Crónicas | Opinión
Quijoteos innecesarios
Marina Castaño, los Geoffreys, Juanis y Ambrosios de Bel Air, médico de familia y los bombones Ferrero tienen algo en común para Ignacio Pato. En esta mirada, nos habla de privilegios.
Vaya por delante que quizá mi cabeza está intoxicada por los Geoffreys, Juanis y Ambrosios de Bel Air, médico de familia y los bombones Ferrero. Personas cuya vida depende de cómo de cómoda sea la de otros. Vale, eso nos pasa a todos y se llama trabajo, es cierto. Y es de hecho una de las costuras para que el sistema no salte por los aires y la crítica de clase sea casi siempre en casa, terrazas o avatar mediante: si a mi jefe le va bien a mí me irá bien. Pero es que para estos personajes que digo era así -usando el manoseado adverbio- literalmente.
A los ricos les gusta disimular que el dinero media las relaciones. Así, la criada es “la chica”. En los escaparates de lujo no hay precios. No se va a un restaurante, se sale a comer. Si apetece lo que hay fuera de carta, se pide sin preguntar. Tiene que ser descansado vivir así. Imagino el privilegio socioeconómico como algo parecido a no enfadarme jamás. No tener que decir nunca joder. Contestar vale a todo y nunca escuchar un no. Solete en la cara. Vivir en una especie de puntillo natural permanente. No diferenciar si me han engañado o no. Cuesta hasta biológica y sensorialmente comprender cartas como la de Marina Castaño a Cela. Todo un reproche político a troche y moche, pero para ripio el que habría bastado: “querido, tu fear of missing out no tiene sentido”.
Supongo que hay que verte ahí. Que es durillo aceptar que el viento del sistema —“ya estamos, el sistema en abstracto no existe”, manotean de repente convertidos en materialistas a conveniencia—, te sopla a favor. Que tus carencias de talento, tacto o humanidad son responsabilidad tuya, aunque tú sí defiendas eso solo para los demás. Supongo que entonces queda acudir a la poesía rusa del XVIII. Gavrila Derzhavin le escribía así el comportamiento consecuente con su clase de Catalina II: “No te apasionan las mascaradas, del club no pasas el umbral, fiel a las buenas costumbres, no quijoteas”. Derzhavin acuñó el verbo donkishótovat, que hoy perdura en el idioma, como sinónimo de hacer el ridículo sin necesidad.
Esto lo resume mejor mi abuelo con solo dos palabras: “¡buena gana!”. Pues sí, buena gana de ir de safari a la persecución. Los pájaros tirándose sobre las escopetas. Hay más ejemplos. Djokovic con la vacuna. Grandes empresarios con un supuesto comunismo. La madrileñofobia de Ayuso. Quien pinta como “batalla de las ideas” el networking de una carrera profesional. Columnistas reaccionarios haciendo malabarismos mediocres para disimular que lo son y defender que el amor tradicional está amenazado aunque existan bolsas de patatas fritas Lay’s edición parejas. Cuenta un viejo chascarrillo que había un niño al que daban por mudo. Con 7 años y ante un plato de sopa rompió el silencio: “¡quema!”. Los padres gritaron ¡milagro! y tuvo que sacarles del error: “es que hasta ahora todo estaba bien”. Él al menos no quijoteaba. Los otros encima exigen ser escuchados.