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Una mujer en el cuarto oscuro
'Restauración' es, según Ovejero, una novela compleja que nos conduce de habitación en habitación para que comprendamos cómo se relacionan las violencias pasadas y presentes sobre las mujeres.
Restaurar una casa, un jarrón, un escritorio, significa establecer una relación con los materiales y con la historia, entender las fracturas, las grietas, los desconchones, el daño producido por el tiempo o por el maltrato, buscar la forma de devolver no la condición original a la materia, pues es preciso también respetar la transformación: no borrar la cicatriz, pero sí darle un bálsamo y evitar nuevas hemorragias.
El padre de Min arreglaba muebles y ella, a pesar de que perdió de niña un trozo de dedo usando la sierra paterna, tomó el gusto a ese diálogo con los materiales, a esa tarea de sanación. Cuando Zuri, el joven con el que mantiene una relación no muy satisfactoria, le encarga restaurar la mansión que ha heredado, Min se entusiasma con la tarea: «Se me había reavivado el gusto por reparar lo roto, por rescatar del abandono las cosas viejas y bruñir el tiempo». Restaurar el caserón y al mismo tiempo apuntalar la relación con Zuri, un chico complicado, huidizo, que no parece desear tanto una vida con Min como ella con él. Y cuando Zuri da a entender que podrían vivir juntos en la casa, ella se entusiasma. «En ese momento hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa con tal de construir una vida a su lado«.
«Cualquier cosa». Esas dos palabras son importantes. Aceptar los desprecios, las desapariciones, la infidelidad, ese abuso que se parece tanto a la violación. Someterse a sus ritos, a sus necesidades, y postergar las propias. Posar para Zuri tal como él desea, adoptar las posturas necesarias para que él saque la fotografía que tiene en mente, permitir, como en el sexo, «…que se sirviera de mi cuerpo como autómata». También obedecer –¿o no lo hará?– la orden que conocemos desde Barba Azul: no abrirás, bajo ningún concepto, esta habitación. Sin explicaciones, sin razones auténticas. Pero cómo no acatar la orden, si ella sabe lo que le sucede a las mujeres que entran en el cuarto prohibido.
Zuri, ya se ha entendido, es fotógrafo. Él no toca las cosas, las mira, las encuadra, las ordena. No hay tacto ni olor en su actividad salvo el de los productos químicos que emplea para el revelado. Hay distancia, porque para tomar una foto es necesario separarse de las cosas e interponer una máquina entre él y el mundo.
Mientras Zuri se va a Chicago, según dice a arreglar los papeles de la herencia, Min trabaja en la casa. Pero, como todas, y sobre todo tratándose de una mansión antigua, esa casa tiene su historia y sus fantasmas, que poco a poco van adueñándose del relato. La historia no es algo individual, que concierne solo a quienes vivieron allí. Un edificio habla de su tiempo, de las tensiones sociales y los ropajes del poder o su carencia, de los deseos y las nostalgias, de los miedos, de lo que se muestra al exterior y de lo que se esconde. Min va pasando de una habitación a otra, leyendo sus mensajes, que poco a poco van desvelando un horror al que le faltan imágenes, quizá escondidas en la última habitación.
Y Min, al habitar la casa, va absorbiendo el pasado, identificándose con el matrimonio que vivió ahí, sintiendo como la brutalidad se acerca progresivamente. Una brutalidad que también descubre en Zuri, y quizá debería dejarlo, alejarse de quien le hace daño; y, sí, quizá lo haría si, como a tantas mujeres, no le hubiesen inculcado la culpa y la responsabilidad de lo que sucede en la pareja: «…podía sentir cómo se iba apoderando de mí la pesadumbre, acompañada del consabido reproche de no ser suficiente, de que, sin importar cuánto me esforzara, nunca sería suficiente…», si no se hubiese habituado a la validación masculina para sentirse apreciada: «En sus ojos, ante su ojo, yo me convertía en otra, más real».
Restauración es una novela compleja -compleja, no difícil- que nos conduce de habitación en habitación para que comprendamos cómo se relacionan las violencias pasadas y presentes sobre las mujeres, cómo el fantasma de una es el fantasma de todas, y cómo muchos hombres, solidariamente, usan esos cuerpos como materiales inertes que se pueden modelar, romper, usar y tirar. Para narrarlo, Ave Barrera realiza una minuciosa construcción arquitectónica en la que cada elemento sirve de sostén a los demás, y, algo que he apreciado muchísimo, usa las palabras con el mimo que el buen artesano dedica a las herramientas y los productos necesarios para toda restauración, sacando así a la luz esos rasgos, esas propiedades, que quedaban ocultos bajo el polvo, el deterioro, el olvido.
Ave Barrera
Restauración
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