Sociedad
“En los pueblos llueven ofertas para poner aerogeneradores, pero nadie pregunta si necesitamos una escuela”
Ton Lloret creó la Twitter Repoblem, que pretende hacer frente a la despoblación. Ahora publica un libro homónimo sobre la experiencia.
Cuando el confinamiento por la COVID estaba llegando a su fin, en Argençola, un pequeño pueblo de la Anoia (Barcelona), un hombre llamado Ton Lloret creaba una cuenta de Twitter. Repoblem fue el nombre de un perfil que tenía un objetivo simple, pero ambicioso: luchar contra la despoblación rural. En la red social entraba en contacto con ayuntamientos o personas que querían vender o comprar una casa en un entorno rural y conseguía hacer match. Decenas de familias han empezado una nueva vida en pueblos rurales gracias a esta cuenta de Twitter.
Parte de estas experiencias se recogen ahora en el libro homónimo Repoblem. L’any que vam tornar al poble (Cossetània, 2021), donde se narra el pequeño éxodo que se ha dado desde las ciudades al mundo rural a raíz de la pandemia y se pone en contexto con décadas de despoblación y políticas públicas que han dejado a los pueblos de lado. Quedamos para hacer la entrevista en Igualada, capital de la comarca en la que se encuentra su pueblo. A pesar de hablar del mundo rural, no podemos quedar en él, ya que Argençola se halla afectada por la carencia sistémica de transporte público en las zonas rurales.
Este es uno de los agravios que viven los pueblos con respecto a las ciudades, además de ser el campo de producción energética y alimentaria para unas urbes que dan la espalda a las necesidades de los entornos rurales. Hablamos de cómo la pandemia puede suponer una vuelta de tuerca y de por qué cuidar a los pueblos tiene más impacto sobre el cambio climático del que podría parecer.
¿Qué le lleva a iniciar la cuenta de Twitter, que luego da nombre al libro?
Nace porque sufro en primera persona los efectos de la despoblación. Soy de Igualada, pero cuando me fui a vivir con mi pareja al mundo rural, nos encontramos con que cada día hay más casas vacías que no se volverán a llenar. Me parecía que mucha gente podría ser feliz en un micropueblo, pero eso no entra en sus planes porque no saben cómo hacerlo. Muchas personas que están pagando mucho por su casa podrían plantearse venir al rural, tener una casa propia y, a pesar de ganar menos dinero, tener menos gastos. Veo a mucha gente que está en condiciones muy precarias en la ciudad. Así que, después del confinamiento, harto de Twitter, decido que o hago algo constructivo o me desinstalo la aplicación. Y se me ocurre esto.
¿Qué tal funcionó?
Ha servido para ayudar a dar el paso. Mucha gente no tiene ni idea de por dónde empezar a buscar, porque uno de los problemas del mundo rural es que, aunque haya mucha despoblación, hay pocas viviendas disponibles. Y las que hay, tienen un precio muy elevado. Pero el contexto de la pandemia ha ayudado: por un lado mucha gente –que, con el teletrabajo, podía seguir con su vida a distancia– se ha animado. Y por el otro, muchas personas, después del confinamiento y la crisis económica, quieren cambiar de vida radicalmente. Me han escrito ingenieros que quieren dejar sus trabajos y dedicarse al campo. Igual dentro de dos años se cansan, pero ahora tenemos una oportunidad de oro, porque hay un interés creciente hacia el mundo rural.
De hecho, es muy frecuente que en los tuits que las ofertas de vivienda vayan vinculadas a un trabajo. ¿Cree que con el teletrabajo los pueblos se pueden llenar de profesionales liberales que producen en la gran ciudad?
Es clave que no haya dos ritmos de dinamización. En los pueblos tiene que haber agricultores y diseñadores gráficos. Tiene que haber disparidad de perfiles para que haya un buen motor económico y buenas dinámicas sociales y culturales. El sector primario seguirá siendo primordial, porque es la base de la gestión del paisaje, pero tenemos que ir hacia un escenario en que la gente que viva en un pueblo trabaje en él y no solo en trabajos “rurales”. De otra manera perpetuaremos el modelo actual, en que los pueblos siempre van detrás de las ciudades. Creo que este interés creciente, por el que muchos trabajadores se están dando cuenta de que pueden desarrollar sus trabajos desde cualquier parte, es una gran oportunidad para que la gente de las ciudades y los pueblos se reencuentren.
¿Cree que detrás del éxodo que se ha dado con la pandemia hay algo de romantización de la vida rural?
Hay un punto de idealización y de pensar que vivir en un pueblo es todo paz y tranquilidad. Mucha gente se viene al mundo rural y empieza un huerto que a los dos años ya dejan de lado. Los hay que se echan para atrás, pero necesitamos que, de esos mil que se lo plantean y cien que lo hagan, haya cincuenta que resistan un tiempo. E igual, de esos solo se acaban quedando diez, pero serán diez personas muy útiles. Que haya un comercio en un pueblo que se salve ya es mucho y eso se puede conseguir con pocas personas. Si una familia se va de una gran ciudad, no supone un gran cambio demográfico, pero cuatro personas pueden ser vitales para un pueblo.
En los pueblos hay una falta de servicios evidente. Pero garantizar esos servicios supone un gasto económico y un impacto ecológico importante. En Galicia se halla el 60% de pueblos españoles de menos de 100 habitantes y el sobrecoste del servicio sanitario para la Xunta es de 550 millones de euros. ¿Qué solución propondría?
Las ciudades, desde muchos puntos de vida, han ganado. Han ganado en servicios y peso político. Pero los pueblos hemos sabido conservar aquello que en la pandemia hemos visto que es esencial. Así que nos necesitamos, lo mires como lo mires. Tenemos que entender que el bien de uno será el bien del otro. Yo entiendo que la equidad de servicios no será nunca la misma en una ciudad que en un pueblo, es lógico. Tú y yo nos hemos tenido que ver en Igualada porque no hay transporte público a mi pueblo y lo hemos solventado bien, pero ¿qué pasa con un anciano que tenga que ir al médico? No se trata de ofrecer la misma frecuencia y variedad que en Barcelona, pero sí de garantizar un servicio mínimo.
Creo que el único camino es dejar de condensar los servicios en las grandes ciudades y repartirlos por todo el territorio. Hay mucha gente que no vive en las capitales, pero va allí todos los días a trabajar o a hacer uso de los servicios y eso también genera una gran huella de carbono. Se me ocurren muchos centros de asistencia sanitaria o sedes administrativas que no tendrían por qué estar en las grandes ciudades. Desplazándolos a lugares menos neurálgicos se dinamizaría de manera brutal ese territorio, pero parece que vamos en dirección contraria y tendemos a centralizarlo todo cada vez más, masificando las ciudades y generando problemas sociales y ecológicos.
Hablando de impacto ecológico, ¿cree que, desde las ciudades, vemos a los pueblos como un supermercado de la energía?
En mi pueblo de 220 habitantes hay seis aerogeneradores y sobre la mesa está la idea de poner otros 18. No paran de llovernos estos proyectos, pero nadie nos pregunta si queremos una escuela. No quieren saberlo, igual que no les importa que no haya cobertura en la mitad del municipio. Cuando viene alguien de la ciudad piensa que es idílico, porque así desconectas del móvil y de Internet, pero es que aquí vive gente. En la comarca de la Anoia producimos una vez y media toda la energía que consumimos, pero se ve que no es suficiente para que nos conecten con un buen servicio de Internet o transporte público. Tenemos un tren que tarda hora y media en recorrer 60 kilómetros…
Con todo esto no quiero decir que el mundo rural esté en contra de las energías renovables. De hecho, mucha gente de estos entornos fue la primera en tener placas solares, pero por obligación, porque no había ninguna distribuidora que considerara que saliera a cuenta hacer una instalación. Somos conscientes de que garantizar servicios en los pueblos es más caro, pero lo que no es de recibo es que nos los nieguen cuando somos nosotros los que producimos la materia prima y los que aguantamos los aerogeneradores que todo el mundo necesita y nadie quiere.
Pasa lo mismo con las cárceles y los vertederos.
Forma parte de un modelo extractivo, los pueblos somos el patio de atrás. El país no tiene un proyecto para nosotros, sino que estamos todo el día a la expectativa de lo que necesita la metrópolis. Pero luego ves que los mismos que quieren los aerogeneradores son los que quieren ampliar el aeropuerto de El Prat. Para ellos no hay contradicciones, solo intereses económicos. No todo se soluciona con dinero pero eso es algo que mucha gente no entiende. Por eso, se dedican a comprar los terrenos de muchos pueblos con las compensaciones económicas a cambio de colocarles un vertedero, una cárcel o un aerogenerador. Pero, ¿qué pasa cuando ese dinero se acaba? Muchos pueblos tienen una gran dependencia de estas compensaciones pero siguen sin ser lo que necesitamos para acabar con la despoblación. No necesitamos 200.000 euros para un grupo mejor para la fiesta mayor, necesitamos una escuela.
Pongamos que todo esto funciona y que mucha gente se va a vivir a los pueblos. ¿Comportaría riesgo de gentrificación o especulación inmobiliaria?
En los pueblos hay mucha vivienda. Eso sí, hay que rehabilitarla. Hacia el 30% de viviendas rurales están vacías, lo cual es desesperante. Es muy caro rehabilitar una casa o una masía; si no empezamos a plantearnos soluciones apartadas de la lógica de mercado como la masovería urbana (un acuerdo en que el alquiler se sustituye por mano de obra o tiempo dedicado a la vivienda), estas casas quedarán en manos de un fondo buitre que pida alquileres abusivos.
En este sentido, también tenemos que meter mano en las regulaciones sobre los pueblos protegidos. Si consideramos que un pueblo es de interés y, por tanto, no se pueden rehabilitar fachadas o calles porque creemos que es demasiado bonito como para hacerlo funcional, estamos condenando a un pueblo a muerte. Esto pasa demasiado a menudo en pueblos como Riner (Solsonès), en los que los hijos de los propietarios no pueden vivir en sus casas y tienen que dejarlas abandonadas y comprar un piso en una ciudad o pueblo cercano.
Pero también hay muchas segundas residencias que están vacías la mayor parte del tiempo o viviendas que prefieren alquilarse al turismo que a nuevos vecinos.
El Estado español es uno de los países con más segundas residencias. Esto se da por la masificación durante el tardofranquismo: faltaba mano de obra y se amontonó a la gente en las ciudades y se vaciaron los pueblos. Pero luego, esos mismos trabajadores necesitan un lugar donde coger aire y compran nuevas residencias que, en muchos casos, provocan gentrificación en los pueblos. Necesitamos una planificación de país para no dejarlo todo en manos de las dinámicas del mercado o de las necesidades de las ciudades.
Si seguimos así, ¿qué futuro le depara al mundo rural?
El 61% de los campesinos tienen más de 50 años. Si seguimos con el actual modelo agroindustrial, que prima el crecimiento del mercado, los pueblos se despoblarán inevitablemente. Hay que apostar por modelos alternativos a las propuestas de conreos extensivos y garantizar que sean los campesinos los que decidan el producto que quieren hacer, que pongan su precio y recuperen las riendas de su trabajo. Es una apuesta militante, pero también responsable con el entorno, porque los campesinos no solo producen alimentos, sino que dignifican el paisaje.
Y esta apuesta no es sólo política, sino ciudadana. Tenemos que ser conscientes de que, aunque no podamos llenar todo nuestro carro de la compra con productos de proximidad, desde la ciudad se tiene una deuda con el campo y se debe apostar por la producción local. Comprar un queso de una granja cercana puede suponer que una familia conserve su casa y que en el pueblo haya una escuela rural. Si lo ves desde esa perspectiva, lo que cuesta un queso artesano parece barato. Esos pequeños gestos sí pueden generar un verdadero cambio, mucho más que votar cada cuatro años.
Durante el confinamiento crecieron las ventas de los productores locales. ¿Cree que esta dinámica ha venido para quedarse?
Debería. Por la sostenibilidad del mundo rural y por el cambio climático. No tiene sentido traer comida de la otra parte del mundo: nos estamos cargando nuestros microclimas para que los grandes grupos agroalimentarios puedan producir sus productos. Tenemos que pensar qué podemos producir. Y lo que no podamos producir, pues no lo consumimos. No tiene sentido que comamos mango cada semana. Y pasa lo mismo a la inversa: hay un montón de grupos ganaderos que crían y engordan cerdos aquí que luego van a venderse a China, mientras aquí nos quedamos con los purinos. Puedes pensar que eres muy ecologista si vas en patinete eléctrico, pero luego compras almendras de California. Y no piensas que la energía con la que se mueve tu patinete ha estado generada en la Terra Alta, con generadores colocados en campos donde antes había almendros.
Concentracións contra os proxectos eólicos na provincia de Pontevedra
Ecoloxistas en Acción Rías Baixas apoia as convocatorias en Pontevedra, A Lama, Gondomar, Marín e Bueu, que solicitan paralizar os proxectos de parques eólicos nos montes da nosa contorna, polo seu forte impacto ambiental, económico e social.
A política eólica ten que protexer os espazos de maior valor ecolóxico, primar o desenvolvemento rural e a xeración distribuída en mans da cidadanía, así como debe acompañarse dun forte decrecemento do consumo enerxético.
A aposta de Ecoloxistas en Acción de Galiza pola enerxía eólica está enfrontada co “tipo de políticas públicas que a están a promover, enmarcadas na procura dun ilusorio ‘crecemento verde’ que desborda os límites ambientais, deseñadas á medida dos intereses de grandes empresas privadas en detrimento das comunidades rurais, e con consecuencias moi negativas para numerosos espazos de alto valor ecolóxico”.
https://www.ecologistasenaccion.org/185804/concentracions-contra-os-proxectos-eolicos-na-provincia-de-pontevedra/
… los mismos que quieren los aerogeneradores son los que quieren ampliar el aeropuerto de El Prat. Para ellos no hay contradicciones, solo intereses económicos.
Que razón tienes. En el pueblo donde nací en Aragón están comprando tierras y poniendo placas solares, gente rica y especuladora que por lo visto especular en la ciudad se le ha puesto difícil.
Yo querría un Ton Lloret en mi pueblo.
EMPENTA ARTIEDA, otro inteligente proyecto para enfrentar la despoblación en el medio rural.
La experiencia de Empenta Artieda, camino para otros pueblos de Aragón.
Pueblos Vivos Aragón y Artieda Ixambre publican una guía práctica para empentar los pueblos de Aragón gracias al desarrollo participativo, desde la soberanía, la autogestión y el municipalismo.
» los pueblos existen capacidad y recursos para guiar procesos participativos que ofrezcan soluciones adaptadas a su propia realidad y construidas desde todos los vecinos y vecinas».
https://arainfo.org/la-experiencia-de-empenta-artieda-camino-para-otros-pueblos-de-aragon/
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Aquí (Marcha de los que no marchan). La Ronda de Boltaña.
Aquí quiero vivir, ni en New York ni mucho menos en Madrid,
Aquí quiero vivir y por mí que gire el mundo, ya lo veo desde aquí…
https://www.youtube.com/watch?v=eqcx83HW4Ck