Medio ambiente 2 | Política

Los verdes españoles intentan lograr el éxito de los europeos

Alianza Verde, nacida dentro de Unidas Podemos, amplía la oferta de partidos ecologistas, entre los que destaca Equo, que acaba de cumplir diez años. Mientras, los verdes ganan relevancia en media Europa.

Presentación de Alianza Verde, el 10 de junio de 2021 en Madrid. IRENE LINGUA / UP

Este artículo forma parte de la revista LaMarea83. Puedes comprar la revista en nuestro kiosco online o suscribirte desde 40 euros. ¡Muchas gracias!

España entró oficialmente en la Comunidad Europea en 1986, pero Europa no entró en España hasta hace bien poco. Ahí fuera hay un nutrido número de partidos verdes ya consolidados e incluso desarrollando políticas ecologistas desde diferentes gobiernos nacionales. Históricamente, la situación aquí ha sido bien diferente.

En cuanto a formaciones políticas verdes, España va en el furgón de cola. El único partido con implantación nacional es Verdes Equo, que ha cumplico su décimo aniversario. En Bélgica, por ejemplo, hay dos partidos (uno flamenco y otro valón), creados hace más de 40 años y con representación en el Parlamento desde los años ochenta: Groen y Ecolo. En Austria, la fusión de dos movimientos ecologistas en 1986 dio lugar a Die Grünen (Los Verdes-La Alternativa Verde). Ese mismo año consiguieron ocho escaños nacionales. Hoy ocupan la jefatura de Estado (en la figura de Alexander Van der Bellen) y participan en un gobierno de coalición multicolor con los conservadores de Sebastian Kurz.

El caso de Los Verdes alemanes es seguramente el más conocido: fundado en 1980, entra en el Bundestag en 1983 y en el gobierno de Gerhard Schröder en 1998. A principios de junio las encuestas le otorgaban un 21% de los votos en los comicios del próximo septiembre, pisándole los talones a la CDU (ya sin Angela Merkel), que encabeza los sondeos.

Todos estos partidos crecieron por su cuenta, sin ser la muleta verde de otros movimientos políticos, como ocurrió en el caso español con Izquierda Unida en los años noventa y después con Podemos o Más País. Pero la crisis climática lo ha cambiado todo. Los retos de cara a las próximas décadas son enormes y eso ha provocado una ola de ecologismo institucional y empresarial (al menos de cara a la galería). Esta sensibilidad política no ha surgido espontáneamente sino de la conciencia ciudadana. La ecología ya no es una preocupación solo de un puñado de activistas. Es un movimiento joven y dinámico que influye cada vez más en las decisiones políticas. “Lo nuestro fue una cuestión de fe o de intuición”, relata María Pastor, coportavoz de Verdes Equo Madrid. “Las generaciones de ahora están concienciadas desde mucho antes”.

“Cada vez somos más conscientes de que el clima no está funcionando bien: Filomena, las cañas de Año Nuevo en manga corta, más calor en verano, fenómenos extremos que se acumulan, las olas de frío polar…”, enumera Héctor Tejero, autor de ¿Qué hacer en caso de incendio? (Capitán Swing, 2019) y diputado de Más Madrid. El poder político ha tomado nota de esa percepción colectiva y, con décadas de retraso, empieza a parecerse al de nuestros vecinos europeos.

“España no es ajena a lo que se vive en otros países de Europa”, asegura Rosa Martínez, exdiputada del Congreso por Equo entre 2015 y 2019. A su juicio, la crisis de 2008 propició que surgieran “nuevas narrativas y nuevos horizontes”. Como sabemos, aquella recesión salvaje llenó de manifestantes las plazas de todo el mundo para protestar contra el modelo capitalista neoliberal. “Fue un punto de inflexión, el nacimiento de una conciencia generacional que puso sobre la mesa la necesidad de un cambio”, explica Martínez.

El trabajo sordo y constante, a lo largo de muchos años, de los defensores del medio ambiente encontró por fin un terreno en el que germinar. “La efervescencia del 15-M estaba ahí, pero el país tenía una crisis económica brutal y la reflexión de la mayor parte de los votantes tenía que ver con el empleo y el futuro”, comenta Juan López de Uralde, histórico exactivista de Greenpeace, fundador de Equo y actual coordinador de Alianza Verde, un nuevo partido verde que se ha integrado en Unidas Podemos. “Había poco espacio para un voto que pensase en cuestiones inmateriales, aunque la contaminación y el cambio climático tienen consecuencias materiales”. La crisis económica confluyó con la crisis política, la social y la ecológica. Todo estaba relacionado. “Y si yo decidí dar el paso a la política –continúa Uralde– fue para hacer más que acciones simbólicas, para conseguir avances concretos que cambiasen la vida de la gente”.

“El ecologismo en España es secundario”, admite, por su parte, Florent Marcellesi, coportavoz de Equo. “Tuvimos la oportunidad de resituarlo en pleno auge del 15-M, esa especie de segunda transición democrática, cuando renacen Los Verdes a través de Equo y conoce un auge cuando entramos en el Parlamento Europeo”. Uralde y Marcellesi llegaron a ese momento trascendental con los deberes hechos. Tres años antes participaron en la Coordinadora Verde, un proyecto de reconstrucción de un espacio ecologista en la esfera política que poco después cristalizó en la fundación de Equo. “Hasta entonces el espacio verde se encontraba muy dividido en partidos regionales y sin una coordinación muy clara”, relata Marcellesi. Por fin había un partido verde a la europea.

Quién vota a los verdes

Las características del electorado verde cambian según la oferta política de cada país, pero hay patrones que permiten dibujar un perfil más o menos homogéneo. Según la politóloga belga Emilie van Haute, quien apoya una opción política ecologista suele ser “mujer, joven, no religiosa, urbana y con estudios superiores”. Además, tiende a involucrarse más en nuevas formas (más horizontales) de participación política.

Para Héctor Tejero la clave se encuentra en el voto joven y en su enfoque feminista y ecologista: “Las huelgas y el activismo juvenil, como el de Fridays for Future o el de Juventudes por el Clima, y fenómenos como el de Greta Thunberg, serán grandes vectores que avanzarán con diferentes ritmos y formas. Pero será imparable”.

Si alguien pensaba que la juventud actual era pasiva y estaba desconectada de los problemas del mundo se equivocaba. “Este fenómeno generacional surge de una preocupación legítima y lógica: que su vida sea mucho más complicada en el futuro”, explica Uralde. “Las condiciones ambientales se deterioran a una gran velocidad, y eso es algo que moviliza a los jóvenes, que frente a nuestra experiencia y nuestro bagaje, aportan dinamismo, movilización y nuevas visiones y formas de luchar”.

Florent Marcellesi confía en seguir tejiendo, sembrando y cosechando políticas ecologistas gracias a la ola social “impulsada por la juventud climática, que ha conseguido poner el clima en el centro de la agenda”. Y el caso de España, además, es especial. “Somos uno de los países más afectados: cambios económicos muy profundos, desertificaciones, migraciones internas de personas que huyen de sitios en los que no pueden desarrollar su proyecto vital…”, enumera Marcellesi.

Aunque lejos de los resultados de otros partidos verdes europeos, Equo celebra haber conseguido “impregnar” a otras candidaturas de lo verde. “Además, pudimos demostrar qué significaba hacer políticas verdes y cómo se transforma el imaginario colectivo: esos años de trabajar como hormiguitas y de influir para poner las bases de un espacio verde ya han encontrado respuesta de la ciudadanía: el 4 de mayo decidió convertirnos en la primera fuerza de la oposición en la Comunidad de Madrid”, explica María Pastor, coportavoz de la formación en Madrid.

En los años ochenta, cuando aparecieron los primeros partidos verdes, la agenda política ecológica aún no estaba centrada en el clima. Todos estaban en contra de las centrales nucleares (un rechazo que ha pasado a un segundo plano en la actualidad) y, en consecuencia, también de la proliferación de armas nucleares (el desarme era un tema candente al final de la Guerra Fría). Fue en esa época cuando Uralde empezó su activismo en Greenpeace, “en campañas contra la lluvia ácida, las emisiones de azufre o la destrucción de la capa de ozono”.

Los partidos ecologistas de entonces hablaban de introducir mecanismos para el control de la contaminación, de proteger a las especies amenazadas (ballenas y focas eran las estrellas), de igualdad social, de solidaridad con el Tercer Mundo… Todo ello desde un lugar que no respondía exactamente al marco dialéctico izquierda/derecha, ya que había dos bloques (Occidente y los países comunistas) y los verdes no estaban alineados con ninguno de los dos. Al menos en Europa. España, en eso, fue diferente.

El mundo ha cambiado y, 30 años después, el programa de Más País-Equo en las últimas elecciones generales (2019) proponía un Acuerdo Verde para responder a la emergencia climática. El concepto que se impone es el de la “transición ecológica”, que racionalmente implementada servirá, dicen, para crear 600.000 empleos en España. La coalición liderada por Íñigo Errejón apostaba por una Ley de Cambio Climático (que ya ha visto la luz y que no ha contentado a casi nadie), y abrazaba conceptos que en muy pocos años han pasado de ser radicales a ser de consenso: el fin de los combustibles fósiles, las energías renovables, el fomento del autoconsumo, el turismo sostenible, la semana laboral de 32 horas, menos aviones, más trenes…

Pero antes de llegar a colocar todos esos temas en el orden del día de la política, el ecologismo español tuvo que pasar por una larga travesía del desierto. “El socialismo de Felipe González siempre vio el medio ambiente como un obstáculo, y para vergüenza de la izquierda el primer Ministerio de Medio Ambiente lo creó José María Aznar”, apunta Uralde. Una cartera inaugurada por Isabel Tocino en 1996 pero que “no respondía a ninguna responsabilidad política, sino a dar una imagen de tomarse en serio los aires que venían de Europa. En realidad, el gobierno de Aznar fue negacionista en materia climática”. Para Héctor Tejero, “había una necesidad de partidos verdes en los años ochenta y en los noventa, pero no había espacio, pese a que había grandes conflictos como el del embalse de Itoiz o la especulación urbanística, pero eran problemas muy locales”.

Madrid Central

Sí, el ecologismo en España es secundario, “pero no quiere decir que la ecología no haya existido”, dice Marcellesi. “A nivel municipalista ha estado muy presente, y a nivel estatal, destaca la enorme relevancia de Madrid Central, uno de los grandes proyectos desarrollados en este país, por Equo e Inés Sabanés”.

Pese a las recientes decisiones judiciales que han anulado el plan estrella del mandato de Manuela Carmena, no existe hoy un ecologista que no lo recuerde como uno de los grandes hitos de la ecopolítica española; tanto por el revulsivo que produjo su concepción e implantación como por el legado que deja en el imaginario colectivo: “Madrid Central es un éxito a nivel político y cultural”, defiende Marcellesi.

Su principal impulsora recuerda el germen de aquel proyecto: “Fue llegar al Ayuntamiento [en 2015] y al mes y medio ya tenía el requerimiento de la Unión Europea sobre la mesa”, evoca Inés Sabanés. “Planteamos un plan de calidad del aire con 30 medidas, activamos el protocolo y la zona de bajas emisiones de la mano de otras asociaciones vecinales y del sector de la salud. Fue una experiencia muy intensa, pero ejemplar, que logró los objetivos de reducción de la contaminación”, añade.

Sabanés, hoy diputada en el Congreso por Más País, siente que el triunfo de Madrid Central consiste en que “ya nadie puede criticar que una zona de bajas emisiones tiene que existir”, y cede parte del mérito a aquellas organizaciones ecologistas que “ayudaron al gobierno a pelearlo cada día”.

Corte de la Gran Vía de Madrid para reclamar un centro de las ciudades para la gente. Álvaro Minguito.

“La diferencia entre un activista y un político radica en que desde un colectivo presionas, empujas y marcas los horizontes más ambiciosos posibles, mientras que los partidos van un poco por detrás”, distingue Héctor Tejero, que defiende también lo conseguido a través de las instituciones: planes de urbanismo, modificaciones legales e introducir enmiendas en leyes, presión política… “Lo importante es intentar hacer relaciones sanas y sinérgicas: entre los activistas y la clase política habrá diálogos inevitablemente tensos, pero son dos actores que se necesitan”.

Históricamente de estos diálogos han surgido, para Rosa Martínez, varios éxitos muy simbólicos: “La derogación del impuesto al sol, reiniciar la transición energética bloqueada por el PP… Son más visibles los grandes logros en la política macro, pero en el día a día de la política local existen pequeños hallazgos que tienen impacto en la vida de las personas, en el trabajo y en su salud”.

A pesar de su presencia y su influencia en los ayuntamientos, el número de alcaldes ecologistas en España es mínimo y está restringido a pequeñas poblaciones. Contrasta, por ejemplo, con la ola verde que marcó las elecciones municipales francesas de 2020. De aquellos comicios salieron alcaldes y alcaldesas verdes en ciudades tan importantes como Marsella, Lyon, Burdeos o Estrasburgo.

En Loporzano (Huesca), Jorge Luis Bail ejerce como alcalde verde tras su paso por el Congreso de los Diputados entre 2015 y 2019. En el Parlamento, Bail aprendió a “ir sembrando, hacer base y entender las raíces de los problemas”. Pero tener responsabilidad sobre un municipio (con 15 pueblos y tres embalses) para transformar el medio rural es, como él mismo destaca, muy diferente: “Ser alcalde consiste más en gestionar una política diaria y directa, pero con limitaciones de presupuesto, de capacidad y de competencias”.

La acción a pequeña escala tiene una ventaja sobre la macropolítica, y es especialmente valiosa para las conciencias ecologistas: “En el ámbito local hay ciertas mentalidades que están a la contra y tienes que hacer que te conozcan, que sepan quién eres y lo que haces. A nivel estatal se despersonaliza todo muchísimo. Aquí si empatizas con el pueblo y consigues que vean cosas reales y cómo seguir los pasos para efectuar grandes cambios, es más fácil acercarte, trabajar y ver resultados”.

La capacidad de acción, aunque limitada, tiene mucha importancia en el contexto actual. “No tenemos mucho tiempo –advierte Bail–. Con la última gran nevada hemos visto que las consecuencias de desestabilizar el clima no son ninguna broma, y necesitamos responsables prácticos, no performativos, que trabajen en una fuerza política verde”.

A nivel nacional, la recientemente aprobada Ley de Cambio Climático deja en los diferentes responsables políticos ese sabor agridulce de comprender que era “muy importante tenerla aunque le falte valentía”, en palabras de Sabanés. Uralde, por su parte, subraya las maniobras que han tenido que hacer para “ampliar los márgenes”. Entre las enmiendas introducidas destacan “el reconocimiento de asambleas ciudadanas como instrumento de participación y de lucha, así como modificaciones de la protección de la biodiversidad y que los objetivos se revisen al alza en 2023”, enumera Tejero.

La política verde hoy

Aunque en el momento de su nacimiento, en los años ochenta, la mayoría de los partidos ecologistas querían trascender el histórico eje izquierda/derecha, lo cierto es que acabaron, por pura lógica, lejos de posiciones conservadoras y en la órbita de la izquierda. Y también reproduciendo las mismas conductas cainitas de esta: enfrentamientos, divisiones, escisiones…

En España, el breve paréntesis de paz vivido en Equo terminó el año pasado. “Cuando en 2019 hay quien plantea que había que romper con Unidas Podemos me pareció un error que venía determinado por intereses regionales, y decidí quedarme con mucha otra gente en esta coalición”, defiende Uralde, fundador de Alianza Verde, un nuevo “espacio rojiverde” como los que existen en Holanda o Dinamarca. “Queremos ser un partido federal, y no creemos en el modelo de ‘en cada sitio, una cosa diferente’, porque los intereses regionales terminan predominando sobre otros estatales”.

Para Marcellesi, que sigue fiel a Equo, “el llamamiento a la unidad de la izquierda ya no funciona: hay que reconocer que los espacios diferentes se dirigen a electorados distintos”, y aunque defiende el modelo transversal por delante del de Uralde, considera que “si este nuevo partido mejora el compromiso verde de Unidas Podemos y del gobierno, bienvenido sea. La crisis climática no entiende de divisiones. Todo lo que sea mejorar y presionar para que esas políticas existan y sean ambiciosas, será positivo. Porque lo que necesitamos son políticas reales”.

Esas políticas, obviamente, responden a una ideología. “Hay que repensar el modelo socioeconómico imperante, no podemos basar el futuro de nuestras sociedades en el crecimiento. Tenemos que concebir cómo podemos tener políticas que nos permitan vivir bien en los límites del planeta, porque lo verde es transversal, lo cambia todo: la economía, la salud, la manera de entender el mundo y la vida”, analiza Marcellesi.

En este momento su partido mantiene alianzas estratégicas con Más País y Más Madrid, con quienes comparte buena parte de la agenda política. “El gran problema de Europa es no haber tenido un partido verde fuerte en su zona sur, y el gran reto en España es que la apuesta ecologista sea motor de cambio en el modelo productivo, que sustituya las cañas al sol por más industrialización, por repoblación rural y por un cambio de matriz energética y de movilidad”, afirma Héctor Tejero.

“Las acciones verdes aportan respuestas también al paro, dónde están los empleos, dónde cerrar sectores insostenibles, cómo generar trabajo sostenible y proponer un futuro en las zonas afectadas”, desgrana Marcellesi. Todo ello frente al auge de la extrema derecha, pero también “frente a la desesperación de una sociedad que vive con el desagradable sentimiento de no estar entre los que ganan”. Ahí emerge, dice, la respuesta verde, “basada en la sostenibilidad, la solidaridad y la fraternidad”.

“Miramos al Partido Verde Europeo con mucho orgullo, sabiendo que contamos con su respaldo para avanzar”, afirma María Pastor. “No estamos solos ni aislados, somos parte de algo grande que empuja en Europa para avanzar hacia una línea clarísima de transición verde, con presión en la defensa de los derechos humanos y frente a las crisis humanitarias y migratorias”, agrega.

Con motivo de su décimo aniversario, Equo celebró una conferencia política en la que se aprobó una nueva estrategia para ampliar el espacio verde y donde se invitaba a la “colaboración de todas aquellas fuerzas que consideran que lo verde es transversal y fundamental para las próximas décadas”, según sus portavoces. Continúan “con la confianza de que la ecología política será la gran esperanza del siglo XXI”.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. «Todos estos partidos crecieron por su cuenta, sin ser la muleta verde de otros movimientos políticos, como ocurrió en el caso español con Izquierda Unida en los años noventa y después con Podemos o Más País.»
    Tal vez si en este país existiera un partido realmente verde, en el que sus líderes no buscasen el silloncito propio poniendo al partido en el bolsillo de otras fuerzas políticas, la gente que quiere votar a un partido verde, podría hacerlo sin tener que taparse la nariz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.