Cultura
Astérix para escépticos
Los irreductibles galos parten hacia el Este en busca de un animal mitológico. Sus autores aprovechan la aventura para apostar por la igualdad entre sexos y para cargar contra las teorías de la conspiración y las ‘fake news’.
Las aventuras de Astérix y Obélix se han ido renovando desde que aparecieran por primera vez en las paginas de la revista Pilote en 1959. Llega ahora a las librerías (traducido a todas las lenguas oficiales del Estado) Astérix tras las huellas del grifo, el tomo número 39, ya sin la supervisión de Uderzo, fallecido en 2020. El guionista (Jean-Yves Ferri) y el dibujante (Didier Conrad) han tomado el testigo y han ido introduciendo los cambios lógicos impuestos por los avances de la sociedad. Entre otros asuntos, los clichés sobre los extranjeros ya no son aceptables, como tampoco lo es la figura de una mujer pasiva a la espera de que la rescaten.
«Hoy es más complicado hacer humor con el carácter de cada país. Hay más susceptibilidad y, personalmente, yo veía muy difícil trabajar sobre los estereotipos de Rusia», ha contado Ferri durante la presentación del álbum en Madrid. En esta aventura Astérix y Obélix parten hacia el Este helado para impedir que un animal mitológico, el grifo, caiga en manos de los romanos, que quieren usarlo como atracción en el circo. El país, por tanto, es imaginario, y los autores recogen varias tradiciones folclóricas de una zona vastísima que va desde Mongolia hasta Ucrania. Allí, el ejército local está compuesto por mujeres (y no soportan el mansplaining que Astérix despliega con frecuencia) y los hombres se dedican a las tareas domésticas.
«El papel de las mujeres ha cambiado. Era algo que ya recogíamos en el anterior álbum, La hija de Vercingétorix, y es un reflejo de la sociedad actual». El último también es un título «más emocional, más afectivo». Según Ferri, «Goscinny era un hombre muy pudoroso y le costaba mostrar sus sentimientos en los cómics». Además, la poción mágica no está disponible porque, según el druida Panorámix, «el trébol de cuatro hojas resulta inestable a bajas temperaturas». Y, para colmo, el álbum no empieza con la tradicional viñeta de la aldea gala rodeada por las huestes romanas, un detalle que ha puesto nerviosos a los puristas. «Ha habido lectores que nos lo han reprochado, pero creo que después de 38 álbumes la gente ya conoce de sobra de dónde vienen los personajes», se defiende Ferri. En resumen, el nuevo Astérix se ha actualizado manteniendo todo lo bueno de las anteriores aventuras, pero ahora sin guiños que pudieran interpretarse como sexistas o xenófobos.
Astérix y la política
¿Astérix es nacionalista? ¿Antiimperialista? ¿Un indigenista, quizás? La apropiación política de los personajes fue una preocupación para sus creadores originales, Goscinny y Uderzo. «Siempre fueron muy claros con eso y se opusieron a todo tipo de utilización. Pero lo cierto es que como son personajes que ejercen una resistencia, en Francia se han convertido en una especie de símbolo cuando se trata de resistir ante algo», explica el guionista.
Lo que empezó en sus primeros títulos como una identificación entre los romanos y los nazis fue tomando poco a poco un cariz más ruralista. Ya no había que resistir tanto a los invasores extranjeros como al cambio en las costumbres, a un modo de vida ajeno y urbanita que amenazaba con hacer desaparecer el campo francés. Un mensaje bucólico con tintes ecologistas (Ideafix, el perro de Obélix, «aúlla de pena cuando cortan un árbol» y ahora incluso se une a una manada de lobos) que la ultraderecha ha tratado de retorcer y capitalizar de forma recurrente: desde el patriarca, Jean-Marie Le Pen, que se fue al parque temático de Astérix en 2009 para hacer campaña en las elecciones europeas, hasta el joven alcalde de Beaucaire y portavoz de Reagrupamiento Nacional, Julien Sanchez, quien invocó el gusto de los irreductibles galos por el jabalí para justificar la eliminación de los menús alternativos (sin cerdo, pensados para alumnos judíos y musulmanes) de los comedores escolares. «La gente que más suele recurrir a Astérix es quien menos lo conoce», zanja Ferri.
Para el autor de Astérix tras las huellas del grifo, esta nueva aventura es «una suerte de fábula ecológica. Los personajes atraviesan un territorio donde se produce el choque entre el lado materialista de los romanos y el lado más espiritual de los sármatas. Los sármatas están en armonía con la naturaleza y los romanos van allí simplemente a cazar un animal». Un animal mitológico además, el grifo, que sirve a Ferri y Conrad como coartada para hacer una defensa del escepticismo y del método científico.
Para creer hay que ver
El misterio es el motor de las ficciones por excelencia. Lamentablemente, en numerosas ocasiones se recurre a los fenómenos ocultos y las criaturas fantásticas para contar una historia que empieza siendo pretendidamente racionalista y desmitificadora y acaba abrazando los postulados del pensamiento mágico. Sería el caso, por ejemplo, de Luces rojas (Rodrigo Cortés, 2012). En el último álbum de Astérix los autores convierten en material humorístico las pifias e invenciones de historiadores griegos y romanos. Es sabido que Heródoto y Plutarco llenaron de leyendas sus obras históricas y que el propio Julio César hablaba de unicornios en La guerra de las Galias.
¿Y el grifo? ¿Existe ese animal con cuerpo de león y cabeza de águila? Si existe, Julio César lo quiere en el coliseo y el geógrafo Terrignotus (dibujado con los rasgos de Michel Houellebecq) desea encontrarlo y estudiarlo. Con esa intención las legiones parten hacia el Gran Este, tierra ancestral y misteriosa, cubierta de nieve y repleta de bárbaros.
En esa expedición, los romanos (lo que podría considerarse el Primer Mundo de la época) serán víctimas de todo tipo de supersticiones. Unos creen firmemente en el terraplanismo mientras otros se entregan a ritos místicos para ahuyentar la mala suerte. «Son cosas que ocurren en el mundo de hoy. Y con menos justificación que entonces, por supuesto», señala Jean-Yves Ferri. «Esta historia nos brindaba la oportunidad de mostrarnos escépticos en un mundo en el que están proliferando las teorías de la conspiración».
¿César no habla de sí mismo en tercera persona? El mundo se va a la mierda y no queremos verlo.