Internacional
Preservar la mirada periodística en medio de la guerra
"Es fundamental que desde las redacciones se mantengan las luces largas, y busquen a las mejores mentes para analizar con rigor, independencia y ambición intelectual los contextos, y que nos obliguen a quienes estamos en el terreno a no terminar engullidos por la emocionalidad", reflexiona Patricia SImón, esta vez desde la frontera polaca con Hungría.
Chelm (frontera polaca con Ucrania) // La invasión rusa ha explosionado las fronteras ucranianas y ahora este país está en todas partes. Una vez más, Vladimir Putin ha conseguido convertir a las personas refugiadas en munición de su estrategia de desestabilización de Occidente. Los rostros de las madres cargando con sus criaturas y sus animales, de los ancianos avanzando lastimosamente por los caminos a pie, las turbas pugnando por una plaza en los trenes de tiempos soviéticos se convierten en las televisiones y en los móviles de la ciudadanía en una fuente incesante de angustia e impotencia.
En este viaje, comencé viéndoles en dirección inversa a la que yo emprendía: conversé con ellos cuando llegaban a la frontera polaca de Medyka, con el rostro aún desencajado por la huida; los acompañé cuando buscaban alojamiento, comida e información en Lviv, la ciudad ucraniana de 720.000 habitantes que ya alcanza casi el millón por la llegada de familias desplazadas; los encontré en Kiev, huyendo de Irpin a través de los puentes destruidos por las tropas rusas, haciendo autostop para salir cuanto antes de la capital; esperando, finalmente, en la estación central, apenas con una maleta para poder cargar también con sus animales de compañía, sin echar la vista atrás a una ciudad que, tememos, no volvamos a ver nunca igual.
Escenas todas ellas que, emitidas sin locuciones y sin atender a la diferencia del color de piel, no se distinguen demasiado de las que fui testigo durante el éxodo de los Balcanes de 2015. De hecho, la mayoría de las familias que llegaron en los primeros meses de esa crisis humanitaria procedían de Siria. Una guerra en la que Putin es el gran aliado del régimen de Bashar Al Assad, y en la que su aviación es la responsable de buena parte de los bombardeos que han arrasado ciudades enteras, hospitales, colegios y barrios residenciales, siguiendo la doctrina que ya antes habría prácticado en Grozni.
Sin embargo, entonces, los periodistas no conseguimos hacer ver que ellos también eran víctimas de, entre múltiples actores, también de la política criminal del Kremlin y que eran expelidos como bombas de racimo hacia Europa con la misma finalidad con la que sus hackers intervinieron en la campaña del Brexit o en las elecciones estadounidenses: para socavar las democracias occidentales, alentar a los grupos ultraderechistas que se ceban con el miedo y la incertidumbre, hundir sus economías, así como aplastar la posibilidad de un atisbo de esperanza en el futuro, el mejor sustrato para terminar abrazando discursos tan fundamentalistas y autoritarios como los de Putin.
Una de las lecciones más amargas que podemos extraer de este conflicto es la dificultad que encuentran los ucranianos que huyen de las bombas para que sus familiares y conocidos que viven en Rusia se crean sus relatos. Son muchos quienes los acusan de haber sido adoctrinados por la manipulación informativa de los medios occidentales, quienes los tachan de incrédulos por no saber ver que esos ataques a la torre de comunicaciones de Kiev y al hospital de Mariupol son realizados por el propio Ejército de su país, o quienes, directamente, los tildan de nazis. Diez años de propaganda mediática contra una parte del pueblo ucraniano ha conseguido su objetivo: deshumanizarlo para que, convertido en enemigo, sea más fácil de aniquilar. Nunca más deberíamos utilizar conceptos como ‘crispación’ o ‘polarización’ con tanta frivolidad.
Por tanto, el trabajo de las y los periodistas es desentrañar, organizar y explicar todos estos elementos mientras el mundo parece derrumbarse a nuestro alrededor. Porque esa ha sido, exactamente, la diferencia con respecto a otros contextos de lo ocurrido en Ucrania. Que la desconcertante técnica rusa de evidenciar durante semanas su intención de invadir Ucrania nos ha dado la oportunidad de estar en algunas de sus ciudades antes de que comenzase la ofensiva militar.
Y eso nos ha permitido palpar el estado de terror y de profunda tristeza de aquellos que saben que se están despidiendo para siempre de su vida anterior, aquella en la que podían dar casi por sentada incluso su existencia y la de sus seres queridos. Y es tanta la injusticia, tanto el dolor y tanta la sinrazón, que es lo lógico, justo y acuciante que quienes estamos en el lugar de los hechos nos enfoquemos en documentar estos crímenes de lesa humanidad con la necesaria aspiración de que algún día nuestras fotografías y textos sirvan para juzgarlos y arañar un poco tanta impunidad.
Pero, mientras las reporteras vamos al lugar de donde muchos huyen, nos metemos en los hogares de quienes deciden quedarse para defender su hogar, registramos cómo los civiles se transforman física y mentalmente en apenas unas horas y experimentamos qué hace con nuestros cuerpos el sonido de las sirenas antiaéreas, el crujir borrascoso de los bombardeos, la comprobación en cada esquina de nuestra documentación…
Mientras todo eso ocurre, es fundamental que desde las redacciones se mantengan las luces largas, y busquen a las mejores mentes para analizar con rigor, independencia y ambición intelectual los contextos, y que nos obliguen a quienes estamos en el terreno a no terminar engullidos por la emocionalidad y seguir preguntándonos como el respirar: ¿quién se beneficia de todo eso? ¿cómo está afectando esta guerra a los roles de género? ¿qué implicaciones tiene la reproducción acrítica del ‘las mujeres y los niños’? ¿quiénes, en medio del caos y de la desesperación, siguen apostando por la paz? ¿a dónde nos aboca toda esta maquinaria bélica? ¿la excitación de la adrenalina está engullendo el valor informativo de mis crónicas? ¿cómo nuestros relatos alientan o desacreditan la testosterona de los tambores de guerra? ¿para qué, por qué y qué consecuencias tiene para la población local que estamos aquí? ¿nos estimula más la guerra que la paz?
Y, precisamente, para poner coto al riesgo de la egofagia de la corresponsalía de guerra está el periodismo ecofeminista: el que busca identificar los actores, dinámicas y factores que favorecen que haya personas y colectivos más vulnerables que otros; el que narra desde lo comunitario, que es el espacio que preserva la vida, en lugar de los liderazgos mesiánicos, tan mediáticos y autocráticos; y el que parte de la aspiración de la igualdad, la paz y la justicia social para evidenciar quiénes promueven y se lucran de lo opuesto en cada lugar.
De esta manera, como sostiene el veterano reportero franco-español Joseph Gordillo, ducho en mil batallas, reportajes y documentales, podremos conseguir lo más importante en estos contextos: mantener la búsqueda de la perspectiva profunda y crítica alejada de la ‘última noticia’, preservar la mirada de periodista más allá de la de reportera de guerra. En ello estamos en La Marea. Seguimos.
Enhorabuena a La Marea y a Patricia por documentar y dar testimonio de la crisis humanitaria y el terror que se está produciendo estos días en Ucrania y por el informe Especial sobre la Invasión.
Pero más allá de esta información tan necesaria y de la estrictamente militar que facilitan otros medios de comunicación, me parecería interesante conocer en este contexto cuál es la situación política interna en Ucrania.
Por ejemplo, ¿Cuál es la relación de fuerzas y la actuación de los distintos partidos? ¿Funciona el Parlamento y qué ocurre allí?. La información que se recibe da la sensación que toda Ucrania actúa unida y no hay disensiones ¿es realmente así? ¿Qué influencia tienen los distintos nacionalismos? ¿Hay enfrentamientos con la amplia comunidad rusa? ¿Se actúa unido contra el invasor ruso? ¿Qué ocurre en regiones como Donetsk o Lugansk?
Estas y otras muchas preguntas me hago sobre la situación interna de Ucrania y me gustaría que profundizarais en ella para
Gracias