Cultura
Nacho Vegas: “La soledad dolorosa que hemos vivido todos durante la pandemia se coló en las canciones”
El artista asturiano publica un nuevo disco tras superar un bloqueo creativo con el que experimentó una "dimensión de la soledad que hasta entonces solo había leído".
Hace apenas unas horas que el trabajo de muchos meses, Mundos inmóviles derrumbándose, el último disco de Nacho Vegas, está en todas las plataformas musicales. Su autor –explica en conversación telefónica– siente tanto alivio como satisfacción: “Grabar un disco es un proceso que tiene algo agobiante. Escuchas las canciones de una manera excesivamente analítica durante la etapa de grabación. Cuando las mezclas llega un momento en el que tienes que dar por terminado el trabajo porque, si no, podrías estar puliendo hasta el infinito. Así que aunque siempre te queda alguna espinita clavada, siento satisfacción porque refleja algo que me provocaba cierta urgencia”.
Nacho Vegas tiene 47 años y 24 discos en solitario. Es uno de los artistas españoles más influyentes en la escena musical actual y en sus composiciones son tan importantes la calidad de las melodías como la poética de unas letras. A través de su vasta obra, ha ido consolidando un ecosistema propio y reconocible, de un gris tan vibrante como Xixón, la ciudad en la que vive y que le sirve de inspiración; combativa, como lo fue históricamente su Asturies, y de una belleza tan salvaje como el Cantábrico cuando se embravece y parece que quiere acabar con todo. Sus canciones, envueltas siempre en una neblina de tristeza tan inconsolable como hermosa, remitían a menudo a la experiencia individual y a la lucha social. Pero en este último disco parece haberse sincronizado con el estado de ánimo de todo un país, el provocado por la pandemia de COVID-19. “Necesitaba escribir estas canciones, pero me sentí bloqueado durante mucho tiempo”, cuenta.
¿Cómo salió del bloqueo?
La pandemia nos afectó a todos en diferentes grados y aspectos de nuestras vidas. A mí me produjo un bloqueo creativo que había vivido otras veces, pero que no me solía durar mucho. Cuando vi que se estaba alargando, me preocupó. Estaba en un estado de ánimo muy bajo y para escribir canciones sobre realidades complejas y dolorosas necesitas cierta lucidez y buen humor. Me sentía falto de estímulo en Xixón y me fui un mes a un pueblín del occidente asturiano con mi mejor amigo. Sin tele, ni Internet, en un sitio muy bonito, la vida transcurría más lenta. Allí escribí todas las canciones que fueron el germen de este disco.
El hecho de irme con Juan me ayudó mucho porque no fue un proceso absolutamente solitario, sino que tenía momentos de soledad amable y de soledad compartida.
En el disco encontramos canciones con letras tristísimas que consiguen hacerse llevaderas gracias a melodías más suaves, como La flor de la manzana. Pero al contrario que en anteriores discos, donde su música ahondaba en una tristeza muy vinculada con la rabia por la pérdida de derechos, de oportunidades, de razones para estar feliz, en esta canta a una pena mucho más desesperanzada, agotada y colectiva. ¿Era consciente de ello cuando escribía?
En mis últimos discos de estudio me había alejado de esa primera persona personal que usamos los que hacemos canciones de autor para escribir desde una perspectiva más colectiva e inspirándome en diferentes tipos de folclores y folk. Pero cuando empecé a escribir las canciones de este disco era imposible abstraerme de las circunstancias en las que vivíamos.
Nos habían quitado la posibilidad de tocarnos y abrazarnos; la propia calle, que es donde nacen las expresiones culturales más interesantes, las batallas sociales y los procesos emancipatorios más empoderadores… Fui consciente entonces de una dimensión de la soledad que solo había leído, pero que no había vivido en mis propias carnes. Cuando vas a escribir canciones, necesitas soledad, pero una soledad elegida. Pero esa soledad dolorosa que hemos vivido todos durante la pandemia se coló en las canciones. Y, precisamente, en la música popular, cuando se canta a las cosas más duras y complejas las melodías te sugieren otras cosas. Incluso cuando cantas a la infelicidad, lo haces como si estuvieras celebrando la vida porque lo que estás diciendo es que cuando te pinchan, sangras, y que eso significa que estás vivo, y que si soy infeliz y lo explico es para poder combatirlo.
«Nunca hasta ahora había sentido que necesitaba tanto escribir canciones para sentirme vivo«
Precisamente el disco comienza con Belart, una canción hermosísima sobre la pérdida. Una de sus estrofas, dice:
Se ha desplazado tu propio dolor, y en su lugar algo inmenso
ahora te grita y no encuentra explicación:
Aún no se han escrito esos versos tan inútiles como perversos.
A través de su poesía, de sus canciones, ¿consigue encontrarle sentido a este dolor, a la vida? ¿Le ayudaron a salir de toda esa pena?
De alguna manera, sí me ayudaron. Nunca hasta ahora había sentido que necesitaba tanto escribir canciones para sentirme vivo, y no poder hacerlo me provocaba una infelicidad que me era desconocida. Y sí, cuando surgieron, me ayudaron a poner orden al caos del mundo, a entender cosas desconcertantes o que son tan complejas de analizar que necesitas ponerla en una canción, aunque no las entiendas del todo. Las canciones son también preguntas que me llevan a otras preguntas que necesitaba hacerme para sentirme vivo.
La ternura es nuestro don es una reivindicación de los cuidados, de la amabilidad como herramienta política –como escribió Santiago Alba Rico–, de la importancia de vernos y reconocernos los unos a los otros como seres valiosos. Y al mismo tiempo, en sus letras habla mucho de autodestrucción, de castigarse a uno mismo. ¿Nos resulta más fácil querer a los demás que a nosotros mismos?
No lo sé. En El don de la ternura hay un verso de Raymond Carver que tiene diferentes traducciones que dicen que está con su mujer y “nos asistimos tiernamente” y otra “nos cuidamos mutuamente de la manera más tierna posible”. Es tan importante cuidar como dejarse cuidar, somos seres interdependientes. Debemos transitar hacia otro mundo menos hostil y más justo, más bonito y para ello la amabilidad y la ternura son herramientas muy potentes. De hecho, son lo contrario al cinismo, algo que está de moda en ese discurso sarcástico, esa visión que empieza y termina en uno mismo, que no reconoce a los demás, que parte de la visión egoísta del mundo.
De hecho, en la canción El mundo en torno a ti encontramos las siguientes frases:
“Para ti una cara sucia es un lugar donde escupir;
crees que el mundo entero gira en torno a ti”.
En este momento de profunda polarización, en el que parece casi imposible hablar con personas de otras ideologías, usted concluye la canción:
Y aunque ya no gire el mundo en torno a ti
yo casi siempre estaré ahí.
¿Cómo puede la musica popular, que tradicionalmente ha conseguido conciliar en el mismo espacio a personas de ideas muy distintas, contribuir a restaurar esa convivencia y posibilidad de diálogo en nuestra sociedad?
No creas que tengo una respuesta para ello. La música popular ha sido siempre muy permeable a lo que pasa en el mundo en que se crea y sí que puede ayudar a remover conciencias. Parece que estamos en un momento de aletargamiento. Tenemos que reconstruir espacios colectivos y nos toca reconstruirlos porque la actitud que nos puede salir en su defecto es ese ser reaccionario que desea que se quede todo como estaba y el tema es que no estaba bien.
La música popular nos puede ayudar a tomar actitudes más osadas para emprender batallas individuales y colectivas, y acompañar a ciertos procesos sociales y transformadores que siempre tienen su banda sonora. A menudo entiendo las canciones como hacer de cronista, contar ciertas verdades que son difíciles de expresar de otro modo, pero que tienen mucho que decir del mundo en el que vives y de tu concepción íntima del mismo. Y cuando ves esas canciones con perspectiva, te das cuenta de que revelan verdades de las que no eras consciente cuando las escribiste.
Pero a la escena musical de este país le ha faltado asociacionismo, por lo que se me hace difícil pensar que pueda haber un proceso colectivo. Ni el 15-M, que fue uno de los procesos sociales más importantes de este país, tiene banda sonora. Así que no tengo fe en que la música pueda acompañar a luchas colectivas emancipatorias. El indie nació y se fraguó en los tiempos de Aznar y apenas hubo canciones críticas con lo que estaba ocurriendo, salvo algunas excepciones y los conciertos del No a la guerra de Iraq.
Asturies es un laboratorio de las consecuencias de las políticas neoliberales en este país: altas tasas de desempleo desde hace décadas, la emigración como salida mayoritaria de la población joven, la tasa más baja de natalidad del país y la más alta de suicidios… ¿Qué lecciones podrían extraerse de lo ocurrido allí para afrontar el escenario que está dejando la pandemia y se encadena con la crisis desatada en 2008?
Hay una cierta toma de conciencia del excesivo centralismo en el que vivimos y de cómo todo lo que sucede en Madrid no nos tiene que afectar a realidades políticas, sociales y culturales tan diferentes como las de Asturies o Andalucía, por ejemplo. Están surgiendo sujetos políticos propios, como Teresa Rodríguez cuando decía que Andalucía no sea el sur de Madrid, sino su propio centro.
Y en Asturies, deberíamos tener un sujeto político propio, que ponga solución a la situación que describes porque es una tierra rica, con recursos suficientes, de la que no tendría que verse tanta gente forzada a migrar ni estar sumidos en esa tristeza que nos hace caer en cierto derrotismo contra el que hay que luchar. Tenemos delante una batalla por la oficialidad del asturiano y el gallego-asturiano.
En el disco hay dos canciones en asturianu. ¿Por qué ese odio de la derecha por la propia lengua de Asturies y ese desprecio por una parte del sector progresista?
No ha habido un odio mayoritario a nivel social, sino que hemos carecido de la voluntad política necesaria para que la oficialidad se hubiese reflejado en el Estatuto de autonomía de 1981. Hay quienes se sienten muy cómodos con el discurso de la derecha que nunca ha disimulado la disglosia, ni que entienden el castellano como una lengua de distinción social y el asturiano como propia del humor o restringida para hablar de Asturias. Y otros creemos que la lengua es una herramienta de cohesión social, con la que hablemos de lo que pasa en Asturies y en el mundo y en la que se puede crear también.
Medios mayoritarios en Asturies como La Nueva España y El Comercio están dando mucha cancha a los contrarios a la oficialidad cuando esa controversia no existe en la población. Ya me parece injusto que haga falta tres quintos de la Xunta para aprobar unos derechos lingüísticos básicos. Y que encima estén negociando la cooficialidad a cambio de políticas presupuestarias que no tienen nada que ver me parece aberrante. Y todo para crear una cooficialidad blanda, como dice el propio PSOE. Aun así, es un paso necesario para seguir normalizando el asturiano.
Y ¿es verdad, como canta en su disco, que el capitalismo ha entrado en fase de implosión?
No sé, quizás sea más un deseo que la constatación de una realidad. Es probable que el fin del capitalismo se parezca más a la caída del imperio romano, como dicen muchos, que a la toma de la Bastilla. Pero estamos en turbocapitalismo especialmente depredador, que se nutre de recursos que son finitos. Y tenemos que aprovechar cualquier grieta para fomentar un escenario postcapitalista en el que podamos vivir de una manera más justa y más bonita.