Economía
Aumenta el empleo al tiempo que las condiciones laborales se degradan
"La degradación de las condiciones laborales está instalada en nuestra economía y se mantiene e incluso se refuerza en contextos de crecimiento económico y creación de empleo", sostiene el economista Fernando Luengo.
Siempre que aumenta el nivel de ocupación estamos ante una buena noticia, sobre todo en una economía como la nuestra que, antes del estallido de la pandemia, registraba, junto a Grecia, los mayores niveles de desempleo de la Unión Europea.
Los últimos datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestran una sustancial creación de puestos de trabajo –978 mil empleos entre el primer y el cuarto trimestre de 2021-, que ha llevado la tasa de desempleo al 13,3%, lo que supone una reducción de 2,6 puntos porcentuales en relación a la que existía al comienzo del año. Todo ello, en un contexto de aumento de la tasa de actividad (suma de los empleados y los desempleados), que ha pasado de un 57,7% a un 58,6%.
Inmediatamente, con la eficacia acostumbrada, se ha puesto en marcha la maquinaria de propaganda: “cifras históricas en la creación de puestos de trabajo”, “la recuperación de la actividad económica tiene un marcado perfil social” o “la política económica aplicada funciona”. Los sindicatos mayoritarios también han salido a la palestra para matizar que, aunque los datos de ocupación son buenos, todavía prevalece la precariedad, asegurando que la reforma laboral que en unos días se someterá a la aprobación del Congreso de Diputados ampliará los derechos de los trabajadores y mejorará la calidad del empleo.
Como acabo de señalar, el crecimiento de la ocupación ha sido, sin duda alguna, muy importante, pero no podemos quedarnos sólo con ese dato. También el gobierno de Mariano Rajoy sacaba pecho con las cifras de empleo; entre el cuarto trimestre de 2016 y el segundo de 2018 se crearon 836 mil nuevos empleos.
Pero, ¿qué podemos decir sobre la calidad de la calidad de los puestos de trabajo? Si ponemos aquí el foco, como creo que debemos hacer, tenemos menos información, en cantidad y en calidad, pero la que está disponible invita a una valoración más prudente, menos optimista. Para ello, tomo como referencia un periodo de tiempo más amplio: el comprendido entre el cuarto trimestre de 2021 y el correspondiente de 2019, antes del estallido de la pandemia.
Como sabemos, o deberíamos saber, no solo se trata de crear puestos de trabajo, sino que estos deben ser decentes. Y una manifestación de la decencia se encuentra en los salarios. En el periodo analizado (en este caso, el último dato ofrecido por el INE es el del tercer trimestre de 2021), el coste salarial por hora trabajada se ha reducido en un 1,3%, mientras que el índice de precios al consumo entre diciembre de 2021 y el mismo mes de 2019 ha subido un 6%. En consecuencia, la capacidad adquisitiva de los trabajadores se ha reducido en más de un 7%.
El INE todavía no ofrece información actualizada sobre los niveles salariales por decilas de ingreso y tampoco sobre el número de trabajadores pobres. Los datos referidos a 2020 apuntan a una distribución de los salarios crecientemente desigual (el 10% de los asalariados tenía retribuciones ligeramente superiores a los 500 euros y el 10% siguiente apenas superaba los 1000 euros) y a un crecimiento de la pobreza salarial (se encontraban en esa situación más de 2 millones de trabajadores); carencias que, muy posiblemente, se habrán agudizado a lo largo de 2021.
La degradación salarial es todavía más pronunciada si tenemos en cuenta el enorme volumen de horas extraordinarias no pagadas. El número de las realizadas a la semana en el cuarto trimestre de 2021 ascendía a 2,8 millones (un 45% del total de horas extra), lo que supone un aumento del 13,2% respecto de las contabilizadas en el último trimestre de 2019.
Digamos, para concluir, que la precariedad continúa dominando en lo que concierne a las modalidades de contratación. Aunque se han reducido algo tanto los contratos temporales como los realizados a tiempo parcial, los primeros todavía representan el 21% de toda la contratación y los segundos el 14%, afectando en conjunto a unos 7 millones de trabajadores.
Los datos anteriores -que, por supuesto, deben ser completados y mejorados- apuntan hacia un escenario muy distinto del presentado por el relato oficial. La degradación de las condiciones laborales, que ya era evidente antes de la irrupción de la pandemia, antes incluso del crack financiero, está instalada en nuestra economía y se mantiene e incluso se refuerza en contextos de crecimiento económico y creación de empleo.