Cultura

Lewis Hyde: ¿Es el arte un regalo o una mercancía?

Hyde publicó en 1979 'El don: el espíritu creativo frente al mercantilismo'. Ahora lo publica Sexto piso con prólogo de Margaret Atwood.

Lewis Hyde. Foto: Ruben Cox

A lo largo de los primeros capítulos de su ‘El don: el espíritu creativo frente al mercantilismo’, Lewis Hyde hace un estudio de la institución del regalo en diversas sociedades. El regalo sirve para establecer y reforzar los vínculos afectivos. Mientras que el comercio no genera cercanía, más bien deja clara una separación, el regalo borra fronteras y establece complicidades. Hyde afirma que el ámbito del arte es el del regalo, no el del comercio: entregas algo que trasciende su valor material y genera esa cercanía emotiva con quien lo recibe. Pero también nos recuerda que el antropólogo Mauss afirmaba que hay tres partes en la ceremonia del regalo: entrega, aceptación y gratitud. Así que le pregunto:

¿Cómo funciona la gratitud en una sociedad expandida como la nuestra, en la que el regalo artístico se realiza sin ningún tipo de contacto entre quien da y quien recibe?

Existe esta interesante categoría de regalos anónimos, regalos en los que no sabes de quién vienen. La obligación de reciprocidad es imposible de cumplir. Mi libro termina con la anécdota de Pablo Neruda sobre el regalo que recibió cuando era niño (una ovejita que alguien le entregó a través de un agujero en la pared). Era un regalo anónimo, nunca supo de quién venía; y su respuesta era una gratitud general hacia la humanidad; esa es una respuesta posible: tu obligación es para con otros o para la siguiente generación.

El arte, además, es el regalo perfecto, porque no se consume al ser consumido y puede ser apreciado por mucha gente a la vez o sucesivamente. Es un regalo para la sociedad.

Lo que marca los materiales culturales, al contrario que las mercancías de consumo, es que no son excluyentes ni rivalizan. Si Beethoven compone una sinfonía, cualquiera puede oírla, no puedes excluir a nadie de hacerlo; y si la oigo yo, eso no reduce tus posibilidades de oírla. Las creaciones culturales, inventos, teatro, música, poesía no encajan en nuestras categorías habituales de propiedad. En la tradición inglesa, una de las ideas relacionadas con ser dueño de algo es que tienes el derecho a excluir a otros; esa es la definición de la propiedad privada. 

Otra cosa que, según Hyde, diferencia al arte de otras mercancías es que su creación no pertenece al ámbito del trabajo, sino al de la labor.

La diferencia es la relación con el tiempo. El aspecto temporal no es tan importante en la labor. En inglés decimos una mujer está en las labores del parto, y en el libro me refiero a la “labor de gratitud”, es decir, la fase en la que alguien siente gratitud pero aún no puede pagar la deuda. La cuestión es que tú no controlas el tiempo que se precisa, hay un tiempo interior; también es lo que sucede con el duelo. Pero en el trabajo el tiempo es esencial. Si digo voy a trabajar, probablemente estoy diciendo algo así como voy a la oficina, empiezo a las nueve, tendré una pausa para comer. Y el intercambio de dones pertenece más bien a la esfera atemporal de la labor.

En mi libro partía de que las obras de arte son dones, obsequios, no mercancías. Pero luego lo adapté para decir que la mayoría de las obras de arte pueden subsistir en dos economías, pueden ser a la vez don y mercancía. Si publico un libro, soy el dueño del copyright, obtengo un poco de dinero de quien compra el libro pero al mismo tiempo espero que algo del libro transcienda el mero intercambio comercial. 

Fiesta en la comunidad Kwagu’? de Fort Rupert, en 1894. Franz Boas. Biblioteca AMNH 335772.

Hyde se ríe cuando le pregunto por qué los poetas casi siempre son pobres, si como dice en su libro, recordando a Walt Whitman, la riqueza artística crea o preserva el espíritu de un pueblo, así que los poetas son necesarios para que la sociedad perdure. ¿Por qué los cuidamos tan poco?

Si lo que quieres es ganar dinero y escribes poesía probablemente te has equivocado de comunidad. Siempre fue así; en la Antigua China, en la Grecia clásica, en el Renacimiento, los artistas necesitaban un mecenas; no es fácil asentar el espíritu creativo sobre una base comercial. Y el rompecabezas en el mundo moderno es cómo queremos que sea el mecenazgo. ¿Queremos regresar a que sean la Iglesia y la aristocracia las que desempeñen esa función de mantener a los artistas o la sociedad democrática puede encontrar maneras de hacerlo? Creo que hay cuatro o cinco sectores que no encajan en el mercado: el arte es uno, la vida espiritual es otro, las ciencias puras, la enseñanza, la salud… Todos ellos encajan mal en el mundo comercial y precisan de cierta generosidad para funcionar. Y si tu cultura valora esas cosas, la sociedad debe crear instituciones para mantenerlas a cambio de los dones que aportan. Tenemos que encontrar instituciones que sostengan la parte no comercial de nuestras vidas.

¿Pero no ha sido todo arte hoy absorbido por el mercado? ¿No se ha convertido en trabajo, en producto que vendemos, y por eso pasamos tanto tiempo de promoción, o conversando con nuestros potenciales clientes en las redes, participando en entrevistas como esta?

El artista debe ser consciente del problema y andarse con cuidado de que sus labores no se vean ahogadas por el trabajo. Digamos que por cada media hora de entrevista paso seis días en soledad. Y creo que un problema del presente es esa fuerte conexión con el mundo, pero también creo que es un problema antiguo. La mayoría de los artistas necesitan aislarse de todas esas influencias, para que su arte esté protegido de distracciones. Es tentador sumirse en la conversación infinita que permite internet. Yo aún hago retiros de escritura en los que no respondo al teléfono, no entro en internet ni hablo con mi mujer, sólo dos o tres días seguidos, pero es una parte importante de mi proceso creativo.

El problema es que algunas maneras de enfrentarse al mercado son muy útiles pero también reducen las posibilidades de subsistencia del artista. La oferta gratuita de contenidos artísticos y científicos está muy bien, pero ahora al artista le piden cada vez más que no espere una remuneración, o le ofrecen como pago la nueva divisa: la visibilidad.

La conversación científica necesita que se compartan los datos y las ideas, y que se traten como contribuciones, no como propiedades. Pero entonces ¿cómo se mantienen los científicos? La mayoría sigue subsistiendo gracias a las universidades y colleges, o a través de instituciones filantrópicas; así que es importante que estas instituciones sobrevivan, pero también ellas están sometidas a presión; las universidades y los colleges en Estados Unidos se han visto obligados por el triunfalismo del mercado a cambiar su forma de trabajar. Pero ahora mismo los científicos aún sobreviven de esta manera. Para artistas y escritores como yo es muy difícil; al final del libro menciono algunas soluciones, como tener otros empleos. Muchos poetas lo hacen, por ejemplo en la enseñanza, o algunos pueden vivir de vender sus obras, y otros optan por la pobreza voluntaria, vivir de manera suficientemente austera para poder mantenerte y seguir haciendo el trabajo que crees que debes hacer.

Aparte de la defensa que hace en el libro de la austeridad del artista (cuyas riquezas son otras), da un ejemplo de estrategia de supervivencia: Edward Hopper vendía dibujos a revistas de decoración para poder pintar lo que quería. Lo primero sería un trabajo que no entraría en la categoría de arte, y lo segundo una labor, que sí lo haría. Yo tengo mis dudas de que sea hoy tan fácil distinguir entre arte y producto comercial. El canon no lo deciden ya tanto los críticos como el mercado. Si algo se vende muy bien se le concede el espacio que normalmente se concede al arte.

Soy un poco chapado a la antigua y no lo creo. Claro, el mercado tiene mucho poder e influencia; toma un artista como Jeff Koons; puedes decir este objeto cuesta mucho dinero, así que tiene que ser arte de verdad, pero yo no creo que lo sea, creo que es basura. Estamos viviendo una era de triunfalismo del mercado, en la que se presenta al mercado como la panacea universal, pero hay pequeños flecos de resistencia a esta ideología y yo pertenezco a la resistencia.

Potlach. Alert Bay B.C, en 1914. Autor: Matthews, James Skitt.

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