Política

La débil tregua que sostiene Junts per Catalunya

El próximo día 4 de junio se celebrará en la localidad francesa de Argeles el congreso de Junts per Catalunya en el que se decidirá la nueva dirección del partido que sustituya, entre otros, a Carles Puigdemont (presidente del partido) y a Jordi Sánchez (secretario general).

A la izquierda, Laura Borràs, Presidenta del Parlamento de Cataluña. MIQUEL COLL MOLA / Licencia CC BY-SA 4.0 || A la derecha, Jordi Turull, ex consejero de la Presidencia en Catalunya. CONVERGÈNCIA I UNIÓ. Licencia CC BY 2.0

Este artículo se ha publicado orginalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

Con los cargos asignados de casa y, sobre todo, debido a la inexistencia de una candidatura alternativa a la del tándem Borràs – Turull, el encuentro de Argeles tendrá, más bien, un carácter simbólico. Atrás quedan los tiempos de las primarias, el mecanismo que estuvo en boca de tantos políticos como en la gran herramienta democrática – regeneradora que, poco a poco, ha sido abandonada en aras de la sempiterna pulsión controladora de los partidos. Así pues, Borràs y Turull serán los encargados de abanderar esta nueva máquina de guerra política que intenta construir, de nuevo, sobre los escombros de Convergència i Unió.

La nueva dirección tiene mucho trabajo por hacer. El último barómetro del CEO (Centro de Estudios de Opinión) publicado en abril los situaba como tercera fuerza en intención de voto. Sólo un 6,6% de las personas encuestadas aseguraban que votarían Junts per Catalunya, el dato más bajo de la historia del partido. El PSC (11,4%) casi les duplicaría en intención de voto, mientras que ERC casi les triplicaría (17,5%).

Al pacto al que llegaron ambos líderes fue presentado como una tregua entre los dos bloques, una especie de síntesis superadora de la dialéctica que dividía el partido entre pragmáticos liberales e independentistas hiperventilados. Pero se trata de una paz tensa y frágil que puede acabar estallando por los aires pronto que tarde. Durante la década de los años sesenta en Estados Unidos, el movimiento contracultural y antimilitarista popularizó el cántico “Hagamos el amor y no la guerra”. El amor, y no la paz, se presentaba como verdadero antagonista de la guerra. Y tiene sentido: a menudo la paz es solo un estado de espera entre dos conflictos que surge de la incapacidad de uno de los bandos de acabar con el otro bando.

Ahora bien, por mucho que la situación formal en Junts per Catalunya sea la de cierto empate técnico entre Borràs y Turull, la presidenta del parlamento va un pasito por delante en esta particular carrera hacia el poder. Aparte de ostentar la presidencia del partido y de ocupar el cargo institucional más elevado dentro de su organización política, Borràs se ha asegurado la presencia de personas claves dentro de la ejecutiva como David Torrents, quien será el secretario de organización del partido.

Sin embargo, Borràs se enfrenta a dos problemas importantes que le pueden impedir perdurar en el cargo. Para empezar, tiene una causa abierta en el Ttribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) por un presunto caso corrupción de cuando estaba al frente del Institut de Lletres Catalanes, según el cual habría fraccionado contratos públicos para beneficiar a terceros cercanos a la actual presidenta del parlament. Una sentencia condenatoria podría inhabilitarla y acabar de un día para otro con su carrera hacia el palacio de la Generalitat.

La segunda dificultad que tiene Borràs es que el discurso hiperventilado, en Catalunya, está demodé. En algunos casos la rabia ha dejado paso al pragmatismo; en otros, a la apatía. Pero si Borràs no ha arrasado con la línea pragmática-liberal de Jordi Turull (más cercano a los planteamientos clásicos de la Convergencia de donde él proviene) es porque este discurso, que clama la legitimidad de los resultados del 1-O y que superpone la agenda independentista a la agenda programática, hace tiempo que se atraganta. El discurso hiperventilado está todavía al frente de Junts per Catalunya, pero lo hace de forma virtual, fantasmagórica, como un espejismo que se va deshaciendo en la distancia. Es difícil, viendo el escenario, que Borràs – Turull logren aglutinar el espacio posconvergente y refunden «la casa grande del catalanismo». Más bien lo contrario: el incendio todavía perdura.

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