Internacional
Un centro para prevenir a las refugiadas de la trata antes de que salgan de Ucrania
La ONG Women’s Perspective, que combate la trata en Ucrania desde los años noventa, ha creado un centro en Leópolis para orientar y dar información sobre la trata a las mujeres que huyen de la guerra y se dirigen a países europeos.
LEÓPOLIS (UCRANIA) // “El riesgo es aún mayor que cuando comenzamos a combatir la trata en 1998. Muchas de las mujeres que huyen de la guerra no hablan idiomas, no saben dónde ir, están aturdidas por el shock de haber perdido su vida anterior y traumatizadas por lo que han vivido en sus ciudades. Muchas no han salido nunca a un país extranjero y están en una situación muy vulnerable”, explica Loyubov Marsymoveyeh, directora de Women ‘s Perspective, una de las tres primeras ONG creadas en Ucrania para combatir la trata con fines de explotación sexual. Fue en 1998, cuando el hundimiento de la economía de su país, apenas siete años después de independizarse de Rusia y de la disolución de la URSS, desembocó en un éxodo masivo de mujeres a países europeos.
“Las mafias les prometían trabajos en Grecia, España, Turquía o Alemania. Iban con visado de turista, les quitaban el pasaporte y las secuestraban para la explotación sexual. Entonces, creamos esta organización para rehabilitarlas porque aquellas víctimas que volvían lo hacían en muy malas condiciones físicas y psicológicas. En cuanto comenzó la invasión rusa, fuimos conscientes del riesgo que suponía el éxodo masivo para las mujeres y nos pusimos a trabajar en ello”, explica sentada en una de las habitaciones del edificio de oficinas que convirtieron, ella y algunas amigas, en un refugio el mismo 25 de febrero. “Necesitábamos un sitio que estuviese cerca de la estación de trenes para que las mujeres no pusieran reparos en vernir. Necesitan sentirse cerca de su siguiente destino”.
Este edificio de dos plantas era hasta el comienzo de la invasión rusa la sede de una empresa de un amigo de Marsymoveyeh que, como muchos otros lituanos, ha puesto a disposición de las familias desplazadas sus establecimientos. Primero, les cedió las habitaciones de la primera planta. A los tres días, trasladaron sus ordenadores a otro edificio y les dejaron también la segunda. Ahora, todas las estancias permanecen cubiertas de colchones, en los que duermen unas 30 mujeres con unos 20 hijos procedentes de las regiones invadidas o asediadas por el Ejército ruso. “La mayoría de ellas han salido huyendo sin saber dónde ir ni qué van a hacer con sus vidas. Creamos este espacio para informarles de sus posibilidades, que puedan pensar y decidir con la cabeza fría los siguientes pasos. Y para formarles en qué es la trata y prevenir que puedan ser captadas por las mafias”, explica Olena Kalbus, coordinadora del proyecto de prevención de tráfico de personas de la organización desde su fundación.
“El riesgo es aún mayor que cuando comenzamos a combatir la trata en 1998”
A finales de los años 90, los prostíbulos europeos empezaron a recibir a muchas mujeres ucranianas. “Se crearon estructuras criminales para su captación en Eslovenia y en Turquía. Eran las dos rutas de extracción de mujeres de nuestro país para explotarlas sexualmente. Desde hace una década, tenemos un problema con los hombres que son captados para la trata con fines de explotación laboral. Y, ahora, tememos por todas estas mujeres y por los niños a los que las redes están intentando captar”, añade Kalbus, mientras organiza el siguiente traslado de familias a Huelva en coordinación con su ayuntamiento.
En Ucrania trabajan una treintena de organizaciones contra la trata con fines de explotación sexual y desde el inicio de la invasión se han coordinado con la policía fronteriza de Ucrania para reducir los riesgos. Para ello, han impreso unos folios con una serie de recomendaciones muy básicas que explican y entregan a las mujeres que pasan por su refugio: “No le des a nadie tu pasaporte. No vayas en coches con desconocidos. No des tu número de teléfono a nadie. Si crees que estás en peligro de ser traficada llama al 112 en cualquier país de la Unión Europea”.
Al otro lado de la frontera, tras las reiteradas advertencias por parte de organizaciones internacionales, el Gobierno polaco ha creado un protocolo para garantizar que las familias ucranianas que llegan a su territorio solo puedan ser recogidas por ciudadanos particulares que estén identificados con una pulsera que le entregan tras registrarse en un listado gestionado por la policía.
“Nos han llegado testimonios de personas que han visto a hombres vigilando a las mujeres que llegaban, denuncias de casos en los que les ofrecían trasladarlas a lugares seguros para ellas y sus hijos, pero no tenemos constancia oficial de ningún caso de trata. Es muy pronto. Las que hayan sido captadas, tardarán tiempo en poder salir de la red”, explica Marsymoveyeh, una mujer vibrante que se dedicaba en los años 90 a formar a mujeres en el emprendimiento y la inclusión laboral cuando comenzó a conocer casos de trata y fundó la ONG.
En un país donde el 10% de su PIB procede del sector tecnológico, la digitalización de las problemáticas sociales es muy rápida. Como explica ella misma con admiración, “dos desarrolladoras crearon la web prykhystok.in.ua para poner en común a las personas que buscaban alojamiento y aquellas que lo ofrecían. Pero, apenas unos días después de crearla, la rediseñaron para que sirva también a quienes pierdan la pista de sus seres queridos”. Una web que se suma a la que el gobierno ucraniano ya tenía destinada a la trata y que en el contexto bélico, ha actualizado con datos vinculados a los riesgos asociados al proceso del exilio.
Como el resto del voluntariado que atiende a las personas desplazadas y refugiadas, en Women’s Perspective saben que en estos momentos lo que las mujeres más necesitan, además de un techo y comida, es información y asesoramiento. Es el caso de Ronshina Tanya, madre de dos gemelos de 13 años, que hace tres días conseguían salir a través de un corredor humanitario de Zaporiyia. Su marido les llevó en coche a la estación, aliviado por saberles a salvo, sin saber cuándo se volverían a ver. A continuación, se volvió al hospital donde trabaja como voluntario. Su hermana, que había huido antes de otra ciudad asediada, le dio el teléfono de este centro. “Me iré con una amiga a Viena, donde ella se va a reunir con su novio. Una vez allí, no sé qué haremos”, explica, asépticamente, esta responsable de ventas en una empresa tecnológica. Marsymoveyeh le pregunta si no prefiere irse a España, con los grupos que está coordinando con distintas comunidades autonómicas. “No lo sé”, contesta. “Quizás sería mejor un lugar donde se hable inglés, que mis hijos lo hablan bastante bien”, añade, acongojada ante la falta de dirección de su vida.
Pero Tanya recupera la energía y derrocha determinación cuando le pregunto si hay algo que quiera añadir que no le haya preguntado. “Sí. Que si en 2014 Europa, Estados Unidos, la OTAN, el mundo, hubieran actuado cuando nos atacaron en Crimea y en el Donbás ahora no estaríamos en esta situación. Porque esto no se trata de Ucrania, sino de una guerra contra el sistema democrático. Rusia irá después a por Polonia, Letonia, Lituania, Moldavia y toda Europa. Putin nunca frenará si no le frenan”, espeta, casi sin tomar aire.
Tanya lleva ocho años en guerra. Natural de Donetsk, tuvo que abandonar su hogar cuando fue ocupada por Rusia, dejando atrás a sus padres y al resto de sus familiares. Desde entonces, se encuentran una vez al año en una casa en la frontera, del lado ucraniano. “Ya fuimos desplazados entonces, con mis hijos llorando porque no entendían por qué teníamos que abandonar nuestro hogar. Volvimos a construirnos una vida, a conseguir un trabajo y a estabilizarnos en Zaporiyia. Y ahora nos vamos a convertir en refugiados fuera de nuestro país”, continúa. Tanya ya había escuchado hablar sobre la trata con fines de explotación sexual, pero ha sido en los tres días que lleva en este refugio cuando ha recibido abundante información sobre ella. “Solo el 50% de las mujeres desplazadas quieren salir del país, a la otra mitad le buscamos dónde quedarse en las zonas que no han sido ocupadas. El problema es cómo van a encontrar trabajo en medio de la guerra”, expone Kalbus. De los 3,3 millones de personas que han salido de Ucrania, más de la mitad lo han hecho a través de las fronteras de Polonia, donde permanece casi un millón de ellas. Por eso es donde las ONG y los gobiernos ucranianos y polacos están poniendo más atención en vigilar a esos hombres que vemos en las estaciones vigilar el flujo de personas y a quienes permanecen durante horas en los coches aparcados junto a los puestos fronterizos.
Impunidad de las violencias machistas
Las mujeres cocinan el almuerzo mientras unas preadolescentes rebuscan entre las numerosas cajas de ropa de segunda mano que se acumulan en los pasillos. En el cuarto del fondo, rodeada de colchones en el suelo, una cría de 17 años acaricia a su gato. Es lo único que tiene en el mundo. Huérfana de madre y abandonada por su padre, vivía sola en una residencia de estudiantes en Chernihiv, una de las ciudades más bombardeadas por la aviación rusa. Veinte días después de que comenzase la invasión consiguió huir por uno de los corredores humanitarios que las tropas del Kremlin incumplen sistemáticamente. Según ha contado, quiere reunirse con su novio en Polonia. Las trabajadoras de la ONG planean seguir su caso para evitar que pueda terminar siendo tratada.
No fue hasta 2018 que Ucrania aprobó una ley que incluye la violencia de género en el código penal. Hasta entonces, solo los feminicidios eran juzgados como crímenes. La violencia física y mental seguía abordándose como desacuerdos del ámbito privado. “Ahora estamos esperando que nuestro gobierno suscriba la Convención de Estambul, pero encuentra mucha oposición por parte de la Iglesia ortodoxa”, explica Marsymoveyeh, quien lamenta que la violencia machista siga afectando a muchas mujeres en su país. Según un informe publicado por Amnistía Internacional en 2020, “la policía sigue poniendo impedimentos a las víctimas para denunciar y la impunidad generalizada disuade a muchas de ellas de hacerlo”.
“Cuando comenzamos a trabajar este tema, me invitaron a Madrid porque no entendían por qué estaban llegando tantas mujeres ucranianas a los prostíbulos. Les expliqué todo el contexto de hundimiento económico de nuestro país, las estructuras criminales que se habían creado para traficarlas, y que en España tenían los consumidores de este producto que exportaban: que si las enviaban allí es porque había clientes de la prostitución”, sentencia Marsymoveyeh. Veinticinco años después, el negocio sigue siendo el mismo: la guerra de Ucrania es coyuntural, la explotación de las mujeres es estructural.
El terrible asco que siento por los tiranos asesinos de este planeta nuestro solo es comparable al que siento por los traficantes de órganos y los proxenetas. Hay que ser malos para aprovecharse de las mujeres y los niños que huyen de la guerra para salvar sus vidas. Aborrezco a este tipo de personas. Comprendo que el mal es algo inevitable, porque forma parte de la vida, pero que triste es a veces contemplar las pérfidas obras de los malos.