Opinión

4M: una conjura colectiva

"Afortunadamente, es otra mentira más que en Madrid la mayoría de la gente vayamos a lo nuestro. Lo intentan desde hace décadas, pero esta ciudad no es la combinación de Los Sims, Los Juegos del Hambre y Black Mirror que les gustaría a sus élites".

Un cartel de Vox arrancado en el metro de Madrid. REUTERS / ISABEL INFANTES

Desde antes de que empezara oficialmente, era fácil pensar en esta campaña electoral como un terreno minado para las izquierdas. No solo por la capacidad de grandes medios –y de los partidos que sin mucho disimulo les representan– de fijar agenda y amplificar fango. Más bien porque a veces, cuando tienes razón, tanto repetirlo puede cansar. Cansarte tú y peor: cansar a los demás.

Razón porque es una indecencia que la comunidad autónoma más rica sea la cuarta en desigualdad entre sus habitantes. Que, a pesar de haber soportado el empecinamiento de su presidenta en mantenerse abierta, sea la tercera donde más ha subido el paro desde que comenzó la pandemia. Que cualquier joven tenga que gastarse el 105% de su sueldo en pagar unos alquileres que han subido el triple que los sueldos en la última década. Que sea también la región líder en seguros privados, que aumentaron un 6% en el último año, y que ese dato se complemente con la menor inversión autonómica en sanidad pública: un 3,7% de su PIB. Que no se derivase a ninguna persona enferma de una residencia a ninguno de los 68 hospitales privados.

Tampoco era fácil tratar de argumentar y proponer en medio del ruido. Pero las candidaturas que defienden un cambio lo han hecho. Han hablado, y lo han hecho con propuestas concretas sobre vivienda asequible, sanidad garantizada, fiscalidad justa, para progresar en igualdad de género, poner fin a la discriminación por razón de piel, oportunidades educativas, transporte, ansiedad, salud mental, bienestar emocional. De que es condición de toda democracia que se precie barrer el paso a quien envenena como nunca para mantener los privilegios de siempre. 

Aunque aquello en lo que nos va la vida paradójicamente no haya conseguido titulares. Se los han llevado bravuconadas disparadas con una constancia que hacen envejecer sin piedad textos como este. Cada día, una nueva y cruel burla a la más mínima sensibilidad de quien añore a un ser querido, de quien haya cumplido, de quien salga de casa demasiado pronto y vuelva demasiado tarde, de quien sienta que el tiempo corre más que nunca. De quien se haya parado a preguntarse si este cansancio que arrastra no será también cosa de sumas y restas. Si en las sonrisas de quien hasta ahora va ganando hay una energía de más porque tienen también las robadas.

Por mucha apariencia de majadería que tomen, identificar banalmente la libertad con sentarte en un bar o con no encontrarte con tu ex, no son solo formas de ocupar espacio mediático. Es ideología. Si nos da la vida compartir terraza con amigos es porque precisamente es de los pocos momentos que podemos articular en comunidad y en los que encontramos refugio de todo este ritmo insano y todas la cargas que soportamos. Pero señalar una terraza como programa vital de máximos a quien necesita el pan y necesita las rosas es recordar quién manda. 

Como lo es hacer gala de méritos que ni siquiera pertenecen. Es el caso de la pretendida virtud de que en una ciudad como Madrid no te encuentres a tu expareja, en todo caso atribuible a las dimensiones del territorio. Un disimulo de vínculos, un capitalismo emocional presentista y salvaje que vuelve a dárselas de rebelde mirando hacia donde no es, un poco a la manera del meme del perrete grande y el chico. Porque, salvando evidentemente situaciones –y es duro porque todos conocemos alguna– en las que evitar coincidir con un maltratador es de todo menos un capricho, ¿cómo ha de ser más tenso encontrarte a una persona que en algún momento has querido que no tener cama en un hospital público, no llegar a fin de mes o una bronca del jefe (la única persona a quien de verdad no puedes dejar “en leído”)? ¿Cómo ha de dinamitar nuestra paz eso más incluso que un scroll en redes que sí puede pisarte el estómago porque confiamos en que los ajustes de una aplicación suplan aquello que falta fuera?

Afortunadamente, es otra mentira más que en Madrid la mayoría de la gente vayamos a lo nuestro. Lo intentan desde hace décadas, pero esta ciudad no es la combinación de Los Sims, Los Juegos del Hambre y Black Mirror que les gustaría a sus élites. Es así gracias a las redes humanas, necesarias especialmente en toda ciudad grande y cara. No es cierto que a nadie se le pregunte de dónde es. Preguntamos. No solo por curiosidad, por saber más, por enriquecernos, por empatía –yo mismo crecí donde no era lo corriente tener cuatro abuelos madrileños, en mi caso ni padre y madre–; también por ver cuál es la mejor manera de acompañar, de presentar a otros amigos y de enseñar lo que ofrece esta tierra que amamos en buena parte porque hemos aprendido a resistirla.

Una forma de resistir es votar el 4 de mayo. A nadie se le escapa que no sustituye otras maneras de luchar, transformadoras y colectivas, que son precisamente las que llenan de contenido, y las que sostienen desde abajo, algunas de las candidaturas para el cambio. Ha sido una campaña de la que la mayoría de madrileños debería sentirse orgulloso. Elegante con quien tenemos al lado. Firme con quien tenemos enfrente, obstaculizando cualquier mejora de nuestra vida, nuestros afectos, nuestro tiempo desde hace un cuarto de siglo. 

Una conjura colectiva. No es nada fácil en un momento histórico en el que nos duele ver cómo las personas que queremos son forzadas a oscilar entre el enfado y la tristeza. No más ni uno ni otro de esos sentimientos. Merecemos un Madrid a juego con nuestra dignidad. Merecemos que salga por fin el sol y le quite a esta primavera este maldito disfraz de invierno.

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Comentarios
  1. Carmen, estás describiendo una democracia. No son España o Madrid. Es el mundo entero. Mientras la gente vulgar tenga derecho a tomar decisiones políticas, habrá gente como Ayuso.

  2. El ascenso de Díaz Ayuso es el reflejo de una sociedad enferma, la española –y la madrileña, de forma especial–, en la que se abren centros de manicura a la misma velocidad con la que se cierren librerías.
    España, y muy especialmente Madrid, vive en una sociedad en la que la telebasura domina y determina las vidas, ideas, proyectos y agendas. Una sociedad de telebasura en la que no hay mejor candidata que Ayuso.
    España es un país trumpiano en el que el mensaje simple y carente de contenido recorre las mentes sedadas y adictas a la desinformación a la misma velocidad que los datos viajan a través de la red.
    (Tte. Gonzalo Segura)
    https://canarias-semanal.org/art/30415/tte-gonzalo-segura-por-que-un-personaje-trumpiano-como-diaz-ayuso-puede-ser-presidenta-de-madrid

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