Crónicas | Opinión
Vox no ha perdido, ni está más débil
El economista Fernando Luengo escribe "un apunte, necesariamente breve, de lo mucho que está en juego" tras las elecciones andaluzas
Hay mucho que reflexionar sobre los resultados de las elecciones andaluzas, verdaderamente desoladores para lo que, en términos genéricos, podemos denominar como partidos de izquierda. Aunque si uno repara en las declaraciones de quienes han encabezado las candidaturas y de los dirigentes de esas formaciones políticas no se aprecia ninguna intención de abrir un debate serio y de calado, como procedería en esta crítica situación.
Todo lo contrario. Las mismas o similares excusas de siempre –ha faltado tiempo para hacer visible nuestra marca, no hemos conseguido movilizar a nuestro electorado, hemos tenido que lidiar con la hostilidad de la mayor parte de los medios de comunicación, la desunión ha pasado factura…-, con el añadido de que cada cual, con diferentes argumentos, hace suyo el logro de haber impedido que Vox obtuviera los votos y los escaños que le hubieran permitido gobernar.
Hay mucha tela que cortar en esta manera de enfrentar lo que, indiscutiblemente, ha sido una derrota histórica para las izquierdas, pero ahora solo quiero hacer un breve comentario sobre un par de asuntos que me parecen relevantes y preocupantes, y que, precisamente, están relacionados con la presencia política y social de Vox. Por un lado, la constatación de que este partido no ha cosechado los resultados que todos los pronósticos le daban; por otro, la idea de que el voto dirigido al Partido Popular (PP) ha frenado el ascenso de la extrema derecha. Estoy de acuerdo, en términos generales, con ambas afirmaciones, pero, en mi opinión, es necesario un análisis más detallado y cauto.
Es verdad que Vox aspiraba a ser un partido decisivo en la configuración del nuevo gobierno andaluz, del que aspiraba a formar parte, como ya sucede en Castilla y León. Sus dirigentes lo esperaban y la mayor parte de los sondeos electorales apuntaban en esa dirección. Afortunadamente, los resultados han quedado lejos de ese escenario. Pero no es menos cierto que Vox, ha continuado ganando apoyo social. Ha recibido cerca de 500 mil votos, unos 100 mil más que los obtenidos en las elecciones de 2018, y tendrá 14 escaños, dos más que en ese año.
¿Se ha quedado lejos de su objetivo? Así es. ¿Ha fracasado? En absoluto. Vox -un partido claramente fascista, furiosamente contrario al ejercicio de derechos sociales básicos, profundamente antifeminista, que niega la gravedad del cambio climático, partidario de derogar las autonomías-, en un contexto de aguda crisis económica, que ha llevado los niveles de empobrecimiento de amplias capas de la población y la desigualdad a cotas históricas, recibe ahora más apoyo de la ciudadanía andaluza. Y esto, como es sabido, no es un fenómeno localizado en Andalucía; en otras comunidades y ayuntamientos del Estado español es igualmente evidente la ascendencia de la extrema derecha (lo mismo, incluso con más intensidad, está sucediendo en otros países).
Las causas de este proceso son, por supuesto, diversas y complejas (deberían estar en esa reflexión a la que aludía al comienzo del artículo). Uno de los aspectos que me parece más importante tratar aquí para dar cuenta de este fenómeno (y para enfrentarlo) tiene que ver con el amplio magma social de del que, de alguna manera, se nutre este partido, formado por los perdedores de las crisis, los que viven en situación de precariedad o pobreza, los que entran y salen del mercado de trabajo, los que quedan fuera del radio de acción de las políticas sociales… A estos y otros colectivos, el discurso político les queda lejos y la política institucional también, sienten que su situación apenas mejora gobiernen unos o gobiernen otros, pues piensan que, en el fondo, todos son iguales. Los espacios de desinformación – supuesta información a través de las redes sociales y de los programas de entretenimiento- que estos colectivos frecuentan alimentan la desafección, la desconfianza y los prejuicios. Y aquí, Vox, un partido que cultiva la antipolítica, que se presenta como anti status quo, aunque en realidad defiende los intereses de los más privilegiados, tiene un filón. Gran reto para la izquierda transformadora, si es que realmente quiere transformar las cosas. Para ello no será suficiente con refugiarse en una institucionalidad desacreditada, lanzar alegatos ideológicos denunciando la esencia fascista de Vox, sumar siglas o abrir procesos de escucha.
De otro lado, es verdad que una parte del voto que podría haber ido a Vox lo ha canalizado el PP, que, además, se ha beneficiado claramente de la desaparición de Ciudadanos, un partido claramente ubicado en la derecha, que, ante el ascenso de los populares, no ha sido capaz de conservar su espacio político. Vox influirá en las políticas del reelegido presidente de la Comunidad de Andalucía, José Manuel Moreno Bonilla, las cuales, separando el grano de la paja, la retórica de los hechos, en aspectos fundamentales son muy parecidas a las del partido de extrema derecha. En todo caso, me parece evidente que no es lo mismo influir desde el parlamento que formar parte del Gobierno y tener responsabilidades ejecutivas en la toma de decisiones. De eso nos hemos librado.
Un dato cualitativamente relevante es que el PP también ha recibido una parte del voto que podría haberse destinado al Partido Socialista Obrero Español (PSOE); un votante moderado que ha decidido apoyar al partido que, si conseguía la mayoría absoluta, podía dejar a Vox fuera del gobierno. Es mucho rizar el rizo y casi produce sonrojo escuchar a algunos dirigentes del PSOE decir que han sido decisivos a la hora de frenar el ascenso de Vox y que ese era uno de los objetivos centrales de la campaña… algunos políticos, tirando de manual de supervivencia, son verdaderos maestros en convertir fracasos en victorias.
Lo cierto es que la formación presidida por Alberto Nuñez Feijóo sale de estas elecciones con un mensaje político potente e inquietante, el de ser capaz de poner coto a la derecha más extrema si recibe suficiente apoyo social; apoyo que, bien trabajado, puede llegarle de un amplio espectro de la población. Así las cosas, no me parece que Feijóo esté interesado en un enfrentamiento con Isabel Ayuso -aunque ésta sí lo contemple para reforzar su identidad dentro del partido. Las dos “almas” del PP, avaladas por los resultados de Andalucía y Madrid, están abocadas a convivir y de hecho se necesitan para enfrentar las próximas elecciones, hasta las generales. En un contexto de clara recomposición del bipartidismo y con unos resultados electorales que permiten al PP recuperar, al menos en parte, el relato de la “centralidad” (aunque no haya cambiado un ápice su perfil regresivo en materia económica y social), es seguro que el PSOE tratará de disputarle ese espacio de “moderación”, lo que sin duda alguna condicionará la acción del Gobierno central; un lastre adicional para la aplicación de políticas verdaderamente transformadoras.
Todo lo anterior tan solo es un apunte, necesariamente breve, de lo mucho que está en juego. Las preguntas, los interrogantes están sobre la mesa. Ignorarlos o contestar con el trillado manual de la política ya conocida solo servirá para preparar el camino del triunfo de las derechas en las elecciones generales.
Si la izquierda ‘podemita’ (todas las versiones) recapacita y deja de aburrirnos con políticas identitarias, y se enfoca en (re)encontrarse con esa gente que curra y que no tiene Masters y Doctorados sociales de cero uso practico, a lo mejor evita que los curritos encuentren hogar en el cortijo de Vox
Muy fascistas no serán los de Vox cuando defienden los derechos políticos de los pederastas.
Si me apuras hay un cuarto error de la izquierda y es en relación con el tratamiento que le da al problema migratorio
Mientras no haya una izquierda que defienda el control de fronteras precisamente para evitar la rebaja de los sueldos y la competencia desleal de mano de obra barata de inmigrantes ilegales explotados por empresarios sin escrúpulos… La derecha alternativa seguirá creciendo en barrios obreros y entonces será imposible derribar la alianza de poder PP – Vox, porque tendrán el voto urbano burgués de clase media y alta……y por otro lado canalizarán una gran parte del voto rural y obrero
Primer error clasificar a VOX como fascista.
Vox es un partido conservador populista, como el partido republicano de Trump
Segundo error no ver que una parte del votante rural de izquierda se ha pasado directamente a Vox por su defensa del modo de vida de las gentes del campo atacado por las izquierda pijiprogre urbanita
Tercer error no darse cuenta que precisamente el hundimiento de la izquierda es lo que ha posibilitado que el PP no necesite a Vox para gobernar…. Pero Vox en si no ha fracasado en absoluto
Fernando, tienes toda la razón, mi duda es por qué la izquierda se autoengaña y hace creer a la ciudadanía discursos que no son creíbles respecto al freno a la derecha
Un abrazo