Internacional
El Partido Republicano, después de Trump
La división parece inevitable y se antoja que hay espacio para todos, a juzgar por cómo ha desdibujado Trump el Partido Republicano.
El 16 de diciembre, cuando los tambores de guerra trumpistas llamaban al boicot y a la desobediencia civil haciendo presagiar altercados que impidieran la llegada al poder del nuevo presidente, en la televisión de Estados Unidos se emitió un anuncio muy particular. Con tintes hollywoodienses y tono sobrecogedor, las imágenes de la Estatua de la Libertad y el monumento a Abraham Lincoln daban paso a otras de Proud Boys armados hasta los dientes y de milicianos uniformados ondeando banderas de grupos de extrema derecha mientras gesticulaban con rostros histriónicos y amenazantes.
“Siempre nos preguntamos si podía ocurrir aquí. Ahora, solo estamos a una elección presidencial del final de Estados Unidos tal y como lo conocemos. Por primera vez en la historia, la mayoría de uno de los principales partidos políticos rechaza aceptar los resultados electorales. Vándalos violentos deambulan por las calles de la capital. Decenas de millones enseñarán a sus hijos que viven en un país con un presidente ilegítimo. Así es como muere la democracia. Hoy, la línea divisoria de la política norteamericana no separa a conservadores de liberales, sino a quienes creen en la democracia y quienes la están asesinando con sus acciones o su silencio. El trumpismo es un mal autocrático desatado en Estados Unidos y debe ser aplastado. El peligro es real, la amenaza es inminente. Si crees que merece la pena luchar por América, súmate a nosotros. The Lincoln Project. Norteamericanos devotos, protegiendo la democracia”.
Los integrantes del Proyecto Lincoln no habían anticipado el asalto al Capitolio, aunque el anuncio parecía un siniestro presagio de aquel inhóspito diciembre, cuando la exaltación y la polarización social, avivadas por un Donald Trump incapaz de asumir su condición de perdedor, parecían ya insoportables. Su intención, como la que persiguen con cada espacio publicitario que colocan en los grandes canales y emiten en las redes sociales, era despertar a la ciudadanía y alertar de un riesgo que bien conocen, dada su condición de republicanos que abandonaron el partido tras la llegada de Trump al poder.
Y, por encima de todo, el objetivo era molestar al hombre que puso contra las cuerdas la democracia norteamericana, secuestrando al GOP -Great Old Party, nombre oficial de la formación, el partido cofundado por Abraham Lincoln que durante décadas fue símbolo de solidez, caracterizándose por una defensa incondicional de la Constitución y la división de poderes– hasta que el aparato comenzó a velar más por la ambición que por su proyecto nacional. La formación republicana aupó al máximo cargo a Trump, el magnate de la construcción misógino y racista, el hombre que legitimó la mentira como herramienta política y ventiló el odio y las fobias contra las minorías como forma de gobierno, pero el coste que tendrá para la democracia más antigua del mundo está aún por ver.
En Estados Unidos, la influencia de The Lincoln Project en el resultado electoral no pasa desapercibida para nadie. La organización, fundada por antiguos asesores del GOP -“en este punto, no se puede decir que ninguno de nosotros seamos republicanos, pero sí se puede decir que todos hemos dejado el Partido Republicano a causa de Donald Trump”, explica por teléfono Reed Galen, uno de sus fundadores y alma mater- surgió en otoño de 2019 cuando varios exaltos cargos huérfanos de partido decidieron unirse para combatir desde dentro al hombre que había tomado al asalto a la formación republicana, poniendo en jaque al país.
“Entendimos que si quieres librarte de Donald Trump, hay que hacer lo mismo que él hace: golpearle directamente en la cara y mantener la posición sin inmutarnos. Durante los siguientes 13 o 14 meses, fue exactamente lo que hicimos. Sabíamos que cuando estaba en la Casa Blanca, se recluía en la presidencia y miraba Fox News. Así que nos concentramos en emitir anuncios en Fox News que sabíamos que le sacarían de sus casillas y le llevarían a respondernos, convirtiéndonos así en su principal antagonista en lugar de, por ejemplo, Joe Biden. Y así hicimos desde mayo, cuando comenzó la campaña, hasta que dejó el cargo”, explica con cierto regocijo Reed.
La estrategia para evitar ensuciar a Biden con los embistes de Trump funcionó, como también se logró el objetivo último que los fundadores de TLP se habían marcado: desplazar a entre el 6% y el 8% de electores republicanos moderados a favor de Biden. “No nos vamos a atribuir todo el mérito, pero estoy muy orgulloso de haber formado parte de eso. Creo que hemos ayudado a dinamizar y motivar a algunos votantes independientes y demócratas que, de otra forma, no habrían participado en las elecciones”. The Lincoln Project representa a una excepción entre los republicanos, que se han visto obligados a cambiar de partido ante la irrupción del autócrata Donald Trump.
El resto se debate entre dos opciones: superar a la divisiva figura ignorando los últimos cuatro años de desmanes y radicalizando el tono para asemejarse al líder o cerrar filas en torno a él, incapaces de prescindir del segundo hombre más votado de la Historia de EEUU después del propio Joe Biden. El tirón populista del bufón derechista -calificarle de republicano implicaría asignarle ideales políticos de los que parece carecer- es demasiado goloso para la mayor parte del partido, aunque su apoyo al hombre que dividió al país amenaza con pasarles factura y con poner fin al sistema bipartidista que rige el país desde sus orígenes, dado que Trump amenaza con fundar un partido propio.
“Su apoyo será contraproducente para ellos, como nos demuestra la Historia. Es exactamente la misma dinámica que vimos en Italia en 1920, en Alemania en 1930 o, incluso, en España en aquella misma década”, explica la historiadora experta en fascismos y líderes autoritarios Ruth Ben-Ghiat. “Permitir que el extremismo ingrese en el sistema tiene un alto precio y a Trump se le permitió acceder al sistema político. Si fue nominado, fue porque figuras tan importantes como Jeff Sessions, Kevin McCarthy o Paul Ryan se lo permitieron, a pesar de que sabían que era peligroso”, continúa la académica. “Trump es muy claro, hay que recordar que presumió de que podría dispararle a alguien siendo candidato sin perder seguidores, pero en el partido pensaron que les sería útil. Y este es el mismo error que se ha cometido a lo largo de la historia. Las élites conservadoras piensan que pueden servirse de los radicales, pero al final ellos se convierten en amos del partido”, continúa Ben-Ghiat, autora del libro Strongman, de Mussolini hasta la actualidad. La división del liderazgo republicano es más evidente que nunca gracias a Trump. Días después del fatídico 6 de enero, cuando congresistas y senadores de izquierda y derecha temieron por sus vidas ante el asalto de radicales azuzados por Trump contra el Capitolio para impedir que su sucesor fuera nominado, algunos republicanos elevaron el tono.
En el noroeste de Wisconsin, el responsable republicano del condado de St. Croix instó a sus seguidores a “prepararse para la guerra”. Otro miembro del partido, esta vez en California, azuzaba los ánimos desde Facebook. “La guerra ha comenzado. ¡Ciudadanos, tomen las armas! Redoble de tambores, por favor…. ¿guerra civil sí o no?”.
La retórica bélica, similar a la empleada por los radicales de extrema derecha y supremacistas blancos, fue acogida con pavor por otros miembros del GOP. Tim Butler, representante republicano del Estado de Illinois por Springfield [el mismo departamento que representaba Lincoln cuando ganó las elecciones a la presidencia en 1860, en unos comicios que derivaron en guerra civil], se alzó en la Cámara de Representantes de Illinois con un discurso que trataba de exorcizar fantasmas. “Si no se levantan y denuncian [la retórica guerracivilista], sea cual sea su lugar en el espectro político, no hay lugar para ustedes. El hijo predilecto de esta ciudad fue asesinado por la guerra civil cuando era presidente. No voy a permitir otra guerra civil durante mi mandato”.
Cuando La Marea contactó por videoconferencia con Tim Butler, su tono era más calmado pero su indignación permanecía intacta. “Nací en un hogar republicano, he dedicado mi vida al GOP. Seré honesto: creo que muchas de las personas que nos rodean no corresponden al partido. Si quieren formar un tercero, no deberían dudar en hacerlo. No podemos ser tolerantes hacia personas que invaden nuestra sede de gobierno para linchar a nuestro vicepresidente, que además es el vicepresidente de nuestro propio partido. Aquí no hay lugar para ellos, y no creo que debamos callarnos. Creo que es vital que nos auto examinemos como partido y decidamos cuál es el camino a seguir. Mientras hablo contigo, estoy sentado literalmente a trescientos metros de donde está enterrado Abraham Lincoln en Springfield, a quien vemos como el padre de nuestro partido y quien mantuvo unida nuestra nación. Y ese es el modelo al que tenemos que volver. Esas son las personas a las que tenemos que ver en el Partido Republicano”.
Butler no solo acusa a Trump de la división: denuncia que la política republicana de las últimas décadas abonó su ascenso. “Durante mucho tiempo, las facciones del Partido Republicano se han enfrentado entre sí: la derecha cristiana, el Tea Party y después el trumpismo. El presidente, especialmente desde las elecciones, no ha ayudado a la causa de unir no ya al partido, sino a la nación. Lo ha dividido aún más y no hay mayor demostración que lo sucedido en el Capitolio. Por eso creo que necesitamos introspección en nuestro partido, examinar responsabilidades y evaluar quiénes somos, porque lo sucedido es producto de nuestras acciones”, prosigue el congresista de Illinois.
Para Adolfo Franco, asesor electoral de Donald Trump, “todos esos llamamientos a tomar las armas han sido sumamente exagerados. Aquí la manera de adquirir armas está normalizada, pero [el asalto del 6 de enero] no fue un golpe de Estado, ni mucho menos. Fue un motín a manos de gente poco inteligente, no algo organizado”. Admite que “hay una gran división en el partido sin discusión. Hay que recordar que Trump recibió más votos que cualquier otro líder republicano en la historia. Ha atraído a millones que antes no votaban republicano. Es un populista, ha usado el GOP como vehículo para llegar a la presidencia porque nuestro sistema es tradicionalmente bipartidista, pero de esos 74 millones, la gran mayoría apoya al presidente y sigue apoyándole”, explica Franco. “Según una encuesta de NBC, una semana después de los eventos, el 91% de los votantes de Trump votaría por él de nuevo. El 67% de los republicanos piensan que hubo fraude electoral”.
“La gran mayoría de los votantes republicanos se identifican con Trump. La otra facción, la más convencional, con Mitch McConnell a la cabeza, trata de divorciarse de Trump con la esperanza de que esos votantes pierdan entusiasmo por él y regresen a los candidatos convencionales, pero lo veo difícil. Si hay guerra civil o se divide el partido o se elimina a Donald Trump con el proceso de destitución, el resultado será un Partido Republicano mucho más pequeño. Llevo 40 años en política, yo no quiero que mi partido se divida o desaparezca, pero hay que reconocer que Donald Trump ha sido un fenómeno en nuestro país, porque hasta su llegada la gente no lo identificaba con hombres sino con partidos”, continúa Franco, un estratega republicano de origen cubano con décadas de experiencia en Washington.
Otros republicanos consideran que el coste de apoyar a un outsider con enorme apoyo popular es demasiado elevado, aunque el magnate amenaza con acelerar la escisión con un partido propio que dividiría las filas de la derecha norteamericana facilitando a los demócratas la permanencia en el poder. El exrepublicano y fundador del Proyecto Lincoln, Reed Galen, considera que es un hecho. “No va a crear un nuevo partido, ya lo ha hecho. Ha creado un partido patriótico en el seno del Partido Republicano, y aunque parezca más una secta política que un partido, puede elegir representantes con ella”. “No sé si le resultará tan fácil”, rebate David Frum, analista del The Atlantic, con décadas de experiencia en los mentideros de Washington durante una entrevista mantenida en el campus de Georgetown.
“Por un lado, Trump se enfrenta a problemas legales y empresariales. Su negocio está en serios problemas, los mantuvo vivos gracias a la presidencia pero ahora tiene restricciones a la hora de gastar el dinero acumulado. Por otro lado, crear un nuevo partido es un negocio muy duro, sobre todo para un hombre de 70 años sin capacidad de atención que odia trabajar. No va a formar su propio partido, pero sí puede dañar al Partido Republicano con la simple amenaza de que va a hacerlo”.
Anunciar ahora una escisión del GOP suena casi suicida: en teoría, los republicanos tienen muchas posibilidades de recuperar una o ambas cámaras en la próxima elección -a mediados del término presidencial, las llamadas mid-term-, ya que las mayorías demócratas son pequeñas y el partido que ocupa la Casa Blanca suele perder terreno en las elecciones de mitad de período. Los republicanos se muestran preocupados por un puñado de miembros de la Cámara de extrema derecha que podrían postularse para esas elecciones en estados indecisos, lo que podría empañar el papel de los moderados en el partido en algunas de las áreas políticamente más importantes del país.
La división parece inevitable y se antoja que hay espacio para todos, a juzgar por cómo ha desdibujado Trump el Partido Republicano. “Si eras republicano porque creías en la moderación fiscal, piensa que con Trump la deuda y el déficit se dispararon. Si eras republicano porque creías que el partido daba prioridad a la seguridad nacional, recuerda lo que dijo Trump al restar cínicamente importancia al ciberataque de Rusia contra nuestro país. Si eres republicano porque crees en la ley y el orden, examina la lista de personas corruptas a las que Trump acaba de conceder indultos. Si eres republicano porque eres pro-vida, piensa en los estadounidenses muertos por COVID-19 que cuestionan el compromiso del Partido Republicano con la sacralidad de la vida. Sea lo que sea lo que te haya mantenido alineado con el Partido Republicano, es hora de aceptar que nada reemplazará el bienestar de nuestra democracia. Cuando tu partido pierde el sentido y toma la iniciativa de delirantes desvaríos de un teórico de la conspiración, es hora de cambiar de equipo”, escribía Kurt Bardella, exasesor republicano, exportavoz de Breitbart y otro de los responsables del Proyecto Lincoln tras dimitir como miembro del partido.
“Soy republicano pero estoy muy confundido, honestamente”, explica por teléfono Marco Gutiérrez, responsable de Latinos por Trump. “Soy seguidor de Trump desde el inicio. Siento que lo dejaron solo y que muchas de las personas que se le acercaron llevaban agendas personales y no le hicieron bien. Creo que se dejó llevar por sus hijos, por consejeros sin experiencia que cometieron sus más grandes errores. En un momento dado, perdí un poco de esperanza en él. Siento que aún hoy soy más republicano que trumpista, porque el trumpismo es algo muy pasional y porque esa visión de Trump, no bien encaminada, nos pudo llevar a graves problemas”, prosigue.
De confirmarse la irrupción de una nueva formación liderada por un gurú político que arrastra a las masas con su pose de independencia y su discurso conspiranoico, la afrenta contra el bipartidismo, que ha dominado el poder en EEUU alternándose en el poder desde hace 160 años, podría convulsionar un sistema en continua evolución. Hace no tantas décadas, el Partido Demócrata no se identificaba con la izquierda ni el Republicano con la derecha: hasta los años 60 del siglo XX, el primero era una alianza entre clase trabajadora urbana y el Sur blanco y conservador del país, resentido por la derrota en la guerra de Secesión, pero cuando asumieron la defensa de los derechos civiles, la decepción de los votantes conservadores les llevó a la formación republicana, que terminaría absorbiendo a la derecha y se transformó en una facción capaz de representar a los votantes blancos menos cultos y más desfavorecidos y, al mismo tiempo, a las élites empresariales.
“No sé si llegaré a ver el multipartidismo. El GOP se podría dividir en dos porque Trump ha expresado su voluntad de crear el Partido Patriótico, y creo que se terminará viendo en cuatro años lo mismo en el Partido Demócrata con Alexandria Ocaso-Cortez y la gente que forma parte de su pandilla, como Bernie Sanders: o toman el control del partido o se divorciarán de los elementos centristas del Partido Democrático. Yo creo que, en poco tiempo, pasará eso en EEUU, al menos vamos en esa dirección porque estas coaliciones entre trumpistas y republicanos convencionales no funcionan”, explica Adolfo Franco.
“Nos queda mucho Trump por delante, cuatro años en los que todo esto que hemos visto se manifiesta como una estrategia clara, incluso brillante, de Trump para poder seguir siendo un actor político importante en el panorama republicano porque no hay otro con su capacidad de arrastre y de influencia a nivel nacional, y particularmente en áreas de la América profunda donde tiene un apoyo del 70 o 75% de popularidad”, explica Juan Verde, asesor electoral de Joe Biden. “Ahí va a seguir jugando un papel importante y creo que la jugada de poner en tela de juicio la legitimidad del proceso electoral iba en ese sentido. Sus acusaciones sin base ni pruebas tenían como objetivo que, aunque todos perdamos en EEUU, él ganase. Y ha ganado, porque una gran parte del GOP piensa que le robaron las elecciones y lo ve como un mártir. Creo que va a ser un actor político muy importante a nivel estatal, pero que habrá muchos candidatos que le intentarán quitar ese espacio”, prosigue el demócrata.
“Es un problema enorme tener un sistema bipartidista que supuestamente es garante de inestabilidad. Los norteamericanos miran a otros países multipartidistas con recelo, como si eso implicase inestabilidad, pero aquí hemos visto el peligro que conlleva que un extremista se haga con el control de uno de los dos partidos. Así se ha convertido el GOP en un partido autoritario, radicalizado, y ahora es posible ver la pugna interna: algunos miembros que se han postulado a favor de destituir a Trump han recibido amenazas contra su familia, o han tenido que comprar chalecos antibalas”, manifiesta la historiadora Ruth Ben-Ghiat. Para The Lincoln Project, el riesgo que representa el presidente saliente sigue tan vivo como antes de las elecciones.
“El 6 de enero escaló y aceleró nuestra lucha. Ahora debemos hacer una campaña de presión contra sus incitadores, [los senadores] Josh Hawley de Missouri y Ted Cruz, por Texas, y el congresista Kevin McCarthy, de California. Cualquier empresa estadounidense que haya dado dinero a los 147 miembros del Congreso que objetaron la victoria de Joe Biden no deberían recibir más dinero. Queremos que Howly, Cruz y McCarthy renuncien o sean expulsados y queremos que se queden sin fondos para llevar a cabo sus campañas en 2022”, explica Reed Galen. “Derrotar a Trump era la primera parte de nuestro cometido. Derrotar el trumpismo es nuestra batalla actual”, concluye.