Opinión
La mula de Monroe
"Despreciar a alguien que revela una debilidad o una situación angustiosa permite tener la sensación de quedar por encima", escribe Jorge Dioni
“¿De dónde sale todo ese odio?”, pregunta el personaje de Willem Dafoe en Arde Mississippi mientras sujeta la fotografía de un linchamiento. Su personaje es Alan Ward, un agente del FBI más bien liberal, progresista en términos europeos. Rupert Anderson, el personaje de Gene Hackman, un antiguo sheriff sureño, le explica una historia familiar:
“Cuando era un chiquillo, había un viejo labrador negro vecino nuestro llamado Monroe. Y supongo que tuvo un poco más de suerte que mi padre. Logró comprarse una mula y eso fue un acontecimiento en el pueblo. Mi padre odiaba aquella mula porque sus amigos no paraban de tomarle el pelo, que si habían visto a Monroe arando con su nueva mula, que si Monroe iba a alquilar más terreno ahora que tenía una mula. Una mañana, la mula apareció muerta. Le envenenaron el agua. Después de eso, nunca se mencionaba la mula en presencia de mi padre. Era un tema prohibido. Un día, íbamos en coche, pasamos por delante de la casa de Monroe y vimos que estaba vacía. Decidió marcharse. Supongo que se iría al norte o algo así. Entonces, miré la cara de mi padre y comprendí que lo había hecho él. Él notó que yo lo sabía y se avergonzó. Supongo que se avergonzó. Entonces, me miró y dijo: si no eres mejor que un negro, hijo, no eres mejor que nadie”.
Monroe no fue el único que emigró al norte. En la primera Gran Migración, casi dos millones de afroestadounidenses se desplazaron desde los estados meridionales hacia las ciudades de las zonas industriales del país. Allí, Monroe es probable que se encontrase con otros sistemas de discriminación, como el redlining, término acuñado por el sociólogo John McKnight que describe la degradación o privación de servicios a ciertos colectivos para sostener la segregación. Puede darse en la concesión de seguros o en el tipo de interés de los créditos, instrumentos necesarios para lograr estabilidad social. En ocasiones, lo más importante es evitar la movilidad hacia abajo. Pensemos en el servicio que presta Avalmadrid a ciertos grupos sociales bien conectados. El redlining se ve mejor en cuestiones más concretas, como el asfaltado, la iluminación o la recogida de basuras. Si una zona no recibe los mismos servicios, tiene otro aspecto y, sin nadie que lo cuente, no es difícil crear la idea de que es un lugar complicado o con gente poco cívica. También, en la educación o la sanidad. No hay nada que garantice mejor la desigualdad que la segregación escolar. En algunas ocasiones, si la división entre zonas no estaba clara, se construía una infraestructura como frontera.
Si sólo tuvo esos problemas, Monroe fue un hombre con suerte. Esos eran los sistemas no violentos de discriminación. Los otros iban desde la presión policial a la violencia directa, como el verano rojo de 1919 o los disturbios de 1921 en Tulsa (Oklhahoma), ciudad que acogía el llamado Wall Street negro. El ataque, donde los euroestadounidenses incluso usaron aviones privados para bombardear la ciudad, dejó a 10.000 afroestadounidenses sin casa, además de incontables muertos. Al inicio de la segunda Gran Migración, que desplazó a cinco millones de personas entre los 40 y los 60, se produjeron enfrentamientos en Detroit, Nueva York, Los Ángeles o Beaumont, en Texas. En todos ellos, los afroestadounidenses dominaron las cifras de muertos, heridos y, sobre todo, detenidos y encarcelados.
Esa segunda Gran Migración provocó otro movimiento: la fuga blanca. Millones de euroestadounidenses abandonaron las ciudades y se instalaron en los suburbios, donde el precio de las casas o las normas de los promotores garantizaban la homogeneidad racial. Es algo que aparece en The two Jakes, la secuela de Chinatown, donde el personaje de Harvey Keitel, un agente inmobiliario, explica que vende casas que él no podría comprar porque es judío. También existían los Sundown Towns, localidades en las que la presencia de personas no caucásicas estaba prohibida tras la puesta de sol. Trabajar, sí, pero nada más. En la actualidad, la mayoría de las personas euroestadounidenses viven en lugares con escasa diversidad. Cuando las normas no servían porque Monroe acudía a los tribunales, la acción directa también era una opción. Las asociaciones de propietarios fueron la base social de la expansión del Ku Klux Klan al Norte y al Oeste. El caso de los Myers, en Levittown, un suburbio de Pensilvania, fue el más famoso y es la inspiración de la serie Them.
Monroe siempre se encontrará con un Anderson porque no es una relación personal, sino social. No depende de ellos, sino del contexto. Eso es lo que explica la teoría crítica de la raza que la derecha estadounidense quiere borrar de las escuelas. Si no sabes cómo hemos llegado aquí, cómo cada cual ha ganado o perdido su dinero, se puede encajar la versión de que todo ha sido un proceso natural en el que todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades y que todo ha dependido de la capacidad de cada uno. Cuando acaba la historia de la mula, el personaje de Willem Defoe se encara: “¿Crees que eso le excusa?”. “No es una excusa”, responde el personaje de Gene Hackman, “es una historia sobre mi padre”. “¿Y usted qué opina?”, pregunta Defoe. “Que era un pobre viejo carcomido por el odio y que no sabía que lo que lo estaba matando era la miseria”, responde.
El formato es la competición: de la movilidad social al ascensor social, donde no cabe todo el mundo. El modelo ideológico individualiza y sustituye progreso por oportunidades. Si no las aprovechas, es tu problema porque puede hacerse. Si no las aprovechas y te quedas en el camino, es muy importante no ser el último. Tiene que haber alguien por debajo. Sobre todo, cuando te está matando la miseria. Servir o ser servido. ¿Qué interés hay en que te lleven cualquier tontería a casa en el menor tiempo posible?, suele preguntarse. El producto es el poder. Quien pide manda, quien pone un plazo manda, quien pide con un plazo y, además, tiene la capacidad de valorar el trabajo de los demás con un castigo manda. O, por lo menos, tiene la ilusión de hacerlo. Después de un día de mierda, hay alguien que está más jodido que tú y que, además, tiene que sonreírte.
Es interesante ver cómo varias de las nuevas profesiones producto de la revolución tecnológica no dejan de ser la versión digital de los oficios situados abajo en la serie Arriba y Abajo: chófer, cocinera, chico de los recados, mozo de cuerda, profesor particular, niñera, etc. El producto no es un viaje ni un aguacate, sino la emoción, el poder. Tener a alguien abajo nos da la sensación de estar arriba. También es uno de los principales productos de las redes sociales. Despreciar a alguien que revela una debilidad o una situación angustiosa permite tener la sensación de quedar por encima, lo mismo que insultar o juzgar cualquier cuestión que no tenga que ver con el mensaje. También permite tener una autopercepción de fortaleza. Si no estás de acuerdo con esto, es que eres un blando. La pornografía ya no vende la excitación del sexo, sino el placer del poder.
Anderson es un personaje con muchos rostros. El fin de la estructura que garantiza una relación de poder provoca el miedo de los que lo pierden. El cambio de reglas, ya sea el fin de la segregación racial o la igualdad entre mujeres y varones, provoca incertidumbre. La cuestión no es que esos otros no estén, sino que no tengan los mismos derechos. Si Monroe tiene la capacidad de denunciar el envenenamiento de su mula en lugar de tener que emigrar, se produce una situación delicada para Anderson. El miedo lo llevará a la frustración: sus soluciones ya no sirven. Los que se callaban ya no lo hacen. El cambio en la estructura se interpreta como una conspiración movida por fuerzas ajenas, las que salen de la marginación, y la pérdida de la situación de dominio como una nueva discriminación. La nueva posición de poder es ser una víctima. Si no tengo una mula es porque Monroe me la ha quitado. Ojalá volver a ese momento en el que no la tenía. De ahí sale ese odio que algunos creen que pueden avivar porque podrán gestionarlo después. No suele salir bien.