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Los nudos y los ecos

En 'La bajamar', la última novela de Aroa Moreno (Literatura Random, 2022), asistimos a tres vidas anudadas, abuela, madre e hija, cada una en un contexto que ejerce violencia sobre ellas.

Portada de 'La Bajamar' de Aroa Moreno (Literatura Random, 2022).

Nuestra vida no es solo nuestra vida ni acaba cuando nos acabamos. Hay una vibración que se transmite de generación a generación, a veces ampliándose, volviéndose incluso violenta, a veces reduciéndose hasta resultar inaudible. Tomamos nuestras decisiones, dibujamos el perfil de lo que somos, a menudo con la sensación de hacerlo por voluntad propia. Pero en realidad nuestra historia es también la historia de quienes nos precedieron y de quienes nos sucederán. Decía aquella política infame que la sociedad no existe, sólo los individuos. Pero es justo lo contrario: los individuos no existimos, de la misma forma que no existen los nudos de una red sin los hilos que llegan de otros nudos.

En La bajamar, la última novela de Aroa Moreno (Literatura Random, 2022), asistimos a tres vidas anudadas, abuela, madre e hija, cada una con sus disyuntivas, cada una en un contexto que ejerce violencia sobre ellas. La abuela enfrentada a la violencia de la pobreza, primero, y a la de la guerra y la posguerra, después. La madre rodeada de los conflictos y enfrentamientos de los años setenta en el País Vasco, del terrorismo, de la obligación de tomar partido. Y la hija confrontada con una violencia más sutil, esa que le exige una ternura, una entrega, una responsabilidad que siente y no siente por su hija, porque a ella le gustaría poder definir su relación con ella, no someterse a la que le viene dada por la costumbre y los juicios morales que recaen sobre cualquier madre.

Las tres historias son interesantes en sí mismas: la de la abuela, que se quebró tras la muerte de su hijo y de su marido; la de la madre, a la que de niña montaron con su hermana en un barco para protegerla de los bombardeos de los Nacionales, y que, refugiada en Bruselas, ve divididos sus afectos entre la madre que dejó en España y la familia de acogida, con la culpa de sentirse a gusto en ese ambiente en el que casi puede olvidarse de la miseria y el hambre; la de la hija, que decide reconstruir la historia de la abuela para reconstruirse a sí misma, porque nota que se está deshaciendo, que se vacía, que no sabe quién es ni por qué ni para qué.

Pero lo que más me ha interesado en La bajamar es cómo esas tres historias se entrelazan y anudan, se amplían una en la otra: hay, como en casi todas las familias, un silencio cuyos ecos se vuelven más sonoros con el tiempo. La decisión que toma cada una de cómo vivir su vida -cómo enfrentarse al desgarro- repercutirá sobre la siguiente generación de forma a veces trágica. Y la culpa con la que cada una carga trasladará su peso a la siguiente, e intuimos que también a la niña que formará la cuarta generación y que, se las cuenten o no, recibirá en herencia las historias de la madre, la abuela, la bisabuela.

Cuando cerramos el libro nos damos cuenta de que nos hemos asomado a la biografía de tres madres cuyos maridos vivieron vidas completamente distintas; hombres ausentes (ocupados en las reivindicaciones sociales o en la guerra o en la lucha nacionalista), o, en el caso del más joven, incapaces de entender de verdad las presiones a las que están sometidas sus parejas. Y es como si esas tres mujeres no estuviesen unidas solo por lazos de sangre, porque a las tres les duelen las mismas ataduras que a las demás mujeres de sus respectivas generaciones que han vivido la maternidad, con sus exigencias y cargas, con sus heridas y angustias, y, en particular, comparten la sensación de una culpa que, bajo apariencias distintas, pesa sobre ellas década tras década. Si cada una es un nudo en la red del contexto social y político, también forman una malla propia que une a las madres de distintas generaciones y condiciones, una trama que ningún hombre podría contar. No de esa manera.

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