Cultura

Kiko Amat: “Mis novelas son 100% antimacho”

El escritor publica 'Los enemigos. O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad', una suerte de continuación temática de su última, imantada y bien recibida novela 'Revancha'.

El escritor Kiko Amat. Foto: Cèsar Núñez

La escritora Flannery O’Connor describió como “reunión de una muchedumbre enfurecida” a la concentración de rabia en el interior de uno mismo. Las opciones ahí son varias. Puedes, solución más extendida, disolver ese impredecible concilio con tus mejores antidisturbios mentales formados en la academia de policía de la sensatez y el qué dirán. Pero también puedes enviarle pizzas calentitas a ese comité del desquite y prohibirle las siestas. Llegar a un acuerdo con semejante y a priori indeseable comando: tú le alimentas y mantienes estimulado y, a cambio, él no se pasa de la raya de la autodestrucción y te ayuda a conseguir tu meta. Es más o menos la tesis que defiende Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) en Los enemigos. O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad, un breve ensayo publicado ahora en la colección Nuevos Cuadernos de Anagrama. Una suerte de continuación temática de su última, imantada y bien recibida novela Revancha y de explicación de una manera de escribir y de ser.

¿Ha sido el antagonismo un motor de su carrera?

Ha sido un motor incluso de mi vida preartística. Este libro es un intento de comprender esa obsesión antipódica con un amago de conclusión de que viene de determinadas cosas que me sucedieron. También tiene que ver haber crecido con la subcultura, viendo el mundo como un “nosotros contra ellos”. Si no hubiera vivido con la idea de que había que responder a algo, ficticio o no, a lo que tuviera que contraponer mi visión, no hubiera hecho nada de valor.

¿Por qué está tan mal visto odiar? 

Me resulta insultante que la gente simule no tener antipatías en un país basado en la envidia, los celos y detestar al vecino. Hay pecados que están más feos de confesar que otros. La lujuria está normalizada pero la tirria no tanto. Queda bien lo cuqui y una benignidad ficticia, pero en este país la gente es o más cursi o más cabestra que en ningún otro sitio. Los escritores más cursis son de aquí, Platero y yo es de aquí.

¿Cree que el hecho de que no esté bien visto tiene algo que ver con cierto clasismo? En el sentido de que es fácil que quien nunca se ha visto agraviado mantenga la pureza de espíritu.

¿Quieres decir que se interpreta el odio como algo de chusma? Quizá sea así, no lo he pensado mucho. Pero el odio es más comprensible que la condescendencia. La condescendencia sí es pija. El resquemor ciego viene también del viejo querer y no poder, que es una expresión que ya de por sí suena peyorativa. Eso te genera un deseo insatisfecho y una rabia imperecedera contra los que sí tuvieron sin habérselo ganado en muchos casos.

¿Está considerado además una debilidad? ¿Se infantiliza al enfadado?

En entornos burgueses, el perder los nervios y esta cosa tan proleta de pegar berridos y estallar se ve menos que el almacenaje de rencor perpetuo. Creo que el odio se ve como algo peligroso, como algo que solo puede tomar el lado oscuro, cuando en realidad la rabia ha sido generadora de cambios guays. Hay un odio paralizante que genera una septicemia del alma y uno que es generador. Lo sensato es conectar el odio a algo, a crear algo. La parte no deprimente del ensayo es que puedes vivir con ello sin que te paralice.

Una de las inercias de Internet es la de hacernos tendentes a comunicar todo movimiento. Normalmente es para bien, para compartir con personas afines y que nos son simpáticas, pero la pregunta es si hay placer también en restregarle logros a los enemigos.

Queda disuelto en un magma de todo el mundo haciendo lo mismo, entonces resalta poco. Como puntilla final de una venganza me parece guay, pero tu puta venganza tiene que ser que tu libro sea perfecto. Lo otro es un ornamento, la venganza es hacer algo inapelable. A los enemigos no les jode la popularidad o los premios, sino la longevidad de una carrera y la perfección de un oficio. Si alguien ha escrito algo bueno, no puedes leerlo en voz alta y reírte, porque está bien escrito. Como tienes siempre a tus enemigos en la cabeza, porque esto es como estar enamorado, nunca entras en la indolencia.

¿Cree que estas emociones, percibidas siempre como tan oscuras, tienen algo de amor propio?

Sí, haber visto el mundo desde la óptica del débil lleva a buscar una autodefensa. Llegas a la autoestima convirtiéndote en alguien que hace bien algo. Es algo que alguien popular, atlético o guapo no necesita.

En el libro se confiesa un poco veleta del odio. Si alguien le cae mal pero adula un libro suyo, abandona la lista negra. ¿Cuánto cuenta la vanidad propia en la animadversión hacia alguien?

Creo que esto lo he superado. Me he sorprendido pensando en casos recientes de gente que no me cae bien y ha elogiado Revancha y me siguen cayendo mal. En este caso no es tan grave que alguien que te caía gordo te caiga bien si dice que le mola tu arte como que eso pueda cambiar tu juicio artístico. Eso no me ha pasado nunca. Aunque alguno podía caerme mejor después de alabar mi obra nunca por eso me llegó a molar la suya.

En su profesión la línea se difumina. Puede caer mal o bien solo por sus novelas. 

En mi caso con los demás no es así. Houellebecq no me cae bien pero escribe bien. Vonnegut dijo una vez una tontería que varios escritores cacatuean: que los mejores son aquellos con los que te gustaría tomarte una cerveza. Para nada.

En Los enemigos también habla del odio por interés. Una característica de los seres humanos es que tenemos una impresionante capacidad para pausar nuestra aversión a alguien o a algo por un sustento. Es un clásico, por ejemplo, del trabajo en sector servicios de cara al público. ¿Es lo laboral el gran domador social de la inquina? 

Es supervivencia. Pero, como en todo, hay un amplio abanico de formas de supervivencia. Cualquiera que haya tenido una vida laboral no necesariamente artística sabe que una cosa es sobrevivir sin llamar hijo de puta al encargado y otra es lamer culos. Hay formas tácticas que todavía tienen un componente de dignidad y hay un extremo de besaculez gratuito que es gratuito porque la supervivencia ya está garantizada sin lamer culos. Esto lo ves mucho en medios culturales y prensa. Y por eso hay tantos malos autores, porque una enorme parte de su tiempo se dedican a una combinación de celos y besar culos, cuando si te tirases diez horas al día escribiendo no te haría falta ninguna de las dos cosas. También igual está en el subconsciente eso de que “si no beso culos esto no va a ninguna parte”.

¿Ha pensado alguna vez que te habría facilitado las cosas un poco de diplomacia?

Limónov siempre dice ‘aférrate a tu megalomanía porque te puede salvar’. Yo siempre he tenido una combinación patológica de inseguridad y megalomanía delirante que no tenía que ver con la realidad. Tipo Morrissey pre-Smiths, creer que eres un genio cuando no hay ninguna razón para ello. Creer tanto en la validez de tu voz te obsesiona con convertirte en alguien que tiene algo que contar. Esto puede ser catastrófico si en realidad no hay nada detrás. Hay un deseo de trascendencia a la manera clásica: yo quiero que doscientos años después mis libros sean sólidos, no quiero que ahora un mindundi diga que molan y se olviden al cabo de poco tiempo. Una vez un autor me dijo que le daba igual lo que se piense de sus libros en el futuro y me dije ‘¡qué asco, qué colección de clichés de bohemio de cuarta!’. No hay nadie que haya escrito para eso, se escribe para ser artísticamente inmortal.

Hay un tipo de persona, normalmente de clase media y padres benignos, que cree que sus farfollas deben ser escuchadas. Eso sí que es de clase. Si tus viejos creen que eres lo mejor desde el pan de molde pues, hostia, no te vas a esforzar como yo, que tenía claro que nadie me iba a escuchar. Para ello tienes que perfeccionar tu obra, ser más divertido que los demás, que tu voz oral sea más entretenida, tu anecdotario más exótico. En mi mundo una cosa que no se toleraba era contar mal las cosas. Esa autosuperación es bastante de clase: da igual que no hayas leído un libro en tu vida, pero lo que te pasó ayer se cuenta guay. Por eso salen tantos libros de clase media urbana de Barcelona tan aburridos, porque crees que mereces explicar eso.

Esta cosa de que cuesta encontrar pijos verdaderamente graciosos.

Van a ser los más simpáticos del bar, van a pagarlo todo, que eso siempre está bien, pero nunca van a ser los más graciosos. Para serlo tienes que haber estado acallado o en un entorno donde tenías que gritar más o inventarte más paridas.

Pienso en el listado de enemigos instantáneos, uno de los capítulos más divertidos del libro. ¿Cuál sería su bestia negra?

Alguien que tenga todas esas características, como un mito de Lovecraft. No, sería el cuqui buenista que en realidad no es suficientemente tonto como para ser así. He conocido gente bondadosa y un poco simplona, la historia del cristianismo está llena de ellas. Puedo creer en un auténtico intento de hacer el bien, pero el cuquismo me exaspera. El cuquismo lo reblandece todo a tu alrededor. Relacionado con esto, crecí con dos tipos de paternidad, una más pasivo-agresiva que te atrapaba en sus redes de victimismo y otra que era dura, basada en la violencia oral. Ver a dos personas que actúan sobre ti de dos formas tan diferentes también me hizo saber de forma clara qué prefería. Prefiero la rabia que la pasivoagresividad. La veo más limpia. Todo lo que hago tiene que ver con la dureza, una dureza de voz y acción.

¿Firmeza?

Exacto. Ser firme. Tener una cierta tenacidad no maleable. Creo que esto sirve como ecuación para las cosas que detesto y me gustan: en literatura, en música y gente.

¿El Billy del libro es real?

Es una construcción, pero podría serlo. Hay gente que me ha preguntado si es tal persona y digo ‘no, pero ves: podría serlo’. Los Billys del mundo nunca admitirán que tienen un prejuicio contra ti, dirán que te odian por hechos tuyos demostrables. Nunca dirán ‘no me gusta tu jeto’.

A menudo escuchamos eso de que no tenemos que juzgar a los demás, que desconocemos sus infiernos. ¿Crees que eso lleva a una tabla rasa que al final es injusta con quien, digamos, se porta bien? ¿Por qué vas a tratar parecido a alguien que te detesta que a quien te cuida?

Por eso no tiene ningún peso la gente que es ‘maja’. ¿Cómo maja? No puede ser. Que no se establezca una selección de ‘majura’ es insultante de cara a quien se ha currado una amistad. Es como esto de que ‘todo el mundo tiene superpoderes’. Entonces nadie los tiene, como dicen en Los increíbles. En la honestidad también hay grados, no hace falta que le digas a tu amigo que vaya puta mierda ha hecho todo el rato. Hay que saber interpretar el silencio diplomático.

Es importante evitar ser un gilipollas. Esta cosa de perfil de concursante de anunciar que dices siempre las cosas a la cara.

Claro, por eso te odia todo el mundo.

¿Cuál es el peor efecto secundario de vivir a gusto con el odio?

En mi caso hay una salida artística, pero aun así, la septicemia del alma y la forma en la que te hace sentir el odio es una sensación de auténtica orfandad y de asquerosidad en la boca. Es una energía increíblemente potente. Digo el odio, ¿eh? La venganza sí es placentera. El odio de rechinar dientes en la cama no tiene nada de agradable. Especialmente cuando lo que desencadena ese odio es mundano, algo con que si tu carácter fuera menos traumado y conflictivo hubieras sido capaz de desactivar o ponerlo en perspectiva para que no te joda unas vacaciones. Hay odios de mierda, odios estériles que no merecen ni una venganza. 

¿Hay algún enemigo al que tenga ganas de perdonar?

Tengo una incapacidad patológica para el perdón. Solo he perdonado a dos personas en mi vida. Mi círculo de empatía auténtica, de amor si prefieres, es muy estrecho. A la poca gente que cabe la quiero por encima de todo. A esos sí les perdono, aunque ese verbo suena a jerarca. En el mundo en general no me pasa, mis enemigos son como los de Jim Thompson, que cascó con la libreta negra repleta. 

¿Y usted está en muchas libretas de esas?

Sí, claro, estoy convencido. Haber vivido tu vida así te hace mucho menos mimado. Creo que hay gente que entra en un bar con la idea ilusoria de que todo el mundo les quiere. Yo eso no lo he sentido nunca, ni de niño. Siempre entro a los sitios o los grupos de afinidad asumiendo que va a haber gente a la que no le voy a caer bien. Eso te da tranquilidad de espíritu. Mi mujer es sensata y benigna y cuando topa con alguien que la quiere mal la inunda la perplejidad. Yo siempre voy preparado para la malignidad. Los enemigos te mantienen atento. Vives en guardia. Suena estresante, pero para mí no lo es, no me quita el sueño.

¿Cree que estos sentimientos tienen que ver con cierto tipo de masculinidad?

Creo que para nada. La dureza, la firmeza y la capacidad de vivir en guerra no tienen género. No escribo para nada así. El tipo de blandura que me repugna no tiene género. De hecho, las personas más cuquis y blandas siempre son tíos que están intentando manipular. Vengo de un mundo universalmente masculino que yo no pedí. Es uno de mis traumas, haber crecido en ese entorno hipermasculinizado. Veo la forma en la que viven hoy mis hijos y es en gran parte lo que hubiera deseado para mi generación. No crecí en un mundo que fuera tolerante a la debilidad, a la pena o a la rareza.

¿Le preocupa poder ser percibido como un escritor muy para tíos por gente que no le haya leído?

Escribo sobre el mundo en el que viví y en él había muchos tíos. Entiendo un cierto tipo de mentalidad, de violencia, de cerrilidad, y eso me es muy útil para escribir el tipo de novelas que hago. Pero mis novelas son 100% antimacho. Cualquiera que las lea lo ve. Revancha es un libro sobre neonazis donde uno de los personajes más duros es una niña de trece años y el otro duro es un gay con un trauma atroz. No lo planifiqué, escribo así y de este tipo de gente. 

¿Hay potencia política en el odio? ¿Cree que, si la hay, la monopoliza, conscientemente o no, la extrema derecha?

Un superpoder, por sí mismo, no es malo ni bueno: es cómo decides utilizarlo. Es la frase más vieja de Marvel. El odio, el rencor y la fuerza que acarrean se pueden utilizar para el bien o el mal. No creo que el afán por ecualizar de una manera dura tenga que ser de la derecha. No soy comentarista político, pero los grandes logros de la izquierda casi nunca se hicieron con el debate socialdemócrata y los logros sindicales se hicieron efectuando una fuerza. Fuerza de no moverte de un punto que tiene que ver con la enemistad, esto es de cajón. Creo que si la gente se desencanta con la izquierda es por el miedo de esta a ser percibida como dura, por su blandura cosmética. Los avances del nacionalsocialismo lo fueron por fallas de la socialdemocracia. Hitler dijo varias veces a lo largo de su vida que no podía creerse la suerte que había tenido.

Al enemigo hay que entenderle para poder escribirle, hacerle canciones o atacarle. Yo viví en un ambiente en el que la clase obrera era más rencorosa y celosa que no de alegrarse por los avances del prójimo. Me interesa ese sentimiento no benigno en la gente. Los músicos o escritores que lo saben ver siempre tienden a gustarme. Entiendo bien a las mentes reaccionarias, entiendo cómo ve el mundo un ultraconservador y entiendo lo que tiene que perder, pero esa mente no es la mía. El mal personificado no existe, ni Hitler lo era. Era un burócrata de cuarta que le gustaba comer pastelillos dulces y que no le habían hecho una paja en la vida. 

¿Cree que hay muchos políticos que nunca tuvieron un nazi cerca?

A veces es mendacidad. Mira el PSOE, por ejemplo. No puedes hacer que te extrañe que haya tanta gente de ultraderecha. Claro que la hay. No se ha hecho un lavado como el de Alemania, donde se escaparon la mitad pero se prohibieron unas prácticas y símbolos. Es mentir a la cara de la gente decir que hay un resurgir, es un falso resurgir porque nunca se han ido, eso es lo que me enerva. Cualquiera que venga de un pueblo o un barrio sabe que siempre hubo un montón de fachas en todas partes. Tenemos una cantidad de fachas alucinante, esto lo sabe cualquiera en una sociedad que camufla que viene de un pasado franquista sin haber hecho leyes súper duras al respecto. Creo que no es candidez, sino mendacidad hacer ver que te sorprende que haya una mani y aparezcan mogollón de fascistas a los que se les ha dado un espacio legal para que existan. Los neonazis que pegan son el margen lunático y no son tantos, pero lo que me parece más peligroso son los fachas de a pie. Ojo, nunca pienses que no hay que zurrar a los nazis.

¿Qué autores o música fruto de la animosidad es su favorita?

Todos los autores que me gustan son un poco haters. Céline, Thompson o J. P. Donleavy escriben odiando. Y en música, por ejemplo, Edwyn Collins: Orange Juice son un grupo lleno de rencor aunque no lo parezca. Muchas de las letras de Collins, también en solitario, hablan de desquite y echar mal de ojos. O Morrissey, que es incomprensible que sea un icono de la clase media estudiantil cuando todo él es rencor proleta. Lo que pasa es que si no entiendes las letras no suenan mal y tienen un deje de ironía y humor. O Kevin Rowland, de Dexys Midnight Runners. El mejor disco de los Dexys, Don’t stand me down, es sobre el odio, lo que pasa es que él lo hace de tal manera que parece que va de una chica.

También es fan de Paul Heaton de Housemartins y The Beautiful South, que puede ser un ejemplo de música que suena bonita pero a cuyo discurso no le falta firmeza.

Al principio eran un poco más de, iba a decir de panfleto guay, pero panfleto guay es Billy Bragg. Ya que alguien me va a hacer un panfleto, al menos que esté articulado y se pueda cantar. Los discos de Housemartins son cantos bélicos. The people who grinned themselves to death aquí se escuchaba en las discotecas, pero la letra va de guillotinar a la nobleza. 

¿Qué es lo más jodido que ha hecho movido por la ojeriza? ¿Y lo más bonito?

Lo más bonito es mi carrera. La creación de un corpus literario que nace del ansia de desquite. Esa es la parte buena de ser así. La parte mala, los micro-odios pueriles que pueden haber afectado a gente que no lo merecía. Soy un flipado de la venganza pero casi nunca la puedo poner en práctica de verdad porque no tengo los medios. Me parezco a Jim Thompson en que mi destino es seguir teniendo una libreta negra llena de nombres que nunca van a recibir el impacto de mi odio salvo en forma de una obra más o menos inapelable, de novelas sólidas. Esa es mi tímida venganza.

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