Opinión

Sueños raros

Laura Casielles escribe a propósito de los sueños raros, el estado emocional durante la pandemia y el ensayo 'Sueño y revolución', de Carolina Meloni.

Vista de la superluna desde Honolulu durante el eclipse lunar del pasado 26 de mayo. MARCO GARCÍA/REUTERS

El otro domingo me levanté otra vez hecha un trapo. Mira que tenía ganas de que llegase el día libre para dormir la mañana, y ahí estaba a eso de las siete con los ojos como platos. Y encima con mal cuerpo, porque había soñado algo muy raro. Se trataba de un perro que estaba cayendo desde una ventana en lo alto de un edificio. Concretamente, un perro muy grande, tipo mastín; y caía a cámara lenta y sin girarse, con la misma postura que si estuviera de pie sobre el suelo. Esto ni siquiera era el argumento del sueño, digamos que ocurría de fondo mientras pasaban también otras cosas. Me puso realmente nerviosa. No me pude dormir más.

Mientras preparaba el desayuno con mi desasosiego a cuestas, vi sobre la mesilla Sueño y revolución, un ensayo de la filósofa Carolina Meloni (Tucumán, Argentina, 1975) que ha publicado recientemente la editorial Continta Me Tienes. Me pareció que podía ser adecuado para la situación y me lo serví con el café.

Y sí, lo era. El punto de partida de Meloni es la constatación de que desde que la pandemia llegó a nuestras vidas estamos, efectivamente, soñando diferente. Mucho, y raro, y con una densidad que no es la de siempre. “Todo el letargo vital que parecía caracterizar al mundo de la vigila tenía su contrapartida de actividad extrema durante las noches”, apunta, recordando como en las primeras semanas del confinamiento pasamos del insomnio a un dormir en el que nuestras cabecitas se convertían en “auténticas fábricas en las que la imaginación parecía descontrolada”.

Gracias, Carolina, gracias. Yo ya no sabía si esto solo me pasaba a mí. Aquellas visitas de grandes animales y amigos de la infancia y muertos y amores pasados. Aquella vívida sensación del mar. Aquella pesadilla repetida en la que un bebé o un cachorro se me rompía entre las manos como si fuera de cristal; y aquella otra en la que alguien querido caía desmayado y se iba descomponiendo. No eran siempre sueños malos, pero sí muy vivos, tangibles casi. Como si el velo entre el día y la noche estuviera a medio descorrer, a veces me quedaba atrapada en lo soñado un buen rato de la mañana, atravesada por el malestar, el deseo o la melancolía. 

Ahora que se acercan otra vez el verano y la promesa de algo así como un retorno a lo que solía ser la vida, una pregunta que me hago a menudo es la de qué nos estará pasando que aún ni sabemos. Qué facturas tenemos aún por pagar de lo vivido, qué miedos se nos habrán quedado dentro, qué inercias llevaremos en el cuerpo que sin darnos casi cuenta cambiarán lo que somos. 

Ayer se publicó un Eurobarómetro que, entre otras cosas, se ocupa del estado emocional en el que nos ha dejado este viaje. Principal conclusión: “El sentimiento de frustración creado por la pandemia de coronavirus ha crecido en los últimos meses, hasta el punto de convertirse en la principal preocupación entre los ciudadanos de cinco países de la Unión Europea”. “Incertidumbre” e “impotencia” son otros de los sentimientos más nombrados, junto con un alentador 37% de “esperanza” colándose entre las nubes de semejante panorama. 

El estudio establece un “claro vínculo” entre esos sentires y el hecho de que la crisis ha afectado a la estabilidad económica personal de la gente encuestada. No parece que haya que ser una lumbrera para hilar este dos más dos. Pero igual de inquietante resulta lo que sucede en la parte baja de la tabla. La “disposición a ayudar” y la “compasión” presentan algunas de las peores cifras: apenas un 10% y un 15% de personas dice sentirlas. (Igual que la “seguridad” o la “determinación”, por otra parte). Eso, en Europa en general. En España, las cifras están aún por debajo de esa media: solo el 5% las señala. Solo cinco de cada cien. Imagínalo en tu entorno. 

Más allá de todo el tema de los sueños, el libro de Carolina Meloni hace un análisis muy fino de lo que nos ha pasado en este tiempo que ayuda a recapitular y a incorporar otras dimensiones a datos como estos. Me refiero a lo que ha pasado en lo hondo, a lo que se nos ha movido en las corrientes interiores. 

La posibilidad de ser un peligro para los demás, por ejemplo. La vivencia del encierro. El miedo al contagio contaminando paradójicamente todo lo que era vital. La cotidianeidad de las barreras higiénicas. La normalización del duelo sin despedida. El hecho de que “cualquier acción de rebeldía o resistencia al aislamiento será condenada no solo legal sino éticamente” —dice el libro—. La progresiva imposibilidad de lo no planificado, del encuentro. “Cierta pobreza de mundo [que] amenaza tanto lo más íntimo y profundo, como lo colectivo y cotidiano, mientras avanza la espacio-temporalidad espectral de las pantallas en todas nuestras interacciones con el exterior” —sigue apuntando Carolina—. 

Ahora que muchas miradas sobre todo esto están ya bastante manidas, Sueño y revolución ayuda a pensar porque se acerca a la coyuntura por la tangente. Fragmentario como un sueño, escrito en diversos lenguajes que van desde lo académico hasta la poesía pasando por la confesión íntima, va atravesando noches propias y ajenas para entender qué nos están diciendo. Su inspiración es una autora que hizo algo parecido pero en el tiempo del nazismo. Por lo visto, en Los sueños durante el tercer Reich, la periodista Charlotte Beradt hizo una recopilación de lo que soñaban en ese momento unas trescientas personas, en un mapeo que recogía las imágenes y símbolos que iba viendo aparecer y repetirse. 

Es un lugar común más o menos aceptado la mirada psicoanalítica sobre los sueños, que encuentra en ellos significados que tienen que ver —grosso modo— con manifestaciones de lo que reprimimos cuando estamos despiertas. El giro de estas autoras pasa por la idea de que, más allá de las cuestiones personales enterradas, hay también sueños que se pueden llamar “políticos”, porque en ellos se dejan ver manifestaciones simbólicas de las estructuras y poderes entre las que nos movemos. Beradt, por ejemplo, se encontraba con sueños kafkianos, poblados de burocracia y de vigilancia, de perros y soldados. Símbolos y alegorías que a su entender podían “ayudar a interpretar la estructura de una realidad que se dispone a transformarse en una pesadilla”. 

Vaya, que si hiciésemos un mapa colectivo de los sueños que estamos teniendo —nos viene a decir Carolina Meloni— tal vez entenderíamos mejor lo que nos está pasando. Y hasta lo que nos va a pasar. 

Lo que ocurre, claro, es que las pistas están en clave. Como la poesía, como en general el arte, los sueños ponen juntas cosas que no estaban destinadas a estar juntas, abren puertas cerradas, generan alianzas y conexiones improbables. Leer esas imágenes siempre es solo una opción de entre las posibles. Pero precisamente abrir opciones es una de las cosas que parecen hacernos falta.

Y lo bueno es que no solo tenemos pesadillas. 

No parece que la conexión entre la palabra sueño y la palabra sueño sea casual. Ya me entendéis: me refiero al hilo entre ese sueño que tenemos cuando estamos durmiendo y ese otro que es en realidad un despertar de lo posible —no sé tampoco en cuántos idiomas pasa, y qué pasa en los que no—. En otros modos de pensamiento se ha considerado que los sueños son a veces adivinación. ¿Y si fueran más bien visiones de lo que puede ser y todavía no es, anticipaciones de algo que ya está delante y que no sabemos ver cuando tenemos los ojos abiertos?

La segunda parte del título del libro de Carolina es la palabra “revolución” porque la autora nos propone que “desentrañar la potencia política [de estos sueños] es nuestra tarea”. En un momento en que nos toca preguntarnos qué vamos a ser capaces de inventar, sugiere que quizá la respuesta ya está en alguna parte de nuestros inconscientes, latiendo enigmática bajo capas y capas de todo aquello de lo que sí somos conscientes. Y que igual que hay sueños que nos dejan desasosegadas toda la mañana, también algunos podrían acompañarnos de otra forma si somos capaces de leerlos de manera fértil

Por mi parte, sigo sin saber qué me quería decir ese perro que caía en el sueño. Pero me ha sorprendido darme cuenta de que, en realidad, caía de pie y despacito. No sé, sigo pensando. 

¿Y vuestros sueños, qué tal?

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