Crónicas | Internacional
África, un continente olvidado y expoliado
"Estos países solo se convierten en noticia, efímera, cuando las personas que huyen de la miseria y las guerras se hacinan en condiciones infrahumanas en las fronteras comunitarias", sostiene el autor
Se nos ha contado que el virus que ha ocasionado la pandemia de la COVID-19 era “democrático” porque afectaba a todo el mundo sin distinción de países ni clase social. Y, en efecto, era un cuento; como tantos otros cuentos que pasan por ser información acreditada e incuestionable. Lo cierto, por el contrario, es que la difusión de la enfermedad y, sobre todo, el tratamiento y la respuesta a la misma han conocido fronteras y, por supuesto, ha sido muy diferente dependiendo del estatus social de cada cual.
Poniendo el foco en el proceso de vacunación, en los denominados países ricos, aun considerando las disparidades que existen entre ellos, dicho proceso se encuentra en un estadio muy avanzado. En la Unión Europea, por ejemplo, el porcentaje de la población completamente vacunada es del 67%, alcanzando en España al 81%.
Nada que ver con la situación de la mayor parte del continente africano (y del Sur global). Con la excepción de Marruecos y Túnez, donde la población que al menos ha recibido una dosis es, respectivamente, del 65,7% y 51,3%, el resto de países está a considerable distancia. En muchos de los que se encuadran en el África Subsahariana, el grueso de sus habitantes se encuentra masivamente expuesta a la enfermedad, con ratios inferiores al 10%, destacando el caso extremo de la República Democrática del Congo donde ni siquiera llega al 1%. Para situar estas cifras en contexto, recordemos que el 11 de marzo de 2020, la COVID-19 fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud, por lo que estamos cerca de que se cumpla el segundo año… y así están las cosas en los países más pobres del planeta.
Hay que tener en cuenta, además, que no se trata sólo del coronavirus. Sus habitantes están expuestos a otras enfermedades relacionadas con la pobreza, el hambre y la insalubridad, que provocan cada minuto muerte y sufrimiento. Un par de datos para ilustrar esta dramática situación: según el Banco Mundial (BM), la desnutrición afectaba en 2019 en los países de África Oriental y del Sur al 24,5% de la población y al 14,6% en África Occidental y Central; en la Unión Europea, sólo el 2,5%. El gasto público en salud era, en 2018, para las dos zonas de África consideradas, del 2,7% y el 0,8%, respectivamente, mientras que en la UE suponía el 7,3%.
La enfermedad, como es habitual, va de la mano de la pobreza, que es masiva en el continente africano. Si aplicamos el criterio más severo de medición de la misma utilizado por el BM -población que tiene un ingreso por debajo de 1,90 dólares diarios- en esta situación se encontraba en 2018 el 40% de la población que habita el África Subsahariana, y que suponía 436 millones de personas. Si consideramos el baremo de 3,20 dólares, asimismo utilizado por el BM, los pobres ya representaban el 67%, lo que equivalía a 719 millones de personas. Y si la métrica utilizada, algo menos exigente, son los 5,5 dólares, más de tres cuartas parte de la población, el 86%, era pobre, esto es, 928 millones de personas.
Añadamos a todo ello la insoportable carga que supone la deuda externa. Según la información estadística proporcionada por el Fondo Monetario Internacional, el servicio de la misma -pagos en concepto de intereses y amortizaciones- en el África Subsahariana absorberá, en 2021, el 34,2% de los ingresos por exportaciones de bienes y servicios; y la deuda total representará el 183,5% del valor de las ventas en el mercado mundial.
En contadas ocasiones los grandes medios de comunicación se hacen eco de esta realidad. Estos países solo se convierten en noticia, efímera, cuando las personas que huyen de la miseria y las guerras se hacinan en condiciones infrahumanas en las fronteras comunitarias, convertidas en muros inexpugnables; o cuando fallecen intentando alcanzar territorio europeo; o cuando vemos amenazado el suministro de gas natural; o también cuando aparecen variantes del virus en personas que proceden de alguno de estos países (como ha sucedido recientemente en Sudáfrica).
En esos fugaces flashes informativos nada se dice, sin embargo, sobre el saqueo al que están entregadas las grandes empresas multinacionales en África para hacerse con minerales y materiales, muy abundantes en algunos de estos países, que son estratégicos para la revolución digital, acosando y destruyendo impunemente las comunidades indígenas, aplicando unas condiciones de trabajo que muy bien podemos calificar de esclavistas y aliándose, sin escrúpulos, con los señores de la guerra. Tampoco se informa de que los países africanos, que son responsables de una pequeña parte de las emisiones globales de dióxido de carbono, sufren las consecuencias más devastadoras del cambio climático y de la degradación de los ecosistemas.
Estos son algunos de los rasgos de la cara oculta -que nos incomoda ver, pero que existe- de la modernización de nuestras economías, de la revolución tecnológica que gobiernos e instituciones han convertido en bandera de progreso… que no lo es para los pueblos africanos.
Deuda, pobreza y enfermedad, una trampa que mantiene encadenados a cientos de millones de personas, que exige una decidida intervención europea, por lo que nos toca, y global.
En este sentido, no hay reunión internacional ni declaración institucional que se precie que no proclame su voluntad de extender la vacuna a los países pobres. Se habla, se habla y se habla, pero no se hace casi nada, y, desde luego, nada de lo realmente decisivo en una situación de verdadera emergencia para proteger la salud de los que habitan la miseria y se ven continuamente amenazados o están atrapados por la enfermedad. Algunas iniciativas multilaterales de escasa incidencia (el programa COVAX, Mecanismo de Acceso Global a las Vacunas COVID-19), a todas luces insuficientes, y acciones unilaterales de algunos gobiernos (donaciones) con las que se pretende lavar la cara y lanzar una cortina de humo, que oculte la inactividad más vergonzosa y lacerante y la ausencia de instituciones globales con voluntad de hacer frente a la pandemia en los países pobres.
Es evidente, el núcleo de negocio de las grandes empresas farmacéuticas reside en los países ricos, que son su mercado principal, donde están amasando grandes fortunas, con los recursos y la connivencia de los poderes públicos. Por eso es realmente urgente, el tiempo importa y mucho para los que sufren la enfermedad o están expuestos a la misma, liberar las patentes, transferir la tecnología y crear capacidades productivas que garanticen la vacunación de la población. Me parece igualmente imprescindible una actuación global encaminada a suspender el pago de la deuda externa, pública y privada, de los países pobres y proceder a su reestructuración, que debería incluir auditorías ciudadanas para identificar que parte de la misma es ilegítima
Sólo de esta manera los gobiernos dispondrán de vacunas suficientes y margen financiero para combatir la pandemia, enfrentar otras enfermedades crónicas, reducir la pobreza, y empezar a escribir una nueva hoja de ruta que les lleve a un desarrollo social, inclusivo y sostenible.
Hace tres semanas el Instituto Oakland publicaba un informe sobre Áreas Protegidas en Kenia. En sus páginas hay testimonios atroces como el de Kumpa Halkano: «Estaba en mi boma (hogar) con mi hija Gumato Hassan y su bebé. Por la noche, los guardabosques de NRT (organización conservacionista) vinieron a la boma y exigieron que les diéramos una cabra. Les dimos la cabra. A la mañana siguiente, cuatro guardabosques regresaron con uniforme de combate completo y comenzaron a disparar. Mi hija preguntó por qué usan armas de fuego sobre nosotras si ya les dimos la cabra. Me escapé. Cuando volví, mi hija y el bebé estaban muertos».
Los pueblos indígenas, como el de Kumpa Halkano, representan el 6% de la población mundial pero protegen el 80% de las zonas más biodiversas del planeta. Son, con diferencia, quienes más aportan a la mitigación del cambio climático.
Sin embargo, en cumbres como la COP26 se los silencia y tokeniza. Mientras las grandes potencias se niegan a abandonar el carbón, ellos continúan defendiendo la tierra pese a todo el dolor y la violencia. Su resistencia es la prueba de que solo existe un futuro posible: uno en que el resto de los seres humanos protejamos la diversidad humana, respetando los derechos de los pueblos indígenas, en lugar de continuar poniendo precio a sus bosques y robando sus recursos para nuestro beneficio.
Africa, un rico Continente.
EUROPA-AFRICA ¿quien ayuda a quien?
Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), contrariamente a lo que comúnmente se piensa no es el mundo el que ayuda a África, sino que, paradójicamente, son los países del continente africano los que económicamente están «ayudando» al resto del mundo o, con más precisión, a sus poderosas multinacionales.
El informe de la OCDE pone de manifiesto que desde los años 80, las instituciones financieras de Estados Unidos y de la Unión Europea han forzado a los países africanos a abrir sus mercados hasta que sus economías quedaran dependientes de las exportaciones»
De acuerdo con el citado informe de la OCDE, las ayudas y las inversiones que África recibe del resto del mundo, representan sólo el 70% de lo que el resto del mundo se lleva de África. Mientras 100.000 millones de euros entran en el continente africano en forma de ayudas externas, 144.000 millones – aproximadamente una séptima parte del PIB anual de España– son sacados de su territorio, en su mayoría como beneficios de grandes compañías multinacionales extranjeras y en evasión de impuestos.
Con un ejemplo bastaría para evidenciar en qué consiste este «intercambio» desigual. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2011, la producción minera de Guinea supuso 1.000 millones de euros, alrededor del 12% del PIB del país. Sin embargo, la Administración estatal de ese país sólo pudo recaudar 48 millones mondos y lirondos . O sea, un 0,4% de su PIB.
Los datos reseñados, no obstante, aluden tan sólo a partes del «robo legal» que las grandes potencias desarrolladas imponen al continente. Sin embargo, se calcula que en el año 2011 las actividades económicas ilícitas supusieron nada menos que alrededor de 26.000.000.000 € según la ONG estadounidense «Global Financial Integrity». Por otra parte, más del 70% de las inversiones en sus centros financieros offshore proceden de países europeos
La opinión que se refiere a través de los medios de comunicación europeos, es que el Continente africano está constituyendo un grave problema para la Europa occidental. ¿Es verdaderamente así? ¿O por el contrario, la Europa occidental constituye el auténtico problema del continente africano y sus habitantes? estos y otros datos indican que en efecto, el problema no es África, sino las multinacionales euro-occidentales que impiden el desarrollo de un continente que posee riqueza suficientes para mantener holgadamente a toda su población.
Un lúcido, sincero y honrado análisis como siempre de Fernando Luengo. Gracias y siempre Adelante.!!!!????