Internacional
Liberales y ultras contra la tortuga de Esopo
Todo apunta a que Macron y Le Pen serán los candidatos más votados el próximo domingo en la primera vuelta de las elecciones francesas. El izquierdista Mélenchon, sin embargo, ha ido creciendo en las encuestas y conserva una remota posibilidad.
La burguesía francesa no tiene motivos para la inquietud. O no demasiados. La primera vuelta de las elecciones, que se disputa el próximo domingo, tiene como máximos aspirantes al liberal Emmanuel Macron, llamado «el presidente de los ricos», y a Marine Le Pen, candidata de una extrema derecha soft en las formas pero indudablemente conservadora, como no podía ser de otra manera, en el fondo. Todo lo que no fuera una segunda vuelta entre estos dos aspirantes sería, según las encuestas, una sorpresa mayúscula.
El tercero en discordia es el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, que ha ido subiendo peldaños lentamente en la intención de voto pero no los suficientes como para equilibrar un tablero político históricamente inclinado a la derecha. Hubo un momento, a mitad de la campaña, en el que se le comparó con la tortuga de la fábula de Esopo: al principio no constituía ningún peligro para las élites económicas, se trataba de un viejo conocido (ya fue candidato en 2012 y 2017) con un humor de perros y una altanería repelentes para casi todo el mundo, pero su ascenso mantenido en los sondeos le hizo torcer el gesto a más de uno. ¿Y si el abuelo gritón nos arruina la fiesta? Pero no, parece que eso no ocurrirá.
El dominio de las fuerzas de derecha estaba tan claro que Macron pensó que podría ser reelegido sin hacer campaña. Y permaneció en esa mayestática indolencia imperial hasta que vio una encuesta en la que, en una eventual segunda vuelta con Le Pen, la extrema derecha se acercaba demasiado al 50% de los votos. No era el principal escenario, pero esa posibilidad existía. Tampoco es que se lanzara desesperadamente a la calle para convencer a los votantes. Dentro del manto de armiño se está muy calentito y no es cuestión de mancharlo culebreando entre los puestos del mercado. Su reacción fue reunir a más de 300 periodistas en Aubervilliers y presentar su programa electoral en una exposición de tres horas de duración (más otra hora de preguntas). Quienes participaron en la Convención Ciudadana por el Clima o en el llamado «Gran Debate Nacional» saben que Macron tiene la resistencia de un maratoniano etíope, que cuando empieza a hablar no para, y que rara vez escucha a alguien.
Paradójicamente, la campaña ha sido plácida para el presidente porque la invasión de Ucrania ha contribuido a diluir temas tan tóxicos y tan importantes en la agenda ultra como la inmigración, la inseguridad ciudadana o el terrorismo. ¿Ocuparon los medios ese vacío con otros asuntos, ciertamente más acuciantes, como por ejemplo la emergencia climática? Por supuesto que no.
Al principio de la crisis, cuando aún no se había producido la invasión de Ucrania pero se oían tambores de guerra, Macron se empeñó en aparecer como un actor decisivo en el concierto internacional. Se decía que tenía a Vladimir Putin al otro lado del teléfono y que podría convencerlo para detener la escalada bélica. Seguramente el primer paso para ser grande es creérselo uno mismo. En eso Macron no tiene complejos. Otra cosa es que Putin escuchara con un mínimo de atención lo que le decía. No fue el caso. Acto seguido, al ver arder las barbas de su vecino alemán (absolutamente subordinado al gas ruso), anunciaba a bombo y platillo su plan para el «renacimiento» de la energía nuclear en Francia. La estrategia no sólo era comercial sino patriótica, y se resumía en una palabra: independencia. Curioso concepto para quien tiene un historial como el francés en Indochina o Argelia. Y para quien no tiene ni un solo gramo de uranio en su territorio.
Piel de cordero
En cuanto a la energía nuclear, Marine Le Pen está en perfecta sintonía con el presidente. Los nuevos reactores en proyecto y la prolongación de la vida de los antiguos significarán, a su juicio, «la salvación» de Francia. Su partido tiene una enorme implantación en el ámbito rural y allí es donde se está organizando la mayor oposición a los aerogeneradores (y razones no les faltan; en España ocurre algo similar). También es donde se da una defensa más apasionada de la caza, un tema que podría pensarse menor pero que también ha tenido protagonismo en la campaña.
Le Pen no ha perdido, por tanto, su esencia tradicionalista. Lo que sí ha modulado es su discurso xenófobo y antieuropeísta. Y su estrategia, presentada tras el inesperado patinazo en las elecciones regionales de 2021, parece estar dando resultado a tenor de las encuestas. Cambió la histórica marca de su partido (Frente Nacional) por otra menos agresiva (Reagrupamiento Nacional) y ya no habla de abandonar el euro, aunque sus fotos con Putin la perseguirán eternamente.
En 2014 se mostró a favor de la anexión de Crimea por parte de Rusia y en la actual coyuntura bélica se cuida mucho de aparecer como una aliada del Kremlin, pero considera que no se puede convertir a los rusos «en los parias de Europa». Estar al plato y a las tajadas es una música que siempre suena bien entre la gente de dinero. Para defender esta apuesta geopolítica Le Pen tiene un argumento que nunca pasa de moda: el anticomunismo. «El interés de Francia y de los franceses está en no ver caer a Rusia en brazos de China», explicaba esta misma mañana en France Info. «Rusia, el país más grande del mundo, no debe estar supeditado a China, el país más poblado del mundo. Nuestro interés está en que Rusia, el primer país productor de materias primas del mundo, no se asocie a China, la fábrica más grande del mundo».
Su posicionamiento en temas laborales tampoco desagrada a las élites financieras. Dice que hay que subir el sueldo a todos los franceses (lo que, a priori, podría aplaudir cualquier votante de izquierdas), pero que esto debe ser una medida voluntaria por parte de las empresas. «Es una incitación, pero yo no obligo a ninguna empresa a aumentar los salarios a riesgo de ver comprometida su viabilidad», explicó. También aseguró que subirá los sueldos de los profesores y del personal sanitario un 3%. No así los de los policías, que merecen más dinero, sí, pero como todo el mundo. Y así, aparcando la islamofobia y hablando principalmente del poder adquisitivo (el gran tema de esta campaña), es como está consiguiendo atraer a las clases medias.
Siempre hay un camino (más) a la derecha
La irrupción de Éric Zemmour por su derecha (sí, siempre hay un camino más a la derecha, aunque parezca imposible) no le hizo cambiar de estrategia y ahora está recogiendo los frutos. Zemmour, un polemista que ha sido condenado varias veces por delitos de odio, entró en la campaña con el viento favorable de los medios y se destacó en las encuestas, llegando a estar por delante de Le Pen en las preferencias de los votantes. Incluso se ganó para su causa a la misma sobrina de Le Pen, Marion Maréchal, pero su discurso radical empezó a indigestar a casi todo el mundo.
Zemmour ha sido el único candidato de la derecha que ha mantenido el tema identitario como la base de su programa. Francia, a su juicio, está en vías de desaparición y él es el único que puede salvarla. ¿De quién? De todos. No sólo del «islamoizquierdismo multicultural». Todos son enemigos de Francia. También los demás candidatos de derechas. Nadie, salvo él, representa los eternos valores nacionales. Macron fue ministro en el gabinete de François Hollande, lo que le invalida desde cualquier punto de vista. Valérie Pécresse es «de centro». Y Le Pen… «es socialista en lo económico». Así los definió en el que fue, quizás, su canto del cisne: el multitudinario mitin que ofreció en la explanada del Trocadero, al pie de la torre Eiffel. Lo empezó saludando a los policías y alcanzó su punto álgido cuando la multitud coreó la consigna «¡Macron, asesino!», sin que hubiera ninguna reacción por su parte. El que calla otorga.
El carismático y elocuente Zemmour al final ha resultado ser un fiasco de candidato. Incluso Pécresse, en un debate cara a cara, lo toreó con una solvencia inesperada. Y no será por falta de patrocinadores. Muchos medios lo empujaron a postularse a la presidencia y lo han apoyado sin rubor. Entre ellos destaca la cadena CNews, donde tienen cabida las teorías ultras más delirantes, como la del «Gran Reemplazo», que han contribuido en buena medida a banalizar y a popularizar. Hasta llevaron a Renaud Camus al plató para dar una charla divulgativa. Tanto bombo apocalíptico sobre el futuro de la patria ha servido de poco: las encuestas le dan a Zemmour un 9% en la intención de voto frente al 22% de Le Pen.
Hay otra derecha, efectivamente, que fue mayoritaria en Francia durante décadas y que no participa de las desaforadas diatribas xenófobas de los ultras (aunque Nicolas Sarkozy se aproximara bastante). Es la que representa Valérie Pécresse, la derecha tradicional y gaullista de toda la vida. Pero su travesía del desierto aún durará, al menos, un quinquenio más. Su éxito en las elecciones regionales la aupó en las primarias de Los Republicanos, aunque luego se comprobó que aquella elección estuvo plagada de irregularidades. Al parecer participaron ciudadanos extranjeros sin derecho a voto en Francia, militantes ya fallecidos y hasta un perro. No parece la mejor carta de presentación para una aspirante al Elíseo. Además, no ha tenido el apoyo público de los barones de su partido, en especial de Sarkozy, que no ha abierto la boca. Si ni siquiera los tuyos cierran filas en torno a ti, es muy difícil aparecer ante el electorado como presidenciable.
El «voto útil» de la izquierda
La pugna se reduce, pues, a la reedición del duelo Macron-Le Pen de 2017. Sólo Mélenchon podría impedirlo, y la llamada al voto útil de la izquierda está ganando una fuerza considerable en las últimas horas. Christiane Taubira, ministra de Justicia con Hollande y precandidata a estas elecciones (no consiguió los avales necesarios para presentarse), ya ha hecho público su apoyo al líder de La Francia Insumisa. Destacados ecologistas, como el director de cine Cyril Dion, también lo han hecho. «Después de muchas dudas, yo, que siempre he votado verde, votaré por Mélenchon el próximo domingo», escribía en su cuenta de Twitter. Porque se da la curiosa paradoja de que, una vez comparados los programas, resulta que es más ecologista Mélenchon que el candidato de Los Verdes, Yannick Jadot.
La socialista Ségolène Royal, dando pruebas de un olfato finísimo, fue la primera en señalar algo que hoy, a toro pasado, parece obvio: «El voto útil de izquierdas es Mélenchon». ¿Cuál es el problema entonces? Pues que el veterano líder cae muy mal. Socialistas y verdes lo odian (Anne Hidalgo lo ha calificado como el «aliado de Putin»), pero incluso si fueran capaces de pasar por alto sus diferencias y depositar en la urna la papeleta de la Unión Popular (la confluencia con la que se presenta La Francia Insumisa), los números no alcanzan. Jadot cuenta con el 5% de la intención de voto e Hidalgo, candidata del otrora poderoso Partido Socialista, con un minúsculo 2%. Fabien Roussel, el aspirante comunista (pronuclear y amante del chuletón), apenas llega al 3%. Para que Mélenchon llegara a la segunda vuelta se tendrían que dar demasiadas e improbables convergencias.
Pero, quién sabe, quizás la tortuga de Esopo tenga fuerzas para un esprint final. Los ricos no lo creen probable. Parece que todo está atado y bien atado. En cualquier caso, están deseando que llegue el domingo por la noche para, ya de verdad, respirar tranquilos.