Política
Diez años del 15-M: de la indignación a la rabia
Algunas de las reivindicaciones han entrado en la agenda política pero, al mismo tiempo, la precariedad, el paro y la desigualdad, acentuadas por la pandemia, siguen machacando la vida de millones de personas.
Las plazas, los gritos, los silencios, las manos en alto, la democracia real ya, el “no nos representan”, acampadas jóvenes en la Puerta del Sol y la plaza Catalunya, el clamor contra una clase política entregada a los poderes económicos, la organización a través de las redes, la ilusión de un cambio profundo. Han pasado diez años del 15-M, que se extendió por toda España y tuvo eco en todo el mundo. “Si en el 15-M de 2011 había lo que se llamaba ‘indignación’, ahora hay mucha desesperación. Agotamiento. Rabia. Depresión”. La filósofa Marina Garcés resume así el nuevo rostro del malestar de las calles, que han visto cómo algunas de sus reivindicaciones entran en la agenda política pero, al mismo tiempo, la precariedad, el paro y la desigualdad, acentuadas por la pandemia, siguen machacando la vida de millones de personas. La marcha de Pablo Iglesias de la política activa puede ser una metáfora del devenir de estos últimos diez años.
La política en las calles ha seguido organizándose en plataformas por la vivienda o asambleas de barrio, y parte de aquella agenda –contra la precariedad, por una vivienda digna o la igualdad salarial entre hombres y mujeres– ha entrado en el Congreso con el fin del bipartidismo. El feminismo ha liderado otra gran revolución a escala global que está cambiando el relato y luchando contra los maltratos y abusos que estaban normalizados, se habla más que nunca de precariedad juvenil y de universalizar el acceso a la vivienda digna.
Pero el paro aún es estructural en España –con un 16% y un 39% en menores de 25 años–, cuatro millones de personas sufren pobreza extrema y las mujeres todavía cobran un 27,6% menos que los hombres, además de cargar con la mayor parte de los cuidados familiares. En el otro lado, la extrema derecha se ha asentado con un discurso de odio legitimado por grandes medios y por la derecha tradicional, que no solo quiere frenar los avances, sino atacar los derechos fundamentales de los más vulnerables.
A la espera de que el gobierno de PSOE y Unidas Podemos sea capaz de derogar la reforma laboral, crear empleo y socializar la recuperación económica de la mano de las transformaciones económica y ecológica con la ayuda de los inminentes fondos europeos, los movimientos sociales y los colectivos más afectados no pueden esperar más. Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé un estallido social cuando se supere la pandemia –calculan que ocurrirá en verano de 2022–, en España las redes vecinales (que han repartido comida y otro tipo de ayudas a decenas de miles de personas durante este tiempo) y las protestas contra las condenas a Pablo Hasél y los líderes del procés en Catalunya auguran una avanzadilla que podría coincidir con el aniversario del 15-M, ahora con Barcelona como epicentro. Todas las personas entrevistadas para este reportaje tienen sus dudas sobre la capacidad de las calles de volver a gritar tan fuerte y unida.
Fabio Gándara, que ahora se dedica a la comunicación social con ONG y fundaciones, participó del 15-M antes de que fuera 15-M. “Éramos unos pocos blogueros que nos unimos a través de las redes sociales y primero apoyamos la convocatoria en abril de Juventud Sin Futuro. Acordamos el 15 de mayo como fecha de movilización y teníamos cierto nerviosismo con respecto al hecho de que aquello que naciera en las redes tuviera eco en la vida real. Fue una gran alegría que así fuera”, rememora el activista, que creó en su día el grupo de Facebook Plataforma de coordinación de grupos pro-movilización ciudadana.
Corría mayo de 2011 y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cedía a las presiones de la Unión Europea para aplicar políticas de austeridad. Más de seis millones de personas, según una encuesta de Ipsos, participaron de alguna forma en el 15-M, movimiento que un 76% de los encuestados consideraba razonable, y que llegó a reunir a decenas de miles de personas en las principales ciudades del país. Aun así, meses después, el Ejecutivo hizo caso omiso a las calles y modificó el artículo 135 de la Constitución para adaptar el gasto público a los cánones de austeridad que marcaba Europa.
Inicios del 15-M
Rafa Mayoral, hoy secretario de Relación con la Sociedad Civil y los Movimientos Sociales de Unidas Podemos, tenía por entonces 37 años y había aflojado su vinculación con Izquierda Unida para apretar en la lucha social con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. “Sentíamos que todo se abría, que se encontraban militantes que procedían de diferentes visiones ideológicas con gente que se incorporaba y con la capacidad de cuestionar todo lo que institucionalmente estaba fallando, cómo nos habían robado la democracia”, rememora el ahora diputado de la formación morada, en la que milita desde el principio.
Aunque Madrid fue la matriz del 15-M, en Barcelona la réplica provenía de fuertes protestas contra los recortes de la Generalitat, que siguieron un mes después con Aturem el Parlament. Aquel movimiento rodeó la cámara legislativa catalana y fue criminalizado por el gobierno de una Convergència i Unió que pocos meses después, sin embargo, se abonaría a la desobediencia civil como vía para alcanzar la independencia. “Toda la gente que conocías estaba allí, y muchas personas más”, recuerda Silvia Abadia, una de las que acampó aquella primera noche. Abadia milita en el Sindicat de Llogaters que ha liderado la propuesta de regulación del precio de alquileres en Catalunya. “A veces, leyendo la historia, parece que las manifestaciones surgen espontáneamente, pero éramos muchos los que llevábamos años organizándonos y nos habíamos conocido en la lucha estudiantil. Y después hemos seguido”, reflexiona Neus Comerma, que también acampó, hoy milita en el Sindicat de Llogaters y matiza el relato del estallido repentino.
Por allí también estaba Albano Dante Fachín, que por entonces dirigía una pequeña publicación regional, Cafè amb Llet, que dio el salto al periodismo de investigación tras denunciar el funcionamiento de la sanidad pública catalana y multiplicó su tirada gracias al 15-M, cuando la publicación había sufrido un gran varapalo por la crisis económica. En las marchas conoció a los que después serían líderes de En Comú Podem, Xavier Doménech, Gerardo Pisarello, Jaume Asens o Ada Colau, y también a gente de la CUP e independentistas de izquierda con los que por entonces no coincidía en la reivindicación de la república catalana como única vía de ruptura con el régimen. “Era todo muy líquido, un día había unas pocas personas y al otro miles. Entre ellas, algunas que también iban a manifestaciones independentistas y que yo, por entonces, no comprendía. Más tarde, movimientos que eran antagónicos como el independentismo de raíz más conservadora y el de izquierdas acabaron confluyendo en las movilizaciones del referéndum del 1 de octubre de 2017 y para mí también se convirtieron en luchas unidas”, reflexiona Fachín.
Él militó en un principio en Unidas Podemos, el partido que ha capitalizado políticamente el legado del 15-M a nivel estatal . Pese a haber caído de manera estrepitosa de los 71 diputados conseguidos en 2016 a los 35 en 2019, está por primera vez en un gobierno de coalición, lo que dibuja a priori un puente directo entre el 15-M y el poder ejecutivo. A priori, porque a muchos, tanto desde el independentismo como desde el activismo en las calles, les han defraudado algunos posicionamientos y actitudes. “Cuando Pablo Iglesias dijo que si fuera catalán no votaría el 1 de octubre, que es cuando decidí salir del partido (lo abandonó en 2017), está diciendo que un heredero de un discurso de impugnación total se adapta a la correlación de fuerzas y se pone del lado del régimen, incluso al lado del rey”, reflexiona Fachín.
La relación del independentismo con Podemos, en ocasiones muy crítica y otras veces más cercana (ERC quería incluirles en el nuevo gobierno catalán y son la única formación estatal que cuestiona la monarquía y defiende el derecho a la autodeterminación), ha sido clave en el alejamiento con las calles. Pero no ha sido el único motivo. “Lo que no ha cambiado con su aparición es el sistema de partidos ni sus lógicas de funcionamiento, calculadoras y autorreferentes, basadas en la relación con el poder más que con un servicio a la sociedad”, analiza Marina Garcés. “Muchos partidos no habrían llegado a donde están sin el 15-M y algunos vieron la vía institucional como la vía de lucha. El problema es que no se puede pensar que desde las instituciones se resolverán los problemas, es algo inviable dentro de un sistema capitalista”, aporta Neus Comerma.
Mientras, Rafa Mayoral defiende a ultranza el papel de su partido en la transformación social y del lado de las mayorías. “La ofensiva de las cloacas y de los poderes mediáticos demuestra que seguimos teniendo carácter popular. No tenemos préstamos con los bancos, nos hemos partido la cara por la vivienda y la regulación de los precios y por frenar los desahucios, aunque no se hayan frenado todos. Y hemos defendido que la única vía a la democratización es la república”, abunda, pero se muestra tajante contra la vía independentista: “O hay república para todos o no lo va a haber”, defiende al tiempo que acusa de “gestión antidemocrática” a los líderes del procés, aunque se muestre en contra de la “máquina represiva del poder judicial”.
Sea o no por el caldo de cultivo que el independentismo ha ido generando en estos años (el referéndum del 1 de octubre fue un desafío mayor al Estado que el 15-M con 2,2 millones de votantes), Catalunya parece a día de hoy un escenario más propicio para iniciar las revueltas que Madrid. En las marchas por la sentencia del procés y por el caso de Pablo Hasél, los contenedores ardieron como barricadas, algunos pequeños grupos de manifestantes lanzaron piedras a la policía e incluso otros pocos saquearon comercios. Eran pocos, pero nadie lo impidió, y ese clima era impensable durante en 2011. Varios entrevistados durante esas marchas hablaban de un “cambio de etapa” y del “cansancio” por “poner la otra mejilla”, conectado a las frustraciones por el 15-M y el procés. “La movilización conecta con una rabia y una desesperación que se hacen más comprensibles a través de la acción directa. Pero también hay una máquina muy poderosa de criminalización y de condena de lo que se denomina ‘violencia’ que es muy efectiva a la hora de dividir y desactivar, en lugar de escuchar”, reflexiona Marina Garcés.
Reactivar la lucha
Ella estuvo entre las participantes en el acto llamado Per la Majoria, el 13 de marzo en Barcelona, ya en la caída de las marchas de Hasél, y que aunó a 250 entidades de diversos ámbitos para pedir un cambio. Colectivos migrantes, Riders x Derechos, Sindicat de Llogaters, Fridays for Future, plataformas feministas e incluso Elite Taxi… Una unión de fuerzas diversa como el 15-M, aunque lejos de ser masiva, que surgió como respuesta a una reunión de la patronal para condenar los destrozos en las calles. Si aquello fue el germen o no de algo más grande y duradero está aún por ver.
La propia Garcés no se moja: “Percibo malestar y deseo de reactivar la lucha, la protesta y las alianzas. El problema es que cuesta tejer todo esto cuando la vida personal y colectiva está segmentada y aislada. Pienso, no obstante, que la situación social que está dejando la pandemia conducirá necesariamente a un ciclo de luchas. Veremos cuáles”.
Coincide con ella Norma Falconi, de Papeles Para Todxs, que recuerda el 15-M como una lección de que hay que luchar unidos, sobre todo teniendo en cuenta que los migrantes, como colectivo más vulnerable de la sociedad, “son un laboratorio para explotar después a los locales”. Sus reivindicaciones por modificar la ley de extranjería, en un contexto en que a las personas sin papeles se les niegan los derechos más básicos como el trabajo legal o el padrón municipal, siguen sin encontrar apenas eco entre los partidos políticos. “Desde 2008 nos vinimos a pique y la precarización se hace cada vez más monstruosa. El trabajo fijo es una utopía y muchas personas migrantes que tenían papeles y trabajaban lo han dejado de hacer con la pandemia”, recuerda. Aunque asegura que se continúan tejiendo alianzas entre los movimientos, recuerda que “los procesos muchas veces no son tan rápidos” y tal vez grandes marchas aún tarden en llegar.
Ella estuvo y acampó en el 15-M en Barcelona, a diferencia de Marc Beltran, un joven de 24 años que entonces tenía solo 14. “Recuerdo que hacíamos debates en el colegio y que ahí me empecé a interesar por la política”, recuerda. Diez años después, ha participado en las protestas por el caso de Hasél. También lo hizo en las de la plaza Urquinaona y en el referéndum del 1 de octubre de 2017, aunque asegura que es de los que se ha hecho independentista “porque ve que el Estado español es irreformable”. Marc, que no milita en ningún colectivo y ha ido con los amigos a las manifestaciones, se muestra pesimista pese a su juventud de cara a posibles revueltas mayores. “Si te implicas mucho, van a por ti y la extrema derecha tiene unas capacidades mediáticas o judiciales mucho mayores que las nuestras”, sostiene.
Ante una pandemia generada en parte por la invasión humana en otros ecosistemas y con el cambio climático demostrando sus efectos de manera más acelerada y devastadora, el ecologismo, que también ha llegado a sacar a decenas o centenares de miles de personas a las calles, no parece tan fusionado con el resto de movimientos como el feminismo. Aunque este último tiene hoy una fuerza incomparable a cualquier corriente de izquierdas.
Virginia Soler, miembro de Fridays for Future, de 19 años, espera que la fusión se produzca pronto. “Mi mirada es ecofeminista y creo que cada vez es más común: creemos que las opresiones del capitalismo y del patriarcado lo son contra la clase trabajadora, contra las mujeres y contra la naturaleza”, defiende. Y desconfía al completo de “la nueva hoja de ruta del discurso ecologista de las administraciones”. Reconoce no haber estado en las protestas por Hasél y cree que a veces “falta comunicación entre los movimientos para ver que los problemas que golpean son los mismos”. “A veces se nos ve como un movimiento elitista, pero no lo somos”, afirma.
Incapaz de encontrar el motivo de esa falta de conexión definitiva, Soler se muestra “convencida” de que vienen grandes protestas. En las antípodas del optimismo se encuentra Gándara, que cree que “la polarización política hará imposible que exista un movimiento tan transversal”. Entre los dos polos, los entrevistados mezclan ilusión, pesimismo y dudas y solo comparten la falta absoluta de certezas. Por ahora, al parecer, no hay un plan trazado. Aunque por los grupos de Telegram ya corre un cartel con una foto de Pablo Hasél y un contenedor ardiendo, convocando una manifestación en Lleida, ciudad del rapero. ¿La fecha? Este 15 de mayo.
Siempre ha habido una minoría de juventud comprometida que antes del 15M y después del 15M sigue luchando sin tirar la toalla por los ideales en los que cree, por un mundo más justo.
Bertolt Brecht:
“Hay hombres que luchan un dia y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
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