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Diecisiete nombres

"La noticia del rescate de tres tripulantes a bordo de un cayuco cerca de la isla de El Hierro el pasado día 26 se perdió como un tenue silbido entre el ruido de sables de la campaña madrileña y la velocidad de la actualidad".

'Cementerio' de las pateras llegadas a Gran Canaria en 2020. EDUARDO ROBAINA

La noticia del rescate de tres tripulantes a bordo de un cayuco cerca de la isla de El Hierro el pasado día 26 se perdió como un tenue silbido entre el ruido de sables de la campaña madrileña y la velocidad de la actualidad.

En la embarcación, que se encontraba a 265 millas náuticas al sur de la isla, había también diecisiete cuerpos sin vida. El cayuco fue localizado por un helicóptero del SAR (Servicio de Ayuda y Rescate) del Ejército, que sobrevolaba la zona en busca de embarcaciones a la deriva en una zona del Atlántico donde las corrientes les hacen perder el rumbo.

Es decir, al menos veinte personas (que podrían ser más si alguno de los cuerpos hubiera caído al agua) atravesaban una extensión de agua inmensa, luchando contra las mareas, las olas y el frío; deshidratadas, hambrientas y al límite de sus fuerzas, para alcanzar un trozo de tierra que pertenece a Europa. Casi todas fallecieron.

Los dos grandes periódicos de este país utilizaron un titular muy similar para encabezar la noticia: “Hallados 17 inmigrantes muertos en un cayuco al sur de El Hierro”. Sin embargo, otras cabeceras, algunas de ellas locales, canarias, prefirieron contar que se habían localizado “17 muertos en un cayuco al sur de El Hierro”.

Para algunos no son 17 muertos. 17 personas fallecidas. 17 seres humanos. Son 17 inmigrantes. Inmigrante como sustantivo. Y eso marca la diferencia; la diferencia que existe entre el valor que el lector otorga a la vida de un occidental y la que le otorga a la de un migrante, puesto que este representa a una persona desgraciada, cuya vida, lanzada como un dado al azar de una epopeya marítima, no vale demasiado. Hecho que hay que remarcar para que no suframos pensando que los muertos son de los nuestros, del próspero Occidente.

Me hubiera gustado conocer sus nombres. Sus nombres de pila. Todos y cada uno de los nombres. No unos nombres supuestos o traducidos de forma errónea, unos nombres malentendidos o incluso inventados –como sucedió con la niña Nabody– para humanizar a esa suerte de subespecie en la que algunos medios y políticos intentan convertir a las personas migrantes, sino sus nombres reales.

Me hubiera gustado saber si se llamaban Moussa, Samba, Mamadou, Ahmed, Brahim, Mohamed, Fatima, Arisha o Sidi. Me hubiera gustado saber cuál era su realidad, si tenían hijos, hermanos pequeños, si sus padres malvivían o al menos podían autoabastecerse. Me hubiera gustado medir su entusiasmo y sus ganas de vivir, de luchar por construir un futuro, algo parecido a una vida, un conato de prosperidad. 

Me hubiera gustado conocer sus nombres para que dejaran de ser números rojos engordando una estadística, símbolos abstractos, elementos gráficos. 

Me hubiera gustado conocer sus nombres, no por morbo o para generar una sensiblería impostada, sino para construir con palabras un bosquejo de memoria, de recuerdo, de respeto

Me hubiera gustado conocer sus nombres para escribir un epitafio virtual sobre personas concretas, cuerpos que tuvieron actividad cardiovascular, neuronas transmitiendo impulsos eléctricos, vida. 

Pero la Ley de Protección de Datos y el peligro de bordear la deontología periodística publicando información que, debido a la particularidad de estas muertes y las dificultades burocráticas que acarrean, ni siquiera sus familiares conocen, hacen imposible escribir un artículo humano, humanitario. Un texto como los que merecen quienes fallecen en nuestras tierras de poniente, con sus obituarios y sus gestos de recuerdo.

Por desgracia, su fallida existencia en este lado del mundo, en la tierra firme que no pudieron alcanzar, se reduce a un dato tan frío e incómodo como un carácter numérico: fallecido número 1, fallecido número 2, fallecido número 17… Cifras que se apelotonan en la parte baja de un periódico donde la actualidad los devora con la misma fuerza que el océano. 

Así que desde aquí, desde el vacío que me otorga el folio en blanco, prefiero escribir el número diecisiete con caracteres alfabéticos, con letras, para que al menos su memoria conjunta se parezca más a un nombre propio.

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Comentarios
  1. Un artículo con corazón, con conciencia. Gracias por humanizar el periodismo. ABU es una película muy recomendable.
    La impotencia que siento es inconmensurable.
    Este mes no puedo (soy jubilada) me vienen gastos extras. El que viene os hago una donación y calculo la cuota de socia.
    Un abrazo!!

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