Cultura
Remedios Zafra: “Mi malestar es parte de mi conciencia y lo necesito para la esperanza”
Entrevista con la escritora cordobesa tras la reciente publicación de su nuevo trabajo, 'Frágiles' (Anagrama).
Remedios Zafra (1973) es una de las pensadoras y escritoras más fascinantes del panorama intelectual hispanohablante. Natural de Zuheros, Córdoba, un pueblo que cuenta con poco más de 600 habitantes, me recibe con una sonrisa por Skype dispuesta a que hablemos largo y tendido, sin prisas, desde nuestros cuartos propios conectados: ella en Madrid, yo en Philadelphia. Zafra trabaja como investigadora para el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) después de haber sido muchos años profesora titular de la Universidad de Sevilla. En la admiración que sentimos sus lectoras cabe una fructífera trayectoria de la que han surgido novelas, poesía y ensayo, un género que la catapultó al estrellato internacional cuando ganó el Premio Anagrama en 2017 por su obra El Entusiasmo. En el libro se abordan de manera incisiva las condiciones laborales precarias que afectan a los trabajadores de profesiones creativas. Fue tal el revuelo que causó que ahora responde en un nuevo trabajo titulado Frágiles, recién publicado también por Anagrama. Nos sumergimos en sus páginas.
Comencemos por el título, con el que pone el cuerpo en el centro. ¿Somos frágiles? ¿Quiénes?
Los frágiles están arropados (…). Quien tenga paciencia y amor por la lectura para llegar a la mitad del libro se dará cuenta de eso. El título lo elegí cuando la escritura estaba bastante avanzada. Como sabes, este ensayo nace de una periodista real que me interpeló por el daño que le había causado El Entusiasmo y me preguntó que dónde quedaba la esperanza. En un primer momento se iba a llamar 500 sábanas o La ansiedad de los leves, porque quería hacer hincapié en esa concatenación de tareas livianas que llenan los trabajos contemporáneos y que, en su reiteración, me recordaba a la forma en que Simone Weil en La condición obrera habla de otros trabajos repetitivos. Yo quería trabajar en esa línea, pero pasó que el cuerpo habló: en los últimos años he tenido un gran deterioro visual y auditivo, me afilié a la ONCE…
Mi visión depende de un único ojo y en él la retina es muy delgadita. Sentir una dependencia de una cosa tan frágil es algo que te cambia la percepción de todo. Para mí ese proceso de toma de conciencia de tener un cuerpo frágil vino con el descubrimiento de que necesitaba a los otros, de que la fragilidad es costura comunitaria. Esa idea es fundamental porque, en un contexto sumamente individualista y competitivo, para intentar afrontar de manera conjunta las soluciones siempre partía de la alianza, la solidaridad… y justamente con la fragilidad entendí que era un punto de inflexión que necesitábamos. Yo la descubrí en el cuerpo propio, pero también en amigas que se quedaron embarazadas y tuvieron que frenar esa rutina hipnótica de las vidas-trabajo. Y, claro, luego vino la pandemia, que nos hizo frágiles a todos.
El libro muestra, en efecto, una necesidad de volcarse en el otro, de comunicarse y establecer lazos de solidaridad. De ahí, me imagino, haber elegido la forma de carta, de hablarle a esa “amiga”. Como en todo género epistolar, se establece aquí también una intimidad que pasa por contar historias personales y, sin embargo, hay cierta distancia en el uso del usted. ¿Por qué este género y este libro ahora?
Todo nace con El Entusiasmo, que me supuso un zarandeo emocional. Cuando pensaba que iba a encontrar a un grupo reducido de personas con las que sintonizar, porque acoto el tema al ámbito creativo, de pronto descubro que el problema va más allá y que muchas personas del periodismo y otros ámbitos se ven interpeladas, que realmente esa precariedad es algo muy normalizado en quienes estudian, tienen expectativas y, de repente, se ven trabajando gratis o por capital simbólico para una institución a la que le viene muy bien mantener esos ritmos de frenéticos de producción. Ahí comienza la necesidad de seguir reflexionando y escribir Frágiles, que nace como una única carta, pero no podía ser solo una, porque en los años posteriores a El entusiasmo aparecieron muchas personas, ¡apareciste tú!
Y yo lo leí casi de una sentada, en un vuelo de ocho horas. Justo estaba escribiendo mi poemario ‘Currículum’ y leerte fue verme reflejada en un espejo, porque muchas veces se interpreta que tener un currículum abultado te protege de la precariedad, pero no es así, no somos tan diferentes de los trabajadores llamados no cualificados.
No solo eso, sino que hay un dolor añadido, el que da la expectativa. Lo que se pide no es éxito y triunfo, lo que se pide es una vida vivible en ese trabajo para el que te has formado. Cuando esa expectativa sigue creciendo y no se cumple, la frustración es mucho mayor. Y cuando mi buzón de correo se llenó de muchísimas voces, descubrí que esos mensajes tenían alma, y para mí el mensaje con alma es la carta. ¿Sabes? Eran mensajes largos en los que las personas me contaban sus experiencias, esto tiene que ver con el “usted” que mencionas. El libro lo articulé a partir de cartas pero con cierta distancia, porque creo que no hay mayor verdad que la que se cuenta a un desconocido. Yo a mi madre nunca le cuento la verdad, porque sé que le duele. Sin embargo, hay personas con las que tenemos sintonía pero apenas conocemos y ese “usted” nos permite desvestirnos de la impostura. Luego, ese “amiga” genérico también permite una pluralidad, es una persona que habla conmigo pero también son personas que hablan entre ellas porque, cuando la gente lea esas cartas y se identifique, pasará como con El entusiasmo: de pronto, el libro se convierte en espejo.
Habla de dos fenómenos. Por una parte, la homogeneización del tiempo, que se produce cuando el trabajo lo inunda todo, no distinguimos el día de la noche porque siempre estamos produciendo, y es un tiempo que está a la espera de que algo mejore, que vive en un “futuro postergado”. Por otra parte, la homogeneización del espacio: se ha perdido la distinción entre vida pública, vida privada y vida íntima. Espacio-tiempo son las coordenadas de la historia. ¿Qué nos está pasando?
Recuerdo una idea que responde a tu apreciación. Simone Weil dice que, llegados a un punto de intensidad, la rebeldía se convierte en sumisión. En este contexto capitalista marcado por la cultura-red hay una inmersión que se va produciendo casi sin darnos cuenta: tenemos trabajo y, como la tecnología viene con nosotros, si estamos en la cama respondemos a los e-mails. La tecnología está pensada para favorecer la adicción y que encadenemos una actividad con otra, esa intensidad va aumentando y no genera rebeldía sino sumisión, nos dejamos llevar por esa corriente de trabajo que además es líquido, nunca termina.
Esa homogeneización de espacio y tiempo nos hace sentir en la rutina de un no parar, pero también nos protege, porque ocurre cada vez más en habitaciones conectadas. La pandemia ha dado un empujón a ese experimento de productividad donde estamos refugiados en el espacio propio, pero la tecnología es capaz de mantener el control. Aquí hay dos cuestiones clave: la crisis de la ciudadanía y la crisis de la intimidad en esos escenarios de las vidas-trabajo. La tecnología nos permite optimizar tiempos y espacios y abandonar esos lugares terroríficos donde había que fichar, etc. Sin embargo, creo que es fácil seguir la inercia de la conexión que nos robotiza y aquí cabe posicionarse y actuar. La tecnología tiende a extraer la presentación de la intimidad como característica de nuestra producción, hay una fuerza exterior que incentiva eso pero, cuando esa fuerza no es externa sino interior, a mí me parece que ahí hay potencia.
Como cuando habla del feminismo.
Exacto. Así como hay una posibilidad de instrumentalización, hay una posibilidad de apropiación, y el feminismo es un buen ejemplo, porque en él la ciudadanía y la alianza política sí han sido posibles. La proyección de la intimidad ha sido un vehículo político, donde las mujeres que han sufrido de repente lo verbalizan y se descubren en el espejo de otras que lo han compartido.
Me ha llamado la atención el uso del término “autoexplotación”, que viene del filósofo Byung-Chul Han. Rechaza el término pero no puede dejar de usarlo. Explíquenos esa tensión.
Me interesa el término “autoexplotación” y lo utilizo para ver el matiz en el que me quiero diferenciar. Es un término válido que nos sirve para poner un foco en el sujeto que trabaja, pero es también el punto de entrada a una clara analogía entre capitalismo y patriarcado. Veo que hay similitudes cuando observamos cómo el patriarcado se ha caracterizado por sostener su poder en aquellas a las que subordinaba. La base del patriarcado es convertir a las mujeres en agentes responsables de su propia subordinación, y aquí puede haber también un poder que interesa al capitalismo al poner el acento en una responsabilidad que cae exclusivamente en el sujeto. El capitalismo tiende a incentivar el “tú puedes”, pero también el “tú eres responsable”, así que flagélate y húndete. Esto, en tanto que paraliza y resigna, no me es válido. Tenemos que ser conscientes de la fragilidad para ver que es compartida y, por tanto, construir una responsabilidad también compartida.
Esto aparece de manera tangencial en el libro, pero creo que es crucial. Habla de sujetos formados por una educación pública que permite sueños de mejora, pero después esos sujetos se topan con el mercado, sus expectativas no se cumplen y esto puede llevarlos a odiar la educación. ¿Qué papel debería tener la educación en nuestras sociedades? Ahora que hasta Google está creando sus propios títulos…
Me duele mucho esa pregunta, porque hemos creído fuertemente en la educación pública, pero también nos ha hecho daño. En mi caso prevalece una sensación de gratitud porque en mi pueblo nuestros padres no eran solo pobres, sino también personas iletradas, y yo tenía tantísima fe en que la escuela sería ese instrumento democratizador que nos igualaría y nos permitiría romper con los linajes e imaginar lo que queríamos ser. Esa posibilidad de ser otra cosa a mí sí me la han proporcionado la educación y las bibliotecas públicas. Ahora bien, se sigue repitiendo el mensaje de que la educación es la única clave. Si problematizamos esto, no está habiendo un abordaje entre la relación educación-mundo laboral, educación y vida, y no se puede crear la expectativa de que la educación es la única vía, porque además en el contexto español se ha creado la idea de que, si vas a la universidad, tendrás un buen trabajo, denostando la Formación Profesional o de otro tipo. Esto requiere de una respuesta y una madurez social que trate a las personas como seres inteligentes para así abordar una situación donde los estudios no garantizan un trabajo. Cuando escribía esa parte del libro estaba pensando en Adolf Hitler, quien, antes de convertirse en lo que sabemos, fue un estudiante frustrado de Bellas Artes. En esas vocaciones frustradas se genera un rechazo a aquello que no te ha proporcionado lo que esperabas.
Por otra parte, me parece terrorífico que podamos contribuir a una línea alimentada por la industria digital y el capitalismo que consiste en infravalorar la educación pública y poner en su lugar el “deja que te eduquemos nosotros”. La tecnología no va a educarnos solo porque tengamos acceso a ella, el acceso no es conocimiento. Hay una cuestión que me interesa mucho y es cómo la tecnología nos permite acceder a la información pero se invisibiliza como lente: es la trampa del ‘edúcate tú mismo’. No es verdad, es un educarte a través de determinadas plataformas que invisibilizan algoritmos, de lógicas que homogeneizan y que condicionan determinados valores sobre los que se sustenta ese espacio público-privado con apariencia de público que, además, está sostenido por empresas con intereses económicos, frente a la educación pública. La educación pública está en crisis, y ese momento de crisis requiere atenderlo y protegerlo.
David Graeber habla de “trabajos de mierda”, que son aquellos burocratizados que nos roban el alma. Los trabajos vocacionales bloquean esa deshumanización pero, en la precariedad que los inunda, dice usted que el placer se aplaza. ¿Se puede gozar con el trabajo? Mucha gente pensaría: tenemos un 40% de paro juvenil, ¿hay hueco para exigir no solo la creación de empleo, sino además que nos aporten un sentido vital?
Comienzo por el final: cuántas veces hemos escuchado eso de “¿cómo podemos permitirnos…?” o “¿cómo podéis quejaros si tenéis trabajo y sois unos privilegiados?”. Es un mecanismo de neutralización y de estabilidad social, porque no buscas rebelarte frente a algo que te inquieta si crees que es un lujo. Es una suerte de la-que-está-peor: esa que forma parte del 40% de paro, de todos los porcentajes de miseria y de desastre, y que es necesario que el sistema nos ponga cerca para recordarnos que “oye, no estamos tan mal”. Hay dos características de los trabajadores creativos que tienen que ver con, primero, una práctica que da sentido a momentos vitales y, segundo, con una dificultad por las limitaciones que imponen tareas burocráticas, pequeñas, que llenan nuestros días. Esa saturación limita la potencia de la vocación y, además, contribuye a la desarticulación política que impide aliarnos para mejorar las cosas.
Esa mejoría puede ser vista como un exceso, pero creo que el poder de los trabajos intelectuales y creativos está en hacer de altavoz de aquellos cuya voz no ha llegado al espacio público. Tú y yo tenemos esa responsabilidad de ayudar, de amplificar la voz de quienes están oprimidos, por eso cuando hablamos de riesgo de neutralización de los trabajadores intelectuales no solo nos atañe a nosotros, sino a todo lo que tiene que ver con la denuncia de la desigualdad social.
Me preguntas también por el placer… Es una fortuna haber descubierto algo que, germinado, se convierte en vocación; algunos tenemos la suerte de que algo nos ha punzado, y eso se convierte en un punto de entrada a lo que nos da sentido. Además, cuando ese placer acontece, creas algo que no solo te vale a ti, sino que, de repente, cuando te leo me quedo sin palabras, llegas a lo inefable, transmites una serie de sensaciones que son necesarias para la humanidad y en esos trances se mueve la práctica artística. Ese placer ocurre en el proceso y, frente a eso, pongo un riesgo: hacer que los procesos sean sustituidos por la necesidad de terminar, por las entregas. Ese valor que da la concentración, la profundidad, la honestidad de lo que se hace, es lo que ponemos en riesgo con la saturación, el exceso, y es el que quiero resaltar y recuperar.
Ya para terminar… Hay una palabra clave en su libro y es “malestar”. Dice: “Mi malestar es parte de mi conciencia y lo necesito para la esperanza”. ¿Cómo pueden ir juntos?
Siempre me ha interesado el clásico de Freud [El malestar en la cultura]. Una de sus tesis es cómo podemos sufrir con el progreso, cuando la vida que tenemos nos ofrece más posibilidades que hace cien años. Freud afirma que hay necesidades que vamos supliendo conforme la humanidad utiliza los avances a su favor, pero hay otras que no logramos controlar: las psíquicas. ¿Cómo controlar la posibilidad de hacer mil cosas, de estar saturados?
Esa idea me interesaba, también porque no considero el malestar como un impedimento que lleva a la frustración, sino como esa incomodidad necesaria para ver las cosas de otra manera. Recuerdo cuando yo era pequeña y mi padre nos llevó a mí y a mi hermana al Galerías Preciados de Córdoba, y de repente… ¡un mendigo! En mi pueblo no había mendigos. Yo no lo vi, pero vi la cara de mi hermana, que tuvo esa revelación. Es ese el malestar de la conciencia que reivindico cuando hablo de esperanza y de futuro, cuando cito a Sara Ahmed, a Virginia Woolf o Eva Illouz. Nada que cambia un mundo viene de estar tranquilos, por lo tanto ese malestar es necesario. Es un malestar que comienza en una persona pero que se contagia, y en ese contagio se fragua lo político.
Yo también creo que crecemos, o maduramos, en la adversidad, no cuando las cosas nos van plácidamente.
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Ofensiva privatizadora contra la enseñanza pública.
(Fermín Rodríguez/Francisco Delgado)
Tratando de desmontar falacias ideológicas.
La privatización de los servicios públicos bajo pretexto de su “liberalización” frente al “monopolio estatal”, así como la supuesta mejor gestión por entidades privadas en competencia con la “pesada y burocratizada” maquinaria de las administraciones públicas, viene de lejos. Ha sido y sigue siendo un leitmotiv de lo que llaman ofensiva “neoliberal” que abrazan sectores conservadores y, cada vez más, ámbitos progresistas, si cabe con mayor énfasis. Entre sus lugares comunes figuran la reversión de anteriores conquistas laborales y sociales, reducción del gasto social y privatización de sectores públicos (“Estado mínimo”), dejando a la “mano oculta” del mercado el papel de “agente regulador” del ámbito económico y social, a la vez que la máxima desregulación y circulación de capitales…
A estas alturas, desvelado el lenguaje mistificador con que se quiere revestir, sabemos que, en definitiva, no se trata sino de la búsqueda de beneficios económicos e ideológicos en sectores que, precisamente por tratarse de servicios públicos, acaparan buena parte de los presupuestos de las administraciones públicas, todavía obligadas por ley a garantizar el acceso general y gratuito -cada vez menos- para el conjunto de la ciudadanía. Es el caso, entre otros, de la sanidad, los servicios sociales comunitarios y la educación, ámbitos que hace tiempo aparecen como derechos fundamentales recogidos en la mayoría de textos constitucionales, fruto de largas luchas sociales.
Los cuantiosos fondos a ellos dedicados -acumulados durante décadas y alimentados por los impuestos públicos- constituyen un “apetitoso pastel” para la apropiación y el negocio privado, ya sea económico, ya sea ideológico, que en el caso de la enseñanza está muy claro, pues la mayor parte del “pastel” está en manos de corporaciones religiosas, en este caso, católicas.
Ignorar, disfrazar, idealizar una realidad educativa tozudamente divisora, discriminatoria y generadora de mayor desigualdad social, parece ser el propósito del nuevo (y viejo) debate acerca de la enseñanza privada concertada. Sin olvidar la perspectiva en que se inscribe el momento presente y que se ha hecho “viral” en todos los sectores empresariales: cómo apropiarse de la mayor porción posible de los fondos europeos y estatales que puedan librarse a cuenta de la presunta “recuperación económica” post-pandemia….
https://laicismo.org/recomendado-ofensiva-privatizadora-contra-la-ensenanza-publica/247239
Zafra es imperativamente de lectura obligatoria y sus libros debieran estar en todo centro educativo que se precie de tener tal nombre, tanto a disposición del alumnado como del profesorado. Por una simple y pragmática razón de peso: nos hace pensar más y mejor. Consecuentemente, nos hace más felices. Como ella bien sugiere, ese «malestar» del consciente, es el paso previo, ineludible, para el cambio a mejor. Eso, es pura política, a nivel global. El sano e indispensable ejercicio de votar, es absolutamente insuficiente. A las pruebas me remito. Primero cámbiate tú, después, en círculos concéntricos de actuación según los posibles cercanos, el mundo. Gracias Zafra, por darnos tanto…!