Opinión
Alter-feminismos: las mujeres de ultraderecha se abren camino
Arsenio Cuenca señala los movimientos y organizaciones que han dado vida una narrativa pretendidamente feminista desde la ultraderecha
Las sociedades occidentales se están derechizando. Raro es el país donde a día de hoy la extrema derecha no esté en auge y la izquierda de capa caída. La fragilización de las condiciones de vida y la incertidumbre a la hora de pensar en el futuro están siendo explotadas por los primeros e irresueltas por los segundos. Así, el discurso ultra está permeando cada vez más ámbitos de la vida política y social que han sido fundamentalmente bastiones del pensamiento de izquierda. Es el caso por ejemplo del ecologismo, del movimiento LGBT o del feminismo, frentes donde la izquierda es autora de la mayor parte de su producción literaria, que ahora se ven infiltrados por temáticas de derecha y extrema derecha, como la espiritualidad, la familia o el nacionalismo.
En lo tocante al feminismo de derechas o alter-feminismo, popular sobre todo en redes y con un impacto limitado en el mundo offline, destacan varios movimientos y organizaciones que han dado vida una narrativa pretendidamente feminista. Este discurso se estructura en torno a algunas de las contradicciones que genera el sistema capitalista y que perjudican la vida de las mujeres que, por ejemplo, no pueden conciliar vida laboral y familiar. Igualmente, pone en valor las condiciones de vida del ámbito provincial, asociando aquí unas condiciones de vida más llevaderas y, en principio, alejadas de las lógicas de mercado frente a las de la capital, sumida en el ajetreo, la precariedad y hasta cierto punto, en la inseguridad.
En el mundo anglosajón ha visto la luz en los últimos años un movimiento conocido como las tradwife o “Esposas tradicionales”. Las mujeres que se reivindican tradwife critican haber sido injustamente obligadas a incorporarse al mundo del trabajo asalariado, sin haberlas liberado de la carga de los trabajos del hogar e impidiéndoles formar una familia. Esta afirmación es ya de por sí problemática al comparar esta supuesta imposición -que para tantas significa la independencia y la libertad-, al confinamiento social que condenaba a las mujeres a la esfera privada, mientras los hombres ocupaban la pública. Además, en vez de cargar contra los recortes en libertades que provoca el trabajo asalariado y apostar por políticas de conciliación más ambiciosas, o incluso por la remuneración del trabajo doméstico, su solución es el repliegue al hogar y la vuelta de las mujeres a la servidumbre de su marido. Una de sus máximas exponentes, la británica Alena Kate Pettitt, se describe además como una defensora de “todo lo que hacía grande al Reino Unido, cuando podías dejar la puerta de tu casa abierta”, recurriendo a dosis de nacionalismo, nostalgia y seguridad para enmarcar su discurso.
Pettitt contrapone la carrera que tenía en Londres de una forma parecida a la que lo hace Anne Trewby, presidenta de la asociación francesa “Las Antígonas”, con su vida en París. Esta asociación nace de las movilizaciones ultraconservadoras que en 2013 se organizaron para protestar contra la legalización del matrimonio homosexual en Francia. El feminismo de Las Antígonas es heredero del comunitarismo de la Nueva Derecha, una corriente de pensamiento neofascista nacida como reacción a Mayo del 68 que apuesta por volver a una sociedad regionalista comunitaria. Su defensa de un feminismo identitario va un paso más allá de Vox y el Pin parental en el tema de la educación: Las Antígonas apuestan por la enseñanza de los hijos en casa, allí donde afirman que la mujer tiene un rol fundamental de transmisión de valores, al ser el corazón del hogar. Estas posturas las han podido defender recientemente en un congreso del Instituto Ilíada, heredero del GRECE, el grupo de pensamiento de la Nueva Derecha.
A nivel institucional es conveniente hablar de una feminización del rostro de la extrema derecha. De un tiempo a esta parte, con el afán de capitalizar el voto femenino, las formaciones de ultraderecha han puesto rostros de mujer a sus movimientos y partidos. También en Francia, destaca el caso de la Reagrupación Nacional (RN) y la forma que su líder fundador, el “Ménir” se rodeaba de sus tres hijas en sus apariciones en público. Fue la benjamina, Marine, la que acabó relevándolo en el cargo, para más tarde expulsarle. Desde entonces, las consignas sobre la feminidad de Marine Le Pen se han estructurado en torno a dos ideas fuerza: la seguridad y la laicidad. En cuanto a la primera, Le Pen recurre a la imagen del inmigrante violador, una figura con tintes racistas presente en Francia desde la guerra de Argelia (1954-1962), basada en unas cifras manipuladas por el RN que a veces no concuerdan con la realidad. Con respecto a la laicidad, Le Pen la utiliza como un arma arrojadiza e interesada, explotando debates en torno al velo islámico que a día de hoy enfrenta al feminismo francés en su conjunto.
En la Italia del marasmo ideológico ha encontrado su hueco Giorgia Meloni, líder de los Hermanos de Italia. En su caso, Meloni no intenta siquiera apoderarse del feminismo, desacreditándolo y negando la existencia de sus reivindicaciones. Ni las mujeres se encuentran en una posición de desigualdad frente a los hombres, ni existe el patriarcado: solo ellas mismas y su afán de superación pueden cambiar su situación. Meloni apela así a las italianas que quieren prosperar pero no consiguen conciliar su vida laboral con la de madre. Su política de incentivos a la maternidad juega un rol clave en su imagen, pues ella se presenta como una figura materna, símbolo de la prosperidad de la nación italiana. Con la salvedad del liderazgo femenino, la política de Meloni bien podría ser la de la Francia de Vichy del Travail, Famille, Patrie.
La progresiva incorporación de las mujeres en la esfera pública ha permitido poner de relieve los diferentes sistemas de opresión que les afectan de forma particular a ellas. Sin embargo, el repliegue de la izquierda general y del prisma feminista en particular, permite el avance de discursos que responden a los problemas de las mujeres con falsas soluciones de corte reaccionario. La izquierda parece haberse convertido en mera gestora de la crisis capitalista y muestra poca voluntad política por mejorar las condiciones de las mujeres en temas de conciliación, brecha salarial o remuneración del trabajo doméstico. Mientras esto continúe así y no vuelva a estructurarse una organización social crítica y verdaderamente emancipadora, estos discursos seguirán avanzando.
Sistemas conservadores y tradicionales ligan mal con las libertades, no sólo con las de la mujer.
Valores y Libertades, no libertinajes, sería lo ideal.