Opinión

Amor, cuernos y capital

"Es cierto que la dieta aspiracional del capital es poco sofisticada: reducir al gesto individual todo lógico calorcillo de emancipación. Una escapada de fin de semana es 'gloria'. Unas cervezas con amigos son una 'fiesta'. Un Sportium es una 'oportunidad'. Desinstalar una app es una 'revolución'".

Una pareja en El Retiro de Madrid. FERNANDO SÁNCHEZ

Manuel se hartó. Pero hasta contrariado cuesta imaginárselo enfadado. Más bien resuelto. Es que Manuel, de 82 años, fue tornero y carpintero, y permítanme la licencia narcisista de decir que yo he visto a mi abuelo, de mismo oficio, en edad y circunstancia parecida. La circunstancia de ser un currante y tener un objetivo

Manuel compró unos palés, los cortó con la maquinaria que todavía conservaba –ahora les veo a él y a mi abuelo enseñándose cepillos, sierras, niveles, escoplos, gubias–, puso unos clavos y palante. Dice que no le llevó ni una hora hacerlo. Era un banco. Un banco de los que no implican jugarretas, uno de los de sentarse. Se lo había negado el gobierno municipal de A Estrada (Pontevedra) cuando lo había pedido. Lo necesitaba su esposa, María, de 79 años y con artrosis, para descansar en los paseos que dan juntos. Caminan 900 metros cada mañana y no hay un sitio para sentarse en dos kilómetros a la redonda, se quejaba Manuel que, como vemos, es poco de ese verbo mientras las manos respondan.

Lo colocó en la calle de noche como sorpresa para María. Ha sido un éxito. Ahora el banco está por lo visto más disputado que una terraza a la sombra. Para que no haya jovenzuelos acaparadores cansados demasiado pronto de la vida, Manuel ha colocado el cartel “para mallores”. Algunos vecinos le han pedido más, pero él ha dicho que no. Lógico. No era trabajo. Era amor

El amor a veces es eso. Una cosa mucho más sencilla de la que cuentan en películas y canciones donde de lo que se habla, casi siempre, es o de rupturas traumáticas o de comienzos que parecen álgebra relacional. El truco narrativo de la exageración para vender no por legítimo deja de ser un truco. Si la creación cultural romántica reflejara el lema popular “si os gustáis pos liaros” se reduciría a la mitad. Al amor dominante en tiempo de nuestra existencia y en frutos, al querer de una forma intensa y leal, y recibir lo mismo, se le ha cantado o grabado menos. A su drástica ausencia, la viudedad, por ejemplo. Terreno delicado que poco que ganar ofrece a cualquier creador que no quiera asustar de antemano a un público que habita –habitamos– un mundo que monetiza mucho más fácilmente una piel tersa que una honda soledad. 

Un ejemplo contrario pueden ser las infidelidades. ¿Están sobrerrepresentadas en la cultura que consumimos? Y, si estos generan una cierta realidad, ¿lo están también en nuestra cabeza, en nuestro mapa de ideas preconcebidas del mundo? Un misterio en el que abunda el hecho de que no habrá un CIS sobre esto, ni habiéndolo sería válido. Las típicas encuestas elaboradas por empresas de citas para casados son parte interesada y tienen un sesgo socioeconómico: además de contar proporcionalmente con más usuarios universitarios que la población general, la mitad de infieles que registran ganan más de 36.000 euros al año.

De momento, nos tenemos que quedar con la investigación de campo que podamos hacer con nuestro círculo más cercano. También con programas como First Dates, que de vez en cuando nos da pistas sociológicas como “vengo del gremio de la Medicina, donde la tasa de cuernos es muy alta”. No es raro ver aparecer por allí a alguien que le ha sido infiel a todas sus exparejas y a quien resulta que siempre se lo han sido. 

Por supuesto que pasar, pasa. La duda es si tanto. Y cómo. Con qué logística. Tener una relación paralela no es sacarse en un momento la tarjeta Alcampo. El otro día imaginaba la siguiente escena. Un chico trataba de convencer a su novia de que no le estaba siendo infiel. “¡Te prometo que no hay otra! ¡Solo un montón de excels!”, le decía. No me parecía tanta ficción.

Todos tenemos cerca personas a las que en los últimos años hemos escuchado lamentar la falta de tiempo. Es fácil que nosotros mismos estemos en ese grupo. Esos mensajes por contestar atrasados, muchas veces a personas queridas. Ese sándwich rápido en el bar de al lado de la oficina si no hemos dedicado la tarde de un domingo, el 25% de nuestro fin de semana, a hacer tápers de arroz, macarrones o lentejas. Esa tarde en la que un rato de gimnasio lo ocupa todo. Esa cita con el dentista que te condena a ser después el Correcaminos. Ese yoga en el que repasas la lista de la compra. Ese fisio que pospones. Esa sensación de que no hay término medio: casi todo el mundo trabaja o más de lo que quiere o menos de lo que necesita. Esa cena improvisada. El “es demasiado tarde ya para poner una película”.

Si ese “no me da la vida” puede afectar a una parte esencial de una relación como los cuidados, no me quiero imaginar ya con dos. Es cierto que la dieta aspiracional del capital es poco sofisticada: reducir al gesto individual todo lógico calorcillo de emancipación. Una escapada de fin de semana es gloria. Unas cervezas con amigos son una fiesta. Un Sportium es una oportunidad. Desinstalar una app es una revolución. Un engaño una aventura. Por eso en esta crisis de tiempo surge la duda acerca de ese vacío de condiciones sociales y materiales en el que ha parecido moverse tranquilamente siempre casi todo relato de cuernos. Hasta qué punto choca el ficcionado aura de las infidelidades con el hiperrealismo capitalista.

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Comentarios
  1. El caso es que la amante ha evitado muchos divorcios.
    Son bastantes las esposas que lo saben y consienten y incluso más de una agradece que otra comparta la carga.
    En este país, o bien por el adoctrinamiento franquista que aún pervive o por no perder el status económico y social, se es mucho de aparentar, del que dirán, hay poca autenticidad,
    Había más autenticidad y progresismo al final de los 70 y principios de los 80 hasta que llegaron los apóstoles del capitalismo Thatcher/Reagan y se empezó a torcer todo, se lo permitimos. La sociedad creyó sus mentiras.

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