras relaciones, sino el poder de unos sobre otros. Por otra parte, hay un conflicto en el corazón del capitalismo y gira alrededor de la productividad, porque el capitalismo, al ensalzar la productividad, devalúa los cuidados, así que resolver ese enigma económico es una parte fundamental de lo que estoy intentando hacer en el libro nuevo.

Mmm… ¿Te puedo dar una sugerencia? Los cuidados siempre han estado asociados a las mujeres. Muchas feministas te dirían que por eso están devaluados, no por su relación con la productividad. Estoy pensando en Silvia Federici, por ejemplo.

¡Cierto! Estoy completamente de acuerdo. Ésa es otra de las razones por las que este proyecto me está pareciendo menos simple de lo que esperaba, porque me estoy adentrando en un territorio que ha sido explorado con mucha profundidad por la economía feminista. Tu explicación, que la economía tiene género, que el capitalismo tiene género, es muy importante para mi argumento.

Te deseo lo mejor con el siguiente libro y, por supuesto, con este, Post Growth.

Muchísimas gracias. Un placer hablar contigo. 

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Comentarios
  1. Valiosa la cita de Gramsci: «al pesimismo de la razón, se le opone el optimismo de la voluntad». Esta cita hace años que me inspira para seguir adelante aún rodeado de desesperanza.

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