Clase media lepenista

Lo que sucede en unas elecciones es siempre culpa de las clases bajas. O eso estoy leyendo a raíz de las presidenciales francesas: opinólogos intentando trasplantar lo ocurrido en el país vecino a España, a pesar de que España es España, Francia es Francia, y la fascista Marine Le Pen perdió las elecciones. Hay quienes dicen que esto de que el obrero vote a la derecha es por culpa del abandono de las formaciones de izquierdas a su votante tradicional, como exculpando, y los hay que nos quieren atizar con quitarnos el derecho a votar mediante el sufragio censitario, como los buenos y rancios señores victorianos que en el fondo son. De todo esto se hace eco la ultraderecha española, que se dice defensora de los trabajadores aunque su programa sea monstruosamente antiobrero. Todos estos actores participan con entusiasmo en el intento de crear una profecía autocumplida. Los de las “batallas culturales”, que se pasan el día hablando de las clases populares a las que no pertenecen, encienden la mecha, y supongo que esperan con ansia viva el estallido de un gobierno de Vox para poder decirnos que nos lo advirtieron, y erigirse así en los profetas que nunca pedimos. Eso el que no tenga cargo político asignado cuando llegue el momento.

Detrás de todo esto solo hay clasismo. La pátina paternalista bajo la que pretenden encubrirlo no es menos repugnante que sus intenciones. Es muy fácil ponerse a hablar de la clase obrera sin pertenecer a ella, pues prácticamente nadie nos da voz, no hay temor a la réplica, puedes pasarte el día pontificando. Y mintiendo, pues todo esto no es más que una conveniente mentira, por muchas veces que lo repitan.

En nuestro país no hay un trasvase de votos de la izquierda a la ultraderecha, y las clases populares no votan en su mayoría a Vox, le pese a quien le pese. El típico testimonio de bot ultra en redes sociales “yo votaba al Partido Comunista, pero las series woke de Netflix, Soros y el lobby trans me tienen harto, así que votaré a Vox por extrema necesidad”, es el resumen de las ideas de todo este movimiento de higienistas decimonónicos amantes del reguetón. Es un testimonio tan irreal como el escenario que plantean desde la “trinchera cultural”, pero todos persiguen los mismos fines. 

La visión de unas clases bajas como un ente homogéneo que sufre en sus carnes la demolición posmoderna de su forma de vida es falsa. Los habitantes del barrio donde crecí son tan diversos como los del centro de Madrid, aunque tengan la cartera vacía. Esa homogeneidad espiritual y de voto a la derecha, ultra o menos ultra, que sin ultra no nos queda, hay que buscarla en las urbas de la clase media aspiracional, esa que se dice jocosamente de extremo centro, la del SUV y el colegio concertado, los artistas anteriormente conocidos como votantes de Ciudadanos. Pero, por lo que sea, a quienes hay que analizar y juzgar es a la chusma como el que esto escribe. Todos estos profetas que empezaron advirtiéndonos y terminaron jaleándonos por algo que pretenden hacer creer que hacemos me recuerdan a aquellos pijos que se quejaban de que en mi barrio se vendía la droga que compraban. Es un poco eso, supongo.