Internacional
Los ataques de Israel sobre Gaza han causado ya más de un centenar de muertes
El ejército israelí responde a los cohetes lanzados por Hamás haciendo una demostración de fuerza. Siete israelíes han muerto en cinco días marcados por una violencia social desconocida en los últimos años.
Israel bombardea sin descanso la Franja de Gaza y se prepara para una invasión terrestre como respuesta al lanzamiento de cohetes palestinos. Al menos 119 personas habían muerto el viernes a mediodía en la Franja a causa de los ataques israelíes, incluidos 31 niños y niñas. Otras 830 han sido heridas, según datos facilitados a la agencia Reuters por las autoridades médicas palestinas. En Israel, los proyectiles lanzados desde Gaza se han cobrado siete víctimas en cinco días de tensión y violencia.
La escalada bélica sigue en aumento, aunque las fuerzas están muy lejos del equilibrio. Israel ataca Gaza por tierra, mar y aire, con tanques, morteros y bombardeos aéreos. Según indican fuentes oficiales israelíes, han utilizado hasta 160 aviones en su operación militar. Y es sólo el prólogo antes de que despliegue sus tropas en suelo gazatí. No lo hacía desde 2014. Por su parte, Hamás, la organización islamista que gobierna la Franja, lanza sus cohetes contra los núcleos urbanos judíos desde el pasado lunes. En las últimas horas, el ejército israelí se emplea a fondo para inutilizar (con bombas) los túneles que sirven para llevar provisiones y armas hasta Gaza.
Además, un nuevo tipo de violencia está recorriendo las calles de Israel. Es la violencia entre comunidades religiosas que hasta hace poco habían convivido en los mismos barrios, con diferencias, pero sin llegar a la agresión. Esa entente ha saltado ahora por los aires. Los vecinos se dan palizas, se apuñalan unos a otros y se incendian mutuamente negocios, mezquitas y sinagogas. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, habla de clima de “guerra civil”.
¿Pero cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha ocurrido para desatar este ensañamiento? Hay motivos específicos y motivos generales. Causas cercanas en el tiempo y otras que se remontan a décadas. En cualquier caso, la chispa concreta saltó hace una semana por la coincidencia de varios acontecimientos. Por un lado, en los últimos días del Ramadán, el mes sagrado para los musulmanes, se produjo un aumento de los desahucios de familias palestinas. Israel está acaparando viviendas y terrenos en los llamados Territorios Ocupados, también en la sensible zona musulmana de Jerusalén.
El pasado sábado se celebraba el aniversario de la ocupación de esos territorios, anexionados por Israel tras la Guerra de los Seis Días, en 1967. Según la ley internacional, que no ha cambiado en 54 años, esos territorios (la Franja de Gaza, Jerusalén Este, Cisjordania y los Altos del Golán) no les pertenecen.
El origen del incendio
Para celebrar el Día de Jerusalén, jóvenes nacionalistas judíos desfilan anualmente por la ciudad con banderas de Israel. No siempre coincide el Día de Jerusalén con el Ramadán, pero este año, por los diferentes calendarios lunares de judíos y musulmanes, ha ocurrido así. El plan de los participantes en la marcha era, como siempre, cruzar la ciudad portando sus símbolos y pasar por la puerta de Damasco, por la que se entra al barrio musulmán y a la Ciudad Vieja.
En un momento especialmente sensible en el plano religioso (Ramadán) y en el plano social (desahucios), la policía decidió intervenir y cambiar el itinerario de la manifestación judía. Pero el despliegue de fuerzas del orden no hizo sino exaltar más los ánimos. La policía ocupó la Explanada de las Mezquitas y ese gesto, como en otras ocasiones, fue considerado una provocación. Hay que recordar que un paseo de Ariel Sharon por ese mismo sitio desató la Segunda Intifada (en 2000), que terminó con más de 4.000 muertos (3.000 de ellos palestinos).
Más ingredientes para el conflicto entre Israel y Palestina
El choque tiene también una lectura política: Netanyahu puede perder el control del gobierno tras los ajustados resultados de las elecciones celebradas en marzo. Los partidos de la oposición, de muy diversas tendencias, están de acuerdo en una sola cosa: no quieren a Netanyahu como primer ministro. Y se da la circunstancia de que hay 15 diputados árabes que podrían provocar ese vuelco (Israel cuenta con un 20% de población árabe con derecho a voto).
Que la policía israelí se desplegara en la Explanada de las Mezquitas interrumpiendo el rezo de los musulmanes en los últimos días del Ramadán, tensionando aún más la ya difícil convivencia entre comunidades, se traduce en una victoria política para Netanyahu. Sus detractores, en la situación bélica actual, están más lejos de llegar a un acuerdo para desalojarlo del poder. El primer ministro se enfrenta estos días, además, a un juicio por corrupción en el que está acusado de fraude, soborno (a directivos de grandes medios de comunicación para conseguir una cobertura informativa favorable) y abuso de confianza.
Si la victoria de 1967 fue el cemento ideológico del Estado judío (fundado por socialistas pero preso desde hace medio siglo de un exacerbado nacionalismo conservador), la actual situación de violencia sirve para consolidar a Netanyahu y su política de anexión de territorios, expulsión de palestinos y construcción de nuevas colonias judías.
Los palestinos de Cisjordania (gobernados por el partido laicista Fatah) veían con cierta resignación estos movimientos. Todo lo contrario sucede con los musulmanes de la Franja de Gaza (gobernada por los islamistas de Hamás), mucho más beligerantes en su rechazo a Israel.
Gaza es una de las zonas con más densidad de población del mundo, vive sometida a un bloqueo económico y militar desde hace años y disfruta de muy pocas horas de electricidad al día. No hay trabajo y escasean los productos de primera necesidad. En una situación de tanta precariedad, uno de los pocos apoyos financieros con los que cuenta es el que le proporciona, con cuentagotas, el emirato de Catar (siempre a través de Hamás).
Hoy no queda nada de los acercamientos que israelíes y palestinos realizaron en la década de 1990, primero en la Conferencia de Madrid y luego en los Acuerdos de Oslo. Entonces se acordó volver a las fronteras anteriores a 1967 (la famosa Línea Verde) y que convivieran ambas administraciones. Pero aquel proyecto nunca llegó a materializarse. En los dos bandos se han impuesto las posturas más inmovilistas. Tanto Hamás como el Likud de Netanyahu (un partido neoliberal que cuenta en el parlamento con el apoyo de los ultraortodoxos) aspiran a un país monocromo, sólo de musulmanes o sólo de judíos.
La mayoría de la población palestina, además, es muy joven. Los que viven en Cisjordania llevan una vida totalmente occidental, cada vez más influenciados por el ocupante israelí. En Gaza, en cambio, el fundamentalismo religioso invade cada día más parcelas de la sociedad. Ni unos ni otros vivieron los años noventa. Madrid, Oslo o Camp David sólo les suenan como escenarios de un fracaso histórico. Unos son expulsados de sus casas y los otros sobreviven a duras penas en condiciones tercermundistas. No sienten ninguna solidaridad por parte de otros países árabes, que hace ya muchos años que abandonaron el apoyo a su causa. Y no parecen tener ningún futuro en un país monstruosamente desigual.
Y por si fueran pocos todos esos condicionantes, la pandemia de la COVID-19 ha evidenciado una vez más esa desigualdad. Israel ha vacunado prácticamente a toda su población judía, pero no tiene ningún plan de vacunación para los habitantes de los territorios que administra, de facto, en suelo palestino. La existencia de ciudadanos de primera y de segunda, en este caso, es palmaria.
Sin embargo, muchos israelíes se llevan las manos a la cabeza, escandalizados, cuando se señalan las aciagas condiciones de vida del pueblo palestino. La polémica en torno a lo que allí se llama “la palabra que empieza por A” ha sido enorme en las últimas semanas. La palabra en cuestión es apartheid, y su utilización en un reciente informe de Human Rights Watch ha desatado un terremoto político en el país.
Reacciones internacionales
La escalada de violencia en Oriente Próximo ha pillado al Gobierno estadounidense con el pie cambiado. El presidente Joe Biden habló con Netayahu y le recomendó apaciguar los ánimos, pero públicamente expresó su apoyo a Israel: “Lo que he visto hasta ahora es que la reacción no ha sido exagerada”.
Esas declaraciones no han sentado bien ni siquiera en su propio partido. Veinticinco demócratas de la Cámara de Representantes se dirigieron al secretario de Estado, Antony Blinken, para que aumentara la presión sobre Israel. La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, gran estrella emergente del partido, fue más lejos y afeó las palabras del propio presidente: “Nombrando sólo a Hamás (cuyas acciones son condenables) y negándose a reconocer los derechos de los palestinos, Biden refuerza la falsa idea de que los palestinos instigaron este ciclo de violencia. Ese no es un lenguaje neutral. Toma partido por la ocupación”.
By only stepping in to name Hamas’ actions – which are condemnable – & refusing to acknowledge the rights of Palestinians, Biden reinforces the false idea that Palestinians instigated this cycle of violence.
— Alexandria Ocasio-Cortez (@AOC) May 12, 2021
This is not neutral language. It takes a side – the side of occupation.
El conflicto palestino-israelí ha cambiado la agenda diplomática del presidente Biden. Sus planes en la región incluían un intento de reconducir las relaciones con Irán tras la agresiva política desplegada por su antecesor en el cargo, Donald Trump. Pero Irán es el gran enemigo de Israel en la zona, por lo que la nueva política de Washington, que esperaba revitalizar los acuerdos conseguidos por Obama en 2016 (con pacto nuclear incluido), deberá esperar.
La Unión Europea, por su parte, observa los acontecimientos como mera espectadora. Josep Borrell, alto representante de la diplomacia europea, hizo ayer una exhibición de impotencia respecto al conflicto desatado en Oriente Próximo. “No tenemos la capacidad de mediación para resolver este momento gravísimo de tensión entre Palestina e Israel. Eso sólo lo puede hacer Estados Unidos, suponiendo que quiera hacerlo. Vamos a ser realistas”, aseguró. Una dimisión en toda regla que compromete la imparcialidad en las negociaciones de paz (Estados Unidos no es un actor ecuánime) y que empequeñece a la Unión Europea en el concierto de la diplomacia internacional.
El único país que está esforzándose por conseguir una tregua en la región es el de siempre: Egipto. Pero todas sus apelaciones a Netanyahu han sido, por el momento, infructuosas.
Públicamente, entre los países árabes hay pocas muestras de apoyo al pueblo palestino. Ha habido pequeñas manifestaciones en el Líbano, donde viven centenares de miles de refugiados desde hace más de 40 años, y también en Yemen. Que ambos países no sean socios cercanos, sino todo lo contrario, de Arabia Saudí no es casualidad. Tanto los chiitas de Hezbolá (un partido con enorme implantación en el Líbano) como los yemeníes están en guerra abierta contra la monarquía saudí (aliada tanto de EEUU como de Israel).
En Francia, el gobierno de Emmanuel Macron ha prohibido la marcha de apoyo a Palestina que iba a celebrarse el sábado 15 de mayo en las calles de París.
APOYO ENTRE CAPOS. (lo que no sabemos hacer los de abajo: apoyarnos)
El nuevo gobierno de EE.UU aprueba con urgencia la venta de armas a Israel.
El Gobierno de Estados Unidos ha aprobado una venta de armas por valor de 735 millones de dólares (algo más de 600 millones de euros) a Israel, en un acuerdo que ve la luz en plena escalada de tensiones entre las fuerzas israelíes y las milicias palestinas de la Franja de Gaza.
El acuerdo, que plantearía la entrega de armamento de precisión, fue notificado por la Administración de Joe Biden al Congreso el 5 de mayo, según varias fuentes consultadas por el diario The Washington Post. Fue por tanto casi una semana antes de que comenzase el cruce de ataques a ambos lados de la frontera de Gaza.
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El Grupo de Pensamiento Laico, formado por Enrique Javier Díez Gütiérrez, Nazanín Armanian, Francisco Delgado Ruiz, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay, Waleed Saleh Alkhalifa y Ana María Vacas Rodríguez, presenta su manifiesto:
Nuestro silencio nos hace cómplices. Como decía Martin Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena”.
Como intelectuales, académicos, investigadores y sobre todo personas comprometidas con la justicia social y la ética humanista, debemos manifestar nuestra condena sin paliativos al genocidio sistemático, orquestado legalmente y apoyado internacionalmente por parte del régimen sionista israelí sobre el pueblo palestino…..