Internacional
En las cocinas y en los barrios: historias de éxito
Restaurantes, iniciativas comunitarias y asociaciones de mujeres: estos son algunos proyectos de refugiados que dejan huella en España.
Esta serie de reportajes sobre personas refugiadas de Siria ha sido posible gracias a la colaboración entre La Marea y Baynana y al apoyo de NewsSpectrum e International Press Institute.
Yousef Shuhaiber y Lian al-Ahmad son dos chicos sirios de 26 y 27 años afincados en España. Como miles de jóvenes refugiados, se vieron obligados a abandonar su país para escapar de una guerra que ya dura más de una década. Para salvar la vida se arrojaron al mar, pasando por Turquía y Líbano, hasta llegar a los campos de refugiados de Grecia. Lian trabajó como traductor de árabe e inglés allí, donde conoció a activistas españoles, gracias a los cuales aprendió más sobre la cultura de un país del que –dice– acabó enamorándose. Yousef trabajó durante cinco años en Turquía cosiendo ropa y finalmente decidió cruzar el mar para probar suerte en Grecia, donde fue reasentado en España a través de Naciones Unidas en 2016. Finalmente, sus caminos se cruzaron en este país, donde se conocieron.
Ambos comparten el amor por su tierra, por la cocina siria y por las formas tradicionales de servirla. Por eso, primero trabajaron en Zaragoza con equipos que reciben a personas refugiadas en un pequeño pabellón donde prepararon platos populares autóctonos en una de las iniciativas puestas en marcha para apoyarles. Tras recaudar el dinero suficiente, decidieron montar un proyecto propio en la ciudad. Hace unos meses empezaron a conseguir las licencias municipales y, por su propio esfuerzo y con el apoyo de un grupo de amigos españoles, pudieron alquilar un local y abrir un restaurante, el Siriana. Así pudieron comenzar un proyecto diferente, «increíble», en sus propias palabras.
Como no pueden olvidar a las personas con las que compartieron cobijo y comida en los campamentos, acordaron destinar un porcentaje de los beneficios de su proyecto a otros de apoyo a los refugiados. “Vimos con nuestros propios ojos lo que sufren los refugiados en los campamentos griegos, porque vivimos allí”, dice Yousef, “así que antes de comenzar el proyecto prometimos donar el 5% de las ganancias a otros proyectos”. Así lo hacen, y aseguran que si aumenta el trabajo también aumentarán este porcentaje.
Cocina que une comunidades
Otro ejemplo de cómo la cocina es uno de los mejores elementos para unir culturas nos lo muestra Wisal Al-Alawi, mujer siria que vive con su marido y cuatro hijos en Alcobendas (Madrid). Llegó a España en 2016 como parte de un grupo que incluía a varias familias de su país dentro del programa de reasentamiento de Naciones Unidas. Muchas otras se fueron a distintos países europeos porque no veían futuro en España. Sin embargo, Wisal optó por quedarse y desarrollar aquí su proyecto de vida.
En su país de origen, Wisal no era cocinera: trabajaba en un laboratorio. Sin embargo, tras verse obligada a abandonar sus estudios, en España le resultó muy difícil continuar con su profesión debido a barreras como el idioma o la dificultad de encontrar trabajo. Su difícil situación familiar se vio agravada por el hecho de que no recibió ningún tipo de ayuda del Ayuntamiento de Madrid ni de ninguna ONG.
Habiendo perdido toda esperanza de poder ejercer su profesión, Wisal comenzó a cocinar para generar una fuente de ingresos que la ayudara a vivir y pagar el alquiler. Con ello también buscaba trasladar la cultura de la cocina siria a la española, sobre todo después de recibir muchos mensajes positivos de amigos españoles que la animaron a seguir con su idea y a promocionar su arte a través de las redes sociales. Y resultó que la cocina se convirtió en su nueva profesión.
“A la gente le gusta mucho la comida siria”, dice Wisal. “Suelen pedir hummus, falafel y arroz kabsa, que me suele gustar mucho. En junio, siempre había un festival de refugiados. Algunos restaurantes me contrataron para cocinar. A mucha gente le gustaba lo que hacía”. Aprovecha para añadir que “la situación en España es muy difícil, vivo sin ayuda desde hace casi tres años, con cuatro hijos que mantener y una casa en la que no sé si podré quedarme. Me fui de Siria para mejorar mi situación”, pide.
A través de la cocina, Wisal ha podido participar en muchos festivales y eventos realizados bajo los auspicios de organizaciones y asociaciones humanitarias, y llevar la cocina siria al público español. También ha estado involucrada en actividades con organizaciones nacionales e internacionales, como la Fundación porCausa y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Estereotipos y el impacto de la política
Historias como las de Wisal, Lian y Yousef no son las que habitualmente se asocian con la imagen de personas refugiadas o migrantes. Los medios de comunicación las retratan siempre mediante estereotipos negativos que los muestra como una carga para los países de acogida. Aparecen ante la opinión pública como víctimas que sufren, especialmente los que provienen de países asolados por guerras, como sucede con Siria, un país que hasta el día de hoy es el origen de 14 millones de personas refugiadas.
Jessica Martín Morillo, directora del centro de acogida para refugiados CESAL de Madrid, cuenta que su experiencia con refugiados sirios es muy positiva: “Vemos el sacrificio inmenso que es para ellos estar lejos de una realidad a la que quieren, que echan en falta. Pero a la vez nos ponen delante toda la capacidad de resiliencia de las personas”. De su experiencia, destaca “toda la belleza de su capacidad de hacer y construir, de mostrarnos la riqueza de la cultura y tradiciones sirias, de todo lo bonito que tienen que aportar”. Asimismo, opina que las personas refugiadas han sido un gran ejemplo histórico de convivencia pacífica entre pueblos, algo que no se puede decir de muchos países. “Hasta hace no mucho, eso era posible en Siria. Han demostrado que es más lo que nos une que lo que nos separa. Nuestra experiencia es que enriquecen a la sociedad de acogida”, añade Martín Morillo.
Las personas refugiadas hacen el cambio
Una de esas experiencias de enriquecimiento es la de la unidad de las personas para reclamar sus derechos en el país de acogida. Acciones que, a veces, logran cambios. Es el caso de Amin (quien prefiere no revelar su apellido), un joven sirio que solicitó asilo en España y, tras intentar continuar su ruta a Alemania, vio rechazada su solicitud. De vuelta a España, Amin quedó en la calle: en aquel momento, los refugiados devueltos a España eran excluidos de los programas de acogida.
Entonces, él y otros amigos suyos, también solicitantes de asilo y afectados por esta medida, comenzaron a reclamar el derecho a regresar al programa de asistencia. Eran tres al principio, pero fueron sumándose más personas, de varias nacionalidades: jóvenes de Palestina, Siria y Yemen, que siguen ayudándose y cuidándose unos a otros.
El objetivo era movilizar a la mayor cantidad de personas posible para exigir sus derechos. A través de manifestaciones y otros métodos, han creado un grupo de apoyo para personas que han vivido esta situación, y que cuenta con la colaboración de la Red Solidaria de Acogida. En ese momento, una de las circunstancias más preocupantes era la presencia de muchas familias con niños pequeños y mujeres embarazadas, lo que les impulsó a continuar la batalla hasta obtener los derechos básicos, según relatan.
“Me gustaría describir parte del sufrimiento que recuerdo, ya que estamos hablando de la fase previa de un posible regreso al programa de asistencia”, reivindica Amin. En su relato, denuncia las malas condiciones en los centros de acogida: “Estuve en uno donde había cuatro familias en una habitación. Lo que les separaba eran pedazos de tela”. El joven cuenta que se veían obligados “a salir del centro a las nueve de la mañana, porque los centros no están pensados para el servicio de día, y volver a dormir”. Por ello, pasaban el día en la calle, sin acceso a comida ni medios de transporte. Antes, Amin había estado en otro centro de acogida, en Melilla, del que cuenta que “meten a 1.200 personas en un lugar que solo tiene capacidad para 400”.
Finalmente, las protestas lograron un éxito: el Tribunal Superior de Justicia de Madrid condenó a la Administración por negarse a acoger a muchos solicitantes de asilo después de que abandonaran voluntariamente España. Tras esta sentencia, el Ministerio de Trabajo e Inmigración emitió una orden para que quienes regresaran a España fueran incluidos en programas de asilo.
“Estoy feliz de ser parte de la razón que llevó a esta decisión”, dice Amin. “Rechazaron mi petición de volver al programa de asistencia, pero la justicia me dio la razón. Creo que tenemos derecho a movernos. Somos refugiados, debemos tener derecho a vivir en libertad y con dignidad. Lo que queremos es la oportunidad de tener una vida buena y estable”. Sin embargo, la felicidad aún es incompleta: en el invierno de 2019, en la organización para la que trabaja, Amin recibió a una familia que regresaba de Alemania y que estaba durmiendo en la calle. Entre ellos había una mujer embarazada y tres niños. “La gente estaba durmiendo en la calle, a las puertas de los centros que debían ser su refugio”, denuncia.
El papel de las mujeres sirias en el cambio
La situación de las mujeres refugiadas es doblemente difícil. Razan Ismail llegó a España en 2018 tras una vida marcada por la falta de opciones, como ella misma dice. Tras casarse con un hombre español, se centró en su trabajo y reconoce que no estaba interesada en la inmigración: “Estaba ocupada con mi trabajo y trataba de encontrar estabilidad”, cuenta. “Me sentí mejor en España, y me sentí libre”. Pronto su compromiso con las cuestiones migratorias fue creciendo: “No solo porque yo era parte de la comunidad inmigrante, sino porque en un momento sentí que mi historia era representativa y aplicable a muchos”.
En Barcelona, la ciudad donde reside actualmente, vio que los migrantes recién llegados a veces no sabían a dónde ir ni a quién consultar. “La burocracia es enorme, las mujeres no tienen tiempo ni conocimiento de sus derechos. Las duras condiciones por las que atraviesa un nuevo refugiado o inmigrante son muy duras y difíciles”, añade. Al descubrir que ella podía ayudar a las personas recién llegadas, inició un proyecto “modelo” para apoyar a las mujeres refugiadas y trazarles un camino. “El propósito es reafirmar el apoyo entre las inmigrantes, crear una pequeña patria, un lugar al que volver. Se trata simplemente de escuchar las necesidades de la comunidad inmigrante”, explica. «Creo que es mi instinto. Me siento más fuerte cuando defiendo los derechos de los demás que cuando me defiendo a mí misma».
El proyecto se lanzó en 2020, como parte de un plan para hacer varias capacitaciones y reuniones para construir la comunidad. La pandemia interrumpió esos planes, pero Razan ha continuado con el proyecto online todo el tiempo que ha podido. Una de sus tareas es ponerse en contacto con organizaciones que trabajan con personas inmigrantes y refugiadas. “El problema radica en el enfoque patriarcal que muchos adoptan: brindar servicios a personas inferiores”, opina. “La excepción fue una organización holandesa dirigida por inmigrantes. A través de ella pude llegar a figuras políticas a nivel europeo”.
Para Razan, el mayor obstáculo es la burocracia. “El sistema (contabilidad, idioma…) no fue diseñado para que nos beneficiemos de este tipo de iniciativas. A pesar de esto, ha comenzado a funcionar mejor con el tiempo”. Ahora trabaja más a nivel europeo, a través de la Asociación Al-Kidwa para promover el cambio de normas y leyes. “Aprendo mucho y mi trabajo es acercarme a los políticos”, cuenta.
Razan, Yousef, Lian, Wesal y Amin son cinco de los más de 6,9 millones de refugiados sirios que hay desplazados en el mundo, consecuencia de una guerra que ya ha dejado 350.000 muertos, según la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Sus historias muestran que las personas refugiadas, a pesar de todas las dificultades, tienen mucho que aportar a los países que les han ofrecido una segunda oportunidad de vida.
Artículo editado por Laura Casielles.
Sería fructífero el poder ofrecer hospitalidad a refugiados sin recursos en casas de particulares sin que las barreras burocráticas dificulten e incluso anulen iniciativas de buena voluntad.
Vivo en el rural gallego, soy jubilada y tengo una pequeña huerta, seguro que como yo habrán más personas que puedan ofrecer un poco de terreno para cultivar u otras labores que el campo genera, con lo que algunos refugiados puedan iniciar un nuevo ciclo de vida mejor que el estar en la calle a la espera de «caridad» mal entendida.
Pido que se simplifiquen las vías para intentar consolidar propuestas e iniciativas de colaboración entre inmigrantes y particulares, que se nos muestre un camino eficaz para llevarlo a cabo sin ahogar nos en papeleos. Son tiempos de cooperación entre personas, no lo hagan más difícil.