Opinión
La gente no existe
"Todo el mundo está en contra de la precariedad y a favor de los derechos sociales siempre que no aparezca un demostrativo, esta precariedad, estos derechos sociales", reflexiona Jorge Dioni.
El problema está en los determinantes. Casi todo el mundo está teóricamente en contra de la precariedad. Sobre todo, cuando el sustantivo tiene delante un posesivo: mi precariedad, tu precariedad…. Cuando alguien llama a la radio para explicar su precariedad, suele conmover y despertar la empatía, nuestra empatía. Incluso, indignación. Contra la precariedad, con el artículo delante, se escriben textos con muchos datos, se pronuncian discursos emotivos o se escriben programas electorales. Todo el mundo está en contra de la precariedad y a favor de los derechos sociales siempre que no aparezca un demostrativo, esta precariedad, estos derechos sociales. El paso de lo abstracto a lo concreto siempre es conflictivo.
Vamos con un ejemplo. Hace cuatro años, los trabajadores de Eulen del aeropuerto del Prat ejercieron su derecho a la huelga contra la precariedad; más concretamente, su precariedad. Reclamaban la contratación de más personal para evitar la excesiva ampliación de la jornada laboral (hasta 12-16 horas), conocer el calendario con anticipación y que no se produjera una contratación dual; es decir, que los nuevos trabajadores cobrasen menos al no tener los mismos complementos. Probablemente, la idea era evitar el modelo de sustitución extendido durante años en la gran empresa y reflejado en el cine fantástico: llegar a una masa crítica de nuevos empleados que, a través de la confrontación interna, fuerce la aceptación de un nuevo marco. Sucede también en la sustitución de los servicios públicos por el modelo neofeudal de la concesión o la encomienda.
Son cuestiones que, con el determinante artículo delante, casi todo el mundo comparte en artículos, discursos o programas electorales. Hay mucha literatura política contra la contratación dual o contra la extensión de los horarios, ya que promueven la precariedad o impiden la creación de nuevos puestos de trabajo. Cuando añadimos el demostrativo, en cambio, ya no hablamos de conceptos, sino de recursos y, más concretamente, de su reparto. Ahí, el terreno cambia. Pasamos a conceptos genéricos que tienen una connotación positiva: productividad, flexibilidad, sostenibilidad, etc.
Pasado frente a futuro
Además, estos conceptos genéricos suelen agruparse bajo el sustantivo reforma, que sitúa acertadamente el debate: pasado frente a futuro. ¿Quién está en contra de las reformas? El pasado, los que no se quieren adaptar, los que quieren conservar su estatus, los inmovilistas. Los trabajadores de Eulen dejan de ser trabajadores que quieren evitar la precariedad y pasan a ser mimados que quieren defender sus privilegios. Este último posesivo es muy importante. Conocer el horario con anticipación, las horas extras o la contratación dual pasan a ser elementos de la flexibilidad necesaria para adaptarse a un mercado cambiante. Cuando pasamos de la precariedad a esta precariedad, todo se complica porque la precariedad pasa a ser esta productividad y esta flexibilidad. Asimismo, la privatización pasa a ser esta colaboración público-privada. ¿Quién está en contra de colaborar?
El modelo de concesión encaja en la tradición de las instituciones feudales donde un particular o un grupo quedaba encargado de la recaudación de cierto tributo, desde el tránsito a la generación de energía. No sería raro que, en el consejo de administración de una empresa de autovías se sentase el descendiente de un noble o un obispo encargado de cobrar algún pontazgo o algún montazgo. En algunas familias, el rentismo está integrado en el genotipo. Es un modelo que promueve la trasferencia de rentas: las empresas se quedan con el dinero público de la concesión, con el dinero de los usuarios convertidos en clientes y con la parte de los salarios que se precarizan. El secreto de este regreso al pasado es presentarlo como futuro, bajo sustantivos asépticos como reformas, estabilización o sostenibilidad.
¿Qué pasa si el grupo perjudicado protesta? Volvamos a El Prat. Los trabajadores de la empresa ejercen su derecho a la huelga. Mejor dicho, se ponen en huelga, que es el verbo que suele usarse, como si la huelga fuera un resfriado: se ha puesto malo por dormir con el culo al aire, se ha puesto en huelga porque le han dejado con el culo al aire. Aparece el conflicto y, entonces, se crea la dicotomía definitiva, la que enfrenta a esa gente con la gente. Esa gente se pone en huelga y molesta a la gente, como si todo lo anterior no existiera. El estado, la concesión y la empresa desaparecen. Llegan las imágenes de las colas y las lágrimas de los niños. Siempre hay un nieto al que los malvados huelguistas dejan sin regalos de Reyes, una visita de los abuelos o un viaje a Eurodisney.
El determinante artículo de la gente dificulta la defensa de esa precariedad y de esa gente. Incluso, de las organizaciones que teóricamente deberían representar a los trabajadores. Siempre es algo complicado hacerlo cuando el artículo pasa a demostrativo, estos trabajadores. Muy complicado cuando se ejerce el derecho a la huelga y se molesta a ese grupo indeterminado, la gente, convertido hace años en sujeto electoral.
No son gente
Los trabajadores de Eulen de El Prat no son gente porque han pasado del artículo al demostrativo, se han concretado, no son la gente que sufre la precariedad, sino estos trabajadores pidiendo estas reivindicaciones. La clave para poder analizar estas situaciones es la ideología, entendida como una visión global de la realidad. Hay que volver a los conceptos, pero no para escribir artículos como este, sino para hacerlos dinámicos; es decir, para que sirvan de base a un nuevo modelo económico y, por lo tanto, social.
La gente no existe. Hay grupos sociales que se reparten recursos de distintos tipos: dinero, conocimiento, urbanismo, educación, etc. La política es la forma de repartir esos recursos. Privatizar, promocionar los dividendos frente a los salarios, elevar las tasas universitarias, promocionar la construcción de centros comerciales o desligar los contratos de los convenios colectivos son medidas políticas que afectan al reparto y hay que tener una base ideológica que permita defenderlas y, sobre todo, implantarlas cuando se produce el enfrentamiento con lo existente. El gobernante no propone elevar las tasas universitarias sin un discurso ideológico previo: la restricción de la formación no laboral y la eliminación de la movilidad social, por ejemplo. Tampoco, sin un modelo económico y social: la teoría de los tres tercios (acomodados, precarios y excluidos).
Con esa base, se realiza la tarea de propaganda a través de la organización: hay que promocionar el esfuerzo y la excelencia, tenemos que reservar la universidad para los que quieren aprovecharla, hay que evitar despilfarrar dinero público en personas que no estudian, etc. Las tasas universitarias se suben gracias a la palabra esfuerzo y los sueldos se desploman en base a la palabra libertad, que también sustenta la sustitución de los impuestos proporcionales y redistributivos por tasas directas discrecionales. La épica de buscarse la vida.
Tras ese trabajo de agitación y propaganda, hay un modelo económico y social, una ideología. No se ve, igual que los peces no son capaces de percibir el agua, pero es lo que permite no cambiar el discurso y pasar del artículo al determinante. La reforma laboral de 2012, por ejemplo, tuvo una base ideológica y un objetivo político: modificar la correlación de fuerzas para cambiar el reparto. No era una ley para la crisis, sino un modelo económico y, sobre todo, social. Probablemente, no baste con atenuarla ni con derogarla. Hay que ofrecer otro marco laboral basado en otro modelo económico y social. Otra visión del mundo.
Para transformar la realidad, no basta con denunciarla o acomodarse a ella. Hay que ofrecer una alternativa, un horizonte, un futuro más allá de la resistencia. Es importante convertir los debates en conflictos y encuadrarlos dentro de un modelo alternativo. El motor de la política no es ganar una contienda electoral concreta, sino cambiar el modelo económico y social. Para conseguirlo, es inevitable molestar.
Por ejemplo, posicionarse con claridad al lado de los trabajadores de Eulen para defender sus derechos laborales o su derecho de huelga. Incluso, frente al deseo de los usuarios del aeropuerto de disfrutar de unas vacaciones. Igualar deseos y derechos es parte de la devaluación de estos últimos. Hay que recordar a los usuarios cabreados que forman parte del mismo modelo social y económico al que volverán tras su viaje, aunque estar al otro lado del mostrador permita olvidarlo durante un tiempo. La primera persona es el principal recurso aspiracional. Todos somos oferta. Todos somos irrelevantes.
Periodismo de investigación??? Señor periodista, infórmese antes de los verdaderas condiciones de los trabajadores y de la responsabilidad de los sindicatos en la defensa y negociación de un convenio sectorial, en el ejemplo dado del Prat, y no haga responsable a las Empresas que se dedican a cumplir escrupulosamente lo pactado por los representantes de los trabajadores. El foco no está ahí. Los periodistas tienen el deber de informar com veracidad, ya está bien de tanta manipulación mediática.