Opinión

Esto sí nos lo merecíamos

"Ya no tenemos que adivinar sonrisas por las arruguillas a cada lado de los ojos. Ya es todo más claro, ya es todo un poco más parecido a lo que sin ninguna duda nos merecemos".

Varias personas en una playa de Málaga. FRANCIS GONZÁLEZ/SOPA IMAGES/REUTERS

Solemos ser mejores de cómo se nos pinta. Se nos dijo que esto que vamos dejando poco a poco atrás era una especie de plaga divina, que jabalíes cruzando un bulevar de franquicia en franquicia cerrada nos ponían en nuestro sitio como especie. Que por fin se podía dormir sin ruidos de otras vidas que no fueran la propia. Paradójico que esta última nos hablase más alto que nunca en medio del silencio. O eso nos pareció mientras nos daban las cinco de la mañana en blanco y ya no merecía la pena el horizontal para seguir dando vueltas que podíamos dar en vertical.

Se nos dijo que menos humos. Que estaba toda la clase castigada. Que al rincón de pensar. Que vendría bien. Que poco nos pasa y casi que diéramos gracias porque podría ser peor. Que saldríamos mejores y que era una lección vital. La cuestión es qué tipo de vida había que estar llevando para poder considerarlo así, para tener la empatía tan comatosa como para hacer de un sufrimiento tan atroz un reloj despertador. La cuestión es, como siempre que abordamos el decir, quién y desde dónde lo decía. 

Por una vez vamos a dejar estar eso último. Nos quedamos en que “se nos dijo”. En impersonal, impreciso y puede que no del todo justo, pero quizá práctico. Con este solazo no hacen falta más focos, la sola idea da más calor. No veo, tampoco, motivos para mirar a otros sitios que no sean las caras radiantes a mi alrededor mientras escribo estas líneas en una terraza. Algunos de esos rostros también con huellas indisimuladas de cansancio. Es decir, evidenciando vida que sigue en la lucha de no normalizar el desasosiego. Cada vez –y es otra buena noticia– le hacemos menos al capitalismo el trabajo sucio de disimular que este funciona.

Se equiparó contacto humano con peligro y distancia con seguridad. No será fácil quitarnos de encima esa canción aunque ya no llevemos mascarilla. Por eso cada gesto de cercanía, cada mueca y cada abrazo importa. Este verano además mucha gente no tiene vacaciones. O las tiene recortadas en presupuesto y destino. Se atienden llamadas de trabajo en la playa. Parejas ponen a prueba amores de años sincronizando por unos días los ritmos de sus respectivos empleos, reductos de cariño en común frente a la voraz productividad. Autónomos, es cierto, siguen conectados capeando el miedo a la invisibilidad. El meme del capitán Haddock sobre que la semana se hace larga se vuelve engañoso. No es que sea “todavía miércoles”, es que es “ya es miércoles”. Aquí todo corre de más.

Por eso era tan necesario volver a escuchar gritos de reencuentros, cuchicheos de planes en la calle. Desde hace dos marzos, el tiempo ha volado. Ha sido como una década de menos de año y medio. Nadie nos va a devolver ese periodo ni un peaje que, por pura supervivencia, la mayoría pagaremos a plazos. Ya no tenemos que adivinar sonrisas por las arruguillas a cada lado de los ojos. Ya es todo más claro, ya es todo un poco más parecido a lo que sin ninguna duda nos merecemos.

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