Sociedad
Todo por hacer
"En lugar de pensar en el modelo económico que provoca el cambio, la mirada emocional se dirige a sus símbolos externos y se busca recuperar lo que se ha perdido", escribe Jorge Dioni
Siempre que hay cambios económicos, hay nostalgia cultural. El protagonista de la utopía de William Morris Noticias de ninguna parte, se duerme en 1890 y se despierta en el año 2000. Las grandes ciudades han desaparecido y solo queda un conglomerado de pequeños pueblos entremezclados con bosques y praderas, donde vive una comunidad centrada en el arte. Tampoco hay máquinas y todos trabajan en sus oficios tradicionales por puro placer, ya que la redistribución hace que nadie tenga necesidades. Ciudades, industria, fabricación en serie o consumo masivo eran los símbolos de un modelo económico que arrasaba pueblos y oficios, y al que Morris quiso oponerse con el movimiento Arts and Crafts (artes y oficios).
La imagen se parece a otras utopías de finales del XIX. La edad de cristal, de W.H. Hudson, también se sitúa en el futuro. Se ha producido un regreso a la economía de la casa por la desaparición de las ciudades y, quizá como crítica a la enajenación de las tierras comunales, no existe la propiedad privada. Sucede lo mismo en Spensonia, la isla democrática donde no hay ejército y hombres y mujeres son iguales. En la Freiland, de Theodor Hertzka, las tierras y los medios de producción son comunales, pero cada familia vive en una casa en propiedad. Todas tienen jardín, como las de la racional ciudad Victoria, de James Buckingham, y como las de la última utopía, la que se realizó.
En 1902, Ebenezer Howard publicó Ciudades Jardín del mañana, una propuesta para solucionar el problema de la vivienda obrera a través de una ciudad ideal, lejos de la urbe. Aunque era mucho más realista, no dejaba de ser otra mirada hacia atrás: recuperar los viejos pueblos con una comunidad limitada, donde los oficios tradicionales y el contacto con la naturaleza podían convivir con una industria también restringida y un mercado casi autoabastecido. Las ventajas del campo y las de la ciudad. No tuvo que esperar.
La historiadora del urbanismo Françoise Choay sostiene que las utopías desaparecieron porque pudieron hacerse y Howard fue el primero. Lo hizo a través de la Garden City Association, una promotora privada que aumentó la edificabilidad y subió los precios para que el proyecto resultase rentable. Ciudades, industria, fabricación en serie o consumo masivo, eran los símbolos de un modelo económico, pero el cambio radical era la prevalencia del mercado y la propiedad. Estas dos instituciones transformaron las buenas intenciones de Howard y convirtieron su proyecto en uno de los conceptos de más éxito desde entonces: la comunidad segregada. La zona sin edificar que debía servir para evitar movimientos especulativos pasaba a ser una frontera.
El populismo de verdad
Mirando atrás, de Edward Bellamy, también está situado en el año 2000 y fue uno de los libros más leídos en Estados Unidos durante el XIX, sólo por detrás de La cabaña del tío Tom y Ben-Hur. Es una utopía extraña porque no propone crear nuevos asentamientos ni está situada en una isla o un valle perdido. Transcurre en Boston y habla de Estados Unidos. Al contrario que el resto de propuestas, no considera que la representación concreta del cambio, las ciudades o la industria, sea el problema. Es más, son una realidad. Hay que ir a la causa y proponer otro modelo. En el Estados Unidos que imagina Bellamy, se ha llegado a conclusión de que la concentración de capital era una fórmula dañina y, por tanto, era necesario pasar del individualismo a la cooperación.
Así, el Estado es el dueño de todos los medios de producción y no solo planifica la economía, sino que es el empleador directo de todos los ciudadanos. Trabajar no es voluntario, pero cada persona escoge su ocupación según sus aptitudes durante los 24 años de vida laboral, desde los 21 a los 45. Más o menos, la esperanza de vida que había, que no haya infartos por eso en Esade. Los puede haber por otra propuesta: la abolición del dinero. Al comienzo de cada año, el Estado abre una línea de crédito personal que los ciudadanos pueden usar para sus necesidades. La idea, se dice, inspiró el nacimiento de la tarjeta de crédito. El ejército y la policía ya no son necesarios porque ya no hay problemas de orden público ni amenaza de invasión. En su mundo, hay una edad de oro cultural y los lectores eligen a los directores de los medios. El máximo dirigente del país, un gestor, se elige por un complicado sistema restringido de entre los miembros del único partido, el Nacional.
En Estados Unidos, el movimiento formado alrededor de este libro, los Bellamy Clubs, se conoció como nacionalismo e inspiró al Partido Populista, que llegó a conseguir el 10% de los votos con un programa que defendía la jornada de ocho horas, un impuesto progresivo sobre la renta, el control del gobierno sobre los servicios públicos, limitar la actividad de los bancos o la nacionalización de los ferrocarriles. Aunque tuvo una vida corta, el populismo fue clave para la evolución del Partido Demócrata durante el siglo XX.
Propiedad, mercado y finanzas
Aunque sea tramposa, se puede establecer una dicotomía entre las utopías nostálgicas de regreso a las viejas comunidades y las que buscan el conflicto con el modelo que ha provocado el cambio y que también será consecuencia del mismo. Ciudades e industria son los enemigos intuitivos, pero son los símbolos de un modelo económico –propiedad, mercado y finanzas– que no solo ha arrasado con los oficios o los pueblos, sino con la estructura social donde estos se desarrollaban.
La sustitución de la economía de proximidad basada en el trabajo manual por la industrialización y el comercio global o la emigración a las ciudades provocada por los cercamientos y las importaciones fue la desintegración de un mundo. El nuevo modelo arrasa las instituciones sociales donde los grupos desarrollan su identidad, una palabra muy usada que se puede resumir en la respuesta a las preguntas: quién soy y qué hago aquí. La incertidumbre es una intemperie insoportable.
Esta sensación de desamparo es la clave que ayuda a entender por qué los movimientos de resistencia a los cambios económicos suelen acabar en la reacción a través de la nostalgia en lugar de articular una propuesta alternativa. Huir de la ciudad o cambiarla. En lugar de pensar en el modelo económico que provoca el cambio, la mirada emocional se dirige a sus símbolos externos y se busca recuperar lo que se ha perdido indiscriminadamente, como un escenario que podemos llenar con todo lo que nos hacía felices. Las historias o las canciones no buscan tanto emocionarnos ahora, sino trasladarnos a ese momento previo a la ruptura, una edad de oro que da nuevo sentido a palabras como orden y seguridad porque son atributos que no podemos otorgar al presente, como ninguna generación. Eso es la vida.
La visión nostálgica no solo descarta todo lo negativo, la crueldad de la servidumbre, las epidemias o las hambrunas, sino que produce un rescate indiscriminado de todas las instituciones sociales, simplemente porque pueden contraponerse al presente, donde cualquier cosa es ajena. Pueden ser los pueblos o los oficios tradicionales, pero también la monarquía absoluta, las leyes religiosas o la división estamental. Por eso, las viejas élites, desplazadas por el nuevo modelo, suelen hacerse con la dirección de la respuesta nostálgica.
Orden, seguridad y estabilidad
Vivimos otro momento de cambio. La industrialización digital, la economía de las plataformas, no solo arrasa con las profesiones, sino con la estructura social donde estas se desarrollaban. El mercado o la propiedad han dejado de ser mecanismos de relación social y se han convertido en absolutos morales. La principal misión del Estado es defenderlos. La dimensión sobrehumana de la digitalización nos mueve la mirada hacia el pasado, donde proyectamos una visión idílica, como los utopistas de finales del XIX. Los constantes mensajes de miedo e incertidumbre agudizan la necesidad de encontrar un espacio seguro, imposible de encontrar en el presente, que construimos en la comunidad idealizada donde se desarrolló la infancia. Son nuestras noticias de ninguna parte.
La visión nostálgica no sólo descarta todo lo negativo, sino que realiza falsas disyuntivas. Ya no hay X. Hay Y. Ya no hay X porque hay Y, luego el problema es Y. X puede situarse en el ámbito laboral, cultural o personal, pero siempre es algo relacionado con el orden, la seguridad y la estabilidad, atributos que cuesta otorgar a la vida en curso. Y puede ser cualquier cambio, pero también suele estar relacionado con la redistribución de derechos y la heterogeneidad del grupo, ya que era ahí donde se desarrollaba la identidad: quién soy y qué hago aquí. La escena pública era homogénea; ya no lo es. La verticalidad o la segregación son caminos accesibles para encontrar respuestas.
Más que desarmar la nostalgia con datos inútiles, sería interesante contraponer un ejercicio de imaginación política como el de Edward Bellamy, partiendo de la misma conclusión: la concentración de capital es una fórmula dañina y, por lo tanto, es necesario prohibir que derechos como la vivienda puedan ser propiedad de personas jurídicas y garantizar que ese derecho, como la sanidad, la educación o la energía, sean prestadas por el sector público de forma gratuita. No hace falta que el Estado sea dueño de todos los medios de producción, basta con que el Estado sea dueño del Estado en lugar de desesperarse porque el sector privado no quiere su dinero si hay condiciones. Trabajo garantizado, semana de cuatro días, jornada laboral de seis horas, salario y patrimonio mínimo y máximo. Está todo por hacer.
Los que hacen están en las cárceles o exiliados. Y lo peor, olvidados por una sociedad insolidaria, desagradecida y olvidadiza.
Si es que tenemos lo que nos merecemos.
Valtònyc: «Primero te ignoran, después se ríen de ti, después te atacan y finalmente, ganas». «La lucha es el único camino».
La Justicia belga rechaza definitivamente la euroorden española de extradición contra el rapero condenado a tres años y medio de cárcel por las letras de sus canciones.
La negativa a entregar a Valtònyc al Estado español abarca los tres delitos por los que fue condenado -«injurias a la Corona», «enaltecimiento del terrorismo» y «amenazas»- porque el Tribunal de Apelaciones ha estimado que no son ofensas penales en Bélgica.
No obstante, a pesar de mostrarse contento, Valtònyc ha dicho sentirse «con mucha impotencia porque en el Estado español hay 18 raperos condenados a prisión, uno de ellos hace más de 200 días que está en la cárcel».
#LlibertatPabloHasel
EEUU: RETIREN LOS CARGOS CONTRA JULIAN ASSANGE
https://www.es.amnesty.org/actua/acciones/eeuu-assange-libertad-feb20/
Está todo por hacer, ya lo sé, pero los amos ni hacen ni dejan hacer.
Sólo sería posible si el pueblo despertara y pasara de sirviente a dueño de su destino; pero sólo nos faltaba la tecnología con su infinito entretenimiento vacío para adormecerlo más todavía.
Si queremos organizarnos entre los de abajo es necesaria también la responsabilidad y el civismo. Trabajar para la sociedad como si trabajaras para tí mismo o como si tuvieras a un jefe vigilándote y en países como España donde abunda la pillería y los que se pasan de listos un poco difícil lo veo.