Internacional

El crac de volverse refugiados… una vez más

Quienes buscan refugio por primera vez buscan también respuestas. Quienes llevan años buscándolo saben que se trata de una larga espera y que ese estado de alucinado extrañamiento es solo el principio de un desahucio de la propia vida que puede durar años. Crónica de Patricia Simón desde la frontera ucraniana.

Un padre sostiene sobre sus hombros a su hija mientras busca respuestas en la estación polaca de Przemysl. PATRICIA SIMÓN.

Ya disponible en nuestro canal de Telegram una nueva crónica sonora de nuestra reportera en Ucrania y Polonia, Patricia Simón. Esta vez, desde el Palacio de las Artes de Lviv (Ucrania).

Przemysl/ Makedy (Frontera polaca de Ucrania) // La niña sostiene el perro entre sus brazos, mantiene la mirada en un punto indefinido; el turbante sobre una melena tan clara como la piel le da un aire aristocrático. A su alrededor, un bullir de personas yendo y viniendo a ningún sitio, mientras su madre se concentra en acariciar el animal y evitar así atender a lo que ocurre a su alrededor -el desmoronamiento de cientos de vidas, incluidas la suya–. La hermana mayor, a la derecha, parece una delicada copa de cristal a punto de estallar: la melena desmadejada recogida en una coleta baja, los ojos inflamados y enrojecidos, las manos temblorosas asidas al móvil como último resquicio de su anterior vida. 

Dos hermanas, junto a su mascota, en la estación de trenes de Przemysl, en Polonia. P.S.

En la estación de Przemysl, en la frontera polaca con Ucrania, conviven dos ritmos en la escenificación de la tragedia. Las familias ucranianas, mayoritariamente mujeres, niños y niñas –los hombres han sido movilizados para hacer frente a la invasión– deambulan por el hall de la estación centenaria en busca de respuestas: dónde podrán dormir, cuándo sale un autobús para la ciudad en la que tienen quien las acoja, a qué hora llega el autobús con los seres queridos que se quedaron atrás. En el suelo, sentados conversando o tumbados y dormitando, quienes llevan años siendo refugiados, migrantes, desplazados, personas en tránsito, o como se les quiera llamar. Quienes saben que este estado de alucinado extrañamiento en el que se mira y no se ve y en el que se anda para cada vez estar más lejos de tu hogar, es solo el principio de un desahucio de tu propia vida que puede durar años… o para siempre

Afiza tiene 18 años, es de Afganistán y llevaba casi tres años viviendo en Ucrania junto a sus padres y sus dos hermanos cuando volvieron a tener que salir huyendo apenas con unos pocos documentos. La muchacha dormita envuelta en una manta mientras su madre se recupera de una caminata de 30 kilómetros en una silla de ruedas que le han prestado en la estación. “Ya vivimos esto antes. Ahora volvemos a tener que empezar de cero y no tenemos ni idea de dónde podremos reanudar nuestras vidas”, explica Afiza, quien no encuentra necesario volver a explicar por qué tuvieron que abandonar su país. “No sabemos cuál es nuestro lugar de destino, solo aspiramos a que sea un sitio donde podamos tener una vida buena”, prosigue. 

Afiza junto a su familia en la estación dePrzemysl P.S.

Justo en frente de ella se encuentra Hasnat Ahmad Intagran, un estudiante de medicina que, como las decenas de miles de estudiantes extranjeros que acogía Ucrania hasta ahora, teme que todo su esfuerzo y el de su familia haya sido en vano. “Hemos pasado tres días intentando llegar hasta la frontera sin nada que comer ni beber”, narra, mientras a su lado asiente otro estudiante indio que prefiere omitir su nombre y ocultar su rostro a la cámara. “A nuestras familias les decimos que todo está perfectamente. No queremos que nos vean así, durmiendo tirados en el suelo, ni que sepan que tenemos hambre”, expone. Es un argumento que comparten muchos otros refugiados que rechazan ser retratados en estas condiciones o pararse a explicar la razón de su huida. 

Hasnat Ahmad Intagran en la estación polaca dePrzemysl P.S.

Los desplazados se han sentado por región de origen en la estación. En una de las esquinas hay mayoritariamente población negra, que intenta dormitar mientras el voluntariado organiza los traslados a otras ciudades en autobuses y coches particulares. Pese a que la crisis ucraniana lleva siendo el centro de atención de las potencias internacionales desde hace semanas y que la invasión rusa cumple ya una semana, no hay rastro de un plan de acogida organizado o apoyado por la comunidad internacional ni por la Unión Europea. Ni aquí ni en la frontera de Medyka, por donde ha cruzado una parte significativa de ese millón de personas que las Naciones Unidas estima que se han visto forzadas a abandonar el país desde que comenzase la guerra.

Solo varias decenas de voluntarios y voluntarias polacos se vuelcan en cocinar algo de comida caliente, registrar sus nombres y las ciudades donde tienen conocidos, avisarles cuando un coche o un autobús va a partir con ese destino. Ese es el caso de Caterina, una joven de 21 años que vivía en Ivano-Frankivsk –una ciudad del occidente ucraniano– y que residió varios años en Barcelona con su padre. “No sé cómo explicar lo que nos ha ocurrido. Un día estaba estudiando peluquería, y al siguiente te encuentras huyendo sin nada de tu país y sin saber cómo llegar a tu destino”. Al menos, Caterina conocía el suyo: la casa de su madre en Polonia.

Ucrania y Polonia son dos países con estrechas relaciones comerciales, familiares y sociales. Es común entre las familias ucranianas contar con miembros que migraron para mejorar sus condiciones económicas al país vecino. Por lo que algunas cuentan con lo más valioso que puede tenerse durante un éxodo: una red de apoyo. Justo lo que debería garantizar la Unión Europea en este contexto. Y su vacío deja espacio a toda una pléyade de personajes variopintos que acuden siempre a este tipo de crisis humanitarias en países del Norte Global. 

Ucranianas desplazadas por la guerra en cruzando a suelo polaco. PATRICIA SIMÓN.

En Medyka, el puesto fronterizo en el que se ha puesto buena parte de los focos durante los últimos días, pululan una veintena de ellos: un joven sueco con melena y aspecto mesiánico, vestido con una casulla y un hábito negros, pasa junto a un canadiense, uniformado de camuflaje color tierra, que sostiene que va a entrar en Ucrania a luchar contra los rusos mientras habla con su supuesto mando superior a través del móvil. Al lado de ambos, otro joven se identifica como voluntario médico, pero rechaza pertenecer a la organización cuyo chaleco porta, y que es la única que ha montado una minúscula carpa junto a la frontera: Rescuers Without Borders, una entidad israelí de voluntariado médico cuyo logo ocupa menos espacio que la bandera de su país. 

Un poco más allá, vuelven a ser polacas y polacos autogestionados quienes reparten té, café, comida, ropa y ofrecen información a quienes llegan en la más absoluta indefensión. Lo hacen a 0 grados y solo protegidos por unas carpas. Junto a ellos, Cristina mantiene la mirada fija en los arcos de luces por los que llegan las personas desplazadas. Ella acaba de cruzar y su silueta se dibuja en medio de la oscuridad con un abrigo gris y una maleta roja. Tiene 17 años, procede de Lviv, una ciudad que se ha convertido en refugio de decenas de miles de desplazados y en la que Cristina ya no se sentía segura. “Mi padre, mi madre, mi hermano, todos se han quedado allí. Pero yo no podía vivir más con ese miedo”, expone, mientras espera que en algún momento lleguen algunos de sus amigos con conocidos que les acogerán en Varsovia. 

Cristina tiene 17 años y procede de Lviv. P. S.

Un mundo en huida

No vemos aparecer a los amigos de Cristina, pero quienes sí surgen como de la nada, son medio centenar de vietnamitas cuyas razones para vivir en Ucrania desconocemos puesto que ninguno de ellos hablaba inglés o francés y ninguno de los periodistas allí presentes hablábamos ucraniano o vietnamita. El sesgo que impone la falta de recursos de muchos periodistas para contratar traductores es un factor que no solemos especificar tanto como deberíamos en nuestras crónicas. El perfil de desplazado o refugiado que habla inglés ya supone una criba en términos de posibilidades de nivel educativo y clase social. Además de ello, a menudo la calidad del intercambio de información se ve gravemente dañada, puesto que, al no ser el inglés su lengua materna, es habitual que no puedan expresarse con los matices y la profundidad que podrían desplegar en su idioma. Por ello, en ciudades como Lviv el voluntariado que se dedica a labores como la traducción está exento de desempeñar otros servicios a la comunidad en el contexto de la guerra.

Grupo de estudiantes tunecinos antes de ser evacuados por la embajada de su país en el aeropuerto de Cracovia. P.S.

El día anterior, en el aeropuerto de Cracovia, a tres horas en coche de la frontera, un centenar de estudiantes tunecinos se reponían de la huida en la cafetería. Allí mismo, personal de su embajada gestionaba su traslado a Túnez en un avión militar. En una mesa, dos chicas y tres chicos siguen mostrándose los vídeos que grabaron durante la desbandada. Estudiaban Medicina y Farmacia en Járkov, la ciudad más castigada por los bombardeos rusos hasta el momento.

“No pudimos coger más que nuestra documentación personal. Salimos corriendo para la estación de trenes, pero mira cómo estaba”, recuerda Tayssin Labidi, una joven expresiva que señala al móvil, donde aparece una turba de personas gritando mientras intentan subirse al tren que les llevaría, primero, a Kyiv, y después Lviv. “A partir de allí tuvimos que andar 70 kilómetros hasta llegar a la frontera”. Minutos antes, me había llamado la atención cómo la muchacha andaba con dificultades. “A nuestras familias les decíamos que estábamos bien, aunque no era cierto. He pasado cuatro años estupendos estudiando Medicina en esa ciudad. No sé si podremos volver y continuar nuestros estudios. O si perderemos todo lo aprobado hasta ahora”, añade. 

Mientras, sus amigos repiten una y otra vez cómo las bombas caían por todas partes. “Por todas partes”,  e insisten en mostrar sus grabaciones. Si alguien tiene dudas sobre la importancia de documentar la barbarie, no será entre quienes las sufren que, siempre que pueden, la registran para no olvidarse de que lo increíble, lo inexplicable, ocurrió. Otra vez. 

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Comentarios
  1. Me gustó la crónica, solo quiero señalar el sesgo racial en la narración sobre las refugiadas ucranianas y las afganas.

    1. «el turbante sobre una melena tan clara como la piel le da un aire aristocrático»
    2. «… de Afganistán y llevaba casi tres años viviendo en Ucrania junto a sus padres y sus dos hermanos cuando volvieron a tener que salir huyendo apenas con unos pocos documentos»

    Se oye poco ponderado, para evitar estos sesgos raciales es mejor no utilizar estos adjetivos sobre la blanquitud como algo positivo.

    Un saludo, antenta a las demás crónicas! La crónica sonora estuvo muy buena también.

  2. Mientras tanto Pablo González es detenido de manera ilegal y sin ningún tipo de derecho en un estado claramente retrogrado y fascista como Polonia , miembro de pleno derecho de la tambaleante UE .
    Menos mal que la P$(—)€ ha tenido el detalle después de no se cuantos días , de llevarle artículos de higiene personal y un listado de abogadxs .
    Le acompañe a Pablo González toda la suerte del mundo ; porque la va a necesitar.
    Salud.

  3. Como decía Malcolm X, tened cuidado con los medios de comunicación porque si no vais a acabar defendiendo a los opresores.
    La hipocresía de un “No a la guerra” que llega muy tarde
    «Ahora, la gente del Donbass podrá salir de sus refugios y jugar en un parque con sus hijos, sin miedo a saltar por los aires, por primera vez en 8 años».
    La guerra siempre es y será una mierda de ricos que pagan los pobres. Pero esta guerra ha destruido muchísimas vidas que os miran desde el olvido mientras tratáis de proteger a sus verdugos.
    La hipocresía de un “No a la guerra” que llega muy tarde
    (Artículo de Ramiro Gómez, miembro de la Brigada Rubén Ruiz Ibarruri y participante en la Caravana Antifascista de Banda Bassotti.)
    Me pongo a escribir esto tratando de contener la rabia y la indignación que me producen las reacciones de la izquierda occidental y de la sociedad en general sobre el contraataque ruso contra Ucrania.
    La verdad es que no espero gran cosa con esto. Tengo de sobra comprobado que no hay más ciego que el que no quiere ver, y que por mucho que todos repitáis mil veces que la tele manipula, seguís bailando al ritmo que os marcan desde los medios de masas de occidente.
    Desde ayer he visto las redes sociales llenas de cartelitos de NO A LA GUERRA a los que habéis quitado los casi 20 años de telarañas desde la guerra de Irak.
    Podría decir que esos mismos carteles han estado olvidados en el fondo del cajón de la infamia, mientras Israel masacraba Palestina. Mientras EE.UU. arrasaba Afganistán, o Libia, en bombardeos masivos que han causado la muerte de mas de 150.000 personas, incluyendo miles de niños. Muertes que EE.UU. se ha negado a investigar. Pero decir todo esto, sería demasiado fácil. Podría decir que cuando los medios os dijeron otra vez, que al igual que con Libia había que intervenir en Siria, os habéis mantenido callados mientras USA atacaba a un país soberano y saqueaba sus reservas de petróleo.
    También podría decir que en lo que va de mes de febrero del 2022 , ha habido muertos en Palestina, en Damasco por bombardeos de Israel, al igual que en Yemen o en Somalia. Y vuestros cartelitos seguían olvidados.
    También podría decir que las políticas occidentales han causado un genocidio constante en las aguas mediterráneas, pero seria poner en bandeja el que 4 caraculos me tachen de demagogia. Se ve que hay muertos que importan, y otros que no.
    Ahora, Rusia, que lleva tiempo advirtiendo de que no permitiría que se le siguiese asediando y poniendo en peligro, se ha decidido a actuar. Evidentemente, lo hacen para proteger sus intereses y evitar que la OTAN siga armándose y rodeándola con misiles y tropas. No seré yo quien simpatice con Putin ni con la Rusia actual. Nada más lejos de la realidad. Pero me niego a participar de esta infamia poniendo el foco en Rusia. Me parece de estar completamente ciegos. En primer lugar porque estas consecuencias del enfrentamiento geoestratégico de grandes bloques tiene muchos responsables que llevan años bombardeando otras tierras y moviendo fichas para seguir extendiendo su dominio, y veo completamente legítimo que otros países que ven la que se les viene encima muevan también sus fichas.
    Por otro lado, porque como ya digo, esta guerra que de pronto a todos os preocupa por que lo esta dictando el telediario, no ha empezado el 23 de febrero del 2022. Esta guerra lleva 8 años asesinando sin piedad a una población inocente mientras todos os poníais de perfil o mirabais para otro lado. Vuestros cartelitos de No a la guerra, llegan cruelmente muy tarde y al servicio indirecto de los intereses OTANistas.
    Yo asumí todo el riesgo para acudir allí con mi corazón como escudo para parar las balas contra el pueblo. Pero en mi corazón están muchas personas a las que vi morir, muchos niños a los que vi llorar (y morir también), muchos ancianos que no merecían acabar sus vidas desmembrados o muertos de hambre y sed en sus escondites olvidados. Me debo a ellos, y me debo a la justicia.
    Me gustaría acompañaros a los orfanatos que hemos visitado en Donbass, de niños que han quedado solos para siempre en una tierra destruida. Esos orfanatos de los que salí llorando de rabia y tristeza al ver cómo estaban acostumbrados con 5 años a tirarse al suelo hechos una bolita a una orden de la maestra para protegerse de las bombas. Y como día a día, esos niños han ido siendo diezmados.
    Las guerras de potencias entras las que incluyo a Rusia deberían ser frenadas todas de inmediato. Los y las trabajadoras del mundo deberíamos estar unidos contra sus guerras, contra todas sus guerras, y contra los oligarcas de un lado y otro. Eso sería ideal. Obreros ucranianos y rusos expropiando a los oligarcas y construyendo un entorno de apoyo mutuo y solidaridad.
    https://insurgente.org/la-hipocresia-de-un-no-a-la-guerra-que-llega-muy-tarde/

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