Sociedad

Volver a un lugar donde la ausencia permanece viva

"Cuesta llegar a una casa cinco, seis años después de que hayan asesinado a una hija, a una madre, a una hermana… y decir: hola, soy periodista", reflexiona Olivia Carballar sobre PorTodas.

La historia de Josefa. LAURA LEÓN

Vomité cuando visité el campo de concentración de Auschwitz, hace ya más de diez años, en un viaje con amigos. Y nunca había sentido esas náuseas tan asquerosas hasta que me paré, hace dos años, delante de la casa de una mujer asesinada en 2014 por su pareja. Es el periodo de tiempo, ese año completo, en el que se centra PorTodas, el proyecto de investigación sobre crímenes machistas impulsado por La Marea que está siendo posible gracias a la microfinanciación de casi 3.000 mecenas. 

La pregunta que lo vertebra es la siguiente: qué pasa después de cada asesinato para saber qué ha pasado antes. Y, a partir de ahí, tratamos de dar contexto y profundidad a los titulares que vimos un día y desaparecieron al día siguiente. ¿Qué dijo la sentencia? ¿Qué pasó con los hijos e hijas? ¿Cómo vive hoy, seis, siete años después, su familia, su entorno? ¿Qué actuaciones han llevado a cabo las administraciones desde entonces? ¿Ha hecho el asesino cursos de reeducación? ¿Ha habido más asesinatos después en esos municipios? ¿Los hubo antes? ¿Se han tomado medidas adicionales? ¿Se recuerda a estas mujeres? Son muchos interrogantes. Y, en algunos casos, aunque no encontramos respuestas definitivas, sí podemos vislumbrar qué es lo que pasó y, sobre todo, qué es lo que está pasando. 

Aquel año las estadísticas oficiales contabilizaron 55 asesinatos machistas. Hasta el momento, hemos narrado la historia de 34 de ellas en diferentes puntos de España. No es momento todavía de escribir conclusiones definitivas, porque aún queda. Pero sí podemos avanzar cuestiones generales, y algunas específicas, con las que nos hemos ido encontrando. 

La primera es la dificultad para volver a un lugar donde el dolor es permanente, donde la ausencia permanece viva. Donde hay familias que no conciben ni con el paso de los años por qué pasó lo que pasó. “No es lo mismo que alguien mate a tu hija por la calle, un desconocido, que quien lo haga sea el padre de su hijo, por ejemplo, una persona con la que has convivido”, me explicaba el abogado de la acusación particular de uno de los casos. 

Cuesta llegar a una casa cinco o seis años después de que hayan asesinado a una hija, a una madre, a una hermana… y decir: “Hola, soy periodista. Vengo a contar la historia de tu hija, de tu madre, de tu hermana”. Cuesta cuando llegas al centro donde trabajaba la mujer en busca de preguntas y no entienden que aquí no hay morbo, que esto es otra cosa, que aquí no hay espectáculo. Cuesta no saber por dónde empezar, porque nadie quiere hablar, porque la mujer fue repatriada a su país, porque ya nadie la recuerda. Cuesta cuando llegas a un pueblo pequeño, donde todos se conocen. Cuando a lo mejor el presunto asesino se ha suicidado y los hijos no han asumido que aquello es una historia de violencia machista. O quieren pasar página por el dolor que les produce. Porque no saben cómo gestionarlo.

Josefa era una mujer de 76 años que fue asesinada presuntamente por su marido a las afueras de Chiclana el 6 de marzo de 2014, en plena semana conmemorativa del 8-M. Su marido, que tenía 79 años, se suicidó después en una finca cercana. Y ya. Poco más se recuerda de Josefa. Y es eso, la ausencia de recuerdo, lo más destacado de este caso, el silencio que se instauró desde el principio. Según las administraciones y todas las fuentes que consultamos, sus hijos e hijas no quisieron hablar más de ello y tampoco quisieron hacerlo con nosotras, cinco años después. Por muy obvio que parezca, esta es una de las cuestiones que aprendes tratando de documentar estas historias: que cada persona lo vive de una manera, lo afronta de una manera. Y que los hijos e hijas también son víctimas. Y que merecen nuestro respeto. Es obvio, insisto. Pero a veces lo obvio no lo vemos. 

De las 55 mujeres asesinadas en 2014, siete –casi el 13%– eran mayores de 65 años y, en su mayoría, residían en pueblos. En este caso confluyen tres factores fundamentales: en primer lugar, es una mujer mayor y no ha presentado ninguna denuncia previa, muy probablemente por esa circunstancia, por ser una mujer mayor. Según el estudio La violencia en mujeres mayores de 60 años, elaborado por la Universidad Pontificia Comillas en 2018 para la Fundación Luz Casanova, el 22,3% de las mujeres encuestadas se ha sentido maltratada en algún momento de su vida, con una mayor prevalencia de la violencia psicológica. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer realizada por el Gobierno en 2015, de las mujeres en este grupo de edad que consultaron a algún familiar directo, solo un 52,9% recibió el consejo de dejar la relación, frente al 84,1% de las menores de 65, que sí contaron con un familiar directo que les aconsejaron en esta dirección. Y según el estudio publicado por el Gobierno Mujeres mayores de 65 años víctimas de violencia de género, elaborado recientemente por Cruz Roja Española con el apoyo de la Universidad Carlos III de Madrid, el 40% de las encuestadas ha sufrido violencia durante más de 40 años por parte de su pareja.

En segundo lugar, vivía en una zona aislada, rural. Nada más llegar a Chiclana, la fotoperiodista Laura León y yo pensamos que una de las fotografías para ilustrar este caso podría estar ubicada en la playa. Sin embargo, al finalizar nuestro recorrido por la historia nos percatamos de que no habíamos visto el mar. Todo lo que habíamos tenido a nuestro alrededor era campo. No habíamos visto esa Chiclana que vemos quienes solo vamos por vacaciones o a pasar un fin de semana. Y, finalmente, el tercer factor que resta también visibilidad a esta historia es que el marido, el presunto autor del crimen, se suicidó. Con lo cual, ni fue juzgado, ni hay sentencia, ni hay condena. 

Me explicaba Carmen Rivera, que fue la primera periodista que llegó a la casa de Josefa a cubrir el caso para La Voz de Cádiz, que a veces, cuando cuenta la historia entre sus amistades o en conversaciones sobre violencia de género, nadie sabe que en Chiclana asesinaron a una mujer ese año. Me decía: “Se acuerdan de otros crímenes violentos, pero no de este. ‘¿Pero cuándo fue eso? ¿En Chiclana? ¿Un asesinato machista?”. De hecho, nos costó bastante la interlocución con el Ayuntamiento, precisamente por ese clima de silencio, constatado por la propia Administración. 

La periodista tenía 26 años, estaba ante una de sus primeras experiencias periodísticas y para ella fue muy impactante –no era lo mismo verlo por la tele, que estar allí delante, en el mismo lugar donde acababan de asesinar a una mujer–. Y cuando quiso hacer el seguimiento periodístico no pudo: no había nada más que decir. El caso de Josefa no fue abordado después en los medios, salvo algún recuerdo ese mismo año, el 25-N. Josefa fue enterrada al día siguiente, un día antes del 8 de marzo, en el mismo cementerio que su marido. “Para llegar hasta allí, desde su casa, solo se ve tierra, campo. Tampoco en ese camino de este pueblo costero se intuye el mar. Unos molinos eólicos coronan a lo lejos los bloques de nichos, repletos de flores, en unas instalaciones perfectamente cuidadas. Cinco años después, las aspas gigantes giran al compás del húmedo viento de poniente. Es, junto al pajarillo que revolotea sobre la caja de luces que hay junto a su casa, lo único que se mueve en esta historia, detenida cinco años atrás”. 

En 2020, el Ayuntamiento rotuló una calle del pueblo con el nombre de Ana Orantes. 

Ningún caso es igual a otro. Lo único que los une es hasta el momento –aparte de la violencia machista como causa del crimen– la soledad de las víctimas después del asesinato. Me acuerdo de la madre de Ana. Lleva tatuada en su muñeca derecha una mariposa con el nombre de su hija. Seis años después, esperaban un juicio contra el asesino por presuntamente haber suplantado la identidad de ella días antes del crimen. No recibe ayuda de ningún tipo. No recibe ayuda psicológica. 

La madre de Ana se tatuó su nombre y una mariposa tras el asesinato de su hija. ÁLVARO MINGUITO

Algunos asesinos argumentan que lo hicieron por celos, otros que lo hicieron por una cuestión de honor, algunos muestran su arrepentimiento. No es fácil tampoco ponerse en su lugar. ¿Quién, además, quiere ponerse en la piel de un asesino? ¿Debemos acaso hacerlo? Pero muchas veces hacerlo nos ha dado claves para entender por qué ellos siguen sin entender que lo que han hecho no se llama celos, ni honor, ni necesidad. Es un crimen machista. Punto. Y también permite analizar por qué lo hacen aun entendiéndolo. Tres de los agresores que asesinaron a sus parejas o exparejas en 2014 habían asistido a un programa de rehabilitación dirigido a maltratadores. Es el caso, por ejemplo, de la historia que documentó Isabel Muntané en Vilanova i la Geltrú: el asesino, después de una primera condena en 2011 –que fue suspendida condicionada a recibir un curso de reeducación–, continuó maltratando a Núria y, finalmente, la mató. Esta historia nos permitió profundizar en si estos cursos están realmente adaptados para estas situaciones.

PorTodas –y este es al fin y al cabo el objetivo de este proyecto– nos está permitiendo sacar a la luz fallos garrafales en el procedimiento posterior al asesinato. Un ejemplo es la historia de Hannan, asesinada en Melilla junto a un hombre que la estaba ayudando a encontrar trabajo. Lo primero que documenta la periodista que realiza el reportaje, Patricia Simón, es que no la creyeron. Un policía admite que era tan buen actor que les hacía dudar de que fuese ella la que estaba diciendo la verdad. No es que ella siguiera viéndole, es que él no la dejaba. 

Amana mira por la ventana de su casa, desde donde veía al asesino perseguir y amenazar a su sobrina Hannan. ÁLVARO MINGUITO

En Chiclana, vuelvo al mismo caso, había un problema con las dispensas de los policías especializados, que se pasaron años pidiendo no llevar uniformes. Llevarlos desprotegía a las víctimas y alertaba al agresor. 

Por eso estos reportajes, narrarlos con rigor, con empatía, intentar que de alguna manera lleguen a la ciudadanía, lamentablemente anestesiada cada vez que oye hablar de un asesinato machista –a no ser que este se espectacularice y sea abordado como un suceso– lleva tiempo. Mucho tiempo. Y formación, y una apuesta clara del periodismo, más precario aún con coronavirus y crisis, para contarlo. Los fotoperiodistas que trabajan y colaboran en PorTodas –Álvaro Minguito, Elvira Megías, Laura León, Brais Lorenzo, Luz Sosa, Kike Rincón, Álex Rosa…– saben mejor que nadie lo difícil que es documentar gráficamente la ausencia. Y a pesar de las náuseas, hay que contarlo.

Olivia Carballar acaba de ser galardonada con los VI Premios de Periodismo contra la Violencia de Género Fundación Aliados por el reportaje Antonia, publicado también en #PorTodas.

Este artículo fue publicado originalmente en el monográfico sobre violencias machistas de Píkara Magazine.

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