Internacional

Los cortes de luz en Líbano, el síntoma más visible de su crisis

La crisis energética en el Líbano ha escalado en los últimos meses, aumentando la penumbra y la tensión social.

Vista de uno de los barrios de Beirut después del apagón de las 12 de la noche.

Texto: Ebbaba Hameida / Fotos: Brais Lorenzo (Beirut) // El sol se esconde en el Mediterráneo y, con él, la última luz de Beirut. Los coches que circulan a última hora de la tarde hacen las veces de farolas, en unas calles que se resisten a olvidar el bullicioso ambiente nocturno de otra época. Los globos de colores fosforescentes alumbran las sonrisas infantiles de una niñez traviesa. Excepto los habitantes que pueden permitirse un generador y su combustible, los demás tienen limitado el uso hasta la medianoche. La ciudad entera se sume en la oscuridad, una oscuridad de la que ni siquiera la emblemática plaza de los mártires se puede librar.

Eftikar Nasriddine y su esposo, Ibrahim Farshoukh, se apresuran a preparar los últimos pedidos que llegan a su restaurante antes de las doce de la noche. Son jóvenes, tienen 28 y 30 años respectivamente. “A las doce ya no tendremos luz hasta mañana a las diez, pero esto no quita que pueda haber más cortes a lo largo del día”, asegura. Eftikar aprovecha para cargar el móvil, una rutina que han incorporado en su día a día. La pareja tiene un pequeño negocio con solo dos mesas pequeñas. “No cerrábamos nunca. Los fines de semana nos turnábamos por la noche, aquí estaba todo iluminado, venían turistas. El Hamra es uno de los barrios más importantes de la capital. ¿No veis qué triste está ahora? ¿Puede ser que la capital de un país esté tan apagada?”, dice sin disimular el cansancio.

Se muestran muy críticos, como la gran mayoría de libaneses, con su clase política. “Viven en otro mundo. No hacen nada ni lo harán”, dicen. Se enorgullecen de haber participado en las revueltas de octubre de 2019 tras el anuncio del gobierno de entonces de introducir un impuesto a las llamadas telefónicas a través de WhatsApp y otras aplicaciones. Aquellas manifestaciones derivaron en protestas generalizadas contra la mala gestión de la crisis económica que atraviesa el país. Desde entonces, la situación no ha dejado de agravarse: la moneda ha perdido más del 90% de su valor; hay restricciones en el abastecimiento de electricidad, agua y medicinas, y los precios de los alimentos básicos se han disparado.

“El país se está destruyendo, la situación es insostenible y nuestra clase política es incompetente”, insiste Farshoukh. Cuando llega la media noche, la joven pareja cierra su negocio y nos invita a su casa. Nasriddine está embarazada de seis meses, vive en el quinto piso de un edificio con un ascensor inservible: “¿Qué haré cuando avance el embarazo? Tenemos un ascensor, pero si la luz se corta no podemos utilizarlo”. Sube las escaleras con la linterna del móvil, ya en la vivienda encienden dos velas: “Hasta mañana a las diez no vuelve la luz, pero en los últimos meses asistimos a cortes de electricidad durante todo el día también”.

Viven en un piso pequeño bien decorado, hay souvenirs y objetos que pertenecen a otra vida, a otra ciudad que rebosaba turistas procedentes de todo el mundo. Eso era antes de la pandemia y de la gran explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020. “Nunca imaginamos llegar tan al fondo”, asegura la joven. Los cortes de luz les impiden hacer lavadoras, la comida se estropea al apagarse la nevera durante diez horas todos los días. Tampoco pueden encender ningún aparato para calentarse en invierno. Las estufas eléctricas ya no les sirven.

Los cortes de luz son habituales desde hace décadas, desde la guerra civil que duró 15 años y dejó profundas heridas políticas y sociales aún sin cicatrizar. El abastecimiento eléctrico desde entonces supone un desafío diario. De hecho, la mayoría de libaneses recurre a métodos alternativos al tendido eléctrico. En las instituciones, restaurantes, bares, escuelas u hospitales tienen generadores que se encienden cuando se producen los cortes. Estos sistemas les han permitido sobreponerse a la dificultad hasta ahora, cuando la caída de la lira libanesa ha disparado el precio del combustible.

Una mujer se alumbra con una linterna en la calle.

La crisis energética en el Líbano ha escalado en los últimos meses, aumentando la penumbra y la tensión social. El punto de inflexión se produjo en octubre pasado, cuando dos importantes centrales eléctricas se vieron obligadas a interrumpir su servicio debido a la falta de combustible. Desde entonces, la situación no mejora. “Nosotros no tenemos una alternativa ni en el restaurante ni en casa. No tenemos generadores, tampoco tengo claro si podríamos pagar la gasolina”, explica Nasriddine.

Las casas con generadores pagan el combustible aparte del alquiler, pero ahora no alcanza. Los cortes son cada vez más recurrentes. “Antes esto ocurría un par de veces al día y pocas horas, pero es que ahora pasa todo el rato e incluso grandes empresas e instituciones privadas y públicas no lo pueden sostener”, asegura. La luz mide la desigualdad entre la población libanesa. Basta echar un vistazo. Hay edificios con reclamos fluorescentes en las fachadas; otros en los que apenas se distingue la llama de velas o candiles desde las ventanas. La distancia entre los que tienen mucho y los que no tienen nada es así de palpable. “La clase media está desapareciendo”, denuncia la joven pareja.

En Hamra, después de las doce de la noche, algunos bares permanecen abiertos. El volumen de la música esconde el ruido de motor de los generadores. Son sintomáticos del espíritu de los libaneses, pese a lo dramático de la situación, prevalecen las ganas de vivir. “Vivimos el presente y no sabemos qué va a pasar”, dice Farkouch, quien tiene un canal de TikTok que alimenta todos los días con vídeos de humor.
Hay quienes aprovechan hasta el último resquicio de batería en el móvil para trabajar. Ahmed Hamdan es un joven artesano de 17 años que por las noches saca a la calle sus materiales y utensilios para hacer pulseras y trabaja hasta que la luz del móvil se lo permite. En las calles, las linternas son habituales.

Naciones Unidas estima que nueve de cada diez familias en el Líbano sufren cortes de electricidad, tres de cada diez hogares recortan gastos en educación y cuatro de cada diez han vendido artículos del hogar para sobrevivir. Siete de cada diez tuvieron que comprar comida a crédito.
La ciudad a oscuras no impide a los niños hurgar en la basura. Vemos a uno con una linterna en la cabeza que busca restos de comida o plásticos para vender a una empresa de reciclaje. No es una rareza, hay muchos más. La crisis ha incrementado el trabajo infantil, son menores que han sustituido la escuela por la calle. “Mejor venir aquí e intentar comprar el pan que robar”, dice el padre, refugiado sirio, de uno de ellos.

Un artesano trabaja con la luz de la linterna de su móvil.

La vida en los campamentos

Desde 2011, cerca de 1,5 millones de sirios se han refugiado en el Líbano, según la Agencia de Naciones Unidas para el Refugiado (ACNUR). Es decir, más de un cuarta parte de la población del país. Los que están en las calles son en su mayoría menores refugiados. Según la última Evaluación de Vulnerabilidad de Personas Sirias Refugiadas en el Líbano, nueve de cada diez personas refugiadas viven en la pobreza extrema.

Muchas de estas familias pasan sus días en asentamientos informales desde hace diez años. Son chozas improvisadas, sin agua ni electricidad a las puertas del invierno. “Aquí nos matará la nieve”, dice Aroub Ahmed, padre de tres hijos residentes en el asentamiento de Yasmine Camp, a unos 35 kilómetros al este de Beirut. Todos se lamentan por la falta de oportunidades educativas y laborales, y la escasez de agua y luz hace más insoportable su existencia. El silencio reina por la noche en estos asentamientos.

Beirut no está en silencio. Sin embargo, se ha vuelto irreconocible. “Mis padres me dicen que jamás estuvo la situación tan al límite”, cuenta Ahmed. La penumbra quizá ayude a disimular el cansancio y la tensión de un pueblo que ha dejado de pensar en el futuro y que solo se aferra al presente. Conscientes de que si Beirut se apaga el resto del país también. 

Un vendedor de globos al anochecer.

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