Opinión
Cuando cambia el paisaje
"Con VOX haciéndole el trabajo sucio, el PP ha podido llevarse a su terreno con comodidad un supuesto sentido común", reflexiona Laura Casielles.
Las cosas, al cambiar, nos interpelan. Nos hacen preguntas. Nos obligan a mirar dónde hemos quedado paradas tras el movimiento de placas tectónicas. No hacerlo, de hecho, es un problema. Algunos de los batacazos más grandes que nos damos tienen que ver con no darnos cuenta de que algo ha cambiado. Así caen los grandes amores y los grandes imperios: en el intento de seguir como si todo fuera igual cuando se han abierto grietas entre los continentes.
Es indudable que, en estas semanas, en el panorama político han cambiado cosas, culminando en los anuncios de la noche electoral y los días que siguieron. Así que, tras el encaje emocional que a todas nos tocó hacer tras los recuentos y los discursos, me parece fundamental parar un momento, mirar alrededor y ver qué nos dicen las cosas que cambian. Y, sobre todo, qué nos preguntan. Intentar recomponer el mapa, como quien dibuja un paisaje.
Al fondo de ese paisaje yo lo que veo es un volcán que ya está en erupción, pero no con una terrible explosión sino con un lento escupir de lava y piedras que va arrasando y quemando lo que le rodea. El primer cambio, la herencia más pesada que nos llevamos de estas semanas de campaña, es quizá la derechización del discurso que hemos visto imponerse. Con una violencia inusitada, el marco de lo común, el mundo posible, se ha ido alejando de los consensos que creíamos tener para dejar entrar sibilinamente otros temas, otros modos de hablar, bajo cuya sombra nada bello o bueno crece. Con VOX haciéndole el trabajo sucio, el Partido Popular ha podido llevarse a su terreno con comodidad un supuesto sentido común.
Las preguntas que a mí más me asaltan dicen algo así como: ¿Sabremos reconducirlo? ¿Cómo volveremos a traer a nuestro terreno las palabras y sentires de la construcción de un mundo más vivible para todos y todas, después de que se haya vuelto a demostrar que las mentiras y los juegos de trileros ofrecen más rédito? ¿De qué manera se combate al trumpismo sin entrar en su juego?
Al otro lado, en el acá del bosque, vemos dos ríos. Si seguimos su curso hacia arriba encontramos que sus cauces se han venido remansando de una parte acá, después de nacer juntos y bifurcarse a mitad de camino, tras una torrentera. Puede que estas hayan sido las primeras elecciones en las que los proyectos de Unidas Podemos y Más Madrid se han mostrado nítidamente distintos, y el resultado también cambia el paisaje.
Con una candidata perfecta para el momento –¿qué mejor que una médica y madre, en este tiempo en concreto?–, el antiguo errejonismo puso un cuerpo más nítido que nunca a la táctica de la transversalidad, y funcionó. La pregunta quizá sea: ¿este río que suena, cuánta agua lleva? Si algo han mostrado estos años de nueva política es la dificultad que se encuentran de manera inevitable los proyectos construidos fundamentalmente en torno a lo comunicativo cuando llega el momento de hacer y se constata que la apisonadora de lo electoral no ha dejado mucho hueco para alimentar las raíces. ¿Hay ganas de construir, más allá de lo institucional? ¿Cómo se hará? Y, en otro orden de cosas –o no tanto– esos votantes que se han acercado desde el PSOE: ¿están ahí, más allá de las urnas?
Junto al otro brazo del río se ven las huellas que dejó Pablo Iglesias al marcharse. Hay muchas preguntas en el aire que van cansinamente en la línea de “¿por qué lo hizo realmente?”, pero esas no me parecen las adecuadas. Ya sabemos que este hombre ha sido el político al que se ha atacado de manera más furibunda y visceral en los últimos años, pero hay otra cosa que ocurre con él que también es un nunca-a-nadie-tanto: nunca a nadie se le han cuestionado tanto las intenciones, nunca tantos análisis de cuáles son los sentimientos y motivos de un político para hacer las cosas, nunca nadie ha sido tan psicoanalizado en su hacer público. ¿Pararemos de una vez de leer a esta persona según nuestras casillas preconcebidas, y hablaremos de los hechos? No se pueden dibujar paisajes con suposiciones. En todo caso, más allá de eso, las preguntas que me resuenan tienen que ver más bien con hacia dónde sigue el rumbo de sus pasos, bosque adentro. Desde dónde va a querer incidir ahora en el paisaje este hombre que tiene por vocación pegarles vuelcos a las cosas.
Pero sobre todo, miro al río del que ha salido y también me hago muchas, muchas preguntas. Si Más Madrid tenía la candidata perfecta para la proclamada táctica de lo transversal, el papel que Unidas Podemos jugó en el reparto de esta partida tenía que ver con una suerte de regreso a tierra. Un exmantero, una activista de la vivienda, un sindicalista: había quien decía que esta apuesta no funcionaría para sumar. Había quien decía que tampoco la palabra antifascismo. Pero, ¿qué es funcionar? ¿No confundimos a veces los medios con los fines? ¿Vuelve a ser esto un “que entre en política la gente que no parece destinado a hacerlo”?
Y, sobre todo: ¿qué va ocurrir ahora? Con el nuevo reparto de posiciones entre las orillas de este río, ¿optará Unidas Podemos porque su estrategia sea justo un refuerzo de esta vía, más pegada a las demandas concretas y a quienes trabajan en ellas? ¿Se hará de la necesidad virtud para que la forma de la reconstrucción lleve este signo? ¿Aguantará un proyecto tan marcado por el personalismo un cambio de rostros? Los medios de comunicación y otros poderes, ¿cambiarán su actitud hacia este espacio ahora que el enemigo número uno se ha ido? ¿Qué pasará a significar ahora Unidas Podemos? ¿Quién ocupará su lugar como diana?
(Mirando por entre los árboles, intentamos siempre ver si en algún punto del camino estos dos brazos del río vuelven a unirse. Otra pregunta posible quizá sea, más bien, si al final del bosque está –como debiera– el mar).
Por lo demás, no es que quiera una hacer leña del árbol caído, pero en mitad del claro hay un par de cráteres, como si hubiesen caído sendos meteoritos. Ya sabéis qué nombres de partidos llevan. Me parece que veo un pulpo sentado en el centro de cada uno de ellos, perdidísimo y triste. Me pregunto si se van a quedar así, cubriéndose su espacio poco a poco de malas hierbas, o si vendrán bulldozers de otra parte para plantar en ellos árboles ya crecidos. Esas especies suelen ser invasoras, así que habrá que seguirle la pista a la cuestión, aunque resulta algo más aburrida, por lo institucionalizado y fósil de las preguntas que sugiere.
Veo por último, en este paisaje en mutación, una casita resguardada allí en el fondo. Creo que es la que convendría construirle a Yolanda Díaz. Una cabaña tranquila rodeada de buganvillas y a la sombra, porque por su lado del horizonte amenazan ya unas nubes de tormenta bastante aterradoras. Las preguntas aquí son casi antropológicas. ¿Será posible que todo vaya a ser tan previsible? ¿Seremos capaces de no dejar que ocurra, por más que lo veamos venir, o jugaremos dóciles a la profecía autocumplida?
Las cosas, al cambiar, nos interpelan. Este es mi paisaje, no tiene por qué ser el tuyo; estas son algunas de mis preguntas.
Y sobre todas ellas, repiqueteando con persistencia, cae como lluvia fina otra que a día de hoy aún tiene sobre todo el efecto de hacer más denso el barro por el que trato de moverme, pero que me parece la más importante.
Dice: “En este panorama, ¿qué seremos capaces de hacer?”