Crónicas | Sociedad
A la sombra de la noticia
Los periodistas locales que trabajan con los periodistas extranjeros para facilitarles entrevistas, ofrecerles contexto y ayudarles a moverse por la ciudad son conocidos como fixers. Están "a la sombra de la noticia", explica el autor, que desempeñó esta labor en Kosovo.
“El fixer es un puente entre el mundo del periodista y el de quien está informando”, aclara Teresa Aranguren, corresponsal para Telemadrid durante años. Al mismo tiempo, Jon Sistiaga lo describe así en su libro Ninguna guerra se parece a otra: “Es una persona que conoce el país, conoce la ciudad, sus costumbres, sus dirigentes. Que controla todos los atajos necesarios para sortear controles militares o pasos inaccesibles. Que escucha la radio local por las mañanas y lee los periódicos para extraer un enorme caudal de información. Una persona que tiene el valor necesario como para arriesgar su vida y su vehículo en las zonas más complejas del frente, esos sitios a los que no se acercaría si no trabajara para los periodistas”.
En eso, y mucho más, consistía mi trabajo de fixer durante dos años en Kosovo. Fue allí, en el lado norte del puente de Kosovska Mitrovica durante los primeros grandes altercados de 1999, cuando me di cuenta de lo precario que era mi trabajo. Cerca de aquel puente que divide la ciudad en dos bandos, agachado detrás de un coche quemado junto a un joven serbio “defensor del puente”, estaba atrapado en la tierra de nadie. A un lado se agrupaban los albaneses que intentaban cruzar al lado serbio; desde el otro, presionaban los grupos serbios decididos a impedírselo. Entre ellos se formó un cordón de coches blindados y centenares de soldados de la KFOR (Kosovo Force). Y en el medio de todo, estábamos atrapados nosotros dos. Mientras esperábamos a que el cóctel de disparos, explosiones, piedras y gases lacrimógenos se calmara, pudimos intercambiar algunas palabras. Entre ellas, llegó su pregunta: ¿Cuánto te pagan?
Al primer instante, sentí vergüenza al decirle que en un día cobraba algo cercano al sueldo medio mensual de Serbia. Pero enseguida me di cuenta que aquello era poco para la situación en la que me encontraba y los riesgos que corría. Si las cosas se ponían peores, yo pagaría el precio más alto. Él sabía a qué lado correr para buscar refugio. Yo no lo tenía tan claro. Los y las periodistas que me contrataron serían escoltados por los soldados de KFOR, que garantizarían su seguridad. Mientras yo, siendo “nativo”, tendría que buscarme la vida. Literalmente. Me daba cuenta de que, por mucho que cobrara, seguiría siendo poco para sacarme de aquel lío. Por suerte, llegó la tregua y pude reencontrarme con mi equipo para salir de allí.
Afortunadamente no me dejaron atrás como a los y las miles de intérpretes, guías, fixers y/o corresponsales que estos días, de forma desesperada, tratan de salir de Afganistán. Pero de aquello entonces no se hablaba. Los profesionales que ofrecían este tipo de servicios en las zonas de conflicto no salían mencionados en los informes y estadísticas oficiales. Sus nombres no constaban en las listas de periodistas y otros miembros de prensa victimas de conflictos armados.
Por eso, en 2004, decidí investigar el trabajo de los y las fixers en mi trabajo de doctorado en la Universidad Pompeu Fabra. Quería indagar acerca la importancia de su trabajo y la relación que se establece entre el corresponsal de guerra y los y las fixers. Sobre todo, me interesaban aquellos aspectos éticos atrapados en la sutil danza de lealtades ocultas que comienza tras un apretón de manos. Aquel baile que pone en marcha todo un bagaje vivencial, tanto del/a corresponsal como del/a fixer.
La interacción entre corresponsal y fixer es la de dos individuos de distintas culturas, costumbres y/o creencias religiosas o ideológicas que da como resultado una información que, de forma directa, afecta a las sociedades a las que ambas personas pertenecen. Sin embargo, la distancia entre estas dos sociedades suele ser grande.
Para Eduard Sanjuán, durante años corresponsal de Televisió de Catalunya, ”el o la fixer no deja de ser un reflejo de la opinión pública de su propio país. Nos sirven como punto de referencia. Es como si tuviésemos delante de nosotros una especie de sondeo vivo».
Jon Sistiaga también reconocía que, sin ellos, los y las corresponsales no podrían trabajar. “Ellos son los ojos y los oídos de los periodistas. Sin ellos estamos perdidos, no somos nada ni valemos para nada”, contaba su libro. Años más tarde, contestando las preguntas para mi trabajo de investigación, este veterano corresponsal planteó un matiz importante: “¿Cómo saber si este conductor, cuando nos deja por la noche en el hotel, no se va a una comisaría a informar de nuestro trabajo? ¿Cómo estar seguro? Y además, ¿cómo reprochárselo? No tenemos ninguna autoridad moral para recriminar que un hombre cuyo país está destruido, en guerra, asolado, intente buscarse la vida para alimentar a su familia”, se sinceraba Sistiaga.
A esto, cabe añadir las palabras del fixer serbio Aleksandar Djinovic, en cuya opinión para ser un buen corresponsal “se requiere voluntad para escuchar todos los lados en el conflicto. Y esto puede suponer meses, o años, de presencia en el país para poder entender un conflicto complicado y complejo. La mayoría de los periodistas con los que he trabajado carecía de estos requisitos.”
Ahí está la danza de la que hablaba. Transforma a las dos personas implicadas e influye en la opinión pública.
Los y las fixer están a la sombra de las noticias. Su trabajo se sitúa tras muchas de las historias contadas en los principales medios de comunicación mundiales, pero en la mayoría de los casos, no se les ve. Sin embargo, los y las profesionales de la información que conocen su trabajo se muestran unánimes en destacar que su ayuda resulta imprescindible para el trabajo que realizan. Sin los y las fixer, la noticia no tendría espontaneidad ni lo que Henri Cartier-Bresson llamó “el instante decisivo”. Sin estas personas, apenas habría testimonios reales de las guerras y muchas de las noticias sobre los conflictos bélicos se redactarían tan solo en base a informes oficiales.
*Las entrevistas con los y las corresponsales y fixer citados han sido realizadas por el autor como parte del trabajo de investigación “Stringers”, realizado y defendido en Universitat Pompeu Fabra Departament de Periodisme i de Comunicació Social Programa de Doctorado en Comunicación Social Bienio 2002-2004.
EL NUEVO ORDEN, José Antonio Luque.
Al igual que tenemos conocimiento de los hechos de la segunda guerra mundial por medio de los panfletos propagandísticos de Hollywood y los USA son los salvadores de la humanidad, de la intervención yanqui en Afganistán nos están informando patéticos lameculos del poder. Y por supuesto Hollywood.
Entretanto “los tertulianos españolotes” tratarán de ridiculizar la aspiración de paz que manifestaron millones de “españolitos” de a pie en contra de la guerra.
Con el uso de papel y micrófonos aprovecharan las desgracias afganas para tildar de hipócritas a los que con la nueva ecuación de poder reclaman una intervención internacional.
Es deplorable el grado de servilismo que muestran estas sabandijas a quien les pone el pienso en el pesebre y el desprecio con el que tratan a todo el que discrepa de su integrismo libero-capital.
Es el eterno dilema: los que maman no quieren soltar la teta y los hambrientos luchan por sobrevivir ¿Qué prevalece? ¿El derecho al bienestar de los múltiples desfavorecidos o el mantenimiento de escandalosas canonjías de unos pocos a costa de la mayoría?
En eso consisten los procesos revolucionarios que la humanidad ha llevado a cabo ¿Nos conformamos con ver pasar la vida por delante de nuestra puerta, o nos hacemos partícipes de ella agarrándola con todas nuestras fuerzas? El futuro está en juego.
No parecen los momentos más propicios para hablar de revoluciones cuando el mundo occidental se mece somnoliento ante los convulsos sucesos afganos.
Los acontecimientos colocan a cada cual en su sitio y a pesar de los sabios que iluminan con su sapiencia las rotativas y medios de comunicación, la tozuda realidad de los hechos ha acabado enviando al cubo de la basura la misión de pacificadora modernización que los amos del mundo fingían llevar a cabo.
Será porque ya han arramplado con todo lo que tenía el país, o porque ha dejado de ser rentable, pero el caso es que el macarra que habitaba la Casa Blanca decidió abandonar a los títeres que simulaban dirigir Afganistán.
A continuación el pusilánime inquilino actual ha sido incapaz de asumir la responsabilidad que conlleva ser el presidente de la primera potencia intervencionista del mundo….
https://laicismo.org/el-nuevo-orden-por-jose-antonio-luque/249477